Un cuento triste
crítica de El gigante egoísta | The Selfish Giant, de Clio Barnard, 2013
Para ser la patria del llamado “padre de la novela social”, Charles Dickens, Gran Bretaña no ha dedicado demasiado tiempo a hablar de los problemas sociales modernos en su cine más comercial. Siempre han sido directores casi diría independientes los que se han encargado del tema, y, en los últimos años además, éstos han sido en su gran mayoría mujeres. Es el caso de Andrea Arnold (Fish Tank), Joanna Hogg (Exhibition) o, en la película que nos ocupa, Clio Barnard. Inspirándose -que no basándose- en el cuento de Oscar Wilde El gigante egoísta (aunque la conexión ciertamente es complicada de establecer), Barnard ha construido un retrato absolutamente demoledor de la clase baja inglesa -la baja de verdad, la que sobrevive casi exclusivamente de benefits y tiene una de las tasas de abandono escolar y embarazos adolescentes más alta de toda Europa-. En unos momentos en que la mirada europea está puesta en los problemas económicos y sociales de los países mediterráneos, es fácil olvidar que más al norte, y especialmente en Inglaterra (más que, por ejemplo, en Escocia o Gales), existe también una clase marginal, afectada por carencias económicas, educacionales y afectivas tan graves como los de sus vecinos sureños.
Los protagonistas de The Selfish Giant son dos chavales, Arbor (Conner Chapman) y Swifty (Shaun Thomas), que no viven en el hermoso jardín de Wilde, sino en Huddersfield (Yorkshire), y son producto de dos familias que son el perfecto ejemplo de esa situación: padres relativamente jóvenes pero cargados de hijos, en su mayoría con problemas escolares cuando no directamente sin tener siquiera el graduado, y mayoritariamente en el paro y viviendo de las ayudas del estado. El primero, que es quien lleva la voz cantante en su amistad, es un chavalín espabiladillo, con grandes dosis de picardía y malicia -que no maldad, o al menos no exactamente-, y que en circunstancias más favorables podría tener un futuro brillante, pero que es, en román paladino, carne de cañón. El segundo, más tranquilo y bonachón, es su compañero de trastadas, material si no intelectual. Cuando, después de una pelea en el recreo, ambos son expulsados del colegio, ambos deciden ayudar a sus respectivas familias vendiéndole metal al chatarrero local, Kitten (Sean Gilder), el gigante egoísta de esta historia, cuya relación con los dos chicos cambiará todo a su alrededor. Si hay un valor indiscutible en The Selfish Giant, o mejor dicho, dos, ésos son sus dos jóvenes protagonistas, Conner Chapman y Shaun Thomas. Ambos debutan en el cine en esta película, y ambos resultan un prodigio de naturalidad asombroso. Tanto, que casi se diría que ni siquiera están actuando. En manos de estos dos talentos adolescentes, Arbor y Swifty son de carne y hueso, odiosos, cariñosos, enternecedores, buenos, malos y tan reales como muchos de esos chicos que, quien más quien menos, todos conocemos, y que, para qué negarlo, las más de las veces intentamos evitar porque “son malas compañías”. En un reparto de perfectos desconocidos para el gran público, Chapman y Thomas se llevan la parte del león de una forma arrasadora. El tercero en discordia en la historia, Sean Gilder, poco puede hacer para no verse arrollado por sus dos jóvenes compañeros de reparto.