|| Críticas | Cannes 2025 | ★★★★☆
Two Prosecutors
Sergei Loznitsa
El ciclo del estalinismo
Ignacio Navarro Mejía
Cannes (Francia) |
ficha técnica:
Francia, Alemania, Rumanía, Letonia, Países Bajos, Lituania, 2025. Título original: «Two Prosecutors». Dirección y guion: Sergei Loznitsa. Compañías: SBS Productions, LOOKSfilm, Atoms & Void, White Picture, Avanpost Media, Studio Uljana Kim. Festival de presentación: 78.º Festival Internacional de Cine de Cannes (Competición Oficial). Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: Oleg Mutu. Montaje: Danielius Kokanauskis. Música: Christiaan Verbeek. Reparto: Aleksandr Kuznetsov (Kornev), Aleksandr Filippenko (Stepniak), Anatoliy Belyy (Andrey Vyshinsky), Andris Keišs, Vytautas Kaniušonis, Valentin Novopolskij, Dmitrij Denisiuk. Duración: 118 minutos.
Francia, Alemania, Rumanía, Letonia, Países Bajos, Lituania, 2025. Título original: «Two Prosecutors». Dirección y guion: Sergei Loznitsa. Compañías: SBS Productions, LOOKSfilm, Atoms & Void, White Picture, Avanpost Media, Studio Uljana Kim. Festival de presentación: 78.º Festival Internacional de Cine de Cannes (Competición Oficial). Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: Oleg Mutu. Montaje: Danielius Kokanauskis. Música: Christiaan Verbeek. Reparto: Aleksandr Kuznetsov (Kornev), Aleksandr Filippenko (Stepniak), Anatoliy Belyy (Andrey Vyshinsky), Andris Keišs, Vytautas Kaniušonis, Valentin Novopolskij, Dmitrij Denisiuk. Duración: 118 minutos.
La última película del ucraniano Serguéi Loznitsa, Two Prosecutors, se basa en un relato corto de título homónimo, escrito por Georgy Demidov sin duda con cierto componente autobiográfico, pues este fue arrestado en 1938 y duramente interrogado, sin respeto alguno de los derechos humanos (otro rasgo inherente a la deshumanización). El relato y la consiguiente película se ambientan igualmente en esa época, arrancando con la llegada a una prisión soviética de dimensiones ambiguas de nuevos reclusos. Poco después acudirá aquí un joven procurador, para resolver con recorrido kafkiano una difícil petición, desde su idealismo jurídico contrario al pragmatismo y las reglas amorales de todos los que le rodean. Ya en estas primeras escenas, Loznitsa deja patente un estilo que retrata desde la distancia pero también la precisión (omitiendo directamente las muestras de horror, en la lejanía o en fuera de campo, como ocurría con La zona de interés, por citar otro ejemplo reciente de temprana presentación en Cannes a cargo de un autor veterano) lo que acontece entre los muros de una cárcel (principal localización del metraje), asemejándolo a lo que pueda suceder fuera de la misma. En ambos contextos, la vigilancia es constante, y uno solo se puede sustraer de ella en el interior de una celda, como hace el prisionero al que se encarga quemar sin leer (mandato que cumple solo parcialmente) multitud de cartas de súplica y reclamaciones dirigidas por otros presos a la autoridad. La belleza de la composición en el plano general del viejo condenado arrojando los papeles al brasero contrasta con la frialdad inherente de la acción, tanto por su marco y objetivo como por su lentitud y parsimonia, y esta inercia constante justifica el estatismo de todos los planos.
En efecto, la cámara nunca se mueve y oprime a sus referentes en encuadres cerrados (tanto los planos generales como los medios o primeros planos, pues los marcos y simetrías limitan toda amplitud de perspectiva). La puesta en escena es de un rigor implacable, con planos diseñados para que la cámara, siempre inmóvil como decimos, espere al personaje al término de su acción (como enseña la ortodoxia de la planificación), lo que acentúa su predeterminación, o incluso predestinación. Es decir, este estilo concuerda con la naturaleza de unas personas que deben seguir unos pasos determinados de antemano, por una voluntad ajena a ellas, para sobrevivir en tal régimen opresivo y carente de libertades. Sin embargo, incluso cumpliendo el oficio a rajatabla, el protagonista se encuentra con obstáculos por doquier, pues su personalidad le ha impedido apreciar que, en realidad, no debe realizar un trabajo según sus reglas y prácticas, sino convertirse en una pieza más de ese engranaje, sin salirse nunca de la inercia del día a día. Por ello, por no saber ajustarse a esa realidad, está condenado al fracaso. Por lo demás, su conflicto, típico de un hombre contra su entorno, se desarrolla no solo mediante trabas físicas, sino también mediante diálogos prolongados en una aparente lógica y raciocinio, pero en realidad convertidos en circunloquios, por no decir soliloquios, que enturbian el argumento antes que aclararlo. Su extensión rompe un tanto la sucesión casi metronímica de planos y escenas, muchas veces reducidas a transiciones de ida y vuelta de un espacio a otro, para transmitir esa imposibilidad de avanzar y ese circuito cerrado en que se mueven todos, que es quizá lo más eficaz de la película. Esta, por tanto, pierde algo de ese impulso cuando se detiene en escenas más largas de conversación, aunque estas son necesarias, como advertíamos, para completar el panorama de egoísmo, frustración y desaliento que obedece a un tiempo histórico no tan olvidado… Aunque los totalitarismos en sentido estricto ya no existen, las guerras, represiones y censuras deshumanizantes siguen más que vigentes. ♦
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