Una serie un poco superficial para un mundo muy superficial
crítica de House of lies (2012-2016). Final.
Showtime / 5 temporadas: 58 capítulos | EE.UU, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016. Creador: Matthew Carnahan. Directores: Stephen Hopkins, Matthew Carnahan, Daisy Von Scherler Mayer, Don Cheadle, Adam Bernstein, otros. Guionistas: Matthew Carnahan, David Walpert, Wesley S. Nickerson III, Theo Travers, Jessica Borsiczky, Taii K. Austin, Karin Gist, otros. Reparto: Don Cheadle, Kristen Bell, Ben Schwartz, Josh Lawson, Donis Leonard, Jr., Glynn Turman, Dawn Olivieri, Jenny Slate, Larenz Tate, Bess Armstrong, Ryan Gaul, Richard Schiff, Alice Hunter, Griffin Dunne, Steven Weber, Evan Hart, Taylor Gerard Hart. Fotografía: Peter Levy, Loren Yaconelli. Música: Mark Mothersbaugh, Clinton Shorter.
Durante cinco temporadas y 58 entregas, House of lies ha podido dar la impresión de cambio, y efectivamente se han producido alteraciones a lo largo de su existencia, pero en lo esencial ha seguido siendo la misma serie su episodio piloto nos presentara aquel ocho de enero de 2012. Con todo lo bueno y lo malo que eso conllevaba. En una entrevista de 52 minutos que el creador Matthew Carnahan ofreció para el programa Media Mayhem poco antes del estreno de la tercera temporada, la periodista Allison Hope Weiner preguntaba sobre el complejo comportamiento del protagonista de la serie, Marty Kaan (espléndido Don Cheadle, ganador del Globo de Oro en 2013), y Carnahan argumentaba que su idea era que cuando terminara la historia, se pudiera ver el arco de cambio de Marty. El final de la temporada no era originalmente el final de la serie, cancelada hace apenas un mes y medio, pero se nota que el guionista sospechaba que su creación podía no regresar, de ahí que muchas de las tramas principales tengan conclusión pero otras (relacionadas con la familia Kaan y Clyde y Doug) no tengan un punto y final muy perdurable. ¿Ha cambiado nuestro protagonista en estos años? Sí y no.
El punto de partida de House of lies era mostrar el trabajo de las consultorías, un negocio que en esencia consiste en vender humo, en jugar con proyecciones y predicciones hechas en base a datos y estadísticas. Trabajan con el 1% de la población más rica y poderosa, con empresarios/as que buscan expandir su negocio y entrar en nuevas áreas de mercado. La visión del creador ha sido siempre crítica con este mundo, reflejando cómo en última instancia existe un elemento de adicción al riesgo, a la inversión más grande y exagerada. Este material se expone con una comicidad negra y cínica, casi misantrópica en algunos puntos, y extrañamente sexual –el recuerdo de Dirt (2007-2008), la anterior creación de Carnahan, hace pensar que éste es uno de sus rasgos como autor–, a lo que ayuda la libertad que Showtime da a sus productos para no ponerse límites en la representación del sexo, y un reparto dispuesto a hacer algunas insólitas combinaciones de sexo y humor. Ese punto de partida dio paso a una primera temporada que presentó las principales características que la serie exhibiría durante toda su andadura: ritmo, velocidad, combinación de tramas autocombustibles y serializadas, nombres de relumbrón en arcos argumentales y personajes con evidente fecha de caducidad y un tratamiento superficial de muchos temas de interés social. Tener un protagonista afroamericano interpretado además por un actor/productor (y ocasional director) implicó en esta serie el tener guionistas de color, dar oportunidades de variedad étnica en las elecciones de casting y hacer un comentario racial sobre la América de hoy, especialmente interesa por la gran posición de poder es que está Marty. El personaje cambió poco a poco su dura coraza y a su alrededor les sucedían cosas a su equipo y familia, pero –ya sea por los ajustados 28 minutos de duración por episodio o por la propia incapacidad de los guionistas– en muchas ocasiones el resultado era estéril. Una mecánica previsible, aunque los eventos de la serie nunca lo fueran en sí, que contagiaba un tono efectivo aunque manso.
¿Por qué se puede salvar House of lies? Por su contagioso cinismo, su tierna misantropía y sus ganas de incordiar.
La incorrección campaba a sus anchas y el goce del reparto era palpable en cada momento, sobre todo cuando el gran cuarteto protagonista (Cheadle, Kristen Bell, Ben Schwartz y Josh Lawson) se limitaban a compartir escenas e interactuar en una impecable coreografía de controlado desbarre cómico. La parte humorística funciona mejor que la dramática o la romántica en House of lies, y por suerte para la audiencia así lo debían pensar también sus responsables, así que el chiste predominaba en cada nueva entrega. El otro gran recurso cómico de la serie era a la vez el único instante en que sabíamos que nuestro protagonista estaba siendo sincero. Marty Kaan rompe la cuarta pared, ya sea paralizando la acción para explicarnos tecnicismos y terminología de consultoría o ya sea con un simple guiño o mirada a la cámara para hacernos partícipes de la situación en que se encuentra. Es un recurso no especialmente original pero que Carnahan y su equipo logran integrar en el alma dramática de su serie hasta lograr que lo echemos de menos cuando no sucede. De hecho, la serie se despide de esta forma, cuando una coreografía masiva en plenas calles de Cuba une extras y equipo técnico y artístico en un gozoso baile al son latino. Como curiosidad, destacar que es la primera serie en rodar en Cuba desde que en verano de 2015 se levantara el mítico embargo por el nuevo trato entre Estados Unidos y el país de los Castro.
En ese equilibrio de géneros e historias ha vivido la serie toda su existencia, introduciendo algunas mejoras (la primera temporada mostraba un trabajo por semana, algo logísticamente imposible en la realidad, así que con el paso del tiempo se trataban tres o cuatro grandes trabajos a lo largo de las tandas) pero sin sacudirse nunca de encima la sospecha de que el reflejo de un mundo tan superficial acabó por contagiar las diferentes historias de cada personaje, que se resolvían a fuerza de guión y no sólo porque la evolución dramática estuviera lo suficientemente bien trazada. El segundo embarazo de Bell se incorporó a la trama tras ocultar el primero con atrezo y efecto digitales y la cuarta temporada fue por ello un puzle temporal hecho para cuadrar fechas. Es cierto que las trama eran imprevisibles y que muchos de los intérpretes invitados fueron capaces de dar algo de profundidad a sus pasajeros personajes (Valorie Curry, Mary McCormack, un hilarante Matt Damon haciendo de sí mismo), pero su condición de temporales era tan evidente que costaba tomarse en serio lo que presentaban de nuevo a esta comedia negra, ya que Marty siempre acaba ganando. Incluso cuando fue a la cárcel por culpa de Jeannie. ¿Por qué se puede salvar House of lies entonces? Por su contagioso cinismo, su tierna misantropía y sus ganas de incordiar. Desde la descripción del mundo de las consultorías a los problemas raciales de Estados Unidos, pasando por temas tan diversos como la sexualidad fluida, el doble rasero con que se juzga a los ricos y a los menos ricos, la tontería generalizada y testosterónica que inunda el mundo de los negocios y hasta la nueva situación de Cuba como paraíso a explotar financieramente, ningún asunto ha sido tabú para los guionistas, y eso es refrescante. Estamos ante una serie donde unos padres pueden emborracharse y llamar a su bebé de pocos meses a altas horas de la madrugada cual amante con un calentón. Sólo eso ha sido suficiente para disfrutar casi 60 entregas de media hora hechas con mucho ritmo, palpable disfrute y mucha escenas y chascarrillos de sexo. Ha sido un entretenimiento más que digno, y que rezuma inteligencia. Y además con final feliz. | ★★★ |
Adrián González Viña
© Revista EAM / Sevilla