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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Sound of Falling [Cannes 2025]

    || Críticas | Cannes 2025 | ★★★★☆
    Sound of Falling
    Mascha Schilinski
    Cadencia y decadencia


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia) |

    ficha técnica:
    Alemania, 2025. Título original: «In die Sonne schauen». Dirección: Mascha Schilinski. Guion: Mascha Schilinski, Louise Peter. Compañías: Studio Zentral, ZDF. Festival de presentación: 78.º Festival Internacional de Cine de Cannes (Competición Oficial). Distribución en España: Elástica. Fotografía: Fabian Gamper. Montaje: Evelyn Rack. Música: Michael Fiedler, Eike Hosenfeld. Reparto: Hanna Heckt (Alma), Lena Urzendowsky (Angelika), Laeni Geiseler (Lenka), Lea Drinda (Erika), Luise Heyer (Christa), Susanne Wuest (Emma), Claudia Geisler-Bading (Irm), Florian Geißelmann (Rainer), Filip Schnack (Fritz joven), entre otros. Duración: 149 minutos.

    Si un fantasma es un ente que se detiene en el tiempo, en cierto modo es como la imagen que capta una fotografía. Esta confunde además vivos y muertos, por extender la inercia, la parálisis, a cualquier ser o referente que habita o rellena su encuadre. Se ha dicho muchas veces que el cine, como extensión de la fotografía, tiene la cualidad de lo fantasmagórico, aunque ya la pantalla muestre movimiento, pues también suspende lo mostrado en el tiempo. Y con su juego de elipsis y transiciones, puede distorsionar ese tiempo, trasladar personajes de inmediato entre escenarios (o paredes) o contextos, por decirlo más ampliamente, con una soltura etérea que sería imposible en la realidad. La directora alemana Mascha Schilinski es muy consciente de estas reflexiones por lo demás obvias para cualquier iniciado en el séptimo arte, pero la gracia está en que desarrolla esa conciencia con una madurez introspectiva esta poco frecuente, sobre todo para tratarse de una segunda película.

    Sound of Falling, antes titulada de manera más ingeniosa y menos didáctica The Doctor Says I’m All Right, but I’m Feeling Blue, va de la depresión, gravitatoria y psicológica, que acompaña a cualquier caída. Pero es una caída más temporal que espacial, entre tres generaciones de jóvenes enlazadas por ambiguos parentescos que comparten granja porcina, casa rural y quizá lugar de vacaciones, sucesivamente, en la campiña germana. La cinta no sigue una cronología al uso, y para evitar una excesiva desorientación circunscribe en efecto la acción a un mismo escenario, pero desplazando por el a sus personajes como si fueran entes ajenos a una sujeción concreta. Es decir, observamos esbozos de las vidas de estas chicas, de sus madres, hermanas, tíos abusivos o novios despechados, sin que salgan nunca de esa rutina cíclica, pero sin anclarse realmente en un lugar determinado, pese a la unicidad de la localización. Esto lo logran Schilinski y su equipo, en particular el de su director de fotografía Fabian Gamper, manteniendo la cámara casi siempre en movimiento y, cuando no lo está, filtrando la imagen con uno u otro recurso, ya sea el vidrio de una ventana o el propio trabajo fotográfico, granulado siempre y en ocasiones desenfocado o contorsionado sobre sí mismo. La cámara se mueve y gira entre los personajes por las habitaciones y exteriores con la libertad (y algo de la aleatoriedad) de una mosca, bicho que más allá de su aleteo constante es señal de muerte y decadencia.

    El impacto de la imagen, en todo caso, se contrarresta con lo desdibujado de los personajes (con una visión subjetiva eso sí omnipresente), algo que sería coherente con su condición fantasmal, pero que distancia quizá demasiado al espectador, sin un asidero narrativo claro más allá de las conexiones metafóricas, mentales o históricas. Estas se refuerzan con una voz en off creciente a medida que avanza el metraje, como si Schilinski temiera perder el interés del público sin una mayor explicación de unas acciones injustificables en su violencia y gratuidad, al menos para quien no capte fácilmente el vacío de la existencia. La fascinación es evidente, pero esa fascinación recae en la impresión esotérica e hipnótica que queda grabada en la retina, en el consiguiente misterio insondable que riñe con cualquier apunte expositivo… aunque sea la exposición de una fotografía que, falseada, confunde a vivos y muertos, a quienes están y ya no están. Efecto, en todo caso, potente para una película que, a sus más de 140 minutos, es por naturaleza irregular, pero también inmersiva, chocante, bellísima, tristísima y, sobre todo y paradójicamente, muy consciente de su finitud. ♦


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