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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Anora, Sean Baker [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★☆☆☆ ½
    Anora
    Sean Baker
    Fingir bien


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: Anora. Duración: 138 min. Dirección: Sean Baker. Guion: Sean Baker. Música: Matthew Hearon-Smith. Fotografía: Drew Daniels. Compañías: Cre Film, Filmnation Entertainment. Distribuidora: Neon. Reparto: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yuriy Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan.

    A veces fingir algo con mucha convicción, con mucha intensidad y con mucha fuerza, termina haciendo que la pose parezca real, que los gestos premeditados adquieran una naturalidad imposible de fingir, que el holograma adquiera el tacto duro de la realidad. Por poner un ejemplo, Sean Baker, en su nueva película, finge que habla de la prostitución, finge que le importan sus personajes, y finge que reflexiona sobre situación política actual. Anora, que así se llama la cinta, cuenta la historia de Ani, una joven que trabaja en un club de striptease y que, ocasionalmente, también ejerce la prostitución. Un día, llega al local en el que trabaja un joven ruso que se enamora de ella y que le ofrece diez mil dólares para que sea su novia durante una semana. Ella acepta y pasan juntos siete días cargados de sexo, alcohol, drogas y fiestas. Durante uno de los múltiples picos lisérgicos por los que pasan durante esas jornadas, deciden viajar a Las Vegas; y, allí, se casan. Los problemas, como es evidente, no tardan en llegar: él es hijo de unos oligarcas rusos que, nada más enterarse de la boda, viajan a Estados Unidos para anular su validez legal. A partir de aquí, sobre la pantalla se agolpan escenas compuestas en casi su totalidad por gritos, golpes, chistes sin mucha gracia y una repetición cíclica de la misma escena.

    Resulta difícil analizar Anora como un cuerpo cohesionado y coherente, porque las costuras que unen sus tres actos están tan marcadas y el funcionamiento entre las piezas es tan independiente con respecto a las demás, que, más que un largometraje, Baker parece haber realizado tres mediometrajes protagonizados por el mismo personaje. Agarrando los bordes de cada parte del relato para cerrarlo sobre sí mismo, el director configura un entramado de cajas narrativas que, pese a estar situadas unas al lado de otras, carecen de vías que las conecten. Como resultado, los cambios de tono no se producen de una forma orgánica y, por tanto, entre una broma y otra, entre una escena de sexo y otra, entre un derrape emocional y otro, surgen distintos escalones que desconciertan con una pasividad alarmante. Más aún si se tiene en cuenta que Baker empieza la cinta retratando el mundo de la explotación sexual en el que muchas mujeres se encuentran atrapadas; pero luego decide regodearse en las escenas de sexo que la protagonista mantiene con quien todavía es su cliente; más tarde, trenza infinitas bromas que consisten en que alguien llama “puta” a Ani y ella responde con un “puta tu madre”; y termina añadiéndole a las imágenes un mínimo matiz dramático con el que pretende simular que le interesan los sentimientos de sus personajes.

    Pero el principal problema de Anora no son las grietas que se abren entre sus tonos y su narrativa, sino su incapacidad de proponer un mínimo amago de discurso, de visión sobre los hechos que cuenta; de ofrecer una perspectiva nueva desde la que observar la realidad. Su acercamiento al mundo de la prostitución es inexistente; y su inclusión la justifica la necesidad de que los personajes se conozcan en una situación de desigualdad económica y social. Esto no sería un problema si Baker no se dedicase durante los quince primeros minutos de la obra a mostrar el día a día de Ani en el club —único sitio, por cierto, en el que la muestra antes de conocer al joven millonario—, a amagar con zambullirse en los márgenes en los que su protagonista está encerrada. Su visión del sexo tampoco expresa mucho; no existe una mirada concreta de la sexualidad tras las incontables escenas de cama, como sí la hay, por ejemplo, en las cintas de Cronenberg (acto de comunicación directo y visceral entre dos cuerpos), Ducournau (explosión de violencia revolucionaria), Noé (medio a través del que sobrepasar los límites de la fisicidad), o Molly Manning Walker (método de dominación masculina).

    Así, la película va orbitando alrededor de un agujero negro de tedio en el que se termina introduciendo en el mismo instante en el que Baker sube los decibelios de los personajes y los pone a gritarse y pegarse durante más de cincuenta minutos. Hay, de hecho, una larga secuencia (que ejerce de bisagra entre los dos primeros actos) en el salón de la mansión en la que vive el joven matrimonio, que se desarrolla en tiempo real sin que exista una necesidad de que así sea. Para cuando llega el acto final, Baker da un giro de ciento ochenta grados y decide explorar el infierno emocional que arde dentro de la mirada de su protagonista, a quien ha retratado durante más de dos horas como a una histérica que sólo sabe comunicarse a gritos. El chiste se cuenta solo. En Anora, en fin, todo suena a falso y nada tiene verdadera gracia. ♦


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