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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Riddle of Fire

    || Críticas | Sitges 2023 | ★★★★☆
    Riddle of Fire
    Weston Razooli
    Óleo sobre celuloide


    Agus Izquierdo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: Riddle of Fire. Dirección: Weston Razooli. Guion: Weston Razooli. Fotografía: Jake L. Mitchell. Compañías: ANAXIA, FullDawa Films. Duración: 114 min. Reparto: Analeigh Tipton, Charles Halford, Skyler Peters, Danielle Hoetmer, Charlie Stover, Lorelei Mote.

    Hay un cine que mancha. Ojo, lo digo en el mejor de los sentidos posibles. Y esa salpicadura se debe a algo difícil de explicar y, por lo tanto, obtuso a la hora de defender en cualquier ejercicio de proselitismo. Quizá tampoco haga falta, puesto que Riddle of Fire, una de las grandes sorpresas del último año, se defiende solita: ha sido merecedora de presencia en Cannes y de una mención especial en el último Festival de Sitges y, por si fuera poco, apadrinada por el mismísimo Quentin Tarantino. Y ya saben que lo que sea que tenga que decir Quentin, uno de los paladines del cine pop contemporáneo, va a misa. Filmada en Kodak y con los granulados brincos característicos de los 16 milímetros, este cuentecito inteligente y perspicaz es obra del estadounidense Weston Razooli, originario de Park City, Utah: un tipo con pose de cowboy deconstruido dispuesto a mirar al futuro sin quemarse por la ambición, usando su pasado y su mirada infantil como guía espiritual y como antorcha creativa. Solo alguien que entiende la niñez con todo el respeto y madurez del mundo puede fabricar una peripecia tan extraordinaria como lo es Riddle of Fire.

    En Riddle of Fire se nos permite formar parte de una jornada con la compañía de tres gamberros (luego cuatro), que se embarcan en una expedición esperpéntica que empieza con una premisa, de entrada, irresoluble a la vez que irresistible: el robo de una consola. Pero este grupo de niños se asemeja más a un clan de moteros de Easy Rider que no al colectivo infantiloide que capitaneaba The Florida Project y, puesto que, aunque emanan una vibración similar por lo que respecta a su simpática exploración de los cuentos infantiles, la propuesta de Razooli, a diferencia de la consagrada película de Sean Baker, consigue sublimar la fábula fantástica, que acaba sofisticando el relato mediante una bifurcación textual. Riddle of Fire se puede leer como cuento travieso protagonizado por unos mequetrefes jugando a ser mayores (como experimentó en su día Alan Parker con Bugsy Malone) o, para colmo, entenderse como un thriller, con sus consiguientes elementos como persecuciones, disparos, escenas de bar y borracheras, en el cual se ven inmiscuidos despreocupadamente Alice, Hazel y Jodie y Petal, los chavales que conforman la revoltosa pandilla. Todo esto ocurre gradualmente, en una suerte de proceso orgánico de experiencia y aprendizaje (tal como si fuese un juego de rol): un viaje a través de la peligrosidad del mundo adulto al que los pequeños héroes se ven catapultados pese a que, en un principio, salían de casa con sus motitos y sus adorables pistolas de paintball sin ninguna otra misión que la de ir a buscar un pastel para su madre, que reposa en la cama con un resfriado digno de baja laboral.

    Razooli plantea una aventura gráfica, una recreación de Dragones y Mazmorras que bien podría recordar levemente al serial Stranger Things, pero ofreciendo, para gusto de un servidor, una inventiva mucho más sólida y personal, donde el director recupera clásicos y referentes sin avergonzarse. Quizá por toda esta honestidad desenfadada podemos reconocer a Los Goonies, Stand by Me de Rob Reiner o la Moonrise Kingdom de Wes Anderson. Con Riddle of Fire hay quien rememorará también otros títulos hegemónicos que alimentaron la imaginación de generaciones enteras. El imaginario colorido de este salto en trampolín no se esconde ni se achanta, y funciona como parque de atracciones donde uno escoge su ruta, decidiendo, por ejemplo, si quedarse embobado con los hipnóticos personajes (entre el elenco se encuentra Lio Tipton o el mismo director); prestar atención a la flotante música sintetizada e idónea (suena esa terrorífica melodía de Holocausto Caníbal de Riz Ortolani) o sucumbir ante la iniciativa atmósfera fotográfica de Jake L. Mitchell, que encaja a la perfección con la necesidad formal de este relato onírico, cálido y afectuoso. Como todo en la vida, Riddle of Fire puede no convencer ni emocionar. No me corresponde a mí acusar ni juzgar tal acto de psicopatía. Lo que no cuestionaré aquí es un producto final que resulta en una pieza de artesanía visual y narrativa, donde la línea vital se revierte propiciando que la candidez irrumpa a la madurez, y no al revés. Estamos ante una ficción que posibilita que la inocencia se empodere y se autorreconozca, para acabar estallando en una travesura genial, fenomenalmente cocida y fermentada. Hemos sido invitados a una fiesta que nos recuerda que jamás de los jamases debemos dejar de jugar. Traigan confetis, caramelos y, si pueden, algún que otro petardo. ♦


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