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    Cine Alemán Siglo XXI

    Exclusiva: Elamedia Estudios estrenará en España «Blaze», «Sauvage», «Hamada» y «El despertar de las hormigas»




    Con el estreno de Trinta Lumes, la ópera prima de Diana Toucedo que está teniendo una excelente acogida en cines seleccionados de Galicia y Catalunya durante este mes de febrero, descubrimos no solo una excelente propuesta de docuficción, sino también la aparición de Elamedia Estudios, un nuevo sello de distribución que otorga algo más de luz al circuito comercial de cine independiente y de autor de nuestro país. Sus primeras elecciones programáticas, que llegarán a las pantallas españolas durante el primer semestre de 2019, suponen toda una declaración de intenciones, con la selección de algunos de los títulos más sugerentes que nos ofrecieron las últimas ediciones de los festivales de Sundance, Gijón, Cannes y Berlín.

    Especialmente refrescante es la llegada a la cartelera de un título como Blaze, que exhibirá el Americana Film Festival –del 5 al 10 de marzo—. Un bellísimo tríptico dirigido por Ethan Hawke sobre el desconocido cantautor Blaze Foley, un hombre que vivió lindando con el amor y la oscuridad. No es la primera vez que la vida de Foley aparece en pantalla. Ya el documental Duct Tape Messiah, de Kevin Tripplet (2011), disponible en Filmin, mostraba la esencia de una personalidad en efervescencia que vivió en un contexto complejo e volátil. Precisamente, en un averno terrenal habita Leo, el protagonista de Sauvage, un joven atractivo que malvive en el extrarradio vendiendo su cuerpo a desconocidos. Leo convive con la droga, la violencia y la enfermedad buscando un milagro que le conceda la libertad y puede que el amor. «El director francés centra su narración sobre este animal herido que busca encontrar el amor. O puede que simplemente alguien que le quiera, que se preocupe por él, alguien que representa una última oportunidad de salvación antes de que sea demasiado tarde. Envuelto en el contexto de la prostitución masculina homosexual y mostrando el sexo de frente y sin censuras, Vidal-Naquet apuesta por una puesta en escena sucia, con muchas escenas con cámara en mano y movimiento, envolviendo a la imagen de un deseo violento en cada uno de los encuentros», comentaba en su crónica desde el Festival de Cannes Víctor Blanes Picó. EAM elegió a la ópera prima de Camille Vidal-Naquet como la mejor película del Festival de Sevilla.

    Más reciente en el tiempo es El despertar de las hormigas, coproducción entre Costa Rica y España que se exhibió en Fórum de la 69ª edición de la Berlinale. Un filme que cosechó un buen número de críticas y que abre un vano sobre el concepto de maternidad en el país centroamericano. Está dirigida por una debutante, Antonella Sudasassi. Eloy Domínguez Serén, en cambio, ya es un veterano dentro del panorama de cine documental. Su anterior trabajo, No cow on the ice, que compitió en Visions du Reel, fue una de las apuestas más importantes del formato de 2015. El curso pasado retornó con Hamada, un lienzo sobre la estancada juventud sahariana que se proyectó en Rellumes del Festival de Gijón. De nuevo, aire, luz y verdad en la oscuridad.

    A continuación, sinopsis y fechas de estreno en España.

    por Redacción EAM
    febrero 26, 2019

    Exclusiva: Elamedia Estudios estrenará en España «Blaze», «Sauvage», «Hamada» y «El despertar de las hormigas»

    por Redacción EAM | febrero 26, 2019

    «Green Book» y los Oscars acéfalos

    Palmarés de la 91ª edición de los premios Óscar.

    Terrible. Así será recordada la 91ª edición de los Premios Oscar. Y no sólo porque la ceremonia, sin nadie que se atreviera a servir de maestro de ceremonias, no podría haber sido más impersonal, sino porque el palmarés es serio aspirante al peor de la historia de estos galardones. Dos películas harto facilonas han triunfado a nivel cualitativo (Green Book ha sido coronada como la mejor película de la noche y también reconocida por su guion original y la interpretación de Mahershala Ali) y cuantitativo (Bohemian Rhapsody ha recogido el esperado reconocimiento a Rami Malek además de tres menciones técnicas que suelen ir de la mano: montaje, sonido y montaje de sonido, sumando así un total de cuatro). La carísima campaña de Netflix no ha servido a Roma para convertirse en la primera película de habla no inglesa receptora del Oscar a mejor película, pero sí para recoger los respectivos a mejor director (Alfonso Cuarón, quinto triunfo mexicano de la categoría en sólo seis años), fotografía (también para Cuarón, el primero que logra este premio por su propia película) y, claro está, película de habla no inglesa, todos ellos por encima de la delicia polaca Cold War. Tres ha sido también el número de laureles en manos de Black Panther, a saber diseño de producción, vestuario y música original, triunfo relativo de Marvel considerando que se le ha vuelto a escapar el premio a mejores efectos visuales: Vengadores: Infinity War, aparente favorita, ha perdido frente a la mucho menos efectista El primer hombre. Realmente, dejando de lado las victorias paralelas del evocador documental Free Solo y el innovador largometraje animado Spider-Man: Un nuevo universo, los únicos premios que vale la pena celebrar son los de las dos actrices, tanto porque Olivia Colman y Regina King están magníficas como porque así han evitado irse de vacío respectivamente La favorita y El blues de Beale Street, dos de las pocas joyas de la edición. Para bien y para mal, ha habido hueco en el palmarés prácticamente para todos, al recoger Infiltrado en el KKKlan el reconocimiento a mejor guion adaptado (compensando así a Spike Lee tras largo tiempo de ninguneo), El vicio del poder, el concerniente a mejor maquillaje y peluquería (por encima de Border, tercer filme sueco que se queda a las puertas de la categoría) y, tal y como se esperaba desde hace meses, Ha nacido una estrella el referente a mejor canción para ese icónico “Shallow” que tan bien han interpretado Lady Gaga y Bradley Cooper en uno de los pocos momentos emocionantes de una velada que pareció desear acabar desde que dio comienzo. A continuación, el palmarés completo:

    ◉ Mejor película: Green Book, Peter Farrelly | Universal Pictures.
    ◉ Mejor película de habla no inglesa: Roma, Alfonso Cuarón | México.
    ◉ Mejor película de animación:  Spider-Man: Un nuevo universo, Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman.
    ◉ Mejor película documental: Free Solo, Jimmy Chin, Elizabeth Chai Vasarhelyi.
    ◉ Mejor dirección: Alfonso Cuarón, Roma.
    ◉ Mejor actriz: Olivia Colman, La favorita.
    ◉ Mejor actor: Rami Malek, Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejor actriz secundaria: Regina King, El blues de Beale Street.
    ◉ Mejor actor secundario: Mahershala Ali, Green Book.
    ◉ Mejor guion original: Nick Vallelonga, Brian Currie y Peter Farrelly, Green Book.
    ◉ Mejor guion adaptado: Charlie Wachtel, David Rabinowitz, Kevin Willmott y Spike Lee, Infiltrado en el KKKlan.
    ◉ Mejor fotografía: Alfonso Cuarón, Roma, en blanco y negro.
    ◉ Mejor montaje: John Ottman, Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejor música: Ludwig Goransson, Black Panther.
    ◉ Mejor canción original: Ha nacido una estrella: «Shallow».
    ◉ Mejor diseño de vestuario: Ruth Carter, Black Panther.
    ◉ Mejor diseño de producción: Hannah Beachler y Jay Hart, Black Panther.
    ◉ Mejor sonido: Paul Massey, Tim Cavagin y John Casali, Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejor edición de sonido: John Warhurst y Nina Hartstone, Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejores efectos visuales: Paul Lambert, Ian Hunter, Tristan Myles y J.D. Schwalm, First Man.
    ◉ Mejor maquillaje y peluquería: Greg Cannom, Kate Biscoe y Patricia DeHaney, El vicio del poder.
    ◉ Mejor cortometraje de ficción: Skin, Guy Nattiv.
    ◉ Mejor cortometraje documental: Period. End of Sentence, Rayka Zehtabchi.
    ◉ Mejor cortometraje de animación: Bao, Domee Shi.

    Listado de nominaciones de la 91ª edición.

    por Juan Roures
    febrero 25, 2019

    Oscars 2019: Ganadores

    por Juan Roures | febrero 25, 2019

    «El blues de Beale Street», de Barry Jenkins, gran triunfadora de los Spirit Awards.

    Tal y como hizo hace dos años con Moonlight, Barry Jenkins se ha impuesto en los Spirit Awards con la igualmente maravillosa pero mucho más infravalorada El blues de Beale Street, reconocida con los dos galardones principales (película y dirección, dos tristes omisiones de los Oscars), así como el entorchado a mejor actriz de reparto para la arrebatadora Regina King. Esta última vencedora, al igual que Glenn Close (perfectamente olvidable en La buena esposa) y Richard E. Grant (muy sugerente en ¿Podrás perdonarme algún día?, premiada también por su brillante guion), podría volver a triunfar en unas horas, ya que, quizá arriesgando poco, los máximos reconocimientos del cine independiente se han quedado con los trabajos más “oscarizables”, dejando sin nada a joyitas más puramente indies como No dejes rastro, la cual sí ha permitido a Debra Granik recibir el Bonnie Award creado el año pasado para reconocer a mujeres directores y poner así un granito de arena a la estabilización de la balanza. No podrán evidentemente repetir triunfo esta noche la arriesgada interpretación de Ethan Hawke por El reverendo y el conmovedor documental Won’t You Be My Neighbour?, las dos omisiones académicas más cuestionadas del año. Y, hablando de repeticiones, el director de fotografía tailandés Sayombhu Mukdeeprom venció el año pasado por Call Me by Your Name y ha vuelto a hacerlo esta vez con Suspiria, también de Luca Guadagnino, en la que ha recaído además el entorchado a mejor reparto. Curioso, por otro lado, que Bo Burnham, reconocido gracias a la simpática Eighth Grade como mejor nuevo director por el Sindicato de Directores por encima del popular Bradley Cooper (Ha nacido una estrella), haya perdido aquí frente a Boots Riley por la muy original Sorry to Bother You, debiendo conformarse con el reconocimiento a mejor primer guion, arrebatado a cintas tan interesantes como The Tale y Purasangre. A destacar, por último, la victoria del atractivo montaje de American Animals, así como, claro está, la de Roma sobre La favorita en la categoría internacional, logrando así el mexicano Alfonso Cuarón (bueno, y Netflix) un último empujón antes de la hora clave | Juan Roures.

    ◉ Mejor película: El blues de Beale Street, Barry Jenkins.
    ◉ Mejor dirección: Barry Jenkins, El blues de Beale Street.
    ◉ Mejor actriz protagonista: Glenn Close, La buena esposa.
    ◉ Mejor actor protagonista: Ethan Hawke, El reverendo.
    ◉ Mejor actriz secundaria: Regina King, El blues de Beale Street.
    ◉ Mejor actor secundario: Richard E. Grant, ¿Podrás perdonarme algún día?
    ◉ Mejor guion: Nicole Holofcener y Jeff Whitty, ¿Podrás perdonarme algún día?
    ◉ Mejor montaje: Joe Bini, En realidad, nunca estuviste aquí.
    ◉ Mejor documental: Won’t You Be My Neighbor?, Morgan Neville.
    ◉ Mejor fotografía: Sayombhu Mukdeeprom, Suspiria.
    ◉ Mejor primera película: Sorry to Bother You, Boots Riley.
    ◉ Mejor primer guion: Bo Burnham, Eighth Grade
    ◉ John Cassavetes Award: En el séptimo día, Jim McKay.
    ◉ Robert Altman Award: al reparto de Suspiria, Luca Guadagnino.
    ◉ Mejor película internacional: Roma, Alfonso Cuarón, México.
    ◉ Premio de los productores: Shrihari Sathe.
    ◉ Someone to watch award: Alex Moratto, Sócrates.
    ◉ Truer than fiction award: Bing Liu, Minding the Gap.
    ◉ Bonnie Award: Debra Granik.

    por Emilio M. Luna
    febrero 24, 2019

    Palmarés de los Independent Spirit Awards 2019

    por Emilio M. Luna | febrero 24, 2019


    Berlinale 2019: Lo mejor (Parte II)

    En nuestro segundo resumen de la 69ª edición de la Berlinale destacamos Staff only, de Neus Ballús, So long, my son de Wang Xiaoshuai y Varda per Agnès, de Agnès Varda.



    por Emilio M. Luna
    febrero 23, 2019

    Berlinale 2019: Lo mejor (Parte II)

    por Emilio M. Luna | febrero 23, 2019

    Rebeldía de la compasión

    Cineclub by BenQ: «El silencio de Lorna» de Jean-Pierre y Luc Dardenne.

    Bélgica, 2008. 105 minutos. Título original: Le silence de Lorna. Director: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Guion: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Fotografía: Alain Marcoen. Productor: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, Olivier Bronckart, Rémi Burah, Denis Freyd et alia. Edición: Marie-Hélène Dozo. Diseño de producción: Igor Gabriel. Diseño de vestuario: Monic Parelle. Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Olivier Gourmet, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj, Morgan Marinne, Anton Yakovlev, Grigori Manoukov, Mireille Bailly, Stéphanie Gob, Laurent Caron, Alexandre Trocky, Baptiste Somin.

    El término «inhumano» se suele emplear para calificar los actos más atroces, aquellos que, efectivamente, atentan contra pulsiones propias de la psique de nuestra especie, léase el instinto de cuidado o la empatía. Sin embargo, dicho adjetivo también es adecuado para doctrinas que pretenden suprimir otro tipo de impulsos, en absoluto edificantes, que también anidan dentro del corazón de las personas. Hay, por lo tanto, mucho de «inhumano» en la bella prédica de, pongamos por caso, los Evangelios, puesto que, si bien el perdón no solo es posible, sino hasta recomendable y sano, e incluso más para quien lo otorga que para quien lo recibe, lo de devolver el bien a cambio del mal y amar a nuestros enemigos resulta bastante difícil de digerir. Lo mismo sucede con el sublime imperativo categórico kantiano, que se contiene, grosso modo, en los siguientes extractos de su pensamiento ético:

    «El deber ha de ser una necesidad práctico-incondicionada de la acción; ha de valer, pues, para todos los seres racionales […], y sólo por eso ha de ser ley para todas las voluntades humanas. En cambio, lo que se derive de la especial disposición natural de la humanidad, lo que se derive de ciertos sentimientos y tendencias […] no hubiere de valer necesariamente para la voluntad de todo ser racional. […] [La] filosofía […] debe ser firme, sin que, sin embargo, se apoye en nada ni penda de nada en el cielo ni sobre la tierra. Aquí ha de demostrar su pureza como guardadora de sus leyes, no como heraldo de las que le insinúe algún sentido impreso o no sé qué naturaleza tutora […]. [El] hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad».

    Depurada quintaesencia del deber moral, libre de dogmatismos sectarios, la supresión de los premios o los castigos como método para estimular una conducta determinada, la necesidad de obrar correctamente como valor en sí mismo, y además no como impulso sentimental (sin duda voluble), sino por mor de una férrea voluntad, o la imposibilidad de flexibilizar los comportamientos en virtud de fines más elevados (a menudo, engañosos), hacen que las teorías éticas de Immanuel Kant sean tan admirables como complicadas de llevar a cabo. Sobre todo, porque requieren un grado de autocontrol e inteligencia al alcance de unos pocos privilegiados. No deja de ser paradójico, en consecuencia, que el conjunto de la filmografía de Jean-Pierre y Luc Dardenne constituya una especie de puesta en práctica de dicho imperativo categórico bajo un prisma posibilista, digamos que «auténticamente» humano, esto es, no motivado por un análisis racional de aquello que proporciona la verdadera felicidad –y que es una perogrullada señalar que no se limita a la autosatisfacción de los impulsos egoístas–, sino fundado, esencialmente, en los conflictos emocionales que experimentan todos y cada uno de sus personajes en su lucha desesperada por alcanzar dicha felicidad. En cierta medida, el corpus creativo de este tándem supone pasar la moral de Kant –quien también tenía muy claro que el propósito de la existencia era ser felices– a través del tamiz del existencialismo. Tomemos las declaraciones de Jean Paul Sastre sobre la ética que yace en su pensamiento filosófico para aclarar semejante afirmación:

    «Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace. […] No puede ser considerada como una filosofía del quietismo, puesto que define al hombre por la acción; ni como una descripción pesimista del hombre […], puesto que el destino del hombre está en él mismo; ni como una tentativa para descorazonar al hombre alejándole de la acción, puesto que le dice que sólo hay esperanza en su acción, y que la única cosa que permite vivir al hombre es el acto. […] No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión de la trascendencia, como constitutiva del hombre […], y de la subjetividad, en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista. Humanismo porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo […]; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente como humano».

    por Elisenda N. Frisach
    febrero 20, 2019

    Cineclub by BenQ: El silencio de Lorna (2008)

    por Elisenda N. Frisach | febrero 20, 2019

    Ficciones de lo real

    Crítica ★★★ de «Cafarnaúm», de Nadine Labaki.

    Líbano, 2018. Título original: «Capharnaüm». Dirección: Nadine Labaki. Guion: Nadine Labaki (Historia: Labaki Jihad Hojeily). Productora: Les Films des Tournelles. Música: Khaled Mouzanar. Fotografía: Christopher Aoun. Reparto: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Boluwatife Treasure Bankole, Kawthar Al Haddad, Fadi Kamel Youssef, Cedra Izam, Alaa Chouchnieh, Nour el Husseini, Elias Khoury, Nadine Labaki. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de Cannes. Duración: 126 minutos.

    Cafarnaúm, como filme que retrata la vida en los barrios bajos urbanos, puede sumarse a una larga lista de películas que buscan concientizar al espectador sobre la situación social de los desposeídos. Si pensamos en la función política del cine, no hay dudas de que con su tercer largometraje, Labaki tuvo una clara idea de aportar un mensaje a la audiencia, en especial si se consideran los escenarios elegidos —las zonas marginadas de Beirut— y particularmente, la decisión de incluir a Zain Al Rafeea como protagonista, un niño que hasta la filmación no sabía leer ni escribir y, habiendo nacido en Siria en 2004, se trasladó finalmente al Líbano como refugiado. A pesar de que no resulta crucial tener esta información a la hora de seguir la historia, estos elementos le otorgan a la obra una faceta documental que se vuelve indisociable del nivel ficcional, el guion y los artilugios narrativos que la directora utiliza para dar forma al relato. Es indiscutible, entonces, que la ficción como tal se puede rastrear en ciertas decisiones estéticas o en una mirada que termina de conformar el filme en sí. Si bien es cierto que la película ha sido bien recibida tanto en Cannes (tuvo una ovación y obtuvo el Premio del Jurado) como en Hollywood (tiene una nominación al Oscar), no ha sido sin un debate ético sobre los límites de la representación de la pobreza. Por un lado, se encuentran los que creen necesario —y hasta obligatorio— evidenciar una situación que viven miles de personas a diario y que, reflejado de forma directa y cruda, puede alertar al espectador sobre eventos que desconocía —o evitaba. Por otro, hay quienes ven en ese retrato sin concesiones, una explotación innecesaria de miseria y bajezas. Personalmente, me ubico en el segundo grupo, ya que en general, cuando me enfrento a películas con escenas en las cuales los personajes transitan el límite de lo miserable, me pregunto si el hecho de mostrar una realidad tal como es, puede llegar a cambiar, de forma real y efectiva, una situación general de desprotección social. A su vez, me resulta paradójico el hecho de que desde la dirección y el guion se recree un universo de manera artificial, se hagan retomas de un niño hurgando en la basura con música de fondo o se corrija la luz en un plano en el cual un bebé llora de manera desconsolada por hambre.

    Dejando de lado esta sensación descripta, que no invalida los aciertos que sí valen destacar de Cafarnaúm, el filme funciona desde su manejo narrativo y Labaki demuestra un gran talento para trabajar sobre la caracterización del carismático Zain, un niño que debe crecer a los golpes en un contexto que es sumamente difícil ya para un adulto. El camino recorrido por el protagonista, a lo cual se suma su encuentro con una madre de origen etíope en situación de pobreza extrema, resulta el elemento distintivo de una obra que no es fácil de digerir pero en sus minutos finales nos deja un hálito de esperanza. Al seguir al niño e identificarnos con sus pesares y angustias, nos sumergimos también en un contexto en el cual el personaje debe, antes que todo, resistir, no sólo los embates de una sociedad en descomposición y carente de solidaridad, sino la violencia y maltrato de su propia familia. Por ende, dadas estas adversidades, a lo largo de la película somos arrastrados, junto con Zain, hacia la realidad bruta, logrando que la sensación de caer cada vez más bajo y de que no hay salida posible para el pequeño héroe se presente en todo momento. Ahora bien, a sabiendas de que no basta con una serie de infortunios para contar una historia, Labaki aporta, desde el guion y desde el montaje, un recurso que, en ocasiones funciona, pero en otros se diluye en la marea de acontecimientos. La película comienza con la imagen de Zain esposado y caminando dentro de un tribunal. De este modo, nos enteramos de que hizo algo malo, aunque no terminamos de comprender qué es lo que lo llevó a prisión. Es, entonces, a través de largos flashbacks que vamos conociendo más sobre este niño y lentamente podemos armar el rompecabezas que nos permite adentrarnos en su historia personal, en su atormentada infancia y en los eventos que determinaron su situación presente. Así, el desdoblamiento en dos líneas temporales es un recurso interesante desde lo conceptual pero no del todo logrado en cuanto a la dinámica de la narración: el juicio (en el presente), es el intelecto, la mirada distanciada y fría de un tribunal que solo accederá a la realidad de manera indirecta, a través de un testimonio que puede ser debatible o tergiversado —que es exactamente lo que termina sucediendo. Sin embargo, desde el punto de vista del guion, esta división en dos tiempos y espacios disímiles, nunca termina de integrarse en un todo y, sobre el final, sentimos que las respuestas llegan de manera arbitraria y forzada, intentando que la historia tenga un cierre esperanzador, aunque poco verosímil.

    ¿Qué es lo que persiste en el recuerdo tras asistir a la proyección de un filme como Cafarnaúm? Probablemente sea una sensación, una molestia por hechos que sabemos que existen pero son de tal magnitud y extensión, que resultan imposibles de abordar en su conjunto —tal y como lo expresa el título, el término Capernaum, en una de sus acepciones, significa caos. La falta de un horizonte para millones de personas que habitan en el mundo, y, que, por causas y contextos diversos, se enfrentan a las peores condiciones de vida, es un hecho que para muchos está naturalizado —especialmente en Occidente. Pero la paradoja está a la orden del día y permanece, latente, para cualquier persona que intente ir más allá de las apariencias: si con su cámara precisa y directa, Labaki se encarga de evidenciar y denunciar un hecho real y cotidiano; volviéndonos conscientes de que “mirar para otro lado” no resolverá nada, una ovación en un festival de cine o una estatuilla tampoco compensan la situación, y puede leerse más como un acto de compasión vacua que como un llamado a la acción concreta y real. En todo caso, si de consecuencias directas hablamos, la relocalización del niño protagonista en Noruega y su asistencia a la escuela por primera vez en su vida, son ejemplos de una directora comprometida con su trabajo, que ha podido ofrecer ayuda a alguien que la necesitaba, y además, lo ha hecho entregándonos una obra que, pese a cierto sentimentalismo, merece ser vista y apreciada | ★★★


    Hernán Touzón
    © Revista EAM / Barcelona


    por Hernán Touzón
    febrero 20, 2019

    Crítica | Cafarnaúm

    por Hernán Touzón | febrero 20, 2019

    Los límites de lo público y lo privado

    Crítica ★★★★ de «El candidato», de Jason Reitman.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «The Front Runner». Director: Jason Reitman. Guion: Jason Reitman, Matt Bai, Jay Carson (Libro: Matt Bai). Productores: Helen Estabrook, Aaron L. Gilbert, Jason Reitman. Productoras: Bron Studios / Right of Way Films / Creative Wealth Media Finance. Distribuida por Columbia Pictures. Fotografía: Eric Steelberg. Música: Rob Simonsen. Montaje: Stefan Grube. Reparto: Hugh Jackman, Vera Farmiga, J.K. Simmons, Sara Paxton, Mark O'Brien, Molly Ephraim, Chris Coy, Alfred Molina.

    Desde su brillante debut con Gracias por fumar (2005), Jason Reitman ha conseguido labrarse una apreciable filmografía en la que tuvieron excesivo peso la presencia en los Oscar de Juno (2007), ganadora de la estatuilla por el guion de Diablo Cody, y Up in the Air (2009), candidata a seis premios. Con semejante listón, era normal que sus siguientes cintas fuesen consideradas “menores”, al no colmar todas las expectativas que se habían creado sobre el director, aun cuando estamos hablando de títulos tan apreciables como Young Adult (2011) o Tully (2018), dos sorprendentes comedias que regalaron a Charlize Theron los mejores personajes que le ha tocado interpretar en los últimos años. Es más, incluso en sus peores trabajos hasta la fecha, Una vida en tres días (2013) y Hombres, mujeres y niños (2014), también quedaría patente la buena mano de Reitman para la dirección de actores, consiguiendo, en el caso del segundo filme citado, una meritoria interpretación dramática del casi siempre denostado Adam Sandler. El candidato (2018), su última obra que ha llegado a las carteleras, supone un auténtico giro de 180 grados a todo lo que el cineasta nos tenía acostumbrados, aparcando su humor sarcástico y crítico habitual para sumergirse en las pantanosas aguas del biopic de una controvertida figura política, empleando un estilo sobrio y clásico muy de agradecer, que emparenta el filme con aquellos dramas políticos que triunfaron en la década de los setenta, con El candidato (Michael Ritchie, 1972), protagonizado por Robert Redford y con el que, curiosamente, comparte título en español y muchas similitudes argumentales, o Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), toda una obra maestra del género que contó las pesquisas periodísticas que desencadenaron el polémico “caso Watergate”, a la cabeza. Este proyecto llega en un momento en el que este tipo de cine parece vivir un saludable auge, si nos atenemos a otros estrenos cercanos en el tiempo como Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017), El escándalo Ted Kennedy (John Curran, 2017) o El vicio del poder (Adam McKay, 2018), esa estupenda sátira que, probablemente, ha hecho sombra a la cinta de Reitman, provocando que su presencia en la última carrera de premios fuese prácticamente nula.

    Nunca sabremos cómo le habría ido a Estados Unidos si, en vez de Bush padre hubiese tomado posesión de la Casa Blanca Gary Hart. Con un brillante pasado como estudiante en la Universidad de Yale y una sólida trayectoria en la abogacía a sus espaldas, este candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, fue saludado, por su gran atractivo físico, carisma arrollador y una integridad personal que cautivó a millones de ciudadanos, como digno sucesor de los Kennedy para acabar, en las elecciones de 1988, con ocho años de mandato republicano de Reagan. Pero un contratiempo surgió en su meteórico camino al poder en forma de lío de faldas con la joven modelo Donna Rice que la prensa sensacionalista no dudó en airear, destrozando la inmaculada imagen pública de Hart, la de un buen hombre felizmente casado y padre de familia ejemplar. La presión de los medios empujó al candidato a ser reemplazado por un Michael Dukakis que no tuvo la fuerza ni el carisma suficientes para tumbar a George Bush en las urnas y, así, poner fin a una carrera presidencial que se presumía imparable. El candidato adapta el libro All the Truth is Out, escrito por el periodista Matt Bai, aquí uno de los responsables del propio guion, y pone el foco de atención, no solo en el afectado aspirante a presidente, sino también en el grupo de personas que trabajaron codo con codo con él para tratar de alcanzar su sueño, en aquellos periodistas ávidos de noticias escandalosas con las que vender más periódicos, en la esposa de Hart, sufridora en silencio del linchamiento que sufre su marido, e, incluso, en esa joven amante a la que las circunstancias acaban superándola y se convierte en una mujer señalada por el dedo acusador de todo un país. La película pone sobre la mesa varios temas interesantes de debatir: ¿hasta qué punto interesa la vida privada de un político y por qué se le exige una conducta moral intachable, como si esto fuese incompatible con saber desempeñar sus funciones profesionales con ética y disciplina? ¿Dónde están los límites de la intimidad de los personajes “públicos” y hasta dónde tiene derecho la prensa de someterles a un acoso mediático con el fin de indagar en sus miserias, ya sean sexuales o de cualquier otra índole, sin medir los daños que puedan ocasionar?

    Y es que el caso de Gary Hart está considerado todo un antecedente a lo ocurrido con Bill Clinton y Mónica Lewinski, suponiendo una ruptura de ese respeto que la prensa guardaba hacia los políticos, hasta entonces nada acostumbrados a la persecución de unos paparazzis que encontraban mejores objetivos en las estrellas de cine o de la música. El candidato es una cinta que destaca por la elegancia y sutileza con las que aborda las presuntas correrías extramatrimoniales de su protagonista (en ningún momento el adulterio está mostrado de forma explícita en pantalla, otorgando el beneficio de la duda a la versión de un Hart que jamás reconoció sus debilidades), y que maneja diferentes puntos de vista y una gran cantidad de información para que el espectador pueda crearse su propia opinión acerca de los hechos que relata sin. A pesar de la densidad de una historia que se mueve continuamente entre los pormenores de la campaña electoral, las decisiones que se toman en las redacciones de los periódicos y las grietas familiares que surgen a raíz de la noticia, Reitman sabe plasmarla en imágenes de una manera clara y concisa, haciendo alarde de un pulso narrativo excelente que le revela como dignísimo sucesor de maestros como Pakula o Lumet. Hugh Jackman, actor todoterreno que ha dado sobradas muestras de sus capacidades interpretativas más allá de su Lobezno de la saga X-Men, aprovecha esta oportunidad para entregar uno de sus mejores trabajos hasta la fecha, contenido y carismático, que consigue hacer cercana la impotencia y vulnerabilidad de su personaje. A su alrededor, Vera Farmiga, Sara Paxton o J.K. Simmons también están más que convincentes y funcionan como perfecto apoyo del protagonista, a pesar de que sus personajes no están todo lo bien perfilados para destacar lo suficiente. Jason Reitman ha conseguido aquí una de sus mejores películas, un atractivo drama biográfico que invita a la reflexión (¿todo vale para lograr una exclusiva?), magníficamente ambientado, que sabe conjugar con eficacia el conflicto interior que vivió Hart con una acertada denuncia de la falta de escrúpulos de cierto periodismo amarillista que, en nuestros días, continúa dejando cadáveres en el camino, aferrándose a la libertad de prensa sin ningún tipo de compasión | ★★★★


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    por José Martín León
    febrero 20, 2019

    Crítica | El candidato

    por José Martín León | febrero 20, 2019

    El genio que incita al miedo

    Crítica ★★★ de «Dovlátov», de Aleksey German Jr.

    Rusia, 2018. Título original: «Dovlatov | Довлатов». Dirección: Aleksey German Jr. Guion: Aleksey German Jr. Productoras: Art and Pop Corn / Message Film / Metrafilms / SAGa. Operador de Steadicam: Valerii Petrov. Fotografía: Lukasz Zal. Montaje: Daria Gladysheva, Sergey Ivanov. Reparto: Artur Beschastny, Danila Kozlovsky, Milan Maric, Anton Shagin, Helena Sujecka. Presentación oficial: sección oficial de la Berlinale 2017. Duración: 126 min.

    Dovlátov es la última película del director ruso Aleksey German Jr., quien siguiera los pasos artísticos de su padre, cineasta que durante su carrera se vio enfrentado a las presiones y censura del régimen soviético. En lo que refiere a la elección del contexto y el personaje de su último filme (seis días de 1971 en la vida de Serguéi Dovlátov, uno de los máximos referentes de la literatura rusa del siglo XX), German se extiende en una tesis que le permite explorar lo que sucede cuando una persona debe enfrentarse a un sistema de poder que intenta dominar su impulso creativo y solo está interesado en el arte como medio para resaltar valores patrióticos y consignas propagandísticas. Considerando la amplia variedad de ejemplos de biopics sobre artistas, músicos y escritores, en este caso se trata de una obra atípica para lo que acostumbramos ver en pantalla, ya que por norma general, podemos diferenciar dos aproximaciones: en una, que podría definirse como esperanzadora, se resaltan los méritos y las buenas acciones del personaje retratado, y en otra, más realista y en ocasiones sensacionalista o exagerada, el protagonista —en general el genio, el incomprendido— cae en un espiral de autodestrucción que amenaza con su carrera y su vida. En ese sentido, el cineasta ha optado por mantener el registro en una zona gris, en la cual si bien predomina la desesperanza de Dovlátov (Milan Maric) ante un contexto claramente hostil, el filme nunca se sitúa en los extremos, en un intento por evidenciar el tedio y la desgana de una vida desaprovechada y sin rumbo. Para lograr esto, German recurre a la utilización de largas tomas y un manejo de cámara de tipo exploratorio que elimina la necesidad del corte, recurso mediante el cual seguimos al personaje mientras asiste, casi como un outsider, a reuniones de artistas o deambula por la gélida Leningrado meditando sobre su situación, a la vez que intenta reflotar la relación con su pareja (Elena Dovlatova, interpretada por Helena Sujecka) y servir de modelo a su pequeña hija.

    Desde un comienzo, a través de una reflexiva y casi rendida voz en off del propio escritor, el metraje nos sumerge en la vida cotidiana soviética, esto es, la Rusia post-estalinista —más precisamente los años del gobierno de Breshnev. Trabajando como reportero para el periódico de una fábrica, la autoconciencia de Dovlátov acerca de su destierro es total, y los fallidos intentos por ser aceptado en la Unión de Escritores Soviéticos —condición indispensable para aspirar a ser publicado— son retratados por el director de una forma poco convencional: en ningún momento vemos a Dovlátov escribiendo ni tampoco percibimos una posibilidad tangible de que el escritor convierta en realidad sus aspiraciones, sino que hay una búsqueda por parte de German de sumergirnos en esa temporalidad anodina, en un clima de desazón constante, no solo para el protagonista sino también para su círculo de allegados, ya que la mayoría de sus amigos (el poeta Brodsky, ganador del Nobel, por ejemplo) se encuentran en la misma situación. De este modo, el film resulta atractivo desde su realización, en especial gracias al trabajo de fotografía de Lukasz Zal (Ida) y a la excelente reconstrucción del Leningrado de los 70, pero no tanto desde la narración, ya que debido a un registro que constantemente esquiva cualquier impacto emocional, son pocos los pasajes en los cuales podemos identificarnos plenamente con los pesares de los personajes. A pesar de eso, la película cuenta con un puñado de escenas muy sugestivas, como por ejemplo las que se desarrollan en forma de ensoñaciones, que van desde encuentros cara a cara entre Dovlátov y un inusualmente amigable Breshnev, hasta otras en las cuales el protagonista rememora sus tiempos como guardia de un campo de concentración. En ese aspecto, la psicología del personaje y su endeble momento personal resultan un interesante campo de reflexión para el filme, lo cual viene acompañado de una correcta interpretación por parte de Maric (resulta llamativa su semejanza física con Dovlátov), quien, para dar a entender un estado de ánimo, recurre a gestos y miradas antes que a palabras.

    Uno de los rasgos más destacados es, sin duda, su libertad y originalidad a la hora de plantear las escenas, ya que el cineasta aporta una mirada ácida y en clave de sátira de muchas situaciones que, para el contexto, resultaban de gran importancia y formalidad, lo que se emparenta directa y no casualmente con el estilo de escritura de Dovlátov. Tal es el caso del rodaje de un filme propagandístico de la vida de los grandes escritores de la época prerevolucionaria (Dostoievski y Pushkin, entre otros), al que Dovlátov asiste para realizar un reportaje, lo cual lo obliga a conversar con los actores sobre la situación actual de la URSS como si se tratara de la opinión de los personajes reales. Más seria y con un duro desenlace resulta la subtrama que une al protagonista con su amigo David, un artista cuyo mayor referente es Jackson Pollock y que para subsistir y mantener sus esperanzas de huir del régimen se dedica a contrabandear productos del mundo capitalista. A su vez, el director plantea su visión general sobre la censura por parte del gobierno, asimilando su discurso con el del derrotado Dovlátov, destacándose un pasaje en el cual el protagonista describe el difícil contexto que atravesaban los escritores de la época: «Las revistas de literatura soviéticas tienen una regla: la falta de talento no es rentable, un talento es alarmante, un genio incita al miedo y, por ende, las habilidades literarias mediocres resultan las más vendibles.» De esta manera, la cinta navega por las aguas de la desesperación, pero manteniendo un tono quizás demasiado sutil y cerebral para lo que se está narrando —la imposibilidad de avanzar, de ser reconocido, y en última instancia, de desarrollarse en la vida en sociedad. Y si bien la malicia del poder, la injusticia y la búsqueda de sentido por parte de Dovlátov están bien retratadas, al finalizar su visionado, la película deja un sabor amargo por haber desaprovechado la oportunidad de ahondar en el conflicto de los personajes de una forma más directa y con menos digresiones. De todos modos, conocer de antemano el final de la historia puede equilibrar un poco los términos, ya que el hecho de saber que el talento de Dovlátov tuvo cierto reconocimiento en vida —tras exiliarse en Nueva York, su obra completa fue publicada, aunque murió a los 48 años de un ataque cardiaco— le quita algo de desesperanza al filme en sí, lo cual puede llegar a justificar su carácter algo frío y en muchas ocasiones, distanciado | ★★★


    Hernán Touzón
    © Revista EAM / Barcelona


    por Hernán Touzón
    febrero 20, 2019

    Crítica | Dovlátov

    por Hernán Touzón | febrero 20, 2019

    Nadav Lapid reina en Berlín con sus Sinónimos.

    ◉ Oso de Oro a la mejor película: Synonymes, Nadav Lapid, Israel.
    ◉ Oso de Plata | Gran Premio del Jurado: Gracias a Dios, François Ozon, Francia.
    ◉ Oso de Plata | Premio Alfred Bauer: System Crasher, Nora Fingscheidt, Alemania.
    ◉ Oso de Plata a la mejor dirección: Angela Schanelec, I was at home, but, Alemania.
    ◉ Oso de Plata a la mejor actriz: Yong Mei, So long, my son, China.
    ◉ Oso de Plata al mejor actor: Wang Jingchun, So long, my son, China.
    ◉ Oso de Plata a la mejor contribución técnica: Rasmus Videbæk, por la fotografía de Out Stealing Horses, Noruega.
    ◉ Oso de Plata al mejor guion: Maurizio Bracci, Claudio Giovannesi, Roberto Saviano, Pirañas, Italia.
    ◉ Premio a la mejor ópera prima: Oray, Mehmet Akif Büyükatalay, Alemania.
    ◉ Premio al mejor documental: Talking About Trees, Suhaib Gasmelbari, Sudán.
    ◉ Oso de Oro al mejor cortometraje: Umbra, Florian Fischer, Johannes Krell, Alemania.
    ◉ Oso de Plata al segundo mejor cortometraje: Blue Boy, Manuel Abramovich, Argentina.
    ◉ Oso de Oro honorífico: Charlotte Rampling.

    Premios paralelos:

    ◉ Premio FIPRESCI (Sección oficial): Synonymes, Nadav Lapid, Israel.
    ◉ Premio FIPRESCI (Panorama): Dafne, de Federico Bondi, Italia.
    ◉ Premio FIPRESCI (Forum): Die Kinder der Toten, Kelly Copper, Pavol Liska, Austria.
    ◉ Teddy Award: Breve historia del planeta verde, Santiago Loza, Argentina.
    ◉ Gran Premio del jurado Generation KPlus: A First Farewell, Wang Lina, China.
    ◉ Gran Premio del jurado Generation 14Plus: House of Hummingbird, Kim Bo-ra, Corea del Sur.
    ◉ Premio del público de la sección Panorama: 37 seconds, Hikari, Japón.
    ◉ Premio del público de la sección Panorama (documentales): Talking About Trees, Suhaib Gasmelbari, Sudán.

    por Emilio M. Luna
    febrero 16, 2019

    Palmarés de la 69ª edición de la Berlinale

    por Emilio M. Luna | febrero 16, 2019



    por Redacción EAM
    febrero 13, 2019

    Berlinale 2019: Lo mejor (Parte I)

    por Redacción EAM | febrero 13, 2019

    A Horse With No Name

    Crítica ★★★★ de «The Sisters Brothers», de Jacques Audiard.

    Francia, 2018. Título original: «The Sisters Brothers (Les frères Sisters)». Director: Jacques Audiard. Guion: Jacques Audiard, Thomas Bidegain (Novela: Patrick Dewitt). Duración: 121 minutos. Edición: Juliette Welfling. Fotografía: Benoît Debie. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Michel Barthélémy. Diseño de vestuario: Milena Canonero. Productora: Coproducción Francia-Estados Unidos-España-Rumanía; Annapurna Pictures / Why Not Productions / Michael De Luca Productions / Page 114 / Mobra Films Productions / KNM / Top Drawer Entertainment / France 2 Cinema / France 3 Cinéma / UGC Images / Apache Films / Les Films Du Fleuve. Intérpretes: Joaquin Phoenix, John C. Reilly, Jake Gyllenhaal, Riz Ahmed, Rebecca Root, Jóhannes Haukur Jóhannesson, Ian Reddington, Philip Rosch, Rutger Hauer, Carol Kane, Creed Bratton, Duncan Lacroix, Niels Arestrup. Presentación oficial: Venice Film Festival, 2018.

    El western posmoderno se concibe bajo la promesa de la nostalgia, con una cláusula ineludible que garantiza al espectador la suculenta evocación de una época dorada mediante el reflejo romantizado de lo clásico. Ya no es suficiente la presencia del héroe, ahora es necesario que ese héroe se consolide como una analogía del progreso bajo una reformulación de los valores tradicionales, sólo así podríamos validar la necesaria línea divisoria que plantea el argumento entre el bien y el mal. Este razonamiento maniqueo se desvanece, como también lo hacen héroes y villanos, en la nueva película de Jacques Audiard: The Sisters Brothers; y uno de los elementos que mejor nos permitirá entender este giro iconoclasta que Audiard le da al western es el caballo. Eterno compañero inseparable de soldados y forajidos, indios y vaqueros, el caballo representa como nadie el atavismo glorioso de las épicas batallas. Estoico cabalgador incansable, amigo inseparable de tamaña nobleza que, en más de una ocasión, los jinetes han llegado a sacrificar su vida por la de tan fiel camarada, pues por su lealtad y confianza consiguieron escapar de la muerte en tantas otras. No ocurrirá lo mismo con los animales de los hermanos Sisters, y prueba de ello será una poderosa escena fuera de plano en la cual, durante una noche de fiebres y pesadillas, el rocín del mayor de ellos, Eli, sufrirá el ataque de un oso salvaje que lo dejará maltrecho y arrastrando desde entonces una herida abierta y supurante en media cara que lo cegó de un ojo. Mediante este recurso, el director consigue incrementar la sensación de incomodidad y cansancio del peligroso y abrupto viaje, al tiempo que nos presenta una sutil metáfora del caballo como animalización del cazarrecompensas, con la particularidad de que un animal, por norma general, siempre logrará un grado de empatía y ternura mucho mayor que el que pueda alcanzar un humano.

    Como decíamos, al igual que se desmorona la mesiánica visión del caballo, también lo hace la axiomática participación del héroe y del villano, al menos, en su vertiente más tradicional. A primera vista, los protagonistas son dos asesinos a sueldo que trabajan para uno de los mayores canallas del oeste, el comodoro. Su implicación en el régimen totalitario y tiránico de este explotador los convierte sin ninguna duda en dos villanos, sin embargo, antes de lanzar conclusiones precipitadas, repasemos sucintamente las tres líneas narrativas paralelas de las que se compone el metraje. En primer lugar tenemos la historia principal que da título y argumento a la película: la trama de Eli y Charlie Sisters. Dos hombres con un mismo objetivo, aunque movidos por motivos muy diferentes; por un lado descubrimos al joven Charlie, un insensato e impredecible pistolero que ha sabido encontrar la felicidad en la miseria de su existencia. La satisfacción que encuentra en la violencia lo convierte en uno de los hombres de confianza del comodoro, quien no duda en ofrecerle más privilegios e información de los que puede otorgar a Eli, el más responsable de los dos, pero a quien desde el comienzo se le intuyen serias dudas en lo concerniente a un cambio de vida. Eli tendrá que sacar a su hermano menor de innumerables apuros, convirtiéndose así en el héroe de éste y, por lo tanto, en el personaje con más papeletas para acaparar la simpatía del público. Sin embargo, en la constante preocupación de Eli hacia el irresponsable de su hermano, podemos vislumbrar una deuda pendiente, una carga que ha estado torturando al mayor de los Sisters durante mucho tiempo, y que podría explicar que esa desquiciada fachada de Charlie sea el resultado de un trauma pretérito por el que Eli se siente de algún modo responsable. Aquí podríamos entrever el momento heroico de Charlie, un papel que no le tocaba asumir por jerarquía, pero que aceptó pese a todo, salvando quizá la vida de su hermano, quien quedaría desde entonces sujeto a una eterna deuda de gratitud mientras el héroe comenzaría en aquel momento, tras la toma de esa dramática decisión narrada con sucinta destreza, su descenso a una sórdida y vehemente locura.

    por Alberto Sáez Villarino
    febrero 11, 2019

    Crítica | The Sisters Brothers

    por Alberto Sáez Villarino | febrero 11, 2019
    BAFTA 2019
    Palmarés de la 72ª edición de los premios de la academia británica.

    Roma, de Alfonso Cuarón, no permitió sorpresa alguna y se alzó como gran triunfadora de la 72ª edición de los premios de la Academia Británica de Cine. Mejor película, mejor película de habla no inglesa, mejor dirección y mejor dirección de fotografía son los BAFTA que suma el cineasta mexicano en su carrera por el Óscar. La local La favorita, dirigida por Yorgos Lanthimos, fue la cinta que más premios amasó, siete: mejor filme británico, mejor actriz principal (Olivia Colman), mejor actriz secundaria (Rachel Weisz), mejor guion original, mejor vestuario, mejor maquillaje y peluquería y mejor diseño de producción. A continuación, el listado de ganadores:

    ◉ Mejor película: Roma, Alfonso Cuarón, México.
    ◉ Mejor película británica: La favorita, Yorgos Lanthimos.
    ◉ Mejor película de habla no inglesa: Roma, Alfonso Cuarón, México.
    ◉ Mejor dirección: Alfonso Cuarón, Roma.
    ◉ Mejor actor protagonista: Rami Malek, Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejor actriz protagonista: Olivia Colman, La favorita.
    ◉ Mejor actor secundario: Mahershala Ali, Green Book.
    ◉ Mejor actriz secundaria: Rachel Weisz, La favorita.
    ◉ Mejor guion original: Deborah Davis, Tony McNamara, La favorita.
    ◉ Mejor guion adaptado: Spike Lee, Infiltrado en KKKlan.
    ◉ Mejor película de animación: Spider-man: Un nuevo universo, Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman.
    ◉ Mejor película documental: Free Solo, Jimmy Chin, Elizabeth Chai Vasarhelyi.
    ◉ Mejor música original: Ha nacido una estrella.
    ◉ Mejor dirección de fotografía: Alfonso Cuarón, Roma.
    ◉ Mejor diseño de vestuario: Sandy Powell, La favorita.
    ◉ Mejor montaje: Hank Corwin, El vicio del poder.
    ◉ Mejor diseño de producción: Fiona Crombie, La favorita.
    ◉ Mejor maquillaje y peluquería: La favorita.
    ◉ Mejor sonido: Bohemian Rhapsody.
    ◉ Mejores efectos visuales: Black Panther.
    ◉ Mejor cortometraje animado: Roughhouse, Jonathan Hodgson.
    ◉ Mejor cortometraje: 73 cows, Alex Lochwood.
    ◉ Mejor debut: Beast, Michael Pearce.
    ◉ BAFTA Rising Star: Letitia Wright.

    por Emilio M. Luna
    febrero 10, 2019

    Palmarés de los BAFTA 2019

    por Emilio M. Luna | febrero 10, 2019

    Videoensayos: Lubezki, el personaje y el espacio

    Prácticas de los alumnos de la asignatura de «Crítica», 4º de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Coordina el profesor Miguel Muñoz Garnica.

    Creado y editado por Juan Agustín Montón.

    También pueden verlo en YouTube.

    por Redacción EAM
    febrero 10, 2019

    Lubezki: el personaje y el espacio

    por Redacción EAM | febrero 10, 2019
    Videoensayos: Ecos de Ozu

    Prácticas de los alumnos de la asignatura de «Crítica», 4º de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Coordina el profesor Miguel Muñoz Garnica.

    Creado y editado por Carmina Martínez.

    También pueden verlo en YouTube.

    por Redacción EAM
    febrero 10, 2019

    Ecos de Ozu

    por Redacción EAM | febrero 10, 2019
    Videoensayo: A las espaldas de Denis Villeneuve

    Práctica de la asignatura de «Crítica», 4º de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Coordina el profesor Miguel Muñoz Garnica.

    Hay veces que un plano de una espalda te puede contar mucho más sobre un personaje o sobre la historia que una conversación o un primer plano.

    Películas: Enemy (2013), Arrival (2016) y Blade Runner: 2049 (2017).
    Música: Takashi Yoshimatsu [吉松 隆]_ Symphony No. 2 “At terra”, Op. 43: II. Requiem from the West (Sachio Fujioka, BBC Philharmonic).

    Creado y editado por Javier Ramírez.

    También pueden verlo en YouTube.

    por Redacción EAM
    febrero 10, 2019

    A las espaldas de Denis Villeneuve

    por Redacción EAM | febrero 10, 2019

    Videoensayos: La representación femenina en el cine de Lars von Trier

    Prácticas de los alumnos de la asignatura de «Crítica», 4º de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Coordina el profesor Miguel Muñoz Garnica.

    Creado y editado por Uxue Martínez de Zuazo.

    También pueden verlo en YouTube.

    por Redacción EAM
    febrero 10, 2019

    La representación femenina en el cine de Lars von Trier

    por Redacción EAM | febrero 10, 2019

    La bestia que llevamos dentro

    Crítica ✷✷✷✷ de Beast, de Michael Pearce.

    Reino Unido, 2017. Título original: Beast. Dirección: Michael Pearce. Guion: Michael Pearce. Fotografía: Benjamin Kracun. Reparto: Johnny Flynn, Geraldine James, Jessie Buckley, Charley Palmer Rothwell, Hattie Gotobed, Shannon Tarbet, Trystan Gravelle, Emily Taaffe, Tim Woodward, Olwen Fouere, Amanda Smith, Richard Laing, Oliver Maltman, Barry Aird, Joanna Croll, Joshua Squire, Sam Dale, Maria de Lima, Claire Ashton, Djalenga Scott, Lance Hill, Melissa Gotobed. Productora: Agile Films / British Film Institute / Film4 / Stray Bear Productions. Duración: 107 min.

    Beast, ópera prima del director británico Michael Pearce, tiene como personaje principal a Moll (interpretada por Jessie Buckley), una joven que acarrea un pasado conflictivo y vive con sus padres en la pequeña y tranquila isla de Jersey. Pero la calma reinante en esta comunidad pronto se esfuma cuando tienen lugar una serie de misteriosos asesinatos perpetrados por un agresor no identificado. Desde el comienzo del filme, la situación familiar de la protagonista refleja un entorno de presión y autoridad, que en gran medida es representado y personificado por una dominante figura materna. Hilary (Geraldine James), controla cada movimiento de su hija, y está más preocupada por el qué dirán que por afianzar una relación que, a la legua, se percibe trunca y fría. De este modo, la película se concentra en mostrar los intentos de Moll por escapar de un ámbito familiar extremadamente demandante, ya que además de tener que lidiar con la mirada controladora de su madre (que constantemente expresa una evidente predilección por su otra hija), la protagonista se encarga de la difícil tarea de cuidar a su padre, que padece de algún tipo de demencia. Tras conocer a un apuesto y excéntrico joven llamado Pascal Renouf (Johnny Flynn), la vida de Moll da un giro, y la asfixiante cotidianidad doméstica cede ante un romance que trae un soplo de aire fresco a su vida y parece ser la respuesta a todos sus problemas. Pero la apuesta del realizador británico no consiste en narrar los clásicos vaivenes de la típica pareja en fase de enamoramiento, sino más bien en mixturar los tópicos característicos del drama romántico con la crudeza y osadía del thriller, ya que Pascal es, prácticamente desde los primeros veinte minutos del filme en adelante, uno de los principales sospechosos de haber cometido los atroces crímenes acontecidos en la isla. Así pues, la paradoja presentada por el relato es que la sombra de duda que pesa sobre las reales intenciones de Pascal no hace más que atraer a Moll hacia él, en una especie de encantamiento difícil de poner en palabras, incluso para la propia protagonista, y menos para su entorno familiar y social.

    A nivel argumental, lo interesante de la propuesta reside en la manera por la cual el cineasta nos sitúa, a lo largo de la historia, en distintos escenarios posibles (y verosímiles) que nos llenan de interrogantes: ¿es Pascal el sanguinario asesino buscado por las autoridades o se trata del típico chivo expiatorio de una clase acomodada que no tiene ningún tipo de tapujo a la hora de señalarlo como un paria?. ¿Está Moll realmente enamorada de él o su comportamiento responde a una búsqueda inconsciente de revancha contra su autoritaria madre y su círculo cercano? ¿Qué lleva a la protagonista a confiar ciegamente en la inocencia de su amante, al cual conoce hace muy poco tiempo?. Si como espectadores buscamos respuestas, a lo largo de la narración dichos enigmas permanecen sin resolución, otorgándole al filme una inquietante dosis de suspense que se convierte en el esqueleto por el cual se sostiene tanto la trama amorosa, como el seguimiento del caso policial y la tensa relación de Moll con su círculo familiar y social, encontrándose cada vez más aislada de su cerrada comunidad. A esto hay que añadir el excelente manejo de los tiempos dramáticos por parte del director, lo que termina configurando una narración que navega cómodamente tanto por el espacio íntimo y amoroso de los personajes principales como por la posterior condena pública, difícil de asimilar para Moll, por su carácter violento y directo. A su vez, la película expone las miserias de un pueblo que, tras una máscara de supuesta cordialidad y buenos modales, esconde las peores bajezas, lo que se percibe en todas las escenas en las cuales Moll se muestra en sociedad con su pareja. En particular, destaca una lograda escena en la cual Pascal es obligado a retirarse del club de golf por no llevar las prendas adecuadas, y la protagonista se enfrenta y se ríe de su madre, provocando la reacción de ira de la última y la incomodidad generalizada entre los asistentes del refinado almuerzo.

    por Hernán Touzón
    febrero 10, 2019

    Crítica: Beast

    por Hernán Touzón | febrero 10, 2019

    The triumph of Death

    Crítica ★★★★ de «Velvet Buzzsaw», de Dan Gilroy.

    Estados Unidos, 2019. Título original: «Velvet Buzzsaw». Director: Dan Gilroy. Guion: Dan Gilroy. Duración: 109 minutos. Edición: John Gilroy. Fotografía: Robert Elswit. Música: Marco Beltrami. Diseño de producción: Jim Bissell. Diseño de vestuario: Trish Summerville. Productora: Netflix. Distribuida por Netflix. Intérpretes: Jake Gyllenhaal, René Russo, Zawe Ashton, Toni Collette, John Malkovich, Tom Sturridge, Natalia Dyer, Billy Magnussen, Daveed Diggs, Damon O'Daniel, Valentina Gordon, Peter Gadiot, Pisay Pao, Steven Williams, Kevin Carroll, James Paxton, Kassandra Voyagis, Pat Healy, John Fleck, Mark Steger, Andrea Marcovicci, Christopher Darga, Marco Rodríguez, Kristen Rakes, Sal López, Jasmin Marsters, Time Winters, Scott Peat, Mark Leslie Ford, Rebecca Klingler, Mike Ostroski, Ian Alda. Presentación oficial: Sundance Film Festival, 2019.

    En la década de los 60, Valerie Solanas, mujer atormentada por un dramático pasado lleno de abusos y malos tratos, conoció a Andy Warhol. El por entonces reputado artista se convertiría desde ese momento en la esperanza de la joven para mostrar a todo el mundo su pensamiento político, el cual venía precedido de un estilo lenguaraz y salvaje que albergaba una de las voces más airadas de la escena artística. Warhol ofrecería a Solanas un papel en su película, I, A Man, en la que se interpretaría a sí misma y podría dar rienda suelta a sus azoramientos ideológicos. Al mismo tiempo, Valerie terminaba SCUM: Society for Cutting Up Men, un panfleto incendiario de fuerte raigambre misándrica cuya virulencia contra el hombre terminaría por alejar a Warhol de su autora. Poco tiempo después, en 1968, la mujer intentaría asesinar al artista disparándole hasta en tres ocasiones. Se produjo entonces un caso bastante paradójico; por un lado, el manifiesto de Solanas alcanzaría la fama que su autora deseaba a consecuencia de la notoriedad del crimen, por el otro, Warhol, un hombre que ya destacaba por una actitud inconformista y rebelde contra lo establecido, así como por objetivizar a la mujer hasta convertirla en una pieza de pop art –las llamadas Warhol Superstars–, era atacado por su protegida, curiosamente, alguien que siempre había manifestado luchar contra el derecho del hombre a la evaluación y catalogación del físico de las mujeres. En cierto modo, podríamos decir que Warhol se había convertido en víctima de su propia obra, había dotado a Solanas de un respaldo social suficiente para permitirle el acceso a una radicalización intelectual del pensamiento y a un contexto propicio para llevar a cabo la tentativa de magnicidio. Un escenario similar es el que presenta Dan Gilroy en su nueva película: Velvet Buzzsaw, una historia que deambula por la rocambolesca ironía del artista hostigado por el arte, aunque con un aire fantasmagórico que se adentra en lo paranormal para ofrecernos un retrato mucho más sarcástico y pantagruélico de la hipocresía envilecida que rodea el mundo de la alta cultura.

    La cinta comienza con una dinámica escena en la que, por medio de una cámara nerviosa que por momentos nos recuerda al frenético Paul Thomas Anderson de Magnolia, iremos conociendo a los principales protagonistas de la historia. De hecho, la eclosión definitiva del núcleo dramático será prorrogada a consecuencia de una dilatada introducción de los personajes y el contexto artístico sobre el que girará el argumento entre el pulcro minimalismo de espacios abiertos del panorama museístico, y la hiperrealidad conceptual de los diálogos. Poco a poco, el tono satírico inicial que se abre camino a machetazos, con la afilada pluma de un crítico pretencioso y cínico llamado Morf, se irá desviando hacia los rincones más oscuros de la concepción estética, dando lugar, en un inesperado giro tan arriesgado como original, a una Slasher Movie invectiva sobre el fariseísmo ampuloso y la desorbitada ambición. Podría parecer que el punto de vista de la cinta proviene del propio Morf pues, por su nivel de participación y aparición en escena, es sin duda el conductor de la acción, sin embargo, pronto entenderemos que el director está haciendo gala aquí de un maravilloso recurso narrativo de ambigüedad. En su deseo de alcanzar la concisión retórica y la sencillez argumental, Gilroy se acerca a un estilo difuso que combina la intensidad dramática y la sutileza psicológica, la objetividad de presentación con la visión subjetiva. Desde la misma introducción, comprendemos que Morf actúa siempre motivado por la extendida tendencia de la crítica y pseudocrítica posmoderna de analizar una obra con el propósito de escandalizar al lector, ser controvertido más que analítico, hasta el punto de destrozar la carrera (y la vida) de un artista por el capricho vengativo de su novia. Será entonces cuando comprendamos que este personaje proporciona información de dudosa fiabilidad, lo que se acrecentará cuando la paranoia y el desasosiego ante lo sobrenatural empiecen a nublar su juicio.

    por Alberto Sáez Villarino
    febrero 09, 2019

    Crítica | Velvet Buzzsaw

    por Alberto Sáez Villarino | febrero 09, 2019

    La mezquita sobre el cielo de Casablanca

    Crítica ★★★ de «Sofia», de Meryem Benm'Barek-Aloïsi.

    Francia, Qatar, Bélgica, 2018. Título original: «Sofia». Director: Meryem Benm'Barek-Aloïsi. Guion: Mélanie Parent-Chauveau. Productora: Curiosa Films, Versus Production. Productores; Christine De Jeke, Saïd Hamich, Lisa Verhaverbeke. Música: Fanny Lamothe. Fotografía: Son Doan. Montaje: Céline Perréard. Diseño de producción: Samuel Charbonnot. Reparto: Maha Alemi, Lubna Azabal, Sarah Perles, Faouzi Bensaïdi, Hamza Khafif, Nadia Niazi, Rawia, Mohamed Bousbaa. Duración: 80 minutos.

    Artículo 490 del Código Penal de Marruecos: «Todas las personas de sexos opuestos que no estén unidos en matrimonio y mantengan relaciones sexuales entre ellos son condenables con encarcelamientos de un mes a un año».

    La directora marroquí Meryem Benm'Barek abre su película Sofia con dos elementos: un plano y un letrero. Primero vemos la imagen de una mujer de espaldas a la cámara, una silueta enfrentada desde un balcón a la infinidad de un cielo azul rasgado por el perfil arquitectónico de Casablanca. En la distancia, una mezquita se alza imponente y autoritaria entre el resto de edificios, que quedan jerárquicamente situados por debajo de ésta. Justo después, leemos el artículo 490 del Código Penal marroquí. El plano se mantiene durante quince segundos. El letrero durante trece. Aunque sean solo dos elementos aparentemente simples, con apenas medio minuto de metraje, Benm'Barek acaba de definir los 80 restantes. Lo hace, además, a varios niveles que no se intuyen a priori, pero resultan esenciales a la hora de entender la historia de Sofia, una joven marroquí que rompe aguas de forma inesperada tras sufrir una «negación de embarazo». Esto es, en términos generales, un embarazo en el que, por motivos psicológicos, no se experimenta ninguno de los síntomas habituales (desde cosas tan simples como mareos o vómitos, a más serias como no desarrollar ninguno de los cambios corporales). Por lo tanto, no se tiene consciencia del estado de gestación hasta el parto. El problema es que Sofía, como se puede adivinar, no está casada. Tampoco tiene una pareja. La única opción que le queda para evitar la cárcel (y evitar perder su honor y el de su familia) es encontrar un marido en menos de veinticuatro horas. Esto nos presenta ante una chica cuya vida acaba de quedar completamente trastocada por su condición de madre, pero cuyo verdadero problema es haberlo hecho como mujer soltera. Y, del mismo modo, nos encontramos ante un panorama que estaba implícito en ese primer plano (una joven con todo un futuro por delante, truncado por el tradicionalismo de su entorno; una joven que mira al cielo, marcado por la presencia de una mezquita), y que queda automáticamente condicionado por el letrero que le seguía a continuación.

    Estos dos detalles reflejan tanto la claridad que la película tiene en lo relativo a lo que quiere mostrar (lo esencial para entender el contexto, en este caso un artículo del Código Penal), como la claridad en lo relativo a lo que no quiere mostrar (escenas fuera de la acción que aporten un contexto socioeconómico-religioso que aquí no vemos, pero sí intuimos). A su vez, su ejecución a la hora de llevar esto a cabo demuestra la eficacia que consigue a través de la combinación de ambos conceptos. Es decir, esa efectividad radica, esencialmente, en su concisión, que lleva al filme a realizar una doble tarea: la de eliminar todo aquello que no haga que la acción avance, y la de exprimir cada elemento que sí cumpla esta función para enriquecer extranarrativamente la propia historia. Siguiendo esta lógica, se incluye únicamente aquello que le hace falta. Nada más. Utiliza la acción como motor y como medio para la narración (de ahí sus 80 minutos de metraje). Cada vez que se incluye una escena, se hace como consecuencia directa de la anterior y precursora de la siguiente, sin dejar espacio para la búsqueda de trascendencia. Si eliminas alguna, la historia deja de tener sentido. Aunque esto, por otro lado, no significa que la película se limite a narrar unos hechos.

    Sofia alcanza a ir más allá de ser una simple carrera a contrarreloj, y se convierte en una historia con fuerza emotiva (y reivindicativa) a través de la tangencialidad. No es un relato sobre Marruecos, no es un relato sobre la sociedad y no es un relato sobre la jerarquía del poder. Es un relato sobre una mujer que ocurre en un contexto concreto que no se muestra, pero sí se siente. Se intuye. Porque Sofia no trata tanto sobre consecuencias como sobre evitarlas. Nunca muestra el eje de la opresión como tal, ni manifestaciones explícitas de este. Nunca se recurre a una escena en la que la policía detiene a Sofia en medio de un hospital para hacer énfasis en lo político. Nunca se subraya la injusticia a través del martirio o de convertir a la protagonista en una heroína, pero sí al convertirla en una superviviente. Porque Sofia nunca nada a contracorriente, a pesar de que el resultado sería mucho más cinematográfico (aunque también predecible y, hasta cierto punto, también obvio). La película encuentra su mejor baza en hacer justo lo contrario. En nadar a favor de la corriente. Y cuanto más deprisa, mejor. De este modo se normaliza una opresión (de género, de religión, de clase) que queda subrayada con sutilezas como el uso de un color (un azul que impregna a todos los barrios, ricos y pobres, por igual), divisiones espaciales para separar personajes socialmente (sin entrar en detalles, la conversación que mantienen dos familias) o simples frases («He oído que las casas allí son magníficas») que apelan a lugares comunes. No hace falta que muestren más, porque con un atisbo de ese mundo podemos construir el resto en nuestra cabeza. Y esto funciona de forma extremadamente precisa a la hora de crear un ritmo frenético que enfatiza la tensión en la narración, pero al mismo tiempo hace que Sofia se encuentre en una constante pelea contra su propia existencia. Siendo plenamente consciente de que lo que está contando no supone una gran novedad temática, el apelar a lugares comunes en vez de construirlos conlleva que nunca se alcance una trascendencia cultural que un mayor uso de creatividad podía haberle otorgado. De hecho, el ritmo no frena hasta el último plano, en el que, al igual que el primero, volvemos a encontrarnos con la protagonista. En esta imagen también está sola, pero ahora la vemos de frente. La inmensidad de posibilidades de futuro ha desaparecido. Ya no hay rastro de un cielo azul. Ahora su futuro es ella. Una combinación de felicidad, amargura y conformismo. De manos rechazadas. Y si el primer plano de la película definía el conflicto que iba a sucederse, ahora la magnitud de lo que se cuenta es mucho mayor. De nuevo son quince segundos, pero lo que consigue definir con un simple plano es una vida entera. Una vida con la corriente | ★★★


    Aitor Salinas
    © Revista EAM / Columbia, Misuri


    Sofía se estrena el 8 de febrero en España gracias a Segarra Films.

    por Aitor Salinas
    febrero 09, 2019

    Crítica | Sofía

    por Aitor Salinas | febrero 09, 2019

    Take you back

    Crítica ★★★★ de «Creed II: La leyenda de Rocky», de Steven Caple Jr.

    USA, 2018. Título original: «Creed II». Director: Steven Caple Jr. Guion: Juel Taylor. Productores: William Chartoff, Sylvester Stallone, Kevin King Templeton, Charles Winker, David Winker, Irving Winker. Música: Ludwig Göransson. Dirección de fotografía: Kramer Morgenthau. Montaje: Dana E. Glauberman, Saira Haider, Paul Harb. Intérpretes: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Dolph Lundgren, Florian Munteanu.

    Cuando hace ya cosa de tres años se estrenó la primera entrega de Creed, fuimos muchos los que nos sorprendimos de la capacidad con la que Ryan Coogler había entendido la herencia original de la saga —específicamente, el peso y la importancia de ciertos motivos visuales, musicales y argumentales— y había generado una especie de traición coherente, una línea de desarrollo paralela. En efecto, Creed había funcionado con precisión allí donde terminaba el territorio del homenaje y comenzaba el problema de forjar los mimbres narrativos para una nueva generación de espectadores. Respetuosa pero también valiente, la película sabía que había una serie de lugares concretos que debían ser reescritos: las célebres secuencias del entrenamiento, la épica de la caída y el auge, la espectacularización relativa del amor y de las deudas que se arrastran a través de las líneas genealógicas.

    En cierto sentido, Creed 2 no se ha deslizado esencialmente de las líneas rojas que trazó Stallone en Rocky Balboa (2006) y retoma su particular carrusel de fantasmas: el problema de la institución matrimonial, la manera en la que se encara y se gestiona la paternidad, el duelo y el respeto a los difuntos, los motivos que llevan a subir a un luchador a un ring. Interesa, eso sí, que en esta ocasión la línea melodramática propuesta por Steven Caple Jr. se despliegue con mayor precisión: película tras película, la idea de que el ring no era sino una metáfora del hecho mismo de estar vivo —algo así como una oda a la supervivencia del ciudadano de a pie que sin duda es la clave de su éxito entre el gran público—, aquí está formulada con tal crudeza que en ocasiones uno tiene la sensación de que los combates son lo de menos. No es demérito de la cinta —máxime cuando, todo hay que decirlo, cada enfrentamiento está exquisitamente coreografiado y rodado—, pero llama la atención que el boxeo parezca a ratos una excusa para explorar el mundo interior de los personajes.

    En el primer Rocky (John G. Avildsen) no había mitología alguna, sino simplemente la tozudez suicida de un buen hombre enamorado de una buena mujer que no se dejaban arrasar fácilmente por la vida. Esa humildad, ese gesto entre bobalicón y desarmante al acariciar un perro o al despertarse antes del alba para patear las calles fue lo que convirtió al héroe de Philadelphia en un icono cinematográfico irrepetible: su extrema miseria, su tartamudeo torpe, la transparencia cegadora de sus buenas intenciones. Lamentablemente, Creed nunca será un hombre, sino un trauma que camina, golpea y se entrena. Su cuerpo no está cincelado por el hambre y la vergüenza, y de ahí que siempre se escape un cierto matiz en la manera en la que se enfrenta a cada nuevo rival. El dolor de Rocky era el dolor del último proletario, algo relacionado con pasar mucho frío y con no conciliar el sueño por las noches. Al contrario, Creed es ya deidad, hombre consagrado, y por eso muchas veces parece que asistimos a una especie de espectáculo shakesperiano —de los del Kenneth Branagh pasado y postmoderno, se entiende—, en el que la belleza sucede y se dispara de otra manera.

    por Aarón Rodríguez
    febrero 09, 2019

    Crítica | Creed II: La leyenda de Rocky

    por Aarón Rodríguez | febrero 09, 2019

    Un hombre y su destino

    Crítica ★★★★ de «The Old Man and the Gun», de David Lowery.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «The Old Man & the Gun». Director: David Lowery. Guion: David Lowery, David Grann (Artículo: David Grann). Productores: Toby Halbrooks, Bill Holderman, James M. Johnston, Anthony Mastromauro, Dawn Ostroff, Robert Redford, Jeremy Stecker, James D. Stern. Productoras: Identity Films / Wildwood Enterprises / Endgame Entertainment / Conde Nast Entertainment / Sailor Bear. Distribuida por Fox Searchlight. Fotografía: Joe Anderson. Música: Daniel Hart. Montaje: Lisa Zeno Churgin. Reparto: Robert Redford, Sissy Spacek, Casey Affleck, Danny Glover, Tom Waits, John David Washington, Elisabeth Moss, Keith Carradine.

    Hay que asumirlo. Las grandes estrellas del celuloide comienzan a desaparecer poco a poco de las pantallas y únicamente nos quedarán sus legados en forma de maravillosas actuaciones, regaladas durante décadas de dedicación al gran público. Robert Redford, para siempre uno de los galanes más carismáticos de Hollywood, capaz de levantar pasiones en distintas generaciones de espectadores, llevaba unos años avisando de que el momento de su retiro estaría cerca. A las puertas de convertirse en octogenario, tuvo tiempo de demostrar que aún era capaz de levantar toda una película con su única presencia en Cuando todo está perdido (J.C. Chandor, 2013), una historia de supervivencia en alta mar donde se enfrentó a un papel complicado por las duras exigencias físicas que requería. Y, hace un par de temporadas, se reencontró con la que fue, sin duda, su mejor compañera romántica en la gran pantalla, Jane Fonda, en el drama Nosotros en la noche (Ritesh Baltra, 2017), donde ambos dejaron constancia de que su magia continuaba intacta, con la misma fuerza que la que transmitieran en Descalzos por el parque (Gene Saks, 1967) o El jinete eléctrico (Sydney Pollack, 1979). Redford, aparte de ser un excelente actor, es toda una estrella, por lo que, al contrario que otros colegas de profesión de su generación, ha podido compatibilizar en el último tramo de su extensa trayectoria sus apariciones como secundario de lujo en grandes producciones con personajes protagonistas en proyectos más modestos en los que su presencia era el mayor reclamo. Pues bien, parece que la despedida definitiva de Redford es una realidad y The Old Man and the Gun (2018) es la cinta que pasará a la historia por ser su testamento cinematográfico. Un adiós que cuenta con un personaje protagonista que reúne todas las cualidades que han definido al rubio actor como artista, elegante, relajado, caballero, que encara la recta final de la vida con una sonrisa en los labios y con la serenidad alcanzada por la certeza del deber cumplido. Una salida por la puerta grande que, al mismo tiempo, evita hacer excesivo ruido o incurrir en ínfulas de falsa trascendencia.

    David Lowery, cineasta dotado de una sensibilidad especial, a quien debemos títulos como En un lugar sin ley (2013) y la poética A Ghost Story (2017), ha tomado la historia real de Forrest Tucker, un ladrón de bancos que pasó toda su vida perseguido por la policía y huyendo de distintas prisiones (especialmente recordada fue su fuga de San Quentin a los 70 años), y que cometió su último robo siendo ya octogenario, para brindarle a Redford, con quien ya había colaborado en Peter y el dragón (2016), un papel a su medida. Para ello, ha contado con la colaboración en el guion del periodista David Grann, autor del artículo sobre la figura de Tucker en el que se basa el filme. Concretamente, la película de Lowery nos sitúa a principios de la década de los ochenta, con el anciano ladrón perpetrando aún sus golpes en compañía de dos compinches igual de veteranos. Si había algo que caracterizaba a Tucker como “criminal” eran los suaves métodos empleados en sus robos, no perdiendo jamás la amabilidad y unos modales de caballero hacia sus víctimas ni utilizando esa pistola que siempre le acompañaba. Se trataba de un delincuente atípico que parecía moverse más por la adrenalina y satisfacción que le suponían estos quebrantamientos de la ley que por la codicia o el afán de enriquecerse. Sencillamente, era el tipo de vida que había elegido tener y se sentía feliz ejerciéndolo, algo que era incompatible con echar raíces en un mismo lugar o mantenerse fiel al amor de una mujer o a las obligaciones de mantener una familia. Unas convicciones que, como muestra la película de Lowery, se tambalearon ligeramente cuando se cruzó en su vida Jewel, una mujer viuda que podría ser su último tren para aparcar su carrera delictiva. Pero, ¿de verdad un espíritu libre como Tucker estaría dispuesto a renunciar a esas hazañas que dieron importancia a su vida y limitarse a llevar una tranquila vida de jubilado en un rancho, rodeado de caballos?.

    por José Martín León
    febrero 09, 2019

    Crítica | The old man and the gun

    por José Martín León | febrero 09, 2019

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