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    Crítica | Centro Histórico

    Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice, Manoel de Oliveira.

    Crisol vimanarense

    crítica de Centro Histórico, de Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice & Manoel de Oliveira, 2012

    Todo empezó cuando el pasado 2012 la ciudad portuguesa de Guimarães (distrito de Braga) fue elegida como Capital Cultural Europea. Momento en el cual, a algún geniecillo bien trajeado se le ocurrió la feliz idea de hacer una película ambientada en la ciudad de cara a promocionarla. Lo que se conoce como publirreportaje de encargo, género que, con tanto disimulo y tan buenos resultados, ha tratado Woody Allen en los últimos años. Para ello, en Centro Histórico se recurre a la fórmula del cortometraje, la misma que ya habían usado Scorsese, Coppola y el propio Allen en Historias de Nueva York (1989) y que explotara años después la coral Paris Je’t’aime (2006). Sin embargo, como puede verse a simple vista, el principal problema de base es que la ciudad lusa no es ni distintiva, ni mundialmente conocida. Problema que se creyó solucionar fichando a cuatro directores europeos de renombre: Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Victor Erice y Manoel de Oliveira. Sin embargo, si echamos una vista a la mencionada cinta de la Gran Manzana, los tres realizadores conocen y aman la ciudad profundamente, mientras que en Paris Je t’aime se entrelazaban con naturalidad historias de amor bien enclavadas desde distintas perspectivas con la ciudad de la luz como perfecto telón de fondo. La pregunta es clara, ¿cómo van a tener una identificación con Guimarães tanto el director finlandés como el español? Y la respuesta es muy sencilla, el primero narrando una historia universal que ocurre en Portugal como bien podría ocurrir en su país natal y el segundo sumergiéndose en el terreno del documental, donde no es su voz la que habla, sino la de los habitantes de una vieja fábrica de la ciudad. La paradoja es que finalmente son estos dos directores los que consiguen mantener la obra a flote, siendo los cortos de Costa y de Oliveira productos sin alma; el del primero por su irritante ambigüedad y el segundo por todo lo contrario, su simpleza y su falta de pretensiones.

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    Así pues, abre la cinta coral Kaurismäki con «El tabernero», la historia de un camarero en un bar en decadencia. Fiel a su estilo de tempo lento y coloridas propuestas estéticas, el finlandés refleja en la figura de su protagonista un retrato de las clases bajas y menos favorecidas, que luchan por sacar adelante sus ilusiones y sus deseos, motivos suficientes para que la comparación con su famosa trilogía del proletariado resulte inevitable. A pesar de ello, esta nueva historia nace impregnada con algo que no tenían aquellas primeras películas, una visión de melancolía y añoranza del recuerdo, del pasado perdido e irrecuperable. Una sincera analogía con la Portugal actual y en la que, al igual que en otros muchos trabajos del cineasta finés, el humor encuentra hueco propio entre lo miserable sin llegar a desentonar. Sin embargo, a pesar del buen planteamiento inicial, el corto languidece en su conclusión debido a la ambivalencia en su mensaje, dejando al espectador frío y deshaciendo cualquier posible expectativa. La segunda tesela de este puzle, «Dulce Exorcismo», corre a cargo de Pedro Costa. Y si bien estamos hablando, debido a su formato, de un cortometraje, bien podría este ser renombrado dentro de algún tipo de categoría posmoderna de videoarte, de esas que chirrían en las plantas más estrambóticas de la Tate Modern. Se parte de una alegórica y sugerente situación que encierra en un ascensor a un emigrante de Cabo Verde y a un soldado portugués para tratar de recrear las persecuciones a gente de raza negra por parte del ejército durante la Revolución de los Claveles. Y, a pesar de toda buena intención que pueda haber, el intento es un tiro fallido al aire. Una pieza que en vez de mostrar, cuenta. Pero que, como en las peores páginas de La Broma Infinita, no cuenta nada. Un resultado confuso que irrita al espectador que busca algún tipo de narrativa tradicional, o al menos alguna narrativa al fin y al cabo, porque no hay ningún tipo de progresión dramática en esta historia que parece rescatada de los peores sueños de Costa. De foto tuvo que ser la cara que puso el pobre hombre que eligió al director luso para promover su bonita ciudad al encontrarse con una creación tan insólita.

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    Y llega el turno de Erice, y de que un servidor se pregunte cómo puede un hombre de tantísimo talento tener una filmografía tan escasa. «Cristales rotos» es sin duda alguna la parte que mejor funciona de este largometraje, y, con seguridad, la única que puede llegar a justificar su visionado. En este pequeño documental, el director vizcaíno homenajea a los antiguos trabajadores de una fábrica textil de Guimarães que fue deslocalizada a Asia hace ya años. No hay entrevista, no hay montaje de imágenes, simplemente un micro y una silla. El director se aparta y cede el protagonismo a gente que quizás no lo haya tenido nunca. Sorprende entonces la capacidad de expresión verbal que muestran los ya mayores habitantes del pueblo en sus monólogos improvisados, dignos del más grande de los pensadores: hablan de la vida humana, del capitalismo, del trabajo alienador, de la felicidad, del sufrimiento, del dolor… Temáticas que pueden ser exportadas con naturalidad a nuestra sociedad en crisis ya que es ahí donde reside la universalidad del corto, no habla sólo de los extrabajadores de la vieja fábrica portuguesa, habla de todos los seres humanos oprimidos bajo una elegida esclavitud que les garantiza la supervivencia. Y para acabar, es turno de la aportación del veterano —105 años recién cumplidos— Manoel de Oliveira con «El conquistador conquistado», quién recoge a la perfección su trabajo de encargo turístico plasmándolo de la mejor manera posible: mostrándonos a un grupo de veraneantes bajando del autobús y paseando por las distintas calles de la ciudad, haciendo fotos a todo lo que se encuentran a su paso. Un planteamiento más o menos sugerente que no deriva hacia nada más que un intento de gag final. Ninguna ambición más que la de mostrarnos la belleza del lugar por donde transitan. Olvidándose de que, al igual que pasa en las turísticas películas de Woody Allen o en Paris Je t’aime, el decorado debe de ser sólo eso: el cuadro sobre el que establecer la acción. Un trabajo basado en una idea que se torna en un chiste sin gracia y que parece más bien el anuncio que en el fondo es. ★★★★

    Álvaro Martín
    Redacción Valladolid

    Portugal, 2012, Centro Histórico. Directores: Pedro Costa, Manoel de Oliveira, Víctor Erice, Aki Kaurismäki. Guion: Pedro Costa, Manoel de Oliveira, Víctor Erice, Aki Kaurismäki. Productora: Globalstone RV Films / Nautilus Films. Fotografía: Pedro Costa, Timo Salminen, Valentín Álvarez. Música: Pedro Santos. Intérpretes: Judite Araujo, Maria Fatima Braga Lima, Arlindo Fernandes, Filomena Gigante, Cruz José, Ilkka Koivula, Amandio Martins, Henriqueta Oliveira, Gonçalves Rosa, Pedro Santos, Valdemar Santos, Manuel Silva, Kristine Strautane, Ricardo Trêpa. Presentación oficial: Seminci 2013.

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