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Breve historia de una familia
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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cactus Pears

    || Críticas | Las Palmas 2025 | ★★★★☆
    Cactus Pears
    Rohan Kanawade
    El deseo y su expresión


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    India, Canadá, Reino Unido, 2025. Título original: «Sabar Bonda». Dirección y guion: Rohan Kanawade. Compañías: Lotus Visual Productions, Dark Stories, Moonweave Films, Taran Tantra Telefilms. Festival de presentación: Festival de Cine de Sundance. Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: Vikas Urs. Montaje: Anadi Athaley. Sonido: Anirban Borthakur, Naren Chandavarkar. Reparto: Bhushaan Manoj, Suraaj Suman, Jayshri Jagtap. Duración: 112 minutos.

    ¿Cómo poner en imágenes la opresión de la propia identidad? ¿Cómo traducir las emociones cohibidas de un personaje cuyas decisiones, palabras y soledades son puestas constantemente en entredicho? ¿Cómo filmar el malestar que siente alguien que está siendo escrutado en todo momento? Esas son las premisas desde las que Rohan Kanawade construye una obra de una impresionante limpieza formal a partir de la cual expone el desempeño diario de Anand, un joven indio que, tras la muerte de su padre, acude a su pueblo natal para velarlo durante los diez días reglamentarios que estipula la tradición del país. Dicho paréntesis vital destinado a cumplir con un ritual mortuorio no sólo se verá marcado por las habituales angustias provocadas por la confrontación del duelo, sino también por la obligación de ocultar su homosexualidad ante los miembros de su familia, cuya intransigencia hacia quienes que se salen del orden tradicional, patriarcal y economicista que rige los matrimonios —heterosexuales— concertados se manifiesta en una serie de palabras, miradas y gestos de violento desprecio.

    A lo largo del metraje, Anand se ve forzado a dar explicaciones de más sobre su intimidad, a inventar mentiras con las que justificar su soltería o a trazar alambicados argumentos que satisfagan la impúdica curiosidad de quienes le reclaman razonamientos metafísicos que sostengan su negativa a contraer matrimonio —con una mujer—. Un gesto directo de rechazo ante la idea de seguir una tradición a la que el protagonista se opone no es suficiente para esas voces molestas que no dejan de esquinarle con sus preguntas aleccionadoras. El anacrónico irracionalismo que criminaliza el deseo y convierte la intimidad en un mercado de cotilleos y miradas frívolas cuya principal finalidad es la de reprimir la diversidad da lugar en Cactus Pears a todo un sistema de formas sociales destinadas a que los personajes aprendan y memoricen la opresión: en la soledad de una estancia vacía Anand se siente igual de cohibido que en una cena ruidosa en la que los estigmas de cada miembro de su familia se clavan sobre él.

    La disposición de los cuerpos sobre el espacio formula el entramado de relaciones de poder simbólico a partir de las cuales los familiares del protagonista lo enclaustran y alejan de la expresión libre de su deseo. Kanawade filma las secuencias en grupo en largos planos generales en los que rara vez queda algún personaje fuera del encuadre; es en la orientación de sus rostros, en la sutil agresividad de sus gestos, en la unívoca dirección de unas miradas que convergen en un mismo rostro, donde la aparente translucidez de la imagen se convierte, a la vez, en un oscuro preludio de la violencia física y en un recuerdo de un horror pasado cuyo contorno nunca llega a concretarse. Incluso cuando el plano se cierra sobre Anand para ofrecerle cierta intimidad, aparece en el tercer término del encuadre alguna silueta desenfocada cuya sombra se termina imponiendo como la manifestación abstracta de una red de vigilancia muy precisa y concreta. El acto de reprimir termina siendo codificado e impuesto de forma mecánica y, por ello, sus víctimas no consiguen liberarse por completo de la sensación de asfixia ni siquiera cuando están solas. Los planos se suceden unos a otros, la luz baña las estancias y los cuerpos, la amplitud visual es magnífica y, pese a todo, siempre hay una presencia que insinúa un peligro o una ausencia que señala la posible aparición de dicha presencia. La coerción que sufre el personaje se manifiesta en una serie de gestos erráticos, en su dificultad para besar en los labios al hombre al que ama cuando están perdidos en mitad del monte. Hay en ese pudor un miedo aprendido a través de los años, una maya de cristal que se clava en su cuerpo para separarlo del cuerpo que desea. La ruptura de dicha maya constituye el grueso del recorrido dramático de Cactus Pears.

    En sus mejores momentos, la película adquiere una noción de la fisicidad extraordinaria, que se materializa en la precisión con que el director y los actores consiguen trasladar gran parte del discurso de las imágenes al pautado movimiento de los cuerpos, a partir un proceso de liberación de las gestualidades sostenido sobre un distanciamiento de la cámara. El plano no acota los posibles desplazamientos de una mano sobre un rostro, sino que permite que los intérpretes, que no tienen que preocuparse por salirse del encuadre, construyan con sus gestos espontáneos todo aquello que a sus personajes no les dejan decir con palabras. Así, los espectadores toman conciencia de la existencia de una emoción cohibida cada vez que un cruce de miradas o la prolongación de un silencio no desemboca en un movimiento de pasión arrebatado. Un ejemplo: cuando Anand y su novio quieren besarse, el miedo a que alguien pueda verlos les hace abrazarse. En esa dislocación entre lo deseado y lo realizado se explicita un dolor mudo que subyace bajo la superficialidad del relato. Los espectadores conocen a Anand no por lo que dice en público, por lo que les cuenta a unos familiares abiertamente homófobos que no le ven sino como un valor de cambio a través del que ascender socialmente, sino por todos los gestos que el violento zumbido de la opresión constante le obliga a reprimir: a partir de esos besos no dados, de esas miradas esquivadas, de esas expresiones de deseo nunca pronunciadas en voz alta, los integrantes de la platea alcanzan a entender la magnitud de su dolor, la insoportable sensación de asfixia con la que convive. ♦


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