Todo irá bien.
Crónica de la sexta jornada de la 65ª edición de la Berlinale.
Ya hemos pasado el ecuador del festival y las emociones empiezan a resentirse. Un consejo personal: nunca os enredéis en un sitio así, y si no podéis evitarlo, id con pies de plomo. Entre madrugadas e intermedios, no hay tiempo de distraerse y, aunque parece un derecho no escrito ni verbalizado, que en este contexto todo esta permitido, el cerebro se tropieza y se disuelve entre preocupaciones. Por eso, un certamen, nunca debe tomarse a broma, absorbiendo de la experiencia el máximo partido para luego ir pisando mejor en próximas ocasiones; una lección aplicable en la teoría aunque más difícil en la práctica. Pero más allá de divagaciones personales que me he permitido la licencia de compartir a tumba abierta, el hecho es que la competición misma parece distraída y extraña, ofreciéndonos propuestas algo erráticas. Algunas interesantes otras más desenfocadas, pero pocas contundentes. La aparición de Boyhood el año pasado tampoco le ha hecho ningún favor a la edición de 2015, pues en el aire queda latente la esperanza de una nueva gran obra que agite el teatro como lo hizo Linklater. Más allá de la clara victoria de Larraín, y en menor medida Panahi y Haigh, el fenómeno no se ha repetido. Mientras tanto, seguiremos buscando momentos, como ya dijimos hace unos días, aunque luego se eche de menos recordarlos.
«No hay suficientes películas sobre la sanación, la mayor parte hablan sobre las heridas. Y curar es parte fundamental de nuestras vidas». Wim Wenders en la rueda de prensa de la Berlinale.
UNDER ELECTRIC CLOUDS
Pod electricheskimi oblakami / Aleksei German Ml, Rusia, 2015 | COMPETICIÓN
El ruso Aleksei German nos entrega la que hasta ahora ha sido la película más hermética de todo el programa. Un introspectivo recorrido por una Rusia imaginaria en forma de páramo casi desértico, en pleno año 2017, en el que una serie de personajes deambulan sin objetivo aparente; en una especie de danza de tintes surrealistas que nunca acaba de determinarse con claridad, en el que rascacielos inacabado marca el eje sobre el que gira la sociedad de los alrededores. Entremedias, paisajes grises, monumentos oxidados sepultados en tierra, y las huellas latente de lo que fue un gigante con pies de barro. De nuevo, el cine ruso vuelve a enfocarse a los cimientos de su nación, con fuerte afán crítico, para diseccionar, sin llegar a una respuesta clara, los comportamientos y la perdida de fe de un país triste y con apenas esperanza, apropiándose del espíritu de un Leviatán algo más proclive al vuelo poético y mucho más cerrado en su mensaje, pero que igualmente se empeña en resaltar una grandeza paisajística que defina el contexto.
No es un filme de digestión fácil, pues apenas da explicaciones y su afán sugestivo es muy sutil, exigiendo mucha implicación por parte del público para empaparse de esta atmósfera melancólica, de grises perpetuos y titanes disecados, que se impone por encima de las intenciones de sus personajes, dando más importancia al conjunto global que a la individualización de cada uno. No llega a ser distopía, por lo menos no plenamente, pero sí que se le acerca bastante, adoptando también cierto tono reflexivo de Winter Sleep, así como ese tempo narrativo sereno y que parece fluir como el triste ánimo de todos los actores. Un trabajo denso y que requiere varios análisis más allá de impresiones inmediatas. 70|100.
EVERYTHING WILL BE FINE
Wim Wenders, Alemania, Canadá, 2015 | FUERA DE COMPETICIÓN
Win Wenders, otro de los pesos pesados alemanes que participaban este año en la Competición, también ha decepcionado como ya lo hiciera Herzog. Eso sí, rodeado por unas enormes expectativas, en gran parte creadas por el protagonismo de James Franco y la inclusión de la tecnología 3D para, al final, contar un drama íntimo de cierto toque televisivo y estructura de principiante, en torno a un accidente de coche en el que muere un niño, desencadenante para que el actor se sumerja en uno de sus papeles más profundos de su carrera, asumiendo una culpa que pagará con sus allegados. Empezando por una Rachel McAdams preciosa, aunque con un papel algo accesorio y muy pequeño que no impide que se coma la pantalla cuando aparece, gracias al presente de Wenders en forma de plano magnífico.
El resto, un guion bastante mal dividido, segmentado en grandes lapsos de tiempo que no están montados con la fluidez y maestría que se exigiría de un director experimentado. Algo parecido a lo que le sucedió a Herzog en Queen of the Desert, recurriendo también a numerosas etiquetas temporales que afeaban el resultado. Este nuevo trabajo es sorprendentemente inocuo y poco emocionante a pesar de su buen comienzo y el trabajo de una atmósfera y un tono bastante conseguidos, posibilitados en parte por el funcional trabajo de fotografía que, eso sí, sabe sacar provecho en ocasiones puntuales de las tres dimensiones para dar profundidad al paisaje e intensificar mucho la sensación de aislamiento. Intenciones que, aún siendo buenas, no cuajan y terminan desembocando en un filme de alma inerte y desarrollo poco agudo. Será una buena elección para los domingos por la tarde. 50|100.
BIZARRE
Etienne Faure, Francia, 2015 | PANORAMA
Etienne Faure siempre ha destacado por no ponerse cortapisas a la hora de ser explícito con el sexo, situando sus películas en un discreto segundo plano en el que sus atrevimientos no agobien demasiado; y, así, Bizarre ha llegado a la sección Panorama de la Berlinale, en un pase de público nocturno que ha sido ideal para el visionado. Una historia que toma como punto de partida la misma base de los Soñadores de Bertolucci para amoldarla a una imagen mucho más arrojada sobre el placer sexual y los prejuicios fetichistas en el marco de un club nocturno dirigido por dos chicas jóvenes, que comparten piso con un chaval francés recién llegado (foco de la historia) y un homosexual andrógino que es el que aporta muchas de las lecturas de fondo de Bizarre.
Relato muy provocador y minoritario debido a su desvergonzada naturalidad y salvajismo que se vuelve algo histérico en su formalismo. Una cámara digital no demasiado exigente que se mueve casi a la manera de un video casero, enseñando a los jóvenes en la intimidad del baño o del dormitorio de manera casi exhibicionista. Modus que seguro que a más de uno le provocará urticaria, y no sin razón. Pero para ser justos, Faure nunca trata a sus personajes con condescendencia o malos juicios. Al contrario, aplaca la parte más impúdica de la historia, reminiscente también del John Hughes de Pink Flamingos, y la equilibra con una trama de amor entre el joven francés y el andrógino que sabe escapar de obviedades y evitar lugares comunes, otorgando buenas conversaciones y escenas que elevan el nivel al ritmo de una composición de Brian Eno, alternada en la banda sonora con un track de corte tecno que contextualiza muchas de las secuencias nocturnas y agitadas. Un filme pretendidamente incómodo y muy extremo que, no obstante, puede encontrar con facilidad páramo en el público más underground. 60|100.
Gonzalo Hernández Espinosa
Enviado especial al 65ª edición del Festival de Berlín