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    Crítica | Il buco

    Una cueva llora

    Crítica ★★★☆☆ de «Il buco», de Michelangelo Frammartino.

    Italia, Francia, Alemania, 2021. Título original: «Il buco». Dirección: Michelangelo Frammartino. Guion: Michelangelo Frammartino, Giovanna Giuliani. Producción: Marco Serrecchia, Michelangelo Frammartino, Philippe Bober. Compañías: Doppio Nodo Double Bind, Société Parisienne de Production, Essential Filmproduktion, RAI Cinema, Calabria Film Commission, Ministero della Cultura, ZDF/Arte, Eurimages. Fotografía: Renato Berta. Montaje: Benni Atria. Reparto: Leonardo Larocca, Claudia Candusso, Mila Costi, Carlos José Crespo, Antonio Lanza, Nicola Lanza. Duración: 93 minutos.

    Los primeros pobladores de Australia se encontraron con la gran dificultad de recorrer la inmensidad de la isla. La solución consistió en crear las songlines, composiciones musicales transmitidas oralmente que describían la posición de determinados lugares clave. Una topografía cantada y, en ocasiones, grabada en el cuerpo que indicaba también elementos referidos a la mitología, la fauna local e incluso la botánica. Más de 60.000 años recurriendo a un sistema capaz de mapear la tierra y convertir al hombre en un elemento de paso, en un nómada empequeñecido por un planeta en el que la historia humana apenas representa un 1% de toda su evolución.

    Esta insignificancia puede ser sobrecogedora, salvo que exista un sistema cultural y casi mítico que se relacione con la naturaleza en base a la resignación: aceptar cuán pequeños somos para disfrutar de cuán grande es todo lo que nos rodea. Los silbidos, cantos y rebuznos de los pastores de una pequeña zona de Calabria conforman un sistema de comunicación que se hace eco de las songlines. El Abismo de Bifurto, una inmensa raja de más de 600 metros de profundidad escondida entre montañas que sierran el cielo, es casi un organismo vivo que respira, llora y hace resonar en su interior el murmullo exterior. Los pastores merodean alrededor y conviven con la naturaleza sin cuestionarla. Es un pequeño cosmos de astros pétreos, soles escondidos bajo los pies y viento que ulula hasta dibujar en el rostro un mapa de la zona. Cuando un grupo de espeleólogos decide explorar el Abismo, la naturaleza local parece sentir un pequeño estremecimiento. El ruido de las voces humanas se siente más cerca, el repiqueteo de los instrumentos zahiere las escondidas grutas y el ilustrador copia los resultados de la exploración procurando que esa inmensidad tenga una escala más humana.

    Il Buco es una película inmersiva. Lo es por su forma de usar el silencio para narrar y también un poco por el respeto con el que deja que el ruido que nunca escucharíamos se imponga a todo lenguaje. Michelangelo Frammartino se toma todo el tiempo del mundo para mostrar, a través de las escalas gigantes de composiciones que minimizan al hombre, que hay un tipo de cine cuya existencia ni se defiende, ni se difunde ni se cuestiona: crepita en una pequeña gruta dibujando con el destello de sus imágenes un cierto sentir tan primitivo como sobrecogedor. En sus imágenes palpita un poco cierta grandeza del cine primitivo, ese que todavía tenía curiosidad por las grandes aventuras y que pensaba que imaginar consistía en fascinarse con lo indómito, lo incomprensible, lo que hay bajo nuestros pies y que les hace temblar. En sus imágenes caben las mencionadas composiciones que nos hacen todavía más irrelevantes, pero también un punto de vista observacional: aquí la cámara es una curiosa antropóloga cuyo principio demiúrgico consiste en mirar desde lejos, anotar en picados y contrapicados los avances del hombre y registrar, con la luz como tinta y la piedra como papel indeleble, las gestas de hombres que solo buscan sentirse un poco parte de todo eso.

    Il buco, Michelangelo Frammartino.
    Sección oficial de la 18ª edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

    «Aquí la cámara es una curiosa antropóloga cuyo principio demiúrgico consiste en mirar desde lejos, anotar en picados y contrapicados los avances del hombre y registrar, con la luz como tinta y la piedra como papel indeleble, las gestas de hombres que solo buscan sentirse un poco parte de todo eso».


    Sin embargo, algo va cambiando y queda registrado con el mayor celo y la pausa más serena. El viejo pastor tiene dibujado en su rostro una historia del entorno que siempre parece a punto de escribir su última página. Explorar su cuerpo enfermo es equiparado con descender por la grieta y explorar el interior de esa tierra que siente. El montaje los asocia, el sonido encabalga la respiración con el ulular, el agua que lava con el agua que cae, el quejido que moja los ojos con el pozo que empapa el final de la cueva. Y aquí Frammartino usa el cine para realizar un estudio anatómico y geológico que desvela un antropomorfismo transmutado en cada pequeño rincón de esa zona de Calabria. Pacientemente se agolpan las ideas, los motivos y los signos visuales: la tierra llena de roca parece que sufre un brote de psoriasis, el cuerpo del anciano parece musgo adherido a la piedra cansada de estar. Así se condensa toda una tradición de un cine a caballo entre la psicogeografía, la antropología y la geografía. Sin el lirismo de Piavoli, pero sí con su telurismo; sin la majestuosidad de los documentales de Fricke, pero sí con su misterio terrenal; sin la agotadora escala del tiempo de Benning, pero sí con su capacidad de saber observar. Un tipo de vivencia cinematográfica que deja exhausto y consigue que volver al mundo real sea un ejercicio de ruido y furia: una extraña sensación de confort por escapar de imágenes cuya escala es huidiza y también de vulnerabilidad por tener que regresar a un mundo que cada vez parece más pequeño. En cualquier caso, Il Buco se asoma a tantas cuestiones que perderse en su gigantismo geográfico y odisea íntima resulta casi un ejercicio de fe.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / 18ª edición del Festival de Sevilla


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