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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El mal no existe (悪は存在しない)

    || Críticas| 71SSIFF| ★★★★★
    El mal no existe
    Ryûsuke Hamaguchi
    … O quizá sí


    Júlia Gaitano Mendizábal
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    Japón. 2023. Título original: Aku Wa Sonzai Shinai/悪は存在しない. Dirección: Ryûsuke Hamaguchi. Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Eiko Ishibashi. Fotografía: Yoshio Kitagawa. Montaje: Ryûsuke Hamaguchi, Azusa Yamazaki. Producción: Shô Harada, Tomohisa Ishii, Satoshi Takada, Katsumi Tokuyama. Música: Eiko Ishibashi. Reparto: Hitoshi Omika, Ryô Nishikawa, Ryûji Kosaka, Ayaka Shibutani.

    El año 2021 fue especialmente glorioso para el japonés Ryûsuke Hamaguchi, que presentaba no una si no dos de las películas más celebradas de los últimos tiempos: La ruleta de la fortuna y la fantasía (Oso de Plata en la Berlinale) y Drive My Car (premiada en Cannes, en los BAFTA, en los Globos de Oro, en los Oscar,... entre otros). Evil Does Not Exist es su siguiente y esperado paso y, con esta película no hace más que confirmarse como uno de los directores más sugerentes e impredecibles del panorama cinematográfico actual. En este filme, además, parece querer probar tonos y tramas nuevas para su cine, desconcertando en cierta manera al espectador a lo largo de todo el metraje.

    El planteamiento de base es relativamente sencillo, e incluso puede resultarnos familiar: el día a día de los habitantes de una pequeña localidad cercana a Tokio se ve amenazada por el lobby del turismo rural, que ha echado el ojo a la impresionante naturaleza que les rodea con la intención de poner un sitio de «glamping» (una aberración que nace de mezclar el concepto de camping con el de lujo o glamour). En esta pugna que parte de querer capitalizar aquello puro, y por lo tanto también arrebatárselo de aquellos que humildemente lo poseían, se genera una tensión evidente, que va enrareciendo poco a poco el aire en Evil Does Not Exist hasta su desenlace. Pero un conflicto que podría estar enfocado de forma más o menos obvia se convierte en esta pieza en algo enmarañado e impenetrable, como Takumi (un portentoso Hitoshi Omika). Este ejerce de una suerte de «manitas» del pueblo, a disposición de todos y merecedor por lo tanto de su respeto. Takumi es un hombre hermético y por lo general bastante solitario, excepto cuando está con su hija Hana (Ryô Nishikawa), que es una luz en su vida (a pesar de que se olvide constantemente de recogerla en el extraescolar) y de todo el pueblo, y que a la que puede se va sola a explorar los secretos que alberga el frondoso bosque que rodea su hogar. En ese bosque se encuentra la esencia del lugar, en sus huidizos ciervos, su variedad arbórea y sus lagos helados.

    Luego, claro está, tenemos la otra cara de la moneda, en esos dos representantes de la empresa de «glamping», que son más actores que han estudiado ese papel de representantes que otra cosa. Dos maniquíes dando la cara por unos peces gordos que, obviamente, no solamente no se rebajarán a dejarse ver por el pueblo, sino que tampoco aceptarán las dudas y preocupaciones de estos cuando sean informados de que la fosa séptica que requiere el camping amenaza con mancillar la preciada agua pura que lleva su río. Todo ese mundo rural, con sus rituales y formas de ser, se les hace tan extraño a los urbanitas que en momentos la película se convierte en una parodia de su visión idealizada (nota extradiegética: en el pase del Festival de Donostia en el que la vi, en más de una ocasión se oyeron carcajadas generalizadas entre los espectadores), descolocando una vez más en su tono, aligerado de golpe. Y, por supuesto, la forma que tiene Hamaguchi de mostrar todo ello es a través de unos pocos pero efectivos recursos, tanto en imagen como en sonido. Ahí tenemos una minimalista pero estremecedora secuencia inicial, que sirve de dilatado preámbulo visual/musical a lo que viene. Un sencillo travelling que mira hacia arriba, hacia la copa de los árboles del bosque, que avanzan sin llegar a ningún fin. La música de Eiko Ishibashi que lo acompaña es muy bella, pero a su vez también enmarañada, como las ramas de los árboles, que se entremezclan entre ellos sin orden ni concierto. Como curiosidad, la génesis de esta película (y, cabe añadir, también de la siguiente que se le espera, titulada Gift) es un proyecto ideado por el cineasta juntamente con la compositora, una colaboración en la que Hamaguchi debía hallar unas imágenes con las que ilustrar una partitura de Ishibashi. Es importante destacar este detalle porque el papel de la música (y el silencio) es fundamental en Evil Does Not Exist y conociendo la implicación de Eiko Ishibashi, entendemos el porqué.

    El título de la película da a entender que, en ese paraje puro y simple, en ese orden equilibrado entre habitantes, animales y naturaleza, no hay cabida para el Mal (así, en su forma más compleja). En general, parece que sea de esta manera. Incluso en el trato tensionado con los visitantes de Tokio, hay una cordialidad que acaba imperando. También en la evolución que veremos en esos dos personajes totalmente foráneos, parece que esa bondad del paisaje se les traslada a su forma de ver el mundo. Pero, como esas ramas enmarañadas pronostican ya al inicio, la realidad es mucho más compleja y, en ocasiones, incomprensible. En su tramo final, la película muta de forma inesperada y consigue cambiar del todo el sentido de lo que le ha precedido. Se muestra la otra cara de lo bello, que es lo terrible, lo siniestro. Y, por encima de todos, deja al espectador descoyuntado, sacudido, y con un puzle que, cuando parecía que podía acabar de completarse, se ha desmoronado ante nuestros ojos.


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