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    Crítica | Gente en sitios

    Gente en sitios, de Juan Cavestany

    Francotirador de la (en) crisis

    crítica de Gente en sitios | Juan Cavestany, 2013

    El mundo se reduce a un simulacro interrumpido por lo vagamente factible. Ese mundo, anónimo y mínimo y convencional, ha dejado de existir. Y nosotros, ya sin estímulos reales desde la primera zancada que nos impulsó, con él. Hemos desaprendido a beber, a dormir, a empatizar con el compañero de turno, a sonreír aleatoriamente y a sufrir con elegancia; a reaccionar ante la acción hecha jirones y sin respiro, e incluso a ser "alguien en esta puta vida". Sin tener que arrojar pedruscos sobre aquel tejado con goteras que aún resiste la fina lluvia de cualquier mes básicamente húmedo. Por no tener, no tenemos ni para pan; ni para ensoñaciones en oferta 2x1 fosforescente con tipografía adusta pero muy legible. Y, para colmo, no hay nadie. Sólo un señor con bigote que mira a su alrededor en busca de algún signo de vida humano. Alguna persona a quien mirar mientras vuelve a casa. Un sonido. Un rumor de fondo. Una interferencia proveniente de una parabólica inabarcable y fuera de nuestro espectro visible. Lo que sea, ya, ahora. Pero no. Aquí, el show no es reality ni de Truman. Las calles están vacías o abandonadas y, tras una elipsis, el señor con bigote (Julián Villagrán) observa la intensa quietud desde la ventana de su dormitorio y le dice a su aún adormecida novia: "No hay nadie". Afirmación verbal sobre reafirmación visual: no hay un cristo. O sí. "Ah, sí", señala enseguida, "hay alguien". Y se calla. Y desparece por corte. Y la soledad más atemorizante trasunta humor negro. Terror onírico-lynchiano. Feísmo dadaísta. Absurdez. La mayor sinrazón dentro de una gran infrarrealidad mórbida. Con matices imposibles: licor agridulce, pero sin dulzura. Y con pausa. Láaanguidamente. Y entonces, en el mismo instante en que tú, reflejo material en la sala oscura, decides reír demasiado pronto y a voz en grito cuando deberías estar barriendo tus miserias, el antes periodista y ahora —desde 1999— cineasta Juan Cavestany reitera su atracción por la terapia a través de una catarsis silente y, sin embargo, sufrida como el peor antibiótico.

    Cavestany se rodea así de una pléyade actoral primorosa, cuya presencia en este filme podría identificarse en distintos planos. El más obvio, al menos por lógica artística, responde —quiero pensar— a la identificación con esos grandes actores, llámense Maribel Verdú o Eduard Fernández o Alberto San Juan, o incluso el aquí caricaturesco Coque Malla, a quien el encuadre parte en dos el rostro, enseñando a duras penas boca y nariz, con el remanente de ciertos docudramas. Una decisión, la del casting, motivada no sólo por las filias profesionales sino por algo aún más intangible. Es decir, la conexión con el público y su monótona realidad. Un público que, intuyo, sumará fieles gracias al soporte doméstico (VOD y DVD), donde Cavestany y sus (des)humanizados podrían completar todo un ciclo perdurable, obteniendo ya —al fin— el aplauso nervioso de un sector que vive por y para el eslogan, para los tres o cuatro títulos que, al final, figuran entre "¡lo mejor del año!". Porque generan ruido y su eco los beneficia en esa carrera de "lobos feroces". Y después, qué más da. Al fin y al cabo, el cine también es y será siempre la mejor medicina contra la amnesia. Hoy, un ideario inflamable y una cámara-bisturí. El cadalso de la modernidad alejándose en el horizonte, en la carretera de Toledo. O tal vez en un bazar chino a donde ir a comprar huchas de Hello Kitty; también palas y fregonas y figuras decorativas y marcos de foto y cualquier mierda más o menos imaginable. Hasta un martillo para crujir este plano existencial. Pidan por esa boca y escuchen la Interferencia. Apunten la barbilla hacia el cielo, como el abstraído y catatónico Santiago Segura, mochila —y martillo— en mano, en aquella gasolinera atestada de coches. No hay vuelta atrás. Esto se acaba y, después, se reinicia. Debes prestar atención y cerrar esa boca entreabierta y babeante. La gente es gris, es idiota, es vulgar, es triste, es... Vital, claro . Tú, yo, tu vecino, todos sin distinción pero con privilegios que marcan la diferencia. La gente es decadente y somos siete mil millones a lo largo y ancho del mapamundi. La gente, esa gente que está ahí sin saber por qué (aunque dan asco y amenazan nuestra confortable rutina), cubre además una cuota ineludible: la del adobo. A saber, ropa vieja y bocatas de sardinas y café en termos. Hay gente por todas partes, llenando vacíos inservibles, y nunca sabrán quién eres. Ellos juzgan, tú te doblegas. Y, así, aturdidos como moscas bañadas en insecticida, pasamos el tiempo. En la zona gris que anhela todo zapador falto de historias, Gente en sitios tiene la convicción de que no hay convenciones si el fondo rescata diversas partes entumecidas. Porque, he aquí un dolor agudo, podemos no cambiar nunca o cambiar ochenta veces sin importarle al resto, como esa mujer que se sienta frente a su hastiado marido y le dice: "Me he hecho un trasplante de cara. (...) Ya no sé qué hacer para llamar tu atención". Sic.
    Menuda época.
    Qué aborto social.
    Qué circo de pulgones, Cavestany.
    ★★★

    Juan José Ontiveros
    Madrid.

    [+] Entrevista a Juan Cavestany, director de Gente en sitios.
    [+] Reseña de Gente en sitios, por Álvaro Martín (Seminci 2013).
    [+] Reseña de Gente en sitios, por Ginebra Bricollé (Sitges 2013).

    España, 2013. Guión, dirección y fotografía: Juan Cavestany. Reparto: Maribel Verdú, Adriana Ugarte, Alberto San Juan, Antonio de la Torre, Santiago Segura, Coque Malla, Ernesto Alterio, Javier Gutiérrez, Carlos Areces, Irene Escolar, Julián Villagrán, Raúl Arévalo, Roberto Álamo, Eva Llorach, Eduard Fernández, Javier Botet, Tristán Ulloa, Diego Martín.

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