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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Velvet Buzzsaw

    The triumph of Death

    Crítica ★★★★ de «Velvet Buzzsaw», de Dan Gilroy.

    Estados Unidos, 2019. Título original: «Velvet Buzzsaw». Director: Dan Gilroy. Guion: Dan Gilroy. Duración: 109 minutos. Edición: John Gilroy. Fotografía: Robert Elswit. Música: Marco Beltrami. Diseño de producción: Jim Bissell. Diseño de vestuario: Trish Summerville. Productora: Netflix. Distribuida por Netflix. Intérpretes: Jake Gyllenhaal, René Russo, Zawe Ashton, Toni Collette, John Malkovich, Tom Sturridge, Natalia Dyer, Billy Magnussen, Daveed Diggs, Damon O'Daniel, Valentina Gordon, Peter Gadiot, Pisay Pao, Steven Williams, Kevin Carroll, James Paxton, Kassandra Voyagis, Pat Healy, John Fleck, Mark Steger, Andrea Marcovicci, Christopher Darga, Marco Rodríguez, Kristen Rakes, Sal López, Jasmin Marsters, Time Winters, Scott Peat, Mark Leslie Ford, Rebecca Klingler, Mike Ostroski, Ian Alda. Presentación oficial: Sundance Film Festival, 2019.

    En la década de los 60, Valerie Solanas, mujer atormentada por un dramático pasado lleno de abusos y malos tratos, conoció a Andy Warhol. El por entonces reputado artista se convertiría desde ese momento en la esperanza de la joven para mostrar a todo el mundo su pensamiento político, el cual venía precedido de un estilo lenguaraz y salvaje que albergaba una de las voces más airadas de la escena artística. Warhol ofrecería a Solanas un papel en su película, I, A Man, en la que se interpretaría a sí misma y podría dar rienda suelta a sus azoramientos ideológicos. Al mismo tiempo, Valerie terminaba SCUM: Society for Cutting Up Men, un panfleto incendiario de fuerte raigambre misándrica cuya virulencia contra el hombre terminaría por alejar a Warhol de su autora. Poco tiempo después, en 1968, la mujer intentaría asesinar al artista disparándole hasta en tres ocasiones. Se produjo entonces un caso bastante paradójico; por un lado, el manifiesto de Solanas alcanzaría la fama que su autora deseaba a consecuencia de la notoriedad del crimen, por el otro, Warhol, un hombre que ya destacaba por una actitud inconformista y rebelde contra lo establecido, así como por objetivizar a la mujer hasta convertirla en una pieza de pop art –las llamadas Warhol Superstars–, era atacado por su protegida, curiosamente, alguien que siempre había manifestado luchar contra el derecho del hombre a la evaluación y catalogación del físico de las mujeres. En cierto modo, podríamos decir que Warhol se había convertido en víctima de su propia obra, había dotado a Solanas de un respaldo social suficiente para permitirle el acceso a una radicalización intelectual del pensamiento y a un contexto propicio para llevar a cabo la tentativa de magnicidio. Un escenario similar es el que presenta Dan Gilroy en su nueva película: Velvet Buzzsaw, una historia que deambula por la rocambolesca ironía del artista hostigado por el arte, aunque con un aire fantasmagórico que se adentra en lo paranormal para ofrecernos un retrato mucho más sarcástico y pantagruélico de la hipocresía envilecida que rodea el mundo de la alta cultura.

    La cinta comienza con una dinámica escena en la que, por medio de una cámara nerviosa que por momentos nos recuerda al frenético Paul Thomas Anderson de Magnolia, iremos conociendo a los principales protagonistas de la historia. De hecho, la eclosión definitiva del núcleo dramático será prorrogada a consecuencia de una dilatada introducción de los personajes y el contexto artístico sobre el que girará el argumento entre el pulcro minimalismo de espacios abiertos del panorama museístico, y la hiperrealidad conceptual de los diálogos. Poco a poco, el tono satírico inicial que se abre camino a machetazos, con la afilada pluma de un crítico pretencioso y cínico llamado Morf, se irá desviando hacia los rincones más oscuros de la concepción estética, dando lugar, en un inesperado giro tan arriesgado como original, a una Slasher Movie invectiva sobre el fariseísmo ampuloso y la desorbitada ambición. Podría parecer que el punto de vista de la cinta proviene del propio Morf pues, por su nivel de participación y aparición en escena, es sin duda el conductor de la acción, sin embargo, pronto entenderemos que el director está haciendo gala aquí de un maravilloso recurso narrativo de ambigüedad. En su deseo de alcanzar la concisión retórica y la sencillez argumental, Gilroy se acerca a un estilo difuso que combina la intensidad dramática y la sutileza psicológica, la objetividad de presentación con la visión subjetiva. Desde la misma introducción, comprendemos que Morf actúa siempre motivado por la extendida tendencia de la crítica y pseudocrítica posmoderna de analizar una obra con el propósito de escandalizar al lector, ser controvertido más que analítico, hasta el punto de destrozar la carrera (y la vida) de un artista por el capricho vengativo de su novia. Será entonces cuando comprendamos que este personaje proporciona información de dudosa fiabilidad, lo que se acrecentará cuando la paranoia y el desasosiego ante lo sobrenatural empiecen a nublar su juicio.

    «La trama sigue banalizando la violencia extrema hasta volverla un objeto ajeno, neutralizando así su virulencia, pero lo hace dentro de un ambiente tan exclusivo y hermético que nos hace imaginar que posiblemente algo tan atroz pudiera suceder en un entorno de tamaña sordidez capitalista». 


    Así llegaremos a la conclusión de que el fantasma de Ventril Dease, un anciano anacoreta que ha dejado tras su muerte un impresionante legado artístico desconocido, es el único narrador fiable pues, desde que se descubren sus pinturas, su presencia ocupará todos los espacios. Poco a poco se irán revelando datos sobre la tormentosa vida del insociable artista, por ejemplo, que tuvo que asesinar a su padre tras sufrir años de maltratos a lo largo de toda su infancia, algo que le ocasionaría un severo trastorno psicológico. Esta condición es apreciable en las terroríficas y desasogantes pinturas que inundan su casa, una desazón que inquieta al tiempo que atrapa al público, absorto en la pesadilla pictórica de Dease. Cada una de esas pinturas ha sido realizada con la propia sangre del pintor, lo que les confiere un componente de nigromancia muy acorde con las manifestaciones inexplicablemente terroríficas que experimentarán todos los que traten de lucrarse con alguno de sus oleos, los cuales, según dejó expresamente detallado el artista, habrían de ser destruidos tras su muerte. Por supuesto, dadas las posibilidades comerciales de la colección, las piezas serán puestas a la venta, lo que desatará la furia implacable de ese espíritu que emergerá como el clásico boogieman de todo slasher que se precie. Un asesino en serie que corresponde al tipo sobrenatural: invisible, inaudible, imparable. El espectador llega a sentir la inexplicable angustia con la constante presencia de un ente homicida. Pero aún hay otra causa de desasosiego en la cinta que proviene de la misma ética del mensaje: Morf se refugia en una actitud íntegra e incorruptible con respecto a su labor de crítico, sin embargo, vemos como se deja convencer por Josephina para hundir la carrera de un artista. Además nos enteramos de que su pareja había estado filtrando información a la propietaria de una importante galería: Rhodora, lo que lo lleva de forma indirecta a ostentar una posición muy distinta a la imaginada por su misma concepción moral. La crítica hacia el absurdo postureo será explícita en varias escenas que dejarán en evidencia la actitud del pretencioso consumidor de arte frente a la propia noción posmoderna, como es el caso de Dondon, competidor de Rhodora por el trono de la mejor galería, quien, tratando de adular el trabajo de un artista, dirige un elogioso comentario hacia las bolsas de basura que éste tenía en su estudio; o el momento en el que el cadáver de una mujer desmembrada es confundido con una performance.

    Volviendo al misterioso asesino fantasmal que tiene atemorizados a todos los que han estado en contacto con sus pinturas, es de destacar el contraste que se hace entre el posmodernismo funcional de los artistas institucionalizados y la procedencia del viejo Dease, un entorno lleno de objetos antiguos y misteriosos que se descubren bajo gruesas capas de polvo almacenado durante años en inhóspitos rincones de su siniestro caserón. La calma enfermiza de lo antiguo es analizada en contraposición al dinamismo voraz de los museos, en constante renovación categórica hasta el punto de que gran parte de su contenido deja de tener sentido más allá de lo efímero, pues cada objeto está pensado para un consumo inmediato; cada pieza se realiza con la aceptación de que habrá otra que la sustituya al día siguiente. Esta disyuntiva será interpretada por medio del Afterpop, en su exploración de pequeñas historias simultáneas con coincidentes nexos de unión en las que predomina el surrealismo, la sensualidad y la oscuridad que lo envuelve todo como un manto opaco que impide ver el pasado. La hiperviolencia de los crímenes se lleva a cabo como un gesto de provocación hacia el espectador, una manera de reformular con ironía las estrategias del cine de terror. El instante brutal se desnaturaliza de nuevo para renunciar a la verosimilitud del relato terrorífico posmoderno vigente, como una forma de caricaturización del género clásico. La trama sigue banalizando la violencia extrema hasta volverla un objeto ajeno, neutralizando así su virulencia, pero lo hace dentro de un ambiente tan exclusivo y hermético que nos hace imaginar que posiblemente algo tan atroz pudiera suceder en un entorno de tamaña sordidez capitalista. El giro cómico llegará con el distanciamiento entre la alta y la baja cultura. El ejemplo más paradigmático lo localizamos en el primer asesinato, en el que una sucesión de acontecimientos fortuitos, combinada con una pequeña ayuda extraterrenal, enfrentan al personaje de Bryson con un cuadro chocarrero de gasolinera que terminará por arrebatarle la vida. Bryson, un recadero misógino y jactancioso, no se merecía la intervención de uno de los maravillosos cuadros de Dease en su muerte, por lo que es condenado a una humillante defunción por una pieza ridícula y sin ningún tipo de valor. En su sufrimiento y la ligereza con la que todo el mundo acepta su desaparición, sin hacer preguntas ni preocuparse por su paradero, encontramos un acertado ejemplo de cómo Gilroy entiende el mundo artístico: un entorno de cruel sublimación y monos asesinos | ★★★★


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


    Velvet Buzzsaw se estrenó el 1 de febrero en España a través de Netflix.

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