Un buen puñado de realizadores llega con historias arriesgadas y primorosamente escritas. Algunos, incluso, no piensan en trascender, sino que se limitan a emocionar, a narrar con precisión el periplo de sus personajes en un contexto difícil. Ocurre con Alberto Rodríguez, director de
Grupo 7, el mejor policíaco de los últimos tiempos. Una historia que husmea en los bajos fondos de la Sevilla previa a la Expo de 1992. Ocurre también con un asiduo – a veces de manera inmerecida– del panteón, el oscarizado y muy culto Fernando Trueba. Éste nos acerca a un terreno notablemente intimista, gracias a la relación que surge entre un escultor y una de sus modelos. Dicen (todavía no he tenido la oportunidad de verla) que
El artista y la modelo recupera al mejor Trueba, un cineasta que últimamente no convencía como antaño. Nada preocupante tratándose de un tipo cuya trayectoria profesional se inició en 1980 con su Ópera prima. Tanto Alberto Rodríguez como Fernando Trueba entrarían en cualquier quiniela hipotética sobre directores a premiar. Ambos talentos habían certificado su solvencia detrás de la cámara. Hace dos semanas, durante el TIFF (Festival de Toronto), recibimos noticias de la excelente acogida que obtuvo una cinta a priori muy convencional. Una revisión del clásico de
Blancanieves dirigida por Pablo Berger, quien debutó en la dirección de un largometraje con
Torremolinos 73. En general, una película que no dejó poso, que cayó en el olvido como cualquier medianía sin eco en el tiempo (probablemente de manera injusta). Algo que, paradójicamente, juega en favor de este nuevo proyecto debido a su efecto desconcertante. El factor diferencial de
Blancanieves radicaba en su forma: se trata de una película muda y en blanco y negro. Estética que el francés Michel Hazanavicius había retomado con su multipremiada
The Artist, un clásico instantáneo que cuenta ya con un gran séquito de detractores que disponen su delirante cruzada contra el homenaje. Porque para ellos, como diría Rafael Azcona,
“huele a nardos putrefactos”. Lo demás no importa. Su mirada, equivocada o no, frivoliza con el mérito y la dificultad del cine, con la imagen del aplauso colectivo.