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El sendero azul
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    Cine Alemán Siglo XXI
    Al nacer el día, de Goran Paskaljević

    La constante

    crítica de Al nacer el día | Kad Svane Dan, de Goran Paskaljević, 2012

    Nacer y no olvidar. Esa pudiera ser la constante en el cine de Goran Paskaljević. Razones no le faltan. Ya en su etapa de formación, en la antigua Checoslovaquia, se topó con la censura comunista y aprendió a huir. La mirada atrás, desde entonces, se convirtió en su primer gesto, y, por tanto, el eje de lo que plasmaría su cámara. Es por ello que gran parte de su filmografía se centre en los estragos que generó la Guerra de los Balcanes. Tanto en sus años venideros, repletos de tensión, como la dura etapa de reconstrucción. Un proceso aún latente y que finalizará, tristemente, cuando el último miembro de la generación más joven que vivió el conflicto deje el mundo de los vivos. El prisma con el que se acerca este veterano de ya 66 años, no entiende de géneros ni de razas. Supone la delineación de una nación, sin atender a ideologías ni doctrinas. Repta como un documentalista en el conflicto; se moja sin tocar el río. Un cronista convertido en realizador y que rompe el molde separándose de autores –y excompatriotas— como Kusturica, Žbanić o Tanović. Lo suyo es el dolor, la ira, los sentimientos más viscerales que conforman el efecto de ese gesto inútil llamado Guerra Civil. Las interpretaciones, para el espectador. Valga como muesca el inmenso y complejo final de Sueño de una noche de invierno (San zimske noci, 2004). Desgarro y desesperanza. No hay otra alternativa. Sólo tiempo y vacío. El futuro, si existe, es cosa de otros. Y ahí el pasado ya será cuestión de libros de Historia. Algo a lo que Paskaljević se resiste a golpe de lente. En su último proyecto va más allá del leitmotiv de su filmografía. Recorre tres cuartos de siglo para arrancar el germen que incubó décadas posteriores tras la II Guerra Mundial. La lenta descomposición de una región que tuvo su episodio final al comienzo de los noventa. Cómo el nazismo puso la primera piedra. Cómo el hombre no perdona pero sí olvida.

    por Emilio M. Luna
    febrero 27, 2014

    Crítica | Al nacer el día

    por Emilio M. Luna | febrero 27, 2014
    True Detective (1x06)

    2002: Punto y aparte

    crítica de Haunted Houses (1x06) | True Detective (Temporada 1)
    Este artículo contiene spoilers*

    HBO | EEUU, 2014. Director: Cary Joji Fukunaga. Creador: Nic Pizzolatto. Guión: Nic Pizzolatto. Reparto: Woody Harrelson, Matthew McConaughey, Michelle Monaghan, Michael Potts, Tory Kittles, Shea Whigham, Lili Simmons. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: T Bone Burnett.

    Tras el frenético capítulo 4, para siempre recordado por su virguero plano secuencia, el listón de True Detective quedó demasiado alto para ser superado en sucesivos episodios. Director y guionista se encargaron de lograr que esto sucediera con el magnífico capítulo 5, hasta el momento la joya de la corona de la serie, todo un prodigio de tensión y atmósfera que dejó a los seguidores con la miel en los labios, expectantes por saber cómo continuaría la historia tras aquel enigmático plano final de un Rust sobre el que se cernían serias sospechas de que pudiera estar moviendo los hilos de la trama muy sibilinamente. Haunted Houses sí lo tenía verdaderamente difícil para mantener tanto nivel y, evidentemente, sus creadores levantan un poco el pie del acelerador para tomar oxígeno y guardar lo mejor para los dos capítulos finales que están por llegar, donde esperamos que echen el resto. Esta sexta sesión, aun manteniendo un nivel notable, supone el punto más bajo de lo que llevamos de serial, tanto por su rebaja de intensidad como por la previsibilidad de sus acontecimientos, ya que el enigma sobre qué sucedió en aquel dichoso 2002 para que la relación entre Rust y Marty se rompiera tan bruscamente se veía venir desde los mismos inicios, siendo aquí por fin desvelado.

    De nuevo, las dos líneas argumentales (investigación criminal y drama familiar) se combinan con maestría en el guión de Pizzolatto. Encontramos a Rust, continuando sus pesquisas sobre personas que desaparecieron sin dejar rastro después de que se cerrara el caso de Dora Lange, algo que le llevará a entrevistarse de nuevo con el reverendo Joel Theriot. Por su parte, Marty volverá a dejarse llevar por sus más bajos instintos cuando se encuentra con Beta, aquella adolescente prostituta a la que dio algo de dinero en el poblado de caravanas años atrás. Cuando su esposa ya le había perdonado su infidelidad con Lisa años atrás, el agente al que da vida Woody Harrelson vuelve a perder la cabeza por una mujer que podría ser su hija, siendo de nuevo descubierto por Maggie. Esto supone el inicio del final definitivo del matrimonio y el desencadenante de que la, hasta ahora latente, tensión sexual entre la esposa engañada y Rust de paso a un affaire tan tórrido como letal para la relación entre ambos compañeros de investigación. HBO siempre se ha caracterizado por no cortarse un pelo a la hora de mostrar el sexo en pantalla y en este capítulo no tenemos uno, sino dos escenas de alto contenido erótico: la de Marty con su joven amante y la de la despechada Maggie con Rust. Toda esta explosión de sentimientos encontrados favorece definitivamente a la actriz Michelle Monaghan, hasta el momento algo desaprovechada y pieza bastante pasiva en la historia que, por primera vez, cobra gran protagonismo dramático y saca de su dulce caracterización de Maggie una oculta faceta sensual y vengativa muy de agradecer a la hora de hacer su personaje más tridimensional. La actriz, rotunda en su expresión desencantada y triste, toma el relevo de Harrelson y McConaughey en la sala de interrogatorios donde los dos detectives de 2012 intentan atar todos los cabos de aquella historia pasada, siendo la encargada de desvelar estos motivos de la ruptura del triángulo Marty-Maggie-Rust.

    por José Martín León
    febrero 27, 2014

    Recap | True Detective (1x06)

    por José Martín León | febrero 27, 2014
    House of Cards (2x02)

    Cuando el mal hace bien

    crítica de Chapter 15 (2x02) | House of Cards (Temporada 2)
    Este artículo contiene spoilers*

    Netflix | EEUU, 2014. Director: Carl Franklin, Guión: Beau Willimon, Creador: Beau Willimon, Reparto: Kevin Spacey, Robin Wright, Molly Parker, Michael Kelly, Sakina Jaffrey, Kristen Connolly, Sebastián Arcelus, Michael Gill, Sandrine Holt, Rachel Brosnahan, Sam Page, Constance Zimmer, Larry Pine, Curtiss Cook, Reg E. Cathey, Fotografía: Igor Martinovic, Música: Jeff Beal.

    Frank saca a relucir las debilidades del presidente. Claire debe acompañar a su esposo a condecorar a un oficial que la violó cuando era una estudiante. Lucas continúa buscando explicación para la muerte de Zoe.


    El show tiene que continuar, aun sin alguna de sus estrellas. La sorprendente muerte de uno de los personajes más importantes de la serie no ha cambiado nada, al menos aparentemente. El episodio anterior dejó paralizados a muchos espectadores minutos antes del final. No fue por mostrar al Frank Underwood (Kevin Spacey) más cruel de la serie. Siempre lo ha sido cuando se trata de alcanzar un objetivo. Sino por el repentino adiós a la novata pero no tan ingenua periodista Zoe Barnes (Kate Mara), quien parecía uno de los pilares fuertes en la construcción de la historia. Con su ambición profesional y personal, Zoe daba a la trama cierto equilibrio, en la que ahora sus temidos protagonistas parecen imparables. Sin embargo, va quedando claro que en House of Cards, si habrá justicia, será muy al final o quizás nunca, porque la política no es un juego de buenos o malos, es una estrategia con ganadores y perdedores.

    Tres líneas temáticas confluyen en este episodio: el Frank vicepresidente, el Frank esposo y el buscado Frank. El primero continúa tejiendo su retorcido plan para ascender a lo más alto de la política. Ahora muy cerca del presidente, solo parece faltarle una última estocada. Las negociaciones norteamericanas con China se convierten en un contexto propicio para potenciar la imagen endeble del líder de la nación. Frank llena de incertidumbre al presidente, quien no sabe si escuchar a su Secretaria de Estado o a su Asesor Comercial, y termina tomando una decisión que cancela las negociaciones comerciales con uno de los países ejes de la economía mundial. Interesante resulta que la discordia en las negociaciones acontezca por incluir en la agenda el tema de la seguridad cibernética. Tema de actualidad en cualquier agenda de negociación norteamericana, acentuado tras escándalos como los de WikiLeaks. Tampoco casual que sean con China, si tenemos en cuenta que el gigante asiático es hoy uno de los principales socios comerciales de EEUU. Será interesante entonces ver qué desenlace tendrá esta subtrama político-comercial, con un ancla fuerte en la realidad. Otro de los temas esenciales de este episodio es la relación entre Frank y Claire Underwood. Claire (Robin Wright) debe asistir ahora a los compromisos sociales de Frank, y el comienzo no puede ser más difícil. Su esposo tiene la misión de condecorar a Dalton McGinnis, un general de la marina recién comisionado. Dalton y Claire se conocían de sus tiempos de estudiantes en Harvad, cuando entonces el hoy héroe violó brutalmente a la esposa del Vicepresidente. Los Underwood, después de una magistral escena interpretativa, deciden cómo manejar la situación. La diplomacia impera, aunque queda claro que no es este un tema concluido. Sin dudas, se trata de un fuerte cuestionamiento moral que la serie hace a los héroes de la nación. No generalizan, pero de igual forma reflejan el caso. Y es que uno de los principales méritos del guión de House of Cards es su carácter provocador y comprometido.

    por Redacción EAM
    febrero 27, 2014

    Recap | House of Cards (2x02)

    por Redacción EAM | febrero 27, 2014
    Philomena, de Stephen Frears

    El niño robado

    crítica de Philomena | de Stephen Frears, 2013

    «¡Márchate, oh niño humano!
    A las aguas y lo silvestre
    con un hada, de la mano,
    pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.»

    En 1986, William Butler Yeats publicó El niño robado (The Stolen Child). Poema que, basado en una leyenda irlandesa, cuenta cómo unas hadas intentan embaucar a un niño para atraerlo a su mundo. Medio siglo después, la mitológica trama de aquella magnífica composición se convertía en espantosa realidad cuando en los años 50 y 60, miles de jóvenes irlandesas fueron internadas en conventos y separadas de sus hijos ya que, según la iglesia católica, su embarazo fuera del matrimonio las convertía en seres amorales incapaces de hacerse cargo de los niños. Con esta excusa, monjas como las del monasterio de Roscrea, un pequeño pueblo situado al norte de Tipperary, se embolsaron grandes cantidades de dinero vendiendo a estos pobres retoños a pudientes familias americanas. Un caso similar al acaecido durante el franquismo en España, que ha vuelto a ser noticia recientemente por la fría impunidad con la que ha sido resuelto.

    En un contexto tan dramático se encuadra la representante británica en los Óscar Philomena. Una cinta con un punto de partida agonista y convencional que con el paso de metraje gira hacia otros caminos más sugerentes gracias a tres factores que convierten el guion de esta road movie, en un entrañable cuento de noventa minutos: el director, Stephen Frears, un ducho narrador que sabe cómo tratar temas peliagudos sin que el resultado se convierta en un indigesto melodrama; el actor principal, Steve Coogan, un grande del humor que dibujará sonrisas en los momentos más incómodos; y, por supuesto, una Judi Dench (con su enésima nominación bajo el brazo), en el papel que da título al filme, que brinda una interpretación plena de ternura y empatía con la que consigue, desde sus primeras escenas, centrar en ella la atención del espectador. Una propuesta que removerá las glándulas lacrimales tanto como abordará, sin cortapisas, con humor un tema sumamente delicado. Bondad, maldad, comprensión, egoísmo e indiferencia serán los topics que articularan una historia que pudiera considerarse universal. Y mostrada a través de una mujer que dará una lección magistral de entereza y constancia.

    por Alberto Sáez Villarino
    febrero 27, 2014

    Crítica | Philomena

    por Alberto Sáez Villarino | febrero 27, 2014
    El poder del dinero, de Robert Luketic

    Ciberespionaje industrial

    crítica de El poder del dinero | Paranoia, de Robert Luketic, 2013

    El poder del dinero (Paranoia, 2013) es una traducción no del todo desafortunada pero que no está a la altura del título original. Paranoia le va como anillo al dedo. Robert Luketic aprovecha la coyuntura actual, plagada de escándalos de ciberespionaje y en las que las empresas de telefonía móvil tienen la sartén cogida por el mango –se acabaron los mecheros en los conciertos–. Vivimos en un mundo en el que nuestra privacidad está en tela de juicio. Distintas multinacionales, grandes corporaciones y agencias de seguridad intentan conseguir millones de datos sobre los usuarios –nosotros– a través de las aplicaciones de los smartphones de redes sociales, localizadores o juegos. Desde esa perspectiva, los nuevos teléfonos móviles –que ya tienen poco de teléfono– son herramientas facilitadoras de una gran base de datos, que muchos anhelan. Lógicamente el continente de esos datos es la clave. Las compañías tecnológicas se zurran por dominar el mercado. Guardan con celo sus prototipos. Internet, la prensa, el mundillo está plagado de leyendas e intuyo que verdades. Hay noticias, no muy frecuentes, de directivos despedidos por filtrar información. Por ejemplo, los enfrentamientos entre Apple y Samsung son de sobra conocidos. Sus ejércitos de abogados han fraguado una dura batalla por temas de patentes, diseño y a saber qué más. Todo esto sucede, ocurre. El espionaje industrial existe, el fantasma de una inteligencia que todo lo registra también. No obstante la exageración ridícula conduce a la “conspiranoia”. Máxima que rige la historia de El poder del dinero.

    No sé en qué momento Luketic pensó que podría convertir la ponderación extremada de lugares comunes, con recursos narrativos más gastados que la piedra del mechero de Serge Gainsbourg, en una buena película. Ya se la saben, la conocen. La típica historia sobre la socorrida ambición del joven humilde –Liam Hemsworth– que quiere vivir al otro lado del puente. Su avaricia y codicia le conducen al despido y a un pequeño fraude de una cuenta de gastos de su ex empresa. Dada su delicada situación personal y para evitar consecuencias legales se verá obligado a infiltrarse en la compañía de Jock Goddard –Harrison Ford–. Rival y antiguo mentor de su anterior jefe Nicholas Wyatt –interpretado por un estridente y caricaturesco Gary Oldman–. Una gran suma de dinero, un nuevo status social, y unas desavenencias afectivas serán el caldo de cultivo para dotar a la cinta de calado emocional. Están todos, desde el infiltrado evidente, pasando por los directivos sin escrúpulos hasta el perro guardián que hace el trabajo sucio. Un filme plagado de superficialidad. Incluida la resultona banda sonora. Una galería de estereotipos de mantequilla. Un abuso nauseabundo de gente guapa en pantalla. Moralina final previsible, con glamour de mercadillo. Protagonista con la espada de Damocles sobre la cabeza. Ya ven, lo tiene todo. Falla a sus amigos, engaña a su novia, miente a su padre. Queriendo pero sin querer. Es el precio del pretendido esnobismo impostado. El director y su guionista –Barry Levy– crean un monstruo sin alma, recién embalado, con el precinto puesto. De ahí esa elegancia inicial que a la postre deriva en “postureo” barato. Una historia sobre los bajos de Brooklyn y los altos de Manhattan. La inmundicia de siempre con el aliciente coetáneo de los smartphones. Una rivalidad de altos vuelos con naturaleza de pelea de gallos a la salida del instituto. Una pérdida de tiempo. Una cinta que bien podría haber sido víctima del kill switch –una función de Google para la desinstalación remota de aplicaciones–. | ★★★ |

    Andrés Tallón Castro
    redacción Madrid

    Estados Unidos, 2013, Paranoia. Director: Robert Luketic. Guion: Barry Levy. Productora: Relativity Media / Gaumont / Demarest Films / EMJAG Productions. Fotografía: David Tatterssal. Música: Junkie XL. Reparto: Liam Hemsworth, Amber Heard, Harrison Ford, Gary Oldman, Embeth Davidtz, Josh Holloway, Richard Dreyfuss, Julian McMahon, Lucas Till, Angela Sarafyan.

    por Anónimo
    febrero 27, 2014

    Crítica | El poder del dinero

    por Anónimo | febrero 27, 2014
    True Detective (1x05)

    Que le den a Nietzsche

    crítica de The Secret Fate of All Life (1x05) | True Detective (Temporada 1)
    Este artículo contiene spoilers*

    HBO | EEUU, 2014. Director: Cary Joji Fukunaga. Creador: Nic Pizzolatto. Guión: Nic Pizzolatto. Reparto: Woody Harrelson, Matthew McConaughey, Michelle Monaghan, Michael Potts, Tory Kittles, Kevin Dunn, Charles Halford, Elizabeth Reaser. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: T Bone Burnett.

    Tras la imponente demostración de músculo fílmico que cerró la última entrega, este nuevo capítulo de True Detective retoma la acción poco después, con Rust todavía metido en personaje, y en busca de Reggie Ledoux. El monstruo de la máscara de gas, cuya imagen puso fin a The locked room (1.3), será por fin abatido en este capítulo. Pero las cosas no salieron como la pareja protagonista deseaba. La quinta entrega de este enérgico policiaco tiene la difícil tarea de concentrar bastantes años de la acción y darle un giro inesperado a la trama, de manera que hay mucho que hacer. La buena noticia es que el capítulo fluye igual de bien que los demás. Resuelve la incógnita de cómo iban a mostrar Pizzolatto y Fukunaga los 17 años pasados entre los dos tiempos centrales de la serie: 1995 y 2012. Que más allá del ecuador de la temporada el caso siguiera sin resolver en la historia del 95 daba la idea de lo que han acabado haciendo: un salto directo. Cerrada la investigación, nos vamos (casi) directamente a 2002, año en que Rust volvió a conectar con el caso y poner de nuevo su vida al revés.

    La narración del 2012 se revela por fin plenamente tramposa en el relato que ambos detectives hacen de su enfrentamiento con Ledoux y su compañero. Fueron temerarios, imbuidos por el ansia de capturar al asesino y resolver el misterio. Lo que cuentan es que actuaron en defensa propia. Y lo que sucedió es que Marty perdió la cabeza ante una imagen de esas que no se olvidan: ¿Ledoux? tenía a dos niños –uno muerto y la otra casi– encerrados en pésimas condiciones. El padre ve a sus hijas proyectadas en esas criaturas y explota. Como la cabeza del villano, en toda su sangrienta fisicidad. La duda que esto siembra en el espectador es que Ledoux no queda claramente establecido como culpable del crimen de Lange y las otras. Sonríe ante la pregunta de Rust, pero no admite nada. Divaga con estos diálogos profundos, densos y siempre al límite del ridículo que a Pizzolatto le gusta escribir para sus personajes. Hay un momento esencial de sus divagaciones, una frase que Rust pondrá 17 años más tarde un su boca, citando a la fuente casi como un amigo.

    por Anónimo
    febrero 26, 2014

    Recap | True Detective (1x05)

    por Anónimo | febrero 26, 2014
    The Broken Circle Breakdown

    En España, en estos momentos, tenemos la oportunidad de ver a una de las nominada a mejor película de habla no inglesa: la cinta belga Alabama Monroe (The Broken Circle Breakdown). Filme que nos cuenta la historia de dos personas totalmente opuestas, un ateo que toca el banjo en una banda de bluegrass y una creyente amante de los tatuajes, que lucharán con las trabas que les pone la vida para mantenerse juntos; aunque después de un trágico accidente se darán cuenta que el camino no será fácil, y la manera diferente de afrontar ese accidente les puede condenar al fracaso. Una historia emocionante y cautivadora que, más allá de sus aspectos técnicos y los recursos cinematográficos, destaca por el gran protagonismo de una diegética (y extraordinaria) banda sonora. Sin duda, la cuarta protagonista, compuesta por 4 piezas instrumentales de Bjorn Eriksson y 11 canciones adaptadas del mundo del country, folk y bluegrass que han sido interpretadas y versionadas a lo largo del siglo XX por iconos como Johnny Cash, la familia Carter, Alison Krauss, Ed Sheeran, Loretta Lynn, Lyle Lovett, Bill Monroe y Townes Van Zandt, entre otros. Temas interpretados por los mismos protagonistas Veerle Baetens y Johan Heldenbergh, acompañados por la Broken Circle Breakdown Bluegrass Band, que funcionan como una perfecta expresión de sus sentimientos y personalidades.

    El score inicia con canciones de ritmo optimista, con el himno popular cristiano Will the circle be unbroken y la fábula The Boy who wouldn’t hoe corn. Dos cortes que, bajo la apariencia de canción ligera, son capaces de reflexionar sobre la muerte y el más allá. Una pequeña pista narrativa de por dónde irán los tiros en los siguientes minutos de metraje. Tras esta presentación, las melodías van desmenuzando la historia con las personales Wayfaring Stranger, dónde primero Baetens y después Heldenbergh muestran su lado más vulnerable, hasta las alegres Country in my genes y Cowboy Man que aparecen en algunos flashbacks ligados a los instantes más dulces de la trama. Pasando por otro himno como es Over in the gloryland. Por último, tenemos el tema If I needed you compuesto por Townes Van Zandt, uno de esos injustos casos de anonimato musical. Una letra preciosa y romántica que, paradójicamente, se transforma en el punto de no retorno para una pareja que a su manera lo han intentado todo para salir adelante. If I needed you habla de la confianza y el respaldo. Los protagonistas están a apenas un metro de distancia y ya no se ven; cierran los ojos y son incapaces de ver el amanecer. La esencia de Alabama Monroe en cuatro excelentes minutos. A partir de este tema, los tres últimos, dos de ellos instrumentales, mantienen el matiz trágico, pero con el banjo y el violín vuelven a los ritmos ágiles y aparentemente alegres, lo que provoca un contraste rompedor con las imágenes de la película. Van Groeningen y Eriksson apuestan por una fusión country-folk-bluegrass como terapia para los protagonistas y el propio espectador. La elección de la banda sonora y su aparición a lo largo del filme se convierte en un juego apasionante que nos deja ver las contradicciones del ser humano, sus errores, sus debilidades y sus fortalezas. Una delicia para los oídos. Un brillante ejercicio. Como curiosidad, destacar que Sister Rosetta goes before us y Further on up the road, dos de las canciones incluidas en la banda sonora a la venta, no aparecen en la película; de la misma manera que en la película aparecen Didn’t leave nobody but the baby, Where the soul of man never dies y I’m so lonesome I could cry, inéditas en la versión comercial de ésta.

    por Unknown
    febrero 25, 2014

    Soundtrack | Alabama Monroe

    por Unknown | febrero 25, 2014

    Todos los caminos conducen a la comunidad

    crítica de Claimed (4x11) | The Walking Dead (Temporada 4)

    AMC | EEUU, 2014. Director: Seith Mann, Guión: Nicole Beattie y Seth Hoffman, Creador: Frank Darabont, Reparto: Andrew Lincoln, Lauren Cohan, Chandler Riggs, Norman Reedus, Steven Yeun, Danai Gurira, Melissa McBride, Scott Wilson, Sunkrish Bala, David Morrissey, Fotografía: Michael Satrazemis, Música: Bear McCreary.

    Glen y Tara siguen camino junto a Eugene, Rosita y Abraham. Glen necesita encontrar a Maggie y se enfrenta a Abraham para lograrlo. Michonne y Carl salen a buscar provisiones mientras Rick debe escapar de un grupo de saqueadores que llegan al nuevo hogar.


    Este es el The Walking Dead que quieren todos. Tensión, peligro, dudas, reflexión, juntos de una sola vez. Claimed (4.11), el más reciente episodio de la cuarta temporada, combina los ingredientes que le han garantizado a la serie su rotundo éxito. A solo 5 capítulos del final de temporada, pareciera estar todo listo para un desenlace trepidante, que seguro mucho tendrá que ver con esta entrega. After (4.09) e Inmates (4.10), los dos episodios que siguieron al parón de temporada, y que preceden a Claimed, no terminaron de convencer a la audiencia. Cada uno dio mucho de algo pero no llegaron a completar el todo. After fue un brillante ejemplo del The Walking Dead más intimista y reflexivo. Inmates estuvo lleno de adrenalina, persecución y sangre. Sin embargo, lo mejor de la serie es agrupar tanto a un público como a otros sin discernir por capítulos. Así llegó Claimed, un ejemplo claro de la pericia de los responsables realizando para mayorías. Un capítulo hecho tanto para los que solo quieren ver morir zombies como para los que sueñan un mundo apocalíptico.

    El carismático Glen (Steven Yeun) y Tara (Alanna Masterson) siguen camino junto al Sargento Abraham Ford (Michael Cudlitz), Rosita Espinosa (Christian Serratos) y el Doctor Eugene Porter (Josh McDermitt). El científico dice conocer las causas que han desatado la epidemia zombi, y la misión del reducido comando es llevarlo a Washington para reunirse con sus superiores. Glen no puede dejar atrás a Maggie (Lauren Cohan), por lo que decide enfrentárseles para ir, si es necesario sólo, a buscar a su amada. Las dudas sobre el destino del Sargento Abraham y su grupo no se resuelven del todo. Los seguidores del comic dirán que será el perfecto aliado de Rick en la búsqueda de un refugio que salve a todos. Sin embargo, los que han asistido asiduamente a la serie saben que podría ser todo lo contrario, pues a los guionistas les gusta sorprender a aquellos que esperan lo ya leído. Por otro lado, Carl (Chandler Riggs) y Michonne (Danai Gurira) dejan a Rick (Andrew Lincoln) descansando y salen a buscar provisiones. Desarrollan un juego en que ella irá contándole de su pasado mientras registran cada habitación de la casa en la que entran. Michonne llega al cuarto donde aún están los cadáveres de los niños que vivieron en la casa, y en medio de la angustia evita que Carl vea el desgarrador panorama. Sin embargo, la mayor tensión del capítulo se concentra en Rick, quien descansando en su nuevo refugio recibe la visita de un grupo de saqueadores. El debilitado Rick debe escapar y evitar que su hijo y Michonne lleguen a la casa sin antes ser alertados. Sin dudas, una tensa secuencia necesaria para un protagonista que parecía ir desdibujándose en los capítulos anteriores. El sheriff logra salir de casa no sin antes matar a uno de los invasores. Junto a Carl y Michonne, escapan sin ser vistos, aprovechando un ataque en el interior de la casa supuestamente por uno de los muertos ahora zombie.

    por Redacción EAM
    febrero 25, 2014

    Recap | The Walking Dead (4x11)

    por Redacción EAM | febrero 25, 2014

    Esto no es una crítica

    crítica de ¿Qué nos queda? | Was bleibt, de Hans-Christian Schmid, 2012

    El director alemán Hans-Christian Schmid, tras las premiadas en el Festival de Berlín Storm (2009) y Réquiem (El exorcismo de Micaela, 2006), nos sorprende en esta ocasión con un drama familiar de gran sencillez. ¿Qué nos queda? produce en el espectador de hoy en día el mismo efecto que en 1929 podía provocar el cuadro Ceci n'est pas une pipe (Esto no es una pipa) del pintor surrealista René Magritte. Una contradicción, un deseo irrealizable de autenticidad en el que las apariencias cuentan más que los hechos. La trama se desarrolla durante un fin de semana cuando los cuatro miembros principales de una familia de clase media alemana, padres e hijos; junto a la novia de uno de ellos y el hijo del otro, deciden juntarse para pasar unos días. Es entonces cuando las bases que se creían sólidas entre ellos saltan por los aires dejando a la vista a cuatro desconocidos que apenas se soportan. Tras el anuncio de la madre (desde hace años maníaco-depresiva) de no tomar por más tiempo la medicación, se esconde un primer anhelo de ser tratada como un miembro de pleno derecho en todo lo relativo a la vida familiar. No obstante, con este movimiento se abrirá una grotesca caja de Pandora en la que las vergüenzas y derrotas que hacen de toda familia una familia ejemplar saldrán a la luz sin anestesia.

    Jakob (Sebastian Zimmler) no le perdona a su hermano pequeño Marko (Lars Eidinger) el irse a vivir a Berlín lejos de sus padres, el alejarse del sufrimiento de su madre, su facilidad para dar la espalda. Ambos actores se desenvuelven en la piel de sus personajes con una naturalidad que impresiona; más en el caso de Sebastian Zimmler quien debuta con esta película en la gran pantalla después de su larga carrera teatral. Una vez más, ¿Qué significa ser hermanos?, ¿Qué nos queda detrás de la impostura? Pero hay más. No solo este sino que todos los pilares en los que se sustenta su cómoda realidad se tambalean como nunca. Por una vez padres e hijos parecen dispuestos a conocer la verdad. Éxitos profesionales que significan fracasos, la dura paternidad del divorciado, (in)fidelidad con uno mismo y con el otro, dependencia económica de quien ya vive peor que sus padres. Zarpazos hirientes que sobre todo dejan herida a ojos del pequeño Zowie. Hijo de Marko, este niño de unos cinco años aparecerá durante gran parte de la película refugiado tras un antifaz de tigre. La desmembración de su propia familia, y ahora también la de sus abuelos, le obligarán a enfrentarse al mundo como alguien o algo más fuerte de lo que es en realidad.

    por Unknown
    febrero 25, 2014

    Crítica | ¿Qué nos queda?

    por Unknown | febrero 25, 2014
    Dos vidas (Zwei Leben)

    Los otros escombros del muro

    crítica de Dos vidas | Zwei Leben (Two Lives), de Georg Maas & Judith Kaufmann, 2012

    El drama histórico y el thriller de intriga son los dos ingredientes fundamentales a la hora de cocinar Zwei Leben (Dos vidas), un filme germano basado en la existencia de dos mujeres vinculadas a la República Democrática Alemana y asociadas a una intrincada investigación del Tribunal de Estrasburgo en torno a un pasado turbio. Inspirada en los escritos de Hannelore Hippe, y repleta de giros rocambolescos a lo largo de una pertinaz investigación judicial, la película nos traslada a la atmósfera gélida de los resquicios posteriores a la Caída del Muro de Berlín, los peliagudos años noventa. Un período de cicatrización lenta y angustiosa, de redenciones póstumas y reconciliaciones complejas, de puzles que cambiaron de piezas, de familias quebradas por las pérdidas y retornos al hogar, en un país donde había demasiados rotos para tan pocos descosidos, demasiadas luchas internas y un conflicto de identidad que siguió, años después, partiendo en dos la espina dorsal alemana y calando en la médula de su población. Zwei Leben cuenta una historia basada en hechos reales y protagonizada por Liv Ullman y Juliane Kohler, en la piel de dos mujeres de vida nada sencilla; existencias marcadas por su relación con la STASI, o policía secreta del gobierno comunista que regía la zona oriental, vidas cuyos secretos serán sacados del fango del olvido para abrir una escabrosa investigación sobre violaciones de derechos humanos y brutalidades cometidas a causa del férreo espionaje y control de disidentes. Penetramos así, desde el minuto uno del filme, en un juego de tensiones, vueltas de tuerca, y por supuesto, mentiras enterradas que ya tienen un pie y medio afuera de sus tumbas.

    Como todo drama histórico de cualquier época o lugar, Zwei Leben cuenta vivencias que abren heridas, e injusticias irreversibles, y que nos adoctrinan, desde los ambiciosos terrenos de la ficción, sobre las consecuencias y factores de las circunstancias que otros vivieron. Desde el hogar de una tranquila familia noruega de clase media, comenzamos a vislumbrar las pistas, elementos y claves de una investigación de la audiencia de Estrasburgo destinada a destapar crímenes y atrocidades cometidos por los servicios secretos de la RDA, y vinculados a Noruega: Durante la ocupación nazi, numerosos soldados alemanes y mujeres noruegas (aquellas apodadas como «las alemanas tristes») mantuvieron relaciones fruto de las cuales nacieron niños, percibidos como arios y supuestamente destinados a la mejora y el rejuvenecimiento de la sangre del imperio hitleriano. Por ello se abrieron hospitales y clínicas de natalidad, y desde el gobierno nazi las esperanzas se depositaban en la nueva hornada de pequeñas criaturas, que tras la enorme derrota bélica fueron despreciadas y relegadas a olvido. La injusticia se perpetró a través de aquellos denominados “hijos de la vergüenza”, y una vez estuvo Alemania fraccionada en sus dos mitades antagónicas, el régimen de la STASI se encargó impetuosamente de controlar a sus partidarios y disidentes, regulando las entradas y salidas geográficas con meticuloso cuidado y medidas poco ortodoxas. Una chica cualquiera lo tenía bastante complicado en este entorno hostil a la hora de cruzar las fronteras a su antojo o recuperar a una familia perdida, así como ponerse en contacto con ciertos seres queridos.

    por Anónimo
    febrero 25, 2014

    Crítica | Dos vidas (Zwei Leben)

    por Anónimo | febrero 25, 2014

    O cazas o te cazan

    crítica de Chapter 14 (2x01) | House of Cards (Temporada 2)

    Netflix | EEUU, 2014. Director: Carl Franklin, Guión: Beau Willimon, Creador: Beau Willimon, Reparto: Kevin Spacey, Robin Wright, Molly ParkerKate Mara, Michael Kelly, Sakina Jaffrey, Kristen Connolly, Sebastián Arcelus, Michael Gill, Sandrine Holt, Rachel Brosnahan, Sam Page, Constance Zimmer, Larry Pine, Curtiss Cook, Reg E. Cathey, Fotografía: Igor Martinovic, Música: Drew Bayers, David Low, Jill Meyers y Jonathon Stevens.

    Frank Underwood no cede en sus aspiraciones a presidente. Ahora busca un equipo que le sirva a sus objetivos. Su esposa Claire debe acompañarlo y ello implica entregar su compañía a su exsocia. Zoe investiga la muerte de Russo.


    De la misma forma que se despidieron la temporada anterior, Claire y Frank Underwood han regresado. Corren por un parque de Washington con la complicidad de ese equipo que ellos mismos han logrado conformar, más en lo profesional que en lo afectivo. No hay necesidad de decir mucho, ambos saben lo que quieren y hacia que dirección ir, sin importar cómo. Así se abre la segunda temporada de House of Cards (2013-), la serie de Netflix que el pasado año entusiasmara tanto a críticos como a público por su impecable factura. Después de una temporada de éxitos, el drama político del canal online pone a disposición su segunda entrega completa, de 13 capítulos. Como ya distingue a Netflix, todo llega de una vez, sin necesidad de esperar semana tras semana para ver la serie. Queda a cada espectador/usuario/cliente regular en cuánto tiempo consumirá el producto. Teniendo en cuenta este empezar de House of Cards, parece imposible prolongar demasiado el asistir de una vez a las retorcidas estrategias de los Underwood en su afán por escalar con rapidez en el senado norteamericano.

    La nueva entrega arranca en vísperas al cumpleaños de Frank Underwood (Kevin Spacey), ahora en su nueva función como Vicepresidente de la nación. Él y su esposa Claire (la magnífica Robin Wright) deberán adaptarse a la exposición que implica el nuevo cargo. Claire tendrá que acompañar a Frank en la Casa Blanca y traza todo un perverso plan, que obliga a su exsocia Gillian Cole (Sandrine Holt) a tomar la dirección CWI, organización ambiental sin ánimo de lucro que ella dirigía. Por su parte, la astuta Zoe Barnes (Kate Mara) y su equipo siguen la pista del asesinato de Peter Russo (Corey Stoll), congresista demócrata vinculado a Frank. Frank comienza a tejer nuevas estrategias en el interior de la Casa Blanca. Selecciona a la exmilitar Jackie Sharp (Molly Parker) como su nueva sustituta, en uno de sus habituales juegos sucios que buscan dejar fuera a todos los que le hagan sombra. Mientras, Doug Stamper (Michael Kelly) intenta hacer desaparecer el rastro vinculado a la muerte de Russo, escondiendo a Rachel Posner, prostituta testigo de los hechos. Así se construye el primer capítulo de la segunda temporada, al que no le faltan las sorpresas. Para el minuto 36, Frank cita a Zoe a la estación del metro y la lanza a las vías. Se asegura “cerrar” el círculo respecto a la muerte de Russo eliminando a alguien que no iba a parar hasta saber la verdad. Adiós a Kate Mara y su memorable Zoe, un personaje que parecía dar para más pero cuya muerte, sin dudas, marcará un giro importante en la serie. Giro totalmente necesario, pues House of Cards adolece de un antagonista con la fuerza suficiente como para enfrentarse al binomio Underwood. Excelente resulta la escena en que Claire escucha en las noticias la accidental muerte de la periodista, y luego se sienta frente al espejo con una exquisita expresión facial, que delata su satisfacción contenida y complicidad. Robin Wright brinda una de sus mejores interpretaciones en la serie y en su carrera.

    por Redacción EAM
    febrero 24, 2014

    Recap | House of Cards (2x01)

    por Redacción EAM | febrero 24, 2014

    Al filo de la navaja

    crítica de The Informant | Gibraltar, de Julien Leclercq, 2013

    Escribía, Pérez-Reverte, en su libro El oro del rey sobre la Sevilla del primer cuarto del XVII con estas palabras: «(…) era la más fascinante urbe, casa de contratación y mercado del mundo, galeón de oro y de plata anclado entre la gloria y la miseria, la opulencia y el derroche, capital de la mar océana y de las riquezas que por ella entraban con las flotas anuales de Indias, ciudad poblada por nobles, comerciantes, clérigos, pícaros y mujeres hermosas(…). Patria común, dehesa franca, globo sin fin, madre de huérfanos y capa de pecadores, (…) magnífica y miserable a la vez, donde todo era necesidad, y sin embargo ninguno que supiera buscarse la vida la sufría. Donde todo era riqueza, y –también como la vida misma– a poco que uno se descuidara, la perdía». Unos decenios después la ciudad hispalense entró en decadencia y su relevo lo cogió Cádiz, a principios del XVIII. Esta visión descarnada, romántica y evocadora de Sevilla me asaltó durante el visionado de Gibraltar (2013) –thriller basado en hechos reales dirigido por Julien Leclercq–. De hecho, el fragmento del afamado escritor, podría ser la sinopsis novelada de esta coproducción entre Francia, España y Canadá. El peñón, este territorio británico no autónomo se me antojó como una reactualización a escala de la Sevilla del XVII, donde el contrabando, la mescolanza cultural, y la avaricia se juntan en un cóctel de intereses perfecto. El valor estratégico del emplazamiento la convierte en el centro del universo –permítaseme la licencia de exagerar– en el que confluyen mil nacionalidades. Movidas por la mezquindad, la codicia, las ansias de poder o la familia.

    por Anónimo
    febrero 23, 2014

    Crítica | The Informant (Gibraltar)

    por Anónimo | febrero 23, 2014
    Her, de Spike Jonze

    Amor utópico

    crítica de Her, de Spike Jonze, 2013

    Hace tiempo, me contaron una anécdota sobre un famoso guionista que tenía sueños constantes en torno a una idea brillantemente original, pero que frustrantemente por la mañana nunca recordaba. Decidió entonces colocar papel y lápiz en su mesilla pensando que así podría registrar inmediatamente la increíble historia que se desarrollaba en su cabeza mientras dormía, y una noche, efectivamente, consiguió garabatear unas palabras en mitad de su sueño, medio sonámbulo. Cuando a la mañana siguiente comprobó lo que había escrito, sorprendentemente eran sólo tres palabras: chico conoce chica. Pues bien, la moraleja de este cuento no es otra que recordarnos que en la base de un sinfín de películas, desde las más anodinas y sencillas hasta las más innovadoras y celebradas, siempre hay una historia de amor. Lo que cambia simplemente es su envoltorio. Con este dato bien presente, el selecto director Spike Jonze parte en su cuarto largometraje de una premisa aparentemente rompedora: la de un hombre que se enamora de un sistema operativo. Una circunstancia que a primera vista puede parecer inverosímil, pero que enseguida deja de serlo cuando se desarrolla de manera tan tierna y honesta como en Her. Como la necesidad de cariño y compañía es algo que está siempre ahí, de algún modo debe satisfacerse en un mundo caracterizado tanto por un desarrollo tecnológico exponencial como por una creciente alienación social. En un futuro no muy lejano, lo que le ocurre al protagonista de esta película bien podría ocurrirnos a alguno de nosotros.

    Pero para empatizar con esta posibilidad, también es importante establecer un enlace fuerte entre dicho protagonista y su contexto. En muchas películas que podrían calificarse de ciencia ficción, un problema común es la incapacidad de transmitir de forma plenamente eficaz su mensaje, derivado de las experiencias de un personaje concreto pero supuestamente válido para toda una sociedad. En otras palabras, es frecuente quedarse a medio camino al intentar adecuar la resolución de un conflicto dado con una visión más general y trascendente. En este filme, sin embargo, Jonze lo resuelve con escenas puntuales pero explícitas en las que vemos que otras personas están pasando por algo parecido, ya sean sujetos anónimos o personajes más o menos cercanos a Theodore, que es como se llama el personaje principal. Y al mismo tiempo, esto se realiza sin desenfocar su caracterización. Uno de los grandes méritos de Her es, por tanto, el equilibrio que consigue, por así decir, entre lo micro y lo macro. No es tarea fácil ni en un sentido ni en otro, pues de hecho Jonze ha comentado que tuvieron que cortar bastantes elementos ambientales del metraje para encontrar su justa medida. Asimismo, ello se logra alternando no sólo vivencias a diferentes niveles sino imágenes concretas: planos detalle simbólicos de elementos visiblemente desconectados, como manchas en el suelo o polvo flotando, con planos generales descriptivos de una ciudad de Los Ángeles dominada por los rascacielos, en los que fácilmente intuimos otras tantas personas sufriendo trances similares.

    por Ignacio Navarro
    febrero 21, 2014

    Crítica | Her

    por Ignacio Navarro | febrero 21, 2014
    Monuments Men

    'Dramedia' por indefinición

    crítica de Monuments Men | The Monuments Men, de George Clooney, 2014

    Se comenta por ahí: tiempo ha el café caía más amargamente que las bombas Tallboy. Si bien cada nuevo sorbo generaba en la mente del soldado no ya preguntas retóricas sino la certidumbre de la idea elefantiásica y, oh, el rugir del Führer adherido a su bigote. Más bien un —nein, nein, nein— ridículo felpudo negro. Y, también, al final, sangre reposadamente oscura en el fondo metálico de gris campaña. Un código para (in)videntes del futuro o lo que se viera después. Cenizas. Así, a sorbitos, se consume una generación. Como una taza de café que en realidad sabe a poleo-menta; un café que no es tanto café sino restos de otro menos dulce. Kaputt, sí; con rigor mortis, también. La guerra y sus circunstancias ominosas. Entre los años 1939 y 1945, los nazis se incautaron del mejor arte que vestía todos los países de Europa Central y un poco más al Este. Se rumoreaba cada vez con más insistencia que Hitler había pergeñado el súmmum: un museo con las obras cumbre del arte decimonónico. Pinturas, esculturas y, por el camino, toneladas de oro (no es sublime, ni abriga entelequias) que los alemanes transportaban meticulosamente a sus escondites dispuestos por diferentes territorios de una Europa, como la guerra misma, en sus estertores. El Museo del Tercer Reich, orgullo del intangible ario que Hitler instauraría en diversas latitudes del mapamundi ya conquistado por las tropas alemanas. Y perdido, casi inmediatamente después —o no, si tenemos en cuenta el número de bajas—, tras el exitoso y capital avance del bloque soviético y la toma de Normandía por los marines estadounidenses y la ulterior liberación de París y el definitivo asedio a Berlín. Con Eva y Adolf en el Führerbunker, mintiéndose mutuamente pero sin tragarse el cianuro de un supuesto teórico que no fue, ni sería nunca, a pesar de los 6 millones de judíos que fueron gaseados y/o incinerados una vez famélicos, no sin antes haber sido torturados hasta la última gota de sudor. Hasta el agotamiento. Físico, psicológico y, también, existencial.

    por Anónimo
    febrero 20, 2014

    Crítica | Monuments Men

    por Anónimo | febrero 20, 2014

    Kryptonita para utilitaristas

    crítica de ¡Vivan las Antípodas! | Victor Kossakovsky, 2011

    Victor Kossakovsky debutaba en el universo documental en 1989 con Losev (1989) filmando el último año del filósofo ruso –Alexey Fedorovich Losev–. Cuatro años más tarde el realizador ruso presentaba The Belovs (1993), la que para una parte de la crítica especializada es una de las mejores películas documentales del siglo XX; una cinta que versa sobre dos hermanos campesinos y sus miserias crepusculares. Un cineasta venerado, galardonado en múltiples festivales. Museos como el Pompidou o el MoMA le han dedicado retrospectivas. Sin pausa pero sin prisa, Kossakovsky se ha ido construyendo una filmografía de culto, cuya última entrega se produjo hace tres años: ¡Vivan las Antípodas! (2011). Un viaje vacuo donde se juega con las distintas acepciones del término antípoda. Tanto la geográfica: “cualquier habitante del globo terrestre con respecto a otro que more en lugar diametralmente opuesto”; como en su vertiente más habitual, es decir, aquello “que se contrapone totalmente a alguien o algo”. Un prisma sobre el planeta a partir de cuatro pares de antípodas habitadas (Argentina y China, España y Nueva Zelanda, Chile y Rusia, Botswana y Hawái) de poderío estético y disfuncionalidad narrativa. Una suerte de cuadro digital por el que pasean con armonía postales de cielos, paisajes idílicos y alguna distopía paradisíaca.

    La idea de atravesar el mundo de cabo a rabo, yendo más allá de lo que fue Julio Verne, es muy atractiva. Aunque excesiva y cansina a la postre. La sucesión de imágenes preciosistas funcionan como una galería paisajista 2.0. En ella se exponen las duplas antagónicas que en su énfasis conceptual van más allá de lo físico –como es el caso de Entre Ríos (Argentina) y Shanghái (China), cuya contraposición no es solo geográfica–. Pero sin un ápice de connotación política, económica o social. La premisa que rige las imágenes es meramente contemplativa y presuntamente filosófica, de ritmo pausado e iterativo. Una vez cruzado el ecuador de la película constatamos que el virtuosismo técnico se verá eclipsado por la reiteración formal sin acompañamiento narrativo. De la mano de una fotografía y una música prodigiosas deambulamos por el octógono geográfico propuesto por Kossakovsky. Vagamos de un lugar a su opuesto a través de transiciones hilvanadas con efectos espejo. Contemplamos la naturaleza retratada en múltiples planos generales, jugando con grandes angulares. Lagos que parecen mares, panorámicas verticales que claman al cielo o travellings infinitos por calles escuálidas. Entre tanta monumentalidad descriptivamente romántica hay lugar para un plano detalle curioso, que procura romper la monotonía –la escena de los leones que culmina con uno de ellos bebiendo–. Muestra anecdótica para hundirse de nuevo en esa aliteración audiovisual de montañas, atardeceres, animales y muchedumbres. ¿Qué significado tiene ¡Vivan las Antípodas! más allá de la determinación geográfica antagónica? Posiblemente ninguno. Quizá Kossakovsky frivoliza con el esteticismo superficial y decorativo, sin más.

    por Anónimo
    febrero 19, 2014

    Crítica | ¡Vivan las Antípodas!

    por Anónimo | febrero 19, 2014

    Vivo o muerto, tú vendrás conmigo

    Cine Club | Robocop, de Paul Verhoeven, 1987

    Ahora que el realizador brasileño José Padilha (responsable del prestigioso díptico de Tropa de élite) acaba de estrenar en medio mundo su moderna visión de Robocop con una recepción crítica mayoritariamente tibia y, lo que es más preocupante, decepcionantes cifras en la taquilla, encontramos una oportunidad inmejorable para echar la vista atrás, remontarnos a la añorada década de los 80 y recuperar el clásico original de Paul Verhoeven, todo un referente para el cine de acción y ciencia ficción contemporáneo. En el momento de su gestación, Robocop no las tuvo todas consigo para llegar a buen puerto. El título de la propuesta y su premisa del policía mitad humano y mitad máquina no invitaban a que esta idea de Edward Neumeier fuese fácilmente tomada en serio por los grandes estudios, pero el éxito de una modesta serie B titulada Terminator (1984, James Cameron) contribuyó para que Orion Pictures diese luz verde al proyecto. Al guionista se le ocurrió la historia al pasar junto a un cartel de Blade Runner (1982, Ridley Scott), otra obra maestra del género futurista que también tenía a robots como principales protagonistas, así que inspirándose también en los cómics de Juez Dredd, Neumer y Michael Miner escribieron el guión de Robocop, la película que supondría el primer gran éxito comercial de Paul Verhoeven para la industria americana tras su interesante etapa en Holanda con obras como Delicias turcas (1973), Eric, oficial de la reina (1977) o El cuarto hombre (1983).

    El director acababa de obtener duras críticas por la extrema violencia de algunas escenas de su primer trabajo en inglés (con gran parte de producción española), la aventura medieval Los señores del acero, por lo que necesitaba con urgencia un triunfo que le asentase definitivamente en Hollywood. Cuentan que cuando recibió el libreto de Robocop lo arrojó a la basura diciendo que era una porquería, pero que su esposa lo recogió y, tras leerlo detenidamente, acabó por convencerle de que tras la historia del robot policía se hallaban ocultas segundas lecturas muy interesantes que, a simple vista, podían pasar desapercibidas. Tampoco se veía Verhoeven capacitado para dirigir ciencia ficción, género que le era extraño pero que, curiosamente, terminó por traerle algunas de sus obras más recordadas –Desafío total (1990), Starship Troopers (1997)–. Afortunadamente, supo estar a la altura de las circunstancias y podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que Robocop no sería la estupenda película que es si detrás de las cámaras se hubiese sentado otra persona. La otra pieza importante era encontrar al actor que se enfundara el traje de metal para dar vida al protagonista y, tras barajarse muchos nombres (incluido el del mismísimo Arnold Schwarzenegger), el elegido fue Peter Weller, un intérprete alejado de lo que es una estrella pero que había llamado la atención con un puñado de pequeños títulos de culto para los amantes del cine fantástico del calibre de Q, la serpiente voladora (Larry Cohen, 1982), De origen desconocido (George Pan Cosmatos, 1983) y Las aventuras de Buckaroo Banzai a través de la octava dimensión (W.D. Richter, 1984). Weller sufrió lo indecible por las largas horas que tuvo que soportar bajo tan pesado vestuario, el cual le provocaba un calor insoportable que le hizo perder mucho peso. El sacrificio valió la pena y, pese a que lo más recordado de su actuación sea su mentón, logró con el agente de policía de Detroit Michael Murphy su trabajo más famoso.

    por José Martín León
    febrero 19, 2014

    Cine Club | Robocop (1987)

    por José Martín León | febrero 19, 2014
    Romeo y Julieta (2013)

    Y Shakespeare lloró sangre

    crítica de Romeo and Juliet | Carlo Carlei, 2013

    Reconozco que me cuesta mucho ser imparcial cuando me ponen delante adaptaciones de obras de Shakespeare. El corpus creativo del Bardo es uno de mis grandes placeres lectores, y, en general, no me suele gustar demasiado esa tendencia que tienen los directores a experimentar con él, sacándolo de contexto y/o espacio-tiempo para dárselas de originales (vale, se lo perdoné a Joss Whedon, pero es que yo a Joss Whedon se lo perdono todo). Dicho esto, he de decir que esta —enésima— adaptación de Romeo y Julieta me llamaba bastante la atención: porque estaba ubicada en el lugar y momento correctos, por su nada desdeñable reparto, y porque detrás de su guión estaba nada menos que Julian Fellowes, el oscarizado autor del guión de Gosford Park y creador de Downton Abbey. Qué amarga decepción la mía, señores. Seamos sinceros: no es que esperase algo ni remotamente equiparable al Romeo y Julieta de Zeffirelli (para quien esto escribe aún la mejor adaptación cinematográfica de la historia de los amantes de Verona). Pero lo que tampoco esperaba era el nivel de condescendencia, y prácticamente de puro desprecio, que la película de Carlo Carlei supura hacia su fuente original, hacia sus propios actores, y no digamos ya hacia el espectador. Lo primero que hacen guionista y director es hacer creer a la audiencia conocedora del texto que van a ser fieles a éste. Literalmente 30 segundos después, dan su “golpe de efecto”, probando que tienen toda la intención de miccionar en él, con perdón. “¿Veis lo que hizo Shakespeare? Pues nos lo vamos a pasar por el forro, porque total, el espectador adolescente es idiota y/o no tiene ni idea de lo que estamos hablando, así que haremos lo que nos dé la gana. Estáis avisados”. Ése es el mensaje del tándem Fellowes/Carlei desde el minuto cero: si eres adolescente (supuesto público objetivo de la película), eres tonto, así que te va a dar igual; y si no, pues esto es lo que hay, lárgate ahora que aún estás a tiempo. Pues qué bien...

    Decido seguir viéndola, tratando de ignorar el hecho de que me están tomando por idiota, y lo molesto que resulta el hecho de que Fellowes sea incapaz de decidir si quiere que sus actores hablen en inglés actual o en inglés isabelino, saltando de uno a otro en una mezcla horrorosa que resulta mucho peor que la ideaza de Baz Luhrmann de mostrar drag queens y mafiosos de Florida hablando en pentámetros yámbicos. Bueno, me digo, por lo menos tiene un repartazo de secundarios. Ay. Lo siguiente que veo es a Stellan Skarsgård con pelucón, chillando y con pinta de llevar un palo metido allá donde la espalda pierde su casto nombre. Entre esto y su momento de streaking en en Thor: El mundo oscuro, no sé dónde me da más pena. Para rematar la jugada, aparece Damian Lewis con pinta de haberse tomado un par de tripis para sobrellevar el rodaje. A Paul Giamatti por lo menos hay que concederle que no se le ve incómodo en su papel de fraile camello que le va ofreciendo hierbas a todo hijo del vecino. Resulta muy triste ver a actores de la talla de Skarsgård, Lewis, Giamatti o incluso la joven Hailee Steinfeld (que suele ser una actriz solvente) tan envarados, tan a disgusto con lo que están haciendo, y, excepto en el caso de Steinfeld, con tan pocas ganas de hacer nada. Baste decir que el único que se salva de la quema es Leon Vitali, el que fuese colaborador habitual de Kubrick, que interpreta al boticario durante... menos de dos minutos. Ahí está el nivel.

    por Unknown
    febrero 19, 2014

    Crítica | Romeo y Julieta (2013)

    por Unknown | febrero 19, 2014
    The Selfish Giant, de Clio Barnard

    Un cuento triste

    crítica de El gigante egoísta | The Selfish Giant, de Clio Barnard, 2013

    Para ser la patria del llamado “padre de la novela social”, Charles Dickens, Gran Bretaña no ha dedicado demasiado tiempo a hablar de los problemas sociales modernos en su cine más comercial. Siempre han sido directores casi diría independientes los que se han encargado del tema, y, en los últimos años además, éstos han sido en su gran mayoría mujeres. Es el caso de Andrea Arnold (Fish Tank), Joanna Hogg (Exhibition) o, en la película que nos ocupa, Clio Barnard. Inspirándose -que no basándose- en el cuento de Oscar Wilde El gigante egoísta (aunque la conexión ciertamente es complicada de establecer), Barnard ha construido un retrato absolutamente demoledor de la clase baja inglesa -la baja de verdad, la que sobrevive casi exclusivamente de benefits y tiene una de las tasas de abandono escolar y embarazos adolescentes más alta de toda Europa-. En unos momentos en que la mirada europea está puesta en los problemas económicos y sociales de los países mediterráneos, es fácil olvidar que más al norte, y especialmente en Inglaterra (más que, por ejemplo, en Escocia o Gales), existe también una clase marginal, afectada por carencias económicas, educacionales y afectivas tan graves como los de sus vecinos sureños.

    Los protagonistas de The Selfish Giant son dos chavales, Arbor (Conner Chapman) y Swifty (Shaun Thomas), que no viven en el hermoso jardín de Wilde, sino en Huddersfield (Yorkshire), y son producto de dos familias que son el perfecto ejemplo de esa situación: padres relativamente jóvenes pero cargados de hijos, en su mayoría con problemas escolares cuando no directamente sin tener siquiera el graduado, y mayoritariamente en el paro y viviendo de las ayudas del estado. El primero, que es quien lleva la voz cantante en su amistad, es un chavalín espabiladillo, con grandes dosis de picardía y malicia -que no maldad, o al menos no exactamente-, y que en circunstancias más favorables podría tener un futuro brillante, pero que es, en román paladino, carne de cañón. El segundo, más tranquilo y bonachón, es su compañero de trastadas, material si no intelectual. Cuando, después de una pelea en el recreo, ambos son expulsados del colegio, ambos deciden ayudar a sus respectivas familias vendiéndole metal al chatarrero local, Kitten (Sean Gilder), el gigante egoísta de esta historia, cuya relación con los dos chicos cambiará todo a su alrededor. Si hay un valor indiscutible en The Selfish Giant, o mejor dicho, dos, ésos son sus dos jóvenes protagonistas, Conner Chapman y Shaun Thomas. Ambos debutan en el cine en esta película, y ambos resultan un prodigio de naturalidad asombroso. Tanto, que casi se diría que ni siquiera están actuando. En manos de estos dos talentos adolescentes, Arbor y Swifty son de carne y hueso, odiosos, cariñosos, enternecedores, buenos, malos y tan reales como muchos de esos chicos que, quien más quien menos, todos conocemos, y que, para qué negarlo, las más de las veces intentamos evitar porque “son malas compañías”. En un reparto de perfectos desconocidos para el gran público, Chapman y Thomas se llevan la parte del león de una forma arrasadora. El tercero en discordia en la historia, Sean Gilder, poco puede hacer para no verse arrollado por sus dos jóvenes compañeros de reparto.

    por Unknown
    febrero 19, 2014

    Crítica | El gigante egoísta

    por Unknown | febrero 19, 2014

    Pragmatismo cultural


    Presentada en la sección Panorama de la 62ª edición de la Berlinale. Ópera prima de Umut Dağ –director austríaco de raíces kurdas–. La segunda mujer (Kuma, 2012) es un drama familiar que ahonda en el universo femenino de coordenadas culturales opuestas al mundo occidental. Una propuesta musulmana en las entrañas de Viena. Un retrato sobre la incoherencia del sometimiento femíneo a imperativos atávicos en contraposición a su preeminente liderazgo jerárquico en la estructura familiar. Una historia que gira en torno a un engaño. Una boda que no es lo que parece. Un maridaje prohibido protegido por la legitimidad de la farsa. Ayse –la protagonista– contrae, aparentemente, matrimonio en Turquía con un joven de su edad –Hasan–. En realidad Ayse pasará a ser la segunda mujer de Mustafá, padre de Hasan. Un casamiento pensado para paliar las insuficiencias de una madre enferma. Un enlace que funcionará como paraguas de sospechas y como seguro contra la disfuncionalidad. Una mirada intimista alejada de las evidencias. Una pieza presente en nuestra cartelera. Ahí van cinco razones para que se pasen a verla.

    MISCELÁNEA TEMÁTICA


    Los temas abordados durante los noventa minutos son múltiples y variados. Al margen de la situación que va intrínseca en el título están presentes el adulterio, la homosexualidad, la enfermedad, la familia. Un abanico un tanto abrumador y al servicio de giros narrativos un poco toscos, pero no por ello menos justificados. Una retahíla de elementos que apuntalan un drama social, concebido para desgranar la estructura familiar musulmana.

    por Anónimo
    febrero 19, 2014

    Panóptico | 5 razones para ver LA SEGUNDA MUJER

    por Anónimo | febrero 19, 2014

    Ojo por ojo, diente por diente

    crítica de Big Bad Wolves | de Aharon Keshales y Navot Papushado, 2013

    Que el actual enfant terrible de Hollywood Quentin Tarantino es una personalidad que mueve legiones de admiradores es algo público y notorio. Que sus declaraciones y criterios son tenidos muy en cuenta, también. Por esta razón, lo mejor que le puede suceder a una producción humilde y alejada de la industria del calibre de la israelí Big Bad Wolves (2013) es que sea citada por el director de éxitos como Pulp Fiction o Django desencadenado, nada más y nada menos, como el título que más le ha gustado de todo 2013. ¿Consecuencias? Millones de ojos se volvieron hacia este pequeño filme que, en otras circunstancias, habría pasado inadvertido para el gran público. La pregunta que debemos hacernos entonces es, ¿verdaderamente es merecedora la película de unos elogios tan entusiastas de boca de uno de los genios del cine moderno? La respuesta es, en este caso, un rotundo sí. El propio Tarantino demostró con su ópera prima Reservoir Dogs allá por el ya lejanísimo 1992 que no es necesario un gran presupuesto para lograr una magnífica película, supliendo la economía de medios por un desbordante talento para el guión y una creatividad a prueba de bombas. Esta consigna es la que parece haberse aplicado los directores Aharon Keshales y Navot Papushado en su segundo trabajo para el cine tras su debut en 2010 con la comedia de terror Rabies, donde ya apostaron por un cine de género que se salía totalmente de los cánones del tipo de películas que nos suele llegar de Israel.

    Big Bad Wolves agarra fuertemente al espectador desde su fabulosa escena de apertura, en la que vemos a cámara lenta a unos niños jugando al escondite en los alrededores de un edificio abandonado, para revelarnos a continuación la desaparición de una pequeña del grupo, la cual aparece asesinada posteriormente en un descampado, con claros síntomas de haber sido víctima de abusos por parte de un psicópata pedófilo. Micki es el detective de policía encargado del caso, empleando métodos un tanto alejados de la legalidad para conseguir desenmascarar al asesino. Las primeras pesquisas llevarán a la policía hasta Dror, un introvertido profesor de instituto los agentes torturan con la intención de sacar (sin éxito) una confesión de culpabilidad, teniendo que soltarle finalmente ante la falta de pruebas. Por su parte, Gidi, el padre de la niña muerta, no está dispuesto a quedarse sentado, por lo que planea su propia venganza contra el hombre al que cree culpable de su tragedia. Estas tres personas acabarán convergiendo en el interior del sótano de una casa alejada del mundanal ruido, en el cuál no tendrán cabida ni las leyes ni la piedad y donde las figuras de víctima y verdugo se confundirán con cada nuevo acontecimiento. Sorprende el filme de Keshales y Papushado por la turbiedad de su argumento y la ambigüedad moral de su mensaje, algo que comparte con otra película de muy similares características con la que ha coincidido en el tiempo, la también magnífica Prisioneros (2013, Denis Villeneuve). Ambas plantean el dilema que se les presenta a unos padres a los que se les ha arrebatado a sus hijas en circunstancias violentas y deciden tomarse la justicia por su mano. La diferencia radica en que la cinta israelí está salpicada de unas inesperadas dosis de humor negrísimo que contrasta enormemente con la gran carga de violencia explícita de algunas de sus imágenes.

    por José Martín León
    febrero 19, 2014

    Crítica | Big Bad Wolves

    por José Martín León | febrero 19, 2014
    The Day of the Doctor

    THE DAY OF THE DOCTOR

    dirigido por Nick Hurran, 2013
    Episodio especial 50 aniversario (50th Anniversary Special)

    Tras una espera que asemejó una larga estadía en el infierno, al fin llegó el mes de noviembre del año 2013: el mes del Doctor Who. El día 23 se estrenaba el episodio especial que conmemoraba el 50 aniversario de la serie y abandonamos la isla perdida en la que nos habíamos ocultado, nos afeitamos nuestras luengas barbas, nos aseamos como corresponde y nos vestimos con nuestras mejores galas. Ya estábamos listos para volver a la vida de nuevo. Nueve días antes la BBC había presentado un breve mini episodio de poco más de siete minutos de duración como introducción a lo que estaba por venir, arrojando un poco de luz sobre el tremendo cliffhanger con el que se había puesto fin a la séptima temporada: un nuevo Doctor había surgido de las nieblas del pasado y todo el mundo se preguntaba quién demonios era ese anciano de mirada fiera que tras los poderosos rasgos del actor John Hurt nos obligaba a cambiar la numeración con la que se reconoce a los doctores a falta de nombre. The Night of the Doctor (John Hayes, 2013) comienza con una nave espacial en llamas y una cámara nerviosa que se mueve de un lado a otro y no se detiene ni un instante en su afán por transmitirnos el caos del momento. La nave está cayendo hacia un planeta casi anhelando su destrucción. La piloto clama por la necesidad de un doctor, y entonces hace su magistral entrada el octavo Doctor, Paul McGann, diciendo en voz alta una frase magnífica dirigida al anonadado espectador que jamás hubiera esperado verle de nuevo en el serial: “Yo soy un Doctor, pero probablemente no soy el que esperabas.” La nave se estrella y a partir de ahí asistimos a cuatro minutos en tiempo real en los cuales se nos explica el gran porqué de ese nuevo Doctor. Sigue el rodaje con la cámara al hombro y aquí ya molesta un poquito más, pero es tan emocionante lo que empezamos a adivinar que se avecina que no nos detenemos ni a respirar: la regeneración del octavo Doctor en su sucesor, que no será Christopher Eccleston como todos habíamos supuesto, sino John Hurt, presentando un giro de guion tan espectacular que uno olvida que tuvo su origen en la negativa de Eccleston de volver a la serie, por lo que este personaje concebido para él hubo de resolverse creando un nuevo Doctor sobre el que volcar toda la proyectada trama. Paul McGann ha tenido así su regeneración, el único Doctor del que nos había sido arrebatada, y podemos comprobar la intensidad y la emoción que su actuación impone en tan pocos minutos. El Doctor que solo tuvo una película de televisión, dirigida por Geoffrey Sax en 1996, pero que apareció en cuatro temporadas de audio libros generando su propia mitología se despedía con una llamarada tan épica como desesperada. 

    por José Luis Forte
    febrero 18, 2014

    Especial Doctor Who | The Day of the Doctor

    por José Luis Forte | febrero 18, 2014
    The Walking Dead (4x10)

    Adiós a las dudas

    crítica de Inmates (4x10) | The Walking Dead (Temporada 4)

    AMC | EEUU, 2014. Directora: Tricia Brock, Guión: Matthew Negrete y Channing Powell, Creador: Frank Darabont, Reparto: Andrew Lincoln, Lauren Cohan, Chandler Riggs, Norman Reedus, Steven Yeun, Danai Gurira, Melissa McBride, Scott Wilson, Sunkrish Bala, David Morrissey, Fotografía: Michael Satrazemis, Música: Bear McCreary.

    Después del ataque del Gobernador, Rick y los suyos deben abandonar la prisión. Cada quien lo hace como puede, algunos debilitados por el virus y otros por el enfrentamiento. Daryl debe proteger a Beth, Tyreese a Lizzie y Mika, Glen a Tara, mientras Maggie, Sasha y Bob buscan desesperados a los otros. Carol aparecer para continuar camino con Tyreese y las chicas.


    Michonne, Rick y Carl viven. Era la única certeza después de After (4.09), capítulo que inició las emisiones en The Walking Dead tras la habitual pausa de mitad de temporada. Del resto nada se sabía. Muchos habían muerto o al menos podrían estar deambulando en prisión bajo una nueva condición. A otros se les vio intentar salir, pero siempre con la duda de si la ida terminó siendo efectiva. De ahí que las principales expectativas para este episodio estuvieran claras: saber a quién sumar o a quién restar en la nueva lista de sobrevivientes. Y así fue, Inmates (4.10) parece de esos capítulos de trámite, complaciente para los que tenían sus dudas pero poco sugestivo para los que esperan lo inesperado. Daryl, Beth, Maggie, Sasha, Bob, Glenn, Tara, Tyreese, Lizzie, Mika y Carol viven, aunque cada quien bajo circunstancias diferentes. Para este episodio los guionistas acudieron a la construcción tradicional de múltiples protagonistas e historias alternadas. Daryl (Norman Reedus) y Beth (Emily Kinney) deben sobrevivir en el bosque a pesar de sus opuestos caracteres. Maggie (Lauren Cohan) junto a Sasha (Sonequa Martin-Green) y Bob (Lawrence Gilliard Jr.) salen en buscan del autobús donde pudiera estar Glen (Steven Yeun), sin embargo, una vez encontrado todos dentro han muerto. Afortunadamente, Glen se ha quedado en prisión buscando a Maggie y debilitado por el virus que acaba de pillar. Allí intenta sobrevivir y rescatar a Tara (Alanna Masterson), que ha quedado traumatizada tras el ataque. Mientras, Tyreese (Chad L. Coleman), a cargo de Lizzie (Brighton Sharbino), Mika (Kyla Kenedy) y su pequeña hermana, buscan terreno seguro en medio de la nada. Casualmente Carol (Melissa McBride) aparece en uno de los momentos más tensos del capítulo para salvar a las chicas sin explicar aún a Tyreese que las verdaderas causas de su desaparición tienen que ver con la muerte de Karen.

    por Redacción EAM
    febrero 18, 2014

    Recap | The Walking Dead (4x10)

    por Redacción EAM | febrero 18, 2014
    Ain't Them Bodies Saints

    Éxito con mayúsculas

    Crónica de la tercera jornada del Americana Film Fest 2014

    Tras tres días intensos, donde se proyectaron 11 películas, ayer finalizó la I edición del Festival Americana de Barcelona. Una muestra que empezó con cierta incertidumbre y ha finalizado con un éxito de público, demostrado con sonoros aplausos por el trabajo bien hecho y la gran dedicación de todo su equipo. Para cerrar, se apostó, una vez más, por la heterogeneidad. Durante la tarde se pudieron ver obras tan dispares como The Kings of Summer, Upstream Color y Ain’t Them Bodies Saints. La primera, The Kings of Summer, fue la cinta escogida por la organización para la presentación del festival en su jornada inaugural, y repitió pase en su último día. El filme, dirigido por el novel Jordan Vogt-Roberts, es una mirada nostálgica a la adolescencia rebelde. Una historia sobre tres jóvenes que deciden irse a vivir al bosque donde construirán su propia casa y vivirán bajo sus propias reglas. Clara deudora de las películas de aventuras de los 80 como Cuenta conmigo o Los Goonies, nos muestra esa ingenua libertad que persigue la determinación de los tres protagonistas. Un trabajo fresco, divertido, que en algún momento pierde su horizonte pero que logra que llegue al espectador al más puro estilo “feel good movie”. Una bonita metáfora de lo que también ha conseguido el Americana Film Fest en su primera entrega.

    La tarde siguió con la apuesta más difícil del certamen: Upstream Color. El segundo trabajo de Shane Carruth, que no sólo dirige, sino que también produce, escribe, fotografía, diseña el sonido y monta, resulta una experiencia visual y sensitiva única. Con una trama más sencilla de lo que el empaque y la enredada narrativa nos pretende dar a entender, habla de manera metafórica, o no tanto, de una sociedad sin ideas, dominada por alguien o algo superior. Una cinta que parece tener como único objetivo la polémica y la división, y cuya arrolladora puesta en escena choca con un ritmo pesado y un contenido vacío. Por último, Americana cerró el telón con la proyección de Ain’t Them Bodies Saints, de David Lowery. Debut con claras influencias malickianas en su bella fotografía y en su ritmo pausado que nos cuenta la historia de dos amantes que son separados, debido a problemas con la ley, y su lucha para volverse a reunir. Con un tono crepuscular, Lowery nos cuenta la odisea de él, interpretado por Casey Affleck, y la paciencia de ella (Rooney Mara), que espera en silencio la llegada de su amante. Una trama que hubiera agradecido un punto de garra y un guión al que le falta cerrar varios flecos que quedan sueltos; pero que, sin embargo, funcionan para contar una historia bella, evocadora y envolvente. Un más que digno colofón. Esperemos que el Americana haya llegado para quedarse. Los grandes números en taquilla, con 8 de las 11 proyecciones con la sala completamente llena, demuestran que hay mucho interés en descubrir el panorama independiente del cine norteamericano. Contamos las horas para la segunda edición.

    Ginebra Bricollé Nadal
    Barcelona.

    por Unknown
    febrero 17, 2014

    Americana 2014 | Tercera jornada

    por Unknown | febrero 17, 2014
    Standing Aside, Watching

    Bis Bald Berlin!

    Crónica de la décima jornada de la Berlinale 2014 | Críticas de Someone you Love, Difret, Ömheten,
    Love is Strange y Standing Aside, Watching

    Último día de la Berlinale. Jornada en forma de epílogo. Últimas cinco películas tras un Palmares que a todos los periodistas aquí presentes nos ha dejado descolocados con algunas de sus decisiones. Lejos de las decisiones del jurado aún quedaba cine por ver. Comenzamos con dos cintas escandinavas, geografía que siempre otorga trabajos, cuando menos, interesantes, y que en El Antepenultimo Mohicano nos gusta cuidar a conciencia. La primera de ellas, a las 9:30 de la mañana. La danesa Someone You Love, con la presencia de Trine Dyrholm, uno de las miembros del jurado de la Sección Oficial, en una historia de cantautores y redenciones familiares cuyo mayor logro radica en sus canciones y la buena mano de su directora, que consigue llevar a buen puerto un relato ya conocido. Le siguió la sueca Ömheten, de poético título en inglés, Broken Hill Blues. Película de fuerte esencia escandinava, de una quietud muy marcada, con muchos silencios y, sobretodo, muy atmosférica y anímica. Tímida y parco en palabras pero con imágenes poderosas y bien compuestas que saben plasmar con atractivo los vagabundeos de un grupo de adolescentes de una de las ciudades del norte del país, Kiruna, donde la mina que sustenta a la comunidad amenaza con hundir todo la zona. Interesante propuesta de digestión lenta que agradece la presencia de una Lina Leandersson ya crecidita, alejada del salvajismo animal con el que Thomas Alfredson nos la presentó en su imprescindible Déjame entrar.

    A continuación, la propuesta de Ira Sachs en el Zoo Palast, butacas de cuero reclinables que se echarán de menos a la vuelta. Sachs nos presenta la historia de una pareja ya entrada en años que se ven obligados a vender su casa y vivir por separado en casa de sus familiares. Conmovedora, muy natural y nada afectada, consiguió ganarse a la audiencia, entregando, además, dos interpretaciones de Molina y Lightgow repletas de respeto y cariño, sobretodo la de este último. Para finalizar, dos filmes de mirada crítica. Por un lado, la cinta griega Standing Aside, Watching. La vuelta de una mujer a su pueblo natal, la desesperanza que en él se ha asentado, la corrupción que lo ha invadido todo, el egoísmo que ha hecho en la gente... axiomas de proclama social proyectados sin ningún tipo de sutileza, a tono con la situación del país heleno. Sutilidad que tampoco conoce Difret, producción de Angelina Jolie repleta de buenas intenciones, de un fotogenia de premios marcadísima, sobre la tragedia y victoria de una joven etíope de 14 años que fue violada y secuestrada por el hombre que iba a tomarla en matrimonio. Jolie y su directora entregaron un relato que supo como ganarse a la audiencia, ganando el Premio del Público, el segundo tras Sundance. Seguramente no será el último.

    por Unknown
    febrero 17, 2014

    Berlinale 2014 | Décima jornada. Críticas: «Someone you Love», «Difret», «Ömheten», «Love is Strange» & «Standing Aside, Watching»

    por Unknown | febrero 17, 2014

    Estrenos

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