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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft

    || Críticas | FICX 2022 | ★★★★☆ |
    The Fire Within:
    A Requiem
    for Katia and Maurice Krafft
    Werner Herzog
    La poética del peligro


    Yago Paris
    Gijón |

    ficha técnica:
    Estados Unidos. 2022. Título original: The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft. Director: Werner Herzog. Guion: Werner Herzog. Productores: Cédric Chabloz, Julien Dumont, Mandy Leith, Peter Lown, Cedric Magnin, Alexandre Soullier, Jess Winteringham. Productoras: Bonne Pioche, Brian Leith Productions, Titan Films. Fotografía: Henning Brümmer. Música: Ernst Reijseger. Montaje: Marco Capalbo. Reparto: Katia Krafft, Maurice Krafft.

    Los vulcanólogos franceses Katia y Maurice Krafft murieron el 3 de junio de 1991 en Japón, mientras cubrían la erupción del Unzen. Este desafortunado evento, que alcanza la categoría de tragedia debido al inesperado comportamiento del volcán, es una de las primeras informaciones que nos ofrece el cineasta Werner Herzog en The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft, filme programado dentro de la sección oficial, en la categoría Albar, del Festival Internacional de Cine de Gijón. Destaco esta circunstancia porque es paradigmática para entender las ambiciones y resultados del documental. En manos de un realizador carente de una mirada propia en torno al entendimiento del cine, de los que se limita a reproducir moldes narrativos con mayor o menor brío, este evento sería fácilmente el clímax de la cinta, el resultado final de una narración probablemente de corte biográfico, centrado en reconstruir las personalidades de los vulcanólogos desde un prisma hagiográfico. En manos de Herzog, esta información es despachada casi con indiferencia, desde luego sin especial tacto, como quien arranca una venda sin considerar las posibles consecuencias. No hay en ningún caso una falta de respeto hacia la figura de dos personas cuya obra diseccionará, desde la admiración, durante todo el metraje, pero sí una firme intención de dejar de lado el plano personal de la pareja de científicos. Esto tampoco debe entenderse como una narración aséptica, limitada a dar datos; más bien al contrario, la principal labor de Herzog consiste en saber extraer la belleza y la poesía de imágenes extraordinarias, que en su clímax llegan a alcanzar, gracias al montaje, la adición de banda sonora y su capacidad para leer el poder alucinógeno del cine, la condición de viaje espiritual. En otras palabras: Herzog toma la vía de la austeridad documentalista, sin sensiblería, y acaba alcanzando una cumbre —quizás menor a pesar de todo, al estar ubicada en una filmografía llena de hallazgos— de la sensibilidad.

    La propuesta del documental es radical también en los materiales que decide utilizar. A pesar de que cuenta con un extenso catálogo de filmaciones, rodadas por el matrimonio Krafft, Herzog se limita exclusivamente a utilizar este metraje para confeccionar su filme, lo que nos llevaría a poder entender la cinta como una variación de la idea del metraje encontrado. Aunque se trata de imágenes conocidísimas —y, sin ir más lejos, ya utilizadas este mismo año en otro documental consagrado a la figura de los vulcanólogos, Fire of Love—, es la labor de Herzog la que determina el resultado final. Que comience por el final, contando el fallecimiento de los protagonistas, no solo despeja cualquier duda en torno al tono del filme, sino que también es resultado de las intenciones narrativas del director, que consisten en una exposición transversal de lo que sus objetos de estudio supusieron, con especial atención a la evolución de lo que se podría afirmar con rotundidad que era su cine. Como defiende abiertamente el propio Herzog, al observar las imágenes de los Krafft podemos localizar un interés como cineastas en la captura de los fenómenos naturales que determinaron sus vidas. En este punto es quizás donde la mirada del autor de Grizzly Man resulta especialmente lúcida. Gracias a su capacidad para leer el cariz, los matices de las imágenes de los Krafft, Herzog desarrolla todo un discurso en torno a la obra de estos, marcando una clara evolución en su cine, no solo formal sino también emocional y discursiva, lo que permite llevar a cabo un retrato de los protagonistas a partir de sus creaciones audiovisuales.

    Así, el documental nos permite observar cómo la mirada torpe de los primeros años se transforma en un progresivo dominio de los resortes técnicos para alcanzar imágenes de mayor impacto, pero todavía quizás excesivamente científicas, asépticas. De ahí se llega a una fase donde los cineastas parecen ser conscientes de la manera en que su mirada estaba ensimismada en lo vulcanológico, y perdía de vista el contexto y las repercusiones de aquello que estudiaban. Es decir, parecen darse cuenta de que su estudio estaba condicionado, y por tanto su alcance era menor, al no considerar otros aspectos que también describen en qué consiste un volcán. Pasamos, por tanto, a una fase donde el interés parece casi más centrado en las repercusiones que en los fenómenos naturales, en los efectos que en las causas. Su cine se humaniza, y es entonces cuando los seres vivos —humanos, ganado— pasan a formar parte del plano de manera determinante, y no solo para generar impacto visual —ya no aparecen personas solo cerca de volcanes, imágenes sin duda impactantes pero evidentemente efectistas—. Su cine pasa a ser, por tanto, una especie de denuncia social sobre la necesidad de proteger a poblaciones cercanas a volcanes, y, aunque esto no los salvara a ellos mismos de cometer temeridades a la hora de cubrir dichos fenómenos, como así se demuestra no solo en las causas de sus muertes, sino en eventos previos en los que su vida corrió enorme peligro, sí parecen tener estas nuevas imágenes una aspiración de concienciación y alerta, o, cuando menos, de cobertura de tragedias, y por tanto de servir de testimonio humanista del sufrimiento.

    Pero es en el tramo final cuando el filme adquiere sus mayores cotas de interés cinematográfico. En un bello clímax que parece dejar sin palabras al propio Herzog, cuya voz en off pasa a un segundo plano hasta directamente desaparecer, el cineasta combina las poderosísimas imágenes de los Krafft con un acompañamiento musical a la altura del potencial visual que se refleja en pantalla, creando lo que se podría afirmar sin demasiado atrevimiento que se trata de uno de los instantes poéticos más apabullantes de este año. Que el resultado final recuerde a los filmes de Terrence Malick solo refuerza la sensación de estar ante algo trascendental, en un ejercicio de entrega y convicción en las imágenes que se equipara al del propio trabajo de los Krafft, dos cineastas embelesados por el fulgor de los volcanes y convencidos de la necesidad de estudiarlos a pesar de ser conscientes de que se estaban condenando a una muerte prematura, que podía acontecer en cada nueva expedición, sin que eso los frenara. Esa poética del peligro que también sabe mostrar Herzog es el homenaje final a dos personas que vivieron la vida entregados a su pasión, hasta las últimas consecuencias y, por tanto, exprimiéndola al máximo.


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