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    Crítica | Dovlátov

    El genio que incita al miedo

    Crítica ★★★ de «Dovlátov», de Aleksey German Jr.

    Rusia, 2018. Título original: «Dovlatov | Довлатов». Dirección: Aleksey German Jr. Guion: Aleksey German Jr. Productoras: Art and Pop Corn / Message Film / Metrafilms / SAGa. Operador de Steadicam: Valerii Petrov. Fotografía: Lukasz Zal. Montaje: Daria Gladysheva, Sergey Ivanov. Reparto: Artur Beschastny, Danila Kozlovsky, Milan Maric, Anton Shagin, Helena Sujecka. Presentación oficial: sección oficial de la Berlinale 2017. Duración: 126 min.

    Dovlátov es la última película del director ruso Aleksey German Jr., quien siguiera los pasos artísticos de su padre, cineasta que durante su carrera se vio enfrentado a las presiones y censura del régimen soviético. En lo que refiere a la elección del contexto y el personaje de su último filme (seis días de 1971 en la vida de Serguéi Dovlátov, uno de los máximos referentes de la literatura rusa del siglo XX), German se extiende en una tesis que le permite explorar lo que sucede cuando una persona debe enfrentarse a un sistema de poder que intenta dominar su impulso creativo y solo está interesado en el arte como medio para resaltar valores patrióticos y consignas propagandísticas. Considerando la amplia variedad de ejemplos de biopics sobre artistas, músicos y escritores, en este caso se trata de una obra atípica para lo que acostumbramos ver en pantalla, ya que por norma general, podemos diferenciar dos aproximaciones: en una, que podría definirse como esperanzadora, se resaltan los méritos y las buenas acciones del personaje retratado, y en otra, más realista y en ocasiones sensacionalista o exagerada, el protagonista —en general el genio, el incomprendido— cae en un espiral de autodestrucción que amenaza con su carrera y su vida. En ese sentido, el cineasta ha optado por mantener el registro en una zona gris, en la cual si bien predomina la desesperanza de Dovlátov (Milan Maric) ante un contexto claramente hostil, el filme nunca se sitúa en los extremos, en un intento por evidenciar el tedio y la desgana de una vida desaprovechada y sin rumbo. Para lograr esto, German recurre a la utilización de largas tomas y un manejo de cámara de tipo exploratorio que elimina la necesidad del corte, recurso mediante el cual seguimos al personaje mientras asiste, casi como un outsider, a reuniones de artistas o deambula por la gélida Leningrado meditando sobre su situación, a la vez que intenta reflotar la relación con su pareja (Elena Dovlatova, interpretada por Helena Sujecka) y servir de modelo a su pequeña hija.

    Desde un comienzo, a través de una reflexiva y casi rendida voz en off del propio escritor, el metraje nos sumerge en la vida cotidiana soviética, esto es, la Rusia post-estalinista —más precisamente los años del gobierno de Breshnev. Trabajando como reportero para el periódico de una fábrica, la autoconciencia de Dovlátov acerca de su destierro es total, y los fallidos intentos por ser aceptado en la Unión de Escritores Soviéticos —condición indispensable para aspirar a ser publicado— son retratados por el director de una forma poco convencional: en ningún momento vemos a Dovlátov escribiendo ni tampoco percibimos una posibilidad tangible de que el escritor convierta en realidad sus aspiraciones, sino que hay una búsqueda por parte de German de sumergirnos en esa temporalidad anodina, en un clima de desazón constante, no solo para el protagonista sino también para su círculo de allegados, ya que la mayoría de sus amigos (el poeta Brodsky, ganador del Nobel, por ejemplo) se encuentran en la misma situación. De este modo, el film resulta atractivo desde su realización, en especial gracias al trabajo de fotografía de Lukasz Zal (Ida) y a la excelente reconstrucción del Leningrado de los 70, pero no tanto desde la narración, ya que debido a un registro que constantemente esquiva cualquier impacto emocional, son pocos los pasajes en los cuales podemos identificarnos plenamente con los pesares de los personajes. A pesar de eso, la película cuenta con un puñado de escenas muy sugestivas, como por ejemplo las que se desarrollan en forma de ensoñaciones, que van desde encuentros cara a cara entre Dovlátov y un inusualmente amigable Breshnev, hasta otras en las cuales el protagonista rememora sus tiempos como guardia de un campo de concentración. En ese aspecto, la psicología del personaje y su endeble momento personal resultan un interesante campo de reflexión para el filme, lo cual viene acompañado de una correcta interpretación por parte de Maric (resulta llamativa su semejanza física con Dovlátov), quien, para dar a entender un estado de ánimo, recurre a gestos y miradas antes que a palabras.

    Uno de los rasgos más destacados es, sin duda, su libertad y originalidad a la hora de plantear las escenas, ya que el cineasta aporta una mirada ácida y en clave de sátira de muchas situaciones que, para el contexto, resultaban de gran importancia y formalidad, lo que se emparenta directa y no casualmente con el estilo de escritura de Dovlátov. Tal es el caso del rodaje de un filme propagandístico de la vida de los grandes escritores de la época prerevolucionaria (Dostoievski y Pushkin, entre otros), al que Dovlátov asiste para realizar un reportaje, lo cual lo obliga a conversar con los actores sobre la situación actual de la URSS como si se tratara de la opinión de los personajes reales. Más seria y con un duro desenlace resulta la subtrama que une al protagonista con su amigo David, un artista cuyo mayor referente es Jackson Pollock y que para subsistir y mantener sus esperanzas de huir del régimen se dedica a contrabandear productos del mundo capitalista. A su vez, el director plantea su visión general sobre la censura por parte del gobierno, asimilando su discurso con el del derrotado Dovlátov, destacándose un pasaje en el cual el protagonista describe el difícil contexto que atravesaban los escritores de la época: «Las revistas de literatura soviéticas tienen una regla: la falta de talento no es rentable, un talento es alarmante, un genio incita al miedo y, por ende, las habilidades literarias mediocres resultan las más vendibles.» De esta manera, la cinta navega por las aguas de la desesperación, pero manteniendo un tono quizás demasiado sutil y cerebral para lo que se está narrando —la imposibilidad de avanzar, de ser reconocido, y en última instancia, de desarrollarse en la vida en sociedad. Y si bien la malicia del poder, la injusticia y la búsqueda de sentido por parte de Dovlátov están bien retratadas, al finalizar su visionado, la película deja un sabor amargo por haber desaprovechado la oportunidad de ahondar en el conflicto de los personajes de una forma más directa y con menos digresiones. De todos modos, conocer de antemano el final de la historia puede equilibrar un poco los términos, ya que el hecho de saber que el talento de Dovlátov tuvo cierto reconocimiento en vida —tras exiliarse en Nueva York, su obra completa fue publicada, aunque murió a los 48 años de un ataque cardiaco— le quita algo de desesperanza al filme en sí, lo cual puede llegar a justificar su carácter algo frío y en muchas ocasiones, distanciado | ★★★


    Hernán Touzón
    © Revista EAM / Barcelona


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