La ciudad de la carne
crítica de Love and Bruises | de Lou Ye, 2011
El París que recorre la joven Hua (Corinne Yam), como el que en Simon Killer (Antonio Campos, 2012) transitaba el personaje de Simon, aparece despojado de su utópico romanticismo. La voluntad manifiesta de romper con esa idea aparece muy tempranamente en los primeros diálogos de Love and Bruises, penúltima película de Lou Ye, donde la protagonista, recién llegada de Pekín, se enfrenta a un desengaño amoroso. Con todo, el (des)encuentro con un antiguo amante no servirá tanto para subvertir ese rol comúnmente atribuido a la capital francesa, como por vislumbrar la metamorfosis de ese mismo concepto (el amor) que se bosqueja en el apresurado ofrecimiento del propio cuerpo como método para reconquistar un hombre que la rehúye. La decisión de abrir la película con un primer plano muy cerrado sobre el rostro de la protagonista revela, además, otra realidad: el espacio interior (el rostro, el cuerpo, el deseo latente) va a sobreponerse sobre ese otro espacio exterior, el de una ciudad desprovista de referentes icónicos. En la pesimista visión que Lou Ye arroja sobre las relaciones humanas, sin embargo, existe todavía una posibilidad para el encuentro. Pero tal y como anuncia el propio título del filme, la violencia física (y psicológica) va a estar implícita en ese nuevo vínculo afectivo marcado por una autodestructiva relación de dependencia a través de la carne. En la primera toma de contacto entre Hua —quien deambula absorta por un entorno ajeno y extraño después de ser rechazada — y Matthieu (Tahar Rahim), —que transporta unas barras de metal con las que la joven se golpeará la cabeza —, es la violencia (inconsciente) la que dará pie al acercamiento. Y será la violencia (consciente) la que termine de perfilar, a través de la consumación de una violación tras la primera cita entre ambos personajes, el dibujo de dos almas torturadas que encuentran en el sexo la vía con la que enmascarar sus respectivos abismos existenciales.
En un primer vistazo, la relación de dependencia a través del sexo que presenta Love and Bruises podría verse como un reflejo de aquella otra relación entre Alí y Stéphanie en De óxido y hueso (De rouille et d'os, Jacques Audiard, 2012). Pero si en aquella, el sexo devolvía la vida a una mutilada Stéphanie, para la Hua de la propuesta de Lou Ye, el coito es tanto el mecanismo de sumisión como, en última instancia, su sustento vital. Además, si Audiard terminaba apostando por un luminoso (y empalagoso) humanismo en su resolución; Ye se decanta por sembrar de oscuros interrogantes el destino final de sus herméticos personajes. Si la cámara, inquieta y nerviosa, busca pegarse al rostro y el cuerpo de los personajes no es más que para dar respuesta a la misma fisicidad que se desprende de un discurso donde el anhelo y el afecto pasa por una necesidad de impacto físico. Por estas mismas razones todavía acaba resultando más doloroso que el gusto por el tremendismo expuesto por Lou Ye termine emparentando su obra con la peor versión del cine de Alejandro González Iñárritu, llevando al director a forzar conflictos dramáticos y giros tan infames, extremos y artificiosos como la culminante secuencia entre Hua y el despreciable amigo macarra de Matthieu. E incluso lo creíble en la supuesta visceralidad de su planteamiento puede acabar siendo puesto en duda. Como si con una ciudad del amor convertida en ciudad de la carne y unos personajes encarcelados en sus pulsiones internas, no hubiera suficiente para armar un retrato mucho más sincero sobre estas dos tambaleantes almas en pena que vagan sin rumbo entre este mundo que nos ha tocado vivir. | ★★★★★
Daniel Jiménez Pulido
redacción Barcelona