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    Crítica | Saving one who was dead

    Ascensor hacia la mente

    Crítica ★★★☆☆ de «Saving one who was dead», de Václav Kadrnka.

    República Checa, Eslovaquia, Francia, 2021. Título original: «Zpráva o záchrane mrtvého». Director: Václav Kadrnka. Guion: Václav Kadrnka, Marek Sindelka, Jirí Soukup. Productores: Simona Kadrnková, Václav Kadrnka. Producción: Sirius Films, Silverart, Bocalupo Films. Fotografía: Raphaël O'Byrne. Montaje: Jan Daňhel. Música: Irena Havlovi, Vojtech Havlovi. Reparto: Vojtech Dyk, Zuzana Mauréry, Petr Salavec. Duración: 90 minutos.

    «El mundo nace en nosotros, como Descartes hizo reconocer, y dentro de nosotros adquiere su influencia habitual».
    Edmund Husserl.

    Hay películas que van calando poco a poco. Sin darse cuenta, mojan la conciencia con el rastro húmedo de imágenes que van fluyendo, tímidamente, por la discreta gruta de esos paisajes visuales que creíamos haber visto ya en demasiadas ocasiones. Es una cualidad discreta, como la propia película, pero capaz de dejar la huella de una conciencia ajena que va horadando la propia memoria hasta formar un pequeño acantilado por el que, de cuando en cuando, discurre el hilillo de estas imágenes. Hilillo que puede engañar por el pequeño tamaño de su caudal, pues el cine de Václav Kadrnka funciona mejor cuando se piensa no tanto por lo que aporta, sino por lo que decide no aportar.

    Saving One Who Was Dead es una de esas películas. Václav Kadrnka ganó el premio a Mejor Película en el Festival de Karlovy Vary con Little Crusader, un filme que recuperaba la resonancia poética y la épica cotidiana de la Nueva Ola Checoslovaca a través de una inusitada road movie infantil en tiempos de caballeros. Su nueva obra también tiene esa timidez en su planteamiento y cierto extrañamiento, cierto distanciamiento en la artificialidad de su construcción audiovisual. En esencia, la película se localiza en un hospital donde un padre languidece debido a un trombo cerebral mientras su mujer y su hijo se entregan, día a día, a atender el cuerpo enfermo intentando activar la mente con pequeños ejercicios. Sobre el papel, es un trabajo antipático debido a que presenta determinados tics del cine de autor europeo más autoindulgente: composiciones de una simetría pulcra, una incomunicación exacerbada en diálogos que marcan la habitual distancia brechtiana, el formato vertical que estira a sus personajes y reflexiones temáticas sobre la incomunicación, la soledad y la desconexión espiritual. En la práctica, el filme de Kadrnka se las ingenia para, al igual que sucedía en Little Crusader, emplear la teatralidad y la superficie material de la imagen con el fin de exacerbar la que ya es una constante en su obra; a saber, el estudio de estados de conciencia y arquitecturas psicológicas que, paso a paso, impregnan y empapan el espacio físico hasta deformarlo y convertirlo en una prolongación de la mente y sus ramificaciones.

    La verticalidad de Saving One Who Was Dead se exterioriza en su formato de imagen y también en composiciones vertiginosas de escaleras, ascensores y fachadas. De este modo, el cineasta checo traza una similitud entre el cuerpo enfermo y el viejo edificio del hospital —muy similar a las rimas visuales cuerpo-paisaje vistas en Il Buco — que se va haciendo más patente conforme el hijo se hunde en el laberinto de su memoria. El cuerpo nunca es suficiente, es una extensión fatigada y cansada de mentes que buscan proyectarse más allá. Sucedía en Little Crusader con las armaduras que aplastaban al pequeño protagonista y convertían a los caballeros en torpes poetas. Aquí esos símiles se hacen más patentes y los tics autorales van dando paso a un volcado de la mente en el espacio físico con resonancias borgianas y digresiones verbalizadas que hablan de la incapacidad del cuerpo y del trauma de la memoria. Con todo esto Kadrnka parece querer poner en escena al genio maligno cartesiano, un Dios que engaña y crea una naturaleza que no se amolda a la verdad percibida. La respuesta de la película es intensificar el componente de extraño drama intimista y psicológico hasta difuminar los límites entre mente y cuerpo. Un ejercicio de construcción de imágenes-sinapsis que funden lo onírico, lo real y lo íntimo hasta soliviantar la naturaleza percibida y reemplazarla por la naturaleza mental: imágenes que se piensan y luego son, o cómo el escape de conciencia respecto al dolor de la enfermedad termina por construir su propio refugio en carne y hueso.

    El cine lleva cuestionándose desde su existencia la frontera entre la imagen que se percibe y la imagen real. Kadrnka parece creer que este conflicto dual no tiene por qué producirse ya que es posible construir una imagen que es percepción y percibida al mismo tiempo. Saving One Who Was Dead es, por lo tanto, una película que va mojando poco a poco. Sus tics siguen ahí, pero sucumbir a la retórica aparente de sus formas sería un ejercicio crítico demasiado perezoso. Entrever en la evocación de los palacios mentales que rompen con la geometría del mundo físico una vocación por hablar de un cine psicológico es el mayor debate de la película. En el camino, persiste el interés un cineasta capaz de hibridar géneros donde la mente es un tipo de magia capaz de alterar realidades y estados de ser oprimidos en universos que siempre son herméticos e inaccesibles. Una película que siempre permanece ajena e indiferente, pero que recompensa con una peculiar poética cerebral.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / 18ª edición del Festival de Sevilla


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