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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Grand Tour, Miguel Gomes [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★★☆
    Grand Tour
    Miguel Gomes
    Invitación a la vida


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Portugal, 2024. Título original: Grand Tour. Duración: 129 min. Dirección: Miguel Gomes. Guion: Telmo Churro, Maureen Fazendeiro, Miguel Gomes, Mariana Ricardo. Fotografía: Gui Liang, Sayombhu Mukdeeprom, Rui Poças. Compañías: Coproducción Portugal-Italia-Francia; Uma Pedra no Sapato, Vivo Film, Shellac Films, Cinémadefacto, The Match Factory. Reparto: Crista Alfaiate, Goncalo Waddington, Jani Zhao, Joao Pérez Vaz, Teresa Madruga.

    El concepto de viaje ha adquirido en los últimos tiempos cierto aire mortuorio, en gran medida provocado por un sistema que, a fuerza de promover un turismo de masas insostenible con el medio ambiente que canibaliza y explota los recursos de los principales destinos, lo ha despojado de ese núcleo de exploración vital, de encuentro con diferentes culturas y formas de afrontar la existencia que lo caracterizaba. Ahora los viajes están mecánicamente programados para ofrecerle al turista una ilusión de realidad, un holograma prefabricado en el que todo queda reducido a un mero y estéril producto de consumo que satisface proyectando un eco, pasado por el filtro del capitalismo, mudo de lo que es el viaje y la vida. Hoteles y resorts de lujo, cruceros descomunales, rutas perfectamente milimetradas para ocultar las desgracias del lugar y mostrar su lado estético y preciosista, trabajadores explotados sosteniendo toda la industria, flashes de cámara conformando una cacofonía de ruido que colapsa los monumentos icónicos, hordas de turistas sedientos de fotos que publicar en las redes sociales, balconing, calles llenas de basura y vómito; los elementos que conforman el concepto del viaje en la actualidad lo amortajan, metalizan sus estructuras y lo vacían tanto de significado como de propósito. Uno viaja para que la gente sepa que ha viajado, no para abrir su mirada y disfrutar del conocimiento de realidades para él desconocidas.

    Pues bien, en Grand tour, Miguel Gomes compone un poema visual de sorprendente fuerza emocional cuya idea principal no es otra que la de devolverle al viaje esa raíz de aventura sorprendente, asombrosa y fascinante que le ha sido arrebatada. Gomes concibe el viaje como un bosque cargado de niebla en el que uno se adentra a ciegas, sin saber qué y con quién se va a encontrar, con la única seguridad de que, cuando salga, no será el mismo. Partiendo de este concepto, el director configura una narrativa que fluye según el caos y las arbitrariedades de un entorno natural salvaje en su ausencia de componentes externos que lo conviertan en un set de fotos para los turistas, sublime en su condensación de una belleza misteriosa que, como si de una tela de araña se tratase, atrapa la mirada del espectador y no la suelta durante sus dos horas de metraje. Hay en las imágenes una densidad lírica cuya apariencia hermética, lejos de alejar al público, de levantar un muro insoslayable entre la pantalla y el patio de butacas, le incita a adentrarse en ella, a buscar con esmero los secretos que esconde, a lanzarse a la aventura de una exploración de la vida.

    Gomes sitúa la acción de la cinta en la Birmania de 1917. Allí, un funcionario inglés escapa de su prometida el día antes de que ella llegue para casarse. A partir de aquí, el director diseña una huida desesperada marcada por el azar, los encuentros sorprendentes, la música, los juegos de marionetas, los accidentes que no hacen sino abrir nuevos caminos que transitar, y unos diálogos que se esfuman entre el humo de un cigarro. Grand Tour es la cristalización de una búsqueda de la identidad que se ve enriquecida por el contacto con el mundo real; y, al mismo tiempo, funciona como el germen de dicha búsqueda. El protagonista sale de su entorno espacio seguro, cerrado y gris, para navegar por un torrente de vitalidad, de culturas, de canciones, de juegos y de comidas nuevas; y, desde ahí, desde el abrazo a la heterogeneidad de miradas y vidas, de sociedades y entornos, establece un diálogo directo y visceral con la vida. Gomes puntea el relato con breves secuencias de la actualidad, en las que la inmensidad de las grandes urbes se aprecia desde una mirada de pájaro. La intención no es tanto resaltar la forma en que el capitalismo moderno ha encerrado la pulsión vital dentro de un torrente consumista en el que prima la seguridad del lujo en defensa de un tiempo pretérito e idílico, como subrayar el carácter impostado que caracteriza las formas contemporáneas de viajar y vivir. Grand Tour no resulta reaccionaria porque en su discurso no hay una creencia de que el pasado fuese mejor —hace cien años sólo viajaban unos pocos pudientes—, sino una invitación a cambiar el presente, a viajar en vez de a hacer turismo de masas, a establecer un contacto directo con la vida: gracias al aura onírica que cubre las imágenes, la aventura que narra el director no queda anclada a un pasado idealizado, sino que se convierte en una utopía a alcanzar. ♦


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