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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Cannes 2016 | Día 2. Críticas: I, Daniel Blake / Money Monster / Rester Vertical / Eshtebak (Clash)

    El equipo de Money Monster

    In crescendo

    Crónica de la segunda jornada de la 69ª edición del Festival de Cannes.

    La jornada comenzaba con una buena dosis de disparatado dramatismo para sobresaltar a los espectadores que asistían, atónitos, a la extravagante historia contada por Alain Guiraudie acerca de un escritor atravesando un bache inspirativo; Rester Vertical nos daba un bofetón de explicitud visual a las 8:30 de la mañana y nos despertaba por completo para acudir al estreno de Money Monster, el nuevo trabajo de Jodie Foster quien, acompañada por los dos grandes veteranos de Hollywood: George Clooney y Julia Roberts, presentaba un trama de acción sin complicaciones que se nutre de su efectivo montaje y de ese nuevo Tom Hardy irlandés, llamado Jack O'Connell, que sigue con su imparable ascenso hasta la cumbre de la industria cinematográfica. Una industria que ha sido recientemente asaltada por los héroes y villanos de Marvel y DC comics pero que, no obstante, sigue necesitando de trabajos como I, Daniel Blake, que aprovechan su simplicidad y precisión para enviar un mensaje claro e imprescindible a una sociedad que va perdiendo todos sus valores y derechos. Loach presenta un drama social indispensable para evitar uno de las mayores lacras de nuestro sistema de gobierno: el olvido. Cerrando el día tenemos a la egipcia Eshtebak, un asfixiante drama filmado con una intensidad asombrosa que no deja espacio ni para respirar. Acción minimalista de una realidad aplastante.

    Rester Vertical

    RESTER VERTICAL

    Alain Guiraudie, Francia, 2016 / COMPETICIÓN.

    Una vez más, el director Alain Guiraudie vuelve a incidir en el tema del amor y la reproducción, como ya viene siendo habitual en su cada vez más conocida filmografía. No hay duda de que el director francés se ha hecho un hueco dentro del selecto e irreverente grupo de los renegados del amor utópico, una tendencia que atrae mucho al público francés y que representa las generaciones del “free love” parisino, tan bohemias, tan cliché de sí mismas, tan fotogénicas y, sobre todo, tan enfrentadas al encorsetamiento clasicista de la pareja como ente indestructible e inamovible, un “free love” que queda completamente caricaturizado por la cruel y grotesca lente de un director que destroza a golpe de explicitud procedimental todos los pilares de ese cine trasgresor del que hablábamos, para transformarlo en un producto indolente y sin concesión alguna ni piedad que busca provocar sin censuras. Sin embargo, esa provocación no pasa de un puñado de imágenes explícitas —parto incluido— sin verdadera intención de proyectar un mensaje o idea manifiesta. Guiraudie retorna al amor heterosexual —durante un momento— para someter a estudio dos de los papeles clásicos por excelencia dentro del mundo del cine de pareja: la musa y el artista. La musa es la clara definición de la mujer objeto, a ella, el artista otorga todo el mérito de su obra, con la certidumbre absoluta de que el resto de observadores no dudarán en destacar su nombre y figura como el verdadero creador, olvidando, si acaso saben de su existencia, a este supuesto manantial de inspiración y gracia. En su ególatra vanidad, el poseedor de la musa no tiene objeciones en asignar con falsa modestia falsa —sí, doblemente falsa— toda la importancia de su creación a una mujer cuya virtud reside en someterse al capricho sexual de un déspota y mantener la boca cerrada, a no ser que se le diga lo contrario, en cuyo caso podría tratarse de una musa cantarina, cómica, discursiva… La musa es una prostituta barata, tan barata que a veces se conforma con el pago en elogios de un pobre hombre que no tiene ni para pagar su propio sustento. En el mejor de los casos, este objeto despertará, tras un período de tiempo indeterminado, de su ensimismamiento y romperá los lazos con el artista, casi siempre de manera dramática debido al fuerte vínculo esclavizante y obsesivo que los había mantenido unidos.

    Algo similar es lo que le ha ocurrido a Leo, un impulsivo guionista de cine que, tras ser víctima de su propio ego artístico y atacado cruelmente por una musa escarmentada y, posiblemente remanida por otros artistas, se encuentra en plena crisis existencial frente a las puertas de un laberinto que compone su vida futura, completamente diferente a lo que conocía y sin la menor intuición de hacia dónde encaminar sus pasos. Comienza entonces, en un espacio desconocido y hostil, una nueva vida para el artista renacido, condenado a la mendicidad y a la generosidad de los extraños, tras pasarse gran parte de su vida forzando encuentros casuales con desconocidos que puedan aportar algo de inspiración a su vida, Leo se ve de repente atrapado por una degenerada sucesión de personas que tratarán de apoderarse de su ser como él había intentado exprimir las almas de sus víctimas anteriores. Un periodo en el que Guiraudie aprovecha para explorar una nueva relación, en este caso la de un padre y un hijo, que se enfrentan al abandono y a la dependencia recíproca. Vagando por los canales de la propia conciencia del protagonista, el director explora un introspectivo mundo onírico y decadente, gobernado por una voz de la razón disfrazada de naturópata que guiará, ora hacia el éxito ora hacia el más absoluto de los fracasos, a nuestro héroe a través de una sórdida espiral de violencia, sexo y sodomía para culminar con un crítica implacable, en tono de humor absurdo, hacia los peligros de la paternidad indeseada mediante un mensaje tan brutal como grotesco. Histriónico drama surrealista sustentado por la hiriente verosimilitud de un relato demoledor. (51 de 100)

    Money Monster

    MONEY MONSTER

    Jodie Foster, Estados Unidos, 2016 / FUERA DE COMPETICIÓN.

    Tras un inicio de jornada tan extenuante como el que se vivió en el Teatro Lumière con Rester Vertical, el público necesitaba una buena dosis de adrenalina hollywoodiense y no hay duda de que el nuevo trabajo de Jodie Foster, Money Monster, era justo lo que estaba buscando. Los aplausos finales lo confirmaban, el espectador de Cannes también necesita, de vez en cuando, un producto sencillo, de gran ingenuidad narrativa, pero que sepa mantenernos atentos y bien despiertos durante todo el metraje. Hollywood es especialista en esta clase de trabajos en los que la transparencia argumental es la clave del éxito. Foster presenta unos personajes muy americanizados, cortados por el superficial patrón de las apariencias y la impermeabilidad sentimental; una idiosincrasia que queda patente gracias al medio y al contexto utilizados: un plató de televisión en el que se rueda un programa sobre inversiones económicas disfrazado de Late Show. Desde el comienzo vemos que los protagonistas evitan mirarse a los ojos, o tener cualquier contacto que pueda albergar algún tipo de emoción. Para ello sólo se comunican de forma remota a través de un micrófono. Tras la presentación, se introduce muy drásticamente y sin contemplaciones el sujeto detonante de la trama: un chico que se cuela en el plató y secuestra la cadena amenazando con una pistola y obligando al presentador a vestir un chaleco bomba.

    Al parecer ese joven, como mucha otra gente, ha perdido grandes cantidades de dinero a consecuencia de un mal consejo de inversión. Un fallo asumido por un problema técnico —“Glitch”— que provocó un error en el algoritmo encargado de producir las estadísticas. El secuestrado, como no podía ser de otra forma —tratándose de George Clooney— se comporta como un héroe y no se deja intimidar ni pierde la entereza; obviamente se recurre aquí a un sacrificio de verosimilitud en pos de un espectáculo épico. Tras la sorpresa inicial, se aprecia cierta empatía entre secuestrador y presentador, algo que va mucho más allá de un simple Síndrome de Estocolmo, y lleva a la trama a una cruzada ideológica por la verdad y los derechos de los pobres ciudadanos de a pie, en una lucha contrarreloj entre secuestrador, presentador, productora y policía, que dejará al mundo entero sin aliento e inmóvil frente al televisor. «A ti no te interesan las personas, sólo ves el dinero que hay tras ellas». La directora atenta sin titubeos contra el oportunismo empresarial y la frivolidad farisaica de las grandes corporaciones. ¿Cuánto vale la vida de un desconocido? La respuesta que nos ofrece la película nos lleva a replantearnos que, muy posiblemente, más nos valdría nunca depender de la piedad ajena porque, los ciudadanos expuestos al embrutecimiento tecnológico, nos hemos convertido en frías máquinas programadas para nuestra exclusiva supervivencia y entretenimiento. El enérgico montaje pone de manifiesto un estilo muy cuidado y funcional que sabe distribuir muy acertadamente el nivel de tensión y de humor a lo largo de todo el metraje para, en última instancia, alcanzar el desenlace con una motivación suficiente que permita cerrar “de-cualquier-manera” los cabos sueltos que quedaron en el camino. (60 de 100)

    I, Daniel Blake

    I, DANIEL BLAKE

    Ken Loach, Reino Unido, 2016 / COMPETICIÓN.

    El cine de Ken Loach desprende un romanticismo clásico inapelable, su dramaturgia refleja los tics formales y ortodoxos del representante quijotesco de las minorías, por eso es incapaz de retirarse, como viene anunciando hace ya más de un lustro, por su incapacidad de dejar inconclusa una batalla interminable. Un entrañable personaje a quien, por desgracia, pocos toman ya en serio en sus arrebatos de rebeldía. En el caso de Loach esta maniobra de descrédito se ha llevado a cabo por medio de una abyecta campaña de ridiculización capitalista, en la que se trataba de tachar como absurdo todo lo que el genial director inglés representaba en sus películas, haciendo que el público se condicionara antes de verlas y las asumiera inconscientemente como los delirios o pataletas de un viejo senil. Nada más lejos; y es que con I, Daniel Blake, el realizador demuestra tener la mente más lúcida que en toda su carrera, y el pulso más firme si cabe, a la hora de apuntar con implacable puntería contra los oligarcas y déspotas del nuevo mundo.

    Es hora de que el estado devuelva a Daniel Blake, quien lleva trabajando 40 años sin descanso, una pequeña parte de lo que el carpintero, obligado a retirarse a causa de un grave problema cardíaco, ha aportado con sus impuestos a lo largo de su vida. Sin embargo, las negociaciones para que esa ayuda se materialice no parece que vayan a ser sencillas y, Blake, percibirá como su exasperación inicial se verá considerablemente incrementada cuando conozca a una madre soltera que se encuentra en una situación de injusticia similar. Una vez más, el director ofrece una mirada completamente partidista y parcial en la que utiliza uno de los recursos más infravalorados de los últimos tiempos: el sentido común. Sí, es evidente la demagogia empleada por Loach, pero también es entendible si otorgamos al director que los asuntos concernientes a las pesadillas burocráticas y a la impasividad del gobierno frente a las desgracias de la clase social más humilde sólo son recordados en la necesidad. ¿Y qué pasa cuando las cosas van bien? ¿Quién se acuerda entonces de los perjudicados? 

    Con un cinismo cómico muy acertado, y ejecutado de manera impecable por el actor Dave Johns, la cinta comienza con una vitalidad y “buen rollo” que irán perdiendo fuerza progresivamente para rendirse a la desazonadora soledad del marginado. Los fallos sociales del sistema que resultan improductivos y deficitarios son llevados al límite de su paciencia, y etiquetados por números, para aniquilarlos por la vía anímica, con limpieza y de manera invisible. En una época en la que los superhéroes son glorificados y encumbrados en nuestras salas de cine de manera semanal, donde no existe límite terrenal para buscar el lado correcto de la justicia, y las hagiografías de Batman y Superman se amontonan en todos los formatos en los centros comerciales, son más directores como Loach lo que necesitan las audiencias sedientas de justicia poética porque, aunque ésta nunca llegue, aunque haya que conformarse con un simple y amable gesto clemente de alguien que ha entendido y valorado esa lucha sin cuartel, la batalla de unos pocos es lo que hace que nunca lleguemos a ahogarnos del todo. Ken Loach es el héroe que esta sociedad necesita. (65 de 100)

    Clash

    ESHTEBAK

    Clash, Mohamed Diab, Egipto, Francia, 2016 / UN CERTAIN REGARD

    La tremenda importancia de la Primavera Árabe, como movimiento por la libertad en aquellos países que ya comenzaban a borrar el término de sus diccionarios, se vio miserablemente empañada por la frustrante escalada de violencia y el poder totalitario. En Egipto, tras la caída de Mubarak después de 30 años al frente del gobierno, surgió un nuevo régimen fundamentalista liderado por los Hermanos Musulmanes. Las protestas pacíficas iniciales dieron paso a una guerra civil desproporcionadamente sangrienta. Eshtebak narra el conflicto por medio de una perspectiva tan interiorista que asfixia de una manera difícil de aguantar. Desde el comienzo del metraje, Mohamed Diab nos introduce dentro de un furgón de prisioneros para hacernos partícipes de la suerte que correrán los protagonistas, que también será la nuestra, pues compartiremos con ellos el reducido espacio sin posibilidad de escapar, en un día cualquiera dentro de ese entorno de exaltación fundamentalista. Las calles son un hervidero de violencia y odio irracional, las matanzas no dejan de producirse y, desde el furgón, los protagonistas son testigos directos de todo cuanto ocurre; con la traba añadida de que su enclaustramiento los condiciona a una posición de frustrante impotencia, pues son testigos de la muerte de familiares, amigos y vecinos sin poder hacer nada. Ni siquiera son capaces de huir cuando ese furgón los dirige al núcleo principal de la zona de guerra. Toda la angustia exterior se traslada al interior del camión, haciendo que la tensión entre los dos grupos, divididos por filiaciones políticas, lleve la forzada convivencia a un nivel de intolerancia absoluto.

    Sólo cuando los protagonistas sienten que han perdido todo, y su estado anímico ha quedado por los suelos, se atisba un destello de humanidad en ellos, son capaces de dejar de lado momentáneamente sus diferencias y hermanarse para facilitar una supervivencia fraternal que cada vez resulta más difícil. Las fuerzas fallan y eso hace que se olviden los asuntos poco trascendentes para contemplar al ser humano en su desnudez absoluta: la sensatez ideológica pasa por la total falta de interés político. Empero no fue más que un espejismo, pues la posibilidad de encontrar la libertad vuelve a encender la llama del odio y reabre de nuevo unas desavenencias que, ahora sí, parecen irreconciliables. Diab nos condena a la mayor de las angustias, nos encierra en un habitáculo sin apenas oxígeno, salubridad, ni indulgencias de ningún tipo, y nos mantiene con crueldad en él hasta nuestro límite absoluto de tolerancia. Nos sentimos desfallecer y nuestro sistema respiratorio busca desesperadamente un aire que parece que se agota lentamente a nuestro alrededor; nuestra respiración se acelera, se dilatan nuestras pupilas, nuestros poros comienzan a transpirar hasta que, cuando creímos que no había salvación para nosotros, encontramos por fin una salida. A estas alturas poco importa hacia dónde nos conduzca, es la única que conseguiremos. Sólo ha pasado un día. Mañana ya no importa. (70 de 100)


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / 69º Festival de Cannes



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