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    Balance final de la cuarta temporada de Juego de tronos. Top 15 secuencias

    Juego de tronos, Temporada 4

    Este artículo contiene spoilers de la cuarta temporada, ya emitida, pero no revelará detalles de las novelas que aún están por adaptarse a televisión.

    La cuarta temporada de Juego de tronos ha mantenido el nivel de años anteriores, superándose en determinados apartados técnicos y salvando los desfiladeros argumentales que abundan en la novela río de George R.R. Martin. Cualquier lector de la saga, más aún si es escritor, más de una vez habrá podido detectar la pérdida de brújula del novelista americano en algún pasaje, la intrascendencia, el relleno o la imposibilidad de atender a los mil frentes abiertos a golpe de tecla. Al menos, es fácil de reconocer cuáles son sus personajes fetiche y cuáles, llegados a un punto, escribe casi por compromiso, esperando poder matarlos de una forma impactante o, lo que es mucho peor, abandonándolos entre una marisma de páginas viejas. Los showrunners de la serie han procurado en esta temporada amarrar ciertos hilos argumentales, incluso anudándolos unos con otros para simplificar y tratar de abarcar lo inabarcable. Por ejemplo, es el caso del empaste de secuencias finales correspondientes a El Perro – Arya y Brienne – Podrick. De hecho, este último personaje se ha reciclado en favor de cierta ergonomía de casting, cosa que agradece especialmente el público ajeno a la obra literaria, donde se puede divagar 30 o 40 páginas sin que ocurra nada, mientras que en un producto televisivo de este calibre cada minuto es oro. Por otro lado, Benioff y Weiss han querido resolver misterios que también parecían abocados al olvido, para no tratar de acumular deudas a posteriori insalvables (recuérdese Perdidos). Se ha insinuado el catalizador de toda la historia, desde su mismísimo comienzo, además de haber desvelado los asesinos detrás del envenenamiento de Joffrey, asuntos que los libros mantienen en cierto vilo o directamente han enterrado con tinta.

    La gran duda que me surge es qué tienen decidido hacer los creadores la próxima temporada con aquellos personajes que han agotado su trama hasta la última página escrita por George R.R. Martin. Hemos dejado a algunos de ellos en su último instante novelizado, con libros aún por adaptar, ya que los ritmos de evolución y desarrollo son distintos dependiendo del personaje. Como no tiene pinta de que se vaya a publicar el siguiente volumen de la saga antes del rodaje de la quinta temporada, Benioff y Weiss solo tienen dos opciones: o prescindir de esos personajes durante una temporada o inventar guión para ellos. Cualquiera de las dos vías es controvertida y tiene sus desventajas. Otras líneas argumentales han bajado su velocidad y se guardan acontecimientos y recorrido para el año que viene, aunque esto haya supuesto cierto estancamiento. Es el caso de la historia de Daenerys, aunque el descenso de ritmo se compensa con creces con la fascinación y el deleite que despierta cualquiera de sus actos (y de sus consecuencias).

    No me gusta resaltar aspectos negativos en ninguna crítica, y menos en una serie que apenas tiene, pero personalmente le hubiera dado menos protagonismo a Samwell y Gilly o a Bran y compañía, o directamente hubiera prescindido en el montaje final de reyes no muertos “transformabebés” o niñas que lanzan bolas de fuego. Toda la vertiente mágica y más fantasiosa de la serie me hace perder algo de interés, y me temo que cada vez irá a más (recientemente los creadores han confirmado mis miedos vía entrevista). Pero repito que se trata de un aspecto criticable solo bajo un gusto personal, por mucho que sepa de primera mano la coincidencia de opinión a este respecto. Puestos ahora a ensalzar subtramas, esta temporada se lleva la palma la relación entre Arya y El Perro. Entretenida, emotiva y psicológicamente profunda y compleja: matrícula de honor. En segundo lugar, destacaría todo, absolutamente todo, lo que incluya a La Víbora Roja de Dorne, ya que ni una sola de sus intervenciones tiene desperdicio. La medalla de bronce se la otorgaría a la línea de Tyrion (aunque comparte méritos en el segundo puesto), eje vertebrador de esta temporada, de principio a fin. En cuanto a personajes, por un compendio valorativo de protagonismo, evolución, escenas y nivel interpretativo de los actores que les encarnan, me quedo sin dudarlo con Tyrion, Oberyn y El Perro, por ese orden. Por añadir otro trío de favoritos, hablando de episodios me quedo con The Children (10), Mockingbird (07) y The Lion and The Rose (02), seguidos muy de cerca por Breaker of chains (03) y el impactante The Mountain and the Viper (08). Si atendemos a lo escrito anteriormente, no es difícil adelantarse a la lista que viene a continuación, ese látigo donde estiro las 15 mejores secuencias de esta temporada. No están numeradas pero pueden considerarse incluidas en cierto orden creciente, acabando la lista con aquellas que considero mejores. Se acompaña la elección con las palabras que le dediqué a la secuencia en su correspondiente Recap.

    Juego de tronos | Game of Thrones (4x01)

    Primera aparición de Oberyn Martell (Cap. 01)


    […] el príncipe Oberyn, con un gesto de dedo índice que raya la ofensa, redirige la mirada del enano a la hora de lanzar una confesión convertida en velada amenaza. Se trata de un momento cumbre del capítulo y del nuevo y fascinante personaje, el cual interpreta estupendamente el actor chileno Pedro Pascal. El príncipe Oberyn, guerrero legendario y reputado amante de toda aquella, aquel y aquello que se le antoje, es el último brote con fuerza de la Casa Martell, asentada en Dorne, reino del seco y caluroso sur de Poniente. Aparece por primera vez en un burdel propiedad de Meñique, acompañado de su concubina, Ellaria Arena, y envuelto de unos acordes musicales que potencian el misterio. Cada movimiento suyo dentro de plano, hasta el más calmado o intrascendente, parece serpentino y transmite sensación de peligro, lo que hace honor a su apodo de Víbora Roja. Mediante su actitud frente al proxeneta, la atención y la pasión que le dedica a Ellaria, la reacción retadora y violenta ante los soldados Lannister presentes en el prostíbulo y, sobre todo, gracias a su reveladora conversación con Tyrion, conocemos enseguida su carácter y sus verdaderas intenciones en la capital. El caso es que los creadores de la serie son tan buenos que les hubiera bastado con un solo plano de los incluidos, maestro donde los haya. Hago alusión a ese instante en el que Oberyn, caminando con pausa salvaje hacia los Lannister, acaricia la llama de una vela. Con ese sencillo detalle ya queda magistralmente retratada la personalidad temeraria del príncipe. Ha llegado para enterrar bajo arena los buenos ánimos de victoria de la familia real, de aquellos en el poder. Para mostrarse sin miedo como el “nuevo viejo enemigo” que temer. Para recordar que la venganza es un plato que se sirve frío. Lo que ocurre es que bajo el sol de Dorne, blasón de su Casa, nada se enfría jamás del todo. Escena.

    Juego de tronos - 4ª temporada

    El Perro y Arya llegan a una taberna (Cap. 01)


    […] resta hablar de Arya y El Perro. En su duro peregrinaje, esta curiosa pareja ha ganado cierta complicidad, algo que promete ir a más. El suyo se antoja como uno de los hilos argumentales más interesantes del bello tapiz que, estoy seguro, compondrá la nueva temporada. Sin ir más lejos, protagonizan una de las escenas más destacadas de este primer capítulo, la secuencia final, aquella donde se concentra la acción. Todo se desencadena cuando la hija pequeña de los Stark reconoce a uno de los torturadores de Harrenhal, asesino de uno de sus amigos. Su nombre es Polliver. Arya provoca entonces que El Perro entre en su compañía en la posada donde Polliver se encuentra. Dentro hay más soldados Lannister disfrutando de “la paz del rey”, crueles privilegios de los victoriosos. Polliver y El Perro entablan una conversación que va ganando en tensión y pronto enrarece el ambiente. La pelea sucede poco después, irremediablemente. Los golpes de Sandor Clegane suenan secos y potentes, y todos los movimientos de la coreografía contribuyen a darle realismo a una lucha claustrofóbica, en la mejor tradición de las broncas taberneras. En el transcurso de un violento cuerpo a cuerpo en particular, presenciamos el instante más crudo y visceral del episodio, cortesía HBO. Arya, por su parte, da un paso más allá en su conversión, iniciada tiempo atrás. Al finalizar la secuencia, habrá conseguido acortar un poco sus plegarias nocturnas, habrá recuperado a “Aguja” y tendrá su propio caballo con el que seguir a El Perro a través de un paisaje devastado, la tierra quemada de un erial de guerra. Escena

    Juego de tronos - Temporada 4

    A hurtadillas en el cuarto de un príncipe (Cap. 04)


    […] la siguiente escena va a ser protagonizada por la Reina de las espinas y su nieta Margaery. En ella, Olenna Tyrell también admite con total normalidad estar detrás del regicidio, lo que no deja de sorprender, por varios motivos. Principalmente por acabar de forma tan clara y temprana con uno de los mayores misterios de la novela, intriga sostenida a lo largo de cientos de páginas, y en especial por hacerlo antes del juicio de Tyrion. Por otra parte, algo que sí nos resulta familiar es ver a la vieja Tyrell aleccionando a la joven, instruyéndola en armas y espoleando su determinación igual que hiciera Bronn con Jaime. ¿La diferencia? Las de ellas son armas de mujer y no son tan predecibles como una espada, no se ven venir por destellos de luz reflejados en el metal que se desenvaina. Sus armas se usarán hábilmente en estrategias femeninas para el dominio de un reino desde las sombras, empezando por aquellas que proyectan los pliegues de las sábanas en una cama tronal. En mitad de la noche, Margaery se cuela en la habitación de su futuro esposo y príncipe heredero, un jovencísimo e imberbe Tommen. Esmaltada por el naranja de unas velas, resalta por contraste en la nocturnidad de un dormitorio que exhibe una paleta de tonalidades fría, gama de azules roncos y azules lunares. Se trata de una luz que aporta calidez a una cercanía desacostumbrada, alumbrando una primera tentación; más que nunca, la iluminación y la fotografía nos hace pensar que el plano está pintado a mano. Tommen apenas se va a dar cuenta de lo que ocurre desde que esa llamarada le desvele de por vida. Permanecerá boquiabierto y ojiabierto mientras Margaery le ronronea, le sonríe y le propone secretos a espaldas de una madre protectora, primer paso de una escapatoria hacia la vida adulta. A diferencia del príncipe, nosotros somos conscientes del modo en que una mujer juega con el corazón de un muchacho como una gata con un ovillo de lana. No debe ser casualidad que Ser Pounce, el otro minino en la estancia, se suba a la cama y busque el roce con ella. Fantástica secuencia. Escena.

    Juego de tronos - Temporada 4

    Apertura de temporada (Cap. 01)


    Una espada de gloria perdida se desliza con lentitud fuera de una vaina de piel de lobo. Es Hielo, un arma grande y huérfana. De fondo se escucha el crepitar de llamas de fragua y unas notas de cuerda conocidas, que se antojan más fúnebres y lastimeras que nunca. Suenan a despedida. Con trato ceremonioso y respetuoso, la espada va a ser desmontada, preparada para la incineración como un muerto para sus exequias. Hielo se funde en el fuego; no podía ser de otra manera. Ocurre una especie de mitosis valyria mientras la música gana intensidad. Un patriarca se acerca al fuego con la piel de lobo en sus manos y la arroja a las llamas. Observa cómo se consume el símbolo de una Casa enemiga por fin derrotada. Mantiene el porte, pero una sonrisa minúscula, apenas dibujada, le delata. Por dentro siente el alivio y la satisfacción del viejo vencedor. Así acaba lo más parecido a un funeral que van a recibir los Stark masacrados en la Boda Roja. Así acaba una corta secuencia de apertura que sirve a un tiempo de epílogo a la tercera temporada y de prólogo para la cuarta, la que nos ocupa. Escena

    Juego de tronos - Temporada 4

    Arya y El Perro: filosofía, aprendizaje y una mordida (Cap. 07)


    Daenerys no es la única que ha madurado y aprendido en el camino; Arya Stark también lo ha hecho, aunque en otros términos. Ha ganado frialdad, la capacidad de ver las cosas tal y como son, despojándolas de cualquier sentido romántico, sin inocencia o lástima. Incluso exhibe templanza y sabiduría. Todo ello se evidencia cuando la chica mantiene una conversación de espontánea profundidad y filosofía con un moribundo, y se remarca en el instante concreto en el que El Perro le ahorra sufrimiento al hombre con una puñalada certera al corazón y ella ni pestañea. Solo aprende, como dejará patente poco después, al dar una estocada de Aguja allí donde se le ha enseñado, sobre el mismo cuerpo en el que acaba limpiando el doble filo de su hoja de acero, imitación continuada de su captor. La víctima es un viejo conocido que ha tenido la nefasta ocurrencia de tratar de ganarse las cien monedas de plata que ofrece la corona por la cabeza de Sandor Clegane. El personaje corre la misma suerte que su compañero e inexperto cazarrecompensas, desnucado segundos antes mientras iniciaba el ataque. Un ataque que, sin llegar a culminarse, va a dejar huella en forma de fea dentellada en el cuello de El Perro. Esto va a dar pie a una segunda escena protagonizada por la pareja Clegane – Arya, la cual tiene ya más de simbiótica que de extraña o improbable. En dicha escena, El Perro desnuda su pasado, sus traumas y sus miedos prendidos en una infancia monstruosa. Revela sus debilidades interiores y exteriores, hasta el punto de parecer una persona distinta, desconocida para el espectador. El plano elegido vuelve a responder claramente a un fin. El Perro aparece en pantalla con su perfil bueno, la quemadura de su rostro oculta, sin armadura por primera vez, herido en el cuello y con la mirada apaleada y los hombros derrotados por el recuerdo. La chica cautiva, aquella que no mucho tiempo atrás quería aplastarle el cráneo con una piedra mientras dormía, se compadece y se preocupa ahora por él, ofreciéndole sus cuidados. La pareja se deja llevar por la inercia del cambio. Nos da el convencimiento de que los enemigos fieles terminan pareciéndose, porque nada une más que el odio. Se acerca la auténtica catarsis. Escena

    Juego de tronos (4x09) | Game of Thrones

    Del elevador al amargo reencuentro (Cap.09)


    Se trata de cinco minutos magníficos. Con la espada de acero valyrio ya empuñada, Jon no espera ni siquiera a que el elevador llegue al suelo; salta y se pone a derribar rivales con su estilo particular de lucha, con técnica pero con pasión. Entonces la cámara realiza un travelling fantástico, un barrido visual de 360º a partir de un punto pivote. El plano secuencia nace en las escaleras de la base del elevador donde se asoma Jon y acaba en el mismo sitio, con Samwell acudiendo a liberar a Fantasma. En su recorrido hace ligeros zooms para señalarnos la posición de Styr, la de Tormund o la de Ygritte, quien sigue embriagada por la sangre y el ardor vengativo, matando sin descanso, moviéndose de forma letal y sigilosa por pasarelas altas y tejados, como una ninja del páramo. Tras ver a la bestia albina destrozar un cuello de una sola dentellada, presenciamos la pelea entre Jon y el Magnar de Thenn, personaje tenebroso y temible interpretado por el imponente Yuri Kolokolnikov, actor ruso de nacimiento. El combate es encarnizado, sucio, con una coreografía de movimientos muy bien ejecutados. Styr logra desarmar al protagonista haciendo uso de su monstruosa hacha de combate, y le persigue para finiquitar el asunto, pero Jon también logra arrebatarle el arma con una cadena a modo de látigo. Ya ambos desarmados, en el cuerpo a cuerpo la mole salvaje toma ventaja y estrella con violencia la cabeza de su oponente contra un yunque de herrero. El líder circunstancial de la Guardia de la Noche consigue recuperarse malamente y, cuando está a punto de ser estrangulado, distrae al Thennita con un escupitajo de sangre al rostro, recurre a la desesperada a un martillo, lanza un golpe seco a un costado que arrodilla a su enemigo, y finalmente acaba con él mediante un martillazo demoledor que incrusta la herramienta en el cráneo de la víctima. Sin apenas haber llegado a coger resuello, ni el vencedor ni nosotros, aparece Ygritte para congelar el tiempo. Apunta a su odiado amado (la contradicción más posible del mundo) y mantiene tensa la cuerda de su arco, incapaz de acabar con su vida llegado el momento. Jon no hace nada por detenerla. Tan solo sonríe, algo que descoloca aún más a la salvaje besada por el fuego. Justo en ese instante, una flecha inesperada atraviesa el pecho de la chica a la altura del corazón. Jon busca al responsable y encuentra a un pequeño combatiente con cara de ángel travieso y aspecto de cupido oscuro, quien le asiente con la cabeza, en un gesto que parece decirle: “Cierro el círculo. Yo lo empecé y yo lo termino”. Ygritte muere en brazos del hombre que la amó y la ama, más allá de la traición. El momento más emotivo se alcanza con sus últimas palabras, estertores del recuerdo. Suena la misma música de violín que en su primer encuentro amante. “¿Recuerdas la cueva?”, pregunta ella. Y con el placer triste y pírrico que supone irse con la razón a la tumba, le dice: “Debimos quedarnos en la cueva”. Posiblemente esta sea la frase más platónica que se pueda pronunciar. Quizás a Jon se le escape la paradoja y el doble sentido, quizás desconozca el mito de la caverna y su autor. Al fin y al cabo, “no sabes nada, Jon Snow”.

    La cámara se ralentiza y se aleja para dar intimidad a la pareja en su trágica despedida, el abrazo de dos enemigos que se aman en pleno fragor de la batalla. Una imagen potente, del más puro romanticismo. Escena

    Juego de tronos (4x09) | Game of Thrones

    Plegarse al adiós (Cap.02)


    Los encuentros de Tyrion con Bronn y con Varys están relacionados y tienen de fondo la misma cuestión: la permanencia de Shae en la capital se ha vuelto más peligrosa que nunca y debe marcharse, antes de que Tywin dé con ella y cumpla su palabra. La Araña advierte de que la situación es insostenible y Bronn vuelve a ayudar con una solución, aquella que se ve obligado a poner en práctica el menor de los Lannister, dadas las circunstancias y por mucho que le duela. Los intentos de persuasión previos han sido fallidos y la compañera secreta de Tyrion, debido a su carácter y a sus sentimientos, se ha mantenido firme en su postura, en su determinación a la hora de permanecer junto a su león. Tyrion sabe que solo hay una forma de lograr que huya, de salvarla, y es haciendo uso del despecho más crudo y desgarrador, aunque no sea real. La escena abre con la imagen del enano asomado a una ventana, adusto y pensativo. Se escucha la marea y las cortinas blanquecinas se mueven adelante y atrás como olas en una orilla de duda, olas que cubren y orilla que pisa cualquier hombre ante una decisión difícil. Y la de Tyrion lo es. El verdadero trasfondo y objetivo de las duras palabras que le va a dedicar a Shae, una vez entre en la estancia, queda evidenciado en su mirada, esquiva en todo momento, arrastrada por el suelo. Tyrion no va a encontrar el valor suficiente para mirar a su amante a los ojos mientras la insulta y la desprecia. Nunca ha tenido la cabeza tan gacha y los ojos tan empapados en vergüenza, tan necesitados de refugio, y viniendo de alguien con su condición física, familiar y social, es mucho decir. Shae, sin embargo, no atiende a este detalle, y si lo hiciera, tanto daría. El dolor supera la razón. Ella se queda clavada en mitad del cuarto, en mitad del tiempo, llorando desconsolada con los puños apretados. El sonido ambiente de la marea ha dejado paso a una triste sinfonía de violín. Tendrá que ser Bronn quien la incite a deshacer la estatua y abandonar el lugar definitivamente. Se completa así una escena intensa y dramática, que rivaliza o incluso supera en estos términos a la escena estrella, aquella que va a acontecer al final del capítulo. Escena

    Juego de tronos - Game of Thrones (4x03)

    Catapultar la libertad (Cap.03)


    Las dos secuencias más destacadas del tercer episodio tienen reinas por protagonistas: una que fue y otra que aspira a ser. Una de ellas pasa por su peor momento; la otra se agiganta con cada aliento. Son Cersei Lannister y Daenerys Targaryen. Esta última llega con su ejército a las puertas de Meereen, donde va a desarrollarse la secuencia de cierre, la más entretenida y estimulante. La entrada faraónica a la ciudad esclavista luce el símbolo de su condición, enormes esfinges femeninas y aladas, y guarda cierto parecido con la entrada a Abu Simbel, templo dedicado a Ramsés II y a Nefertari, inspiración egipcia que se percibe también en las impresionantes pirámides escalonadas que asoman por encima de los muros. Dichos muros parecen infranqueables hasta para las fuerzas armadas y disciplinadas de la madre de dragones. Sin embargo, Danny cuenta con recursos propios: tácticas de guerra inteligentes a la par que inesperadas por inusuales, una voz en alto valyrio y un discurso de influjo viral que mejora con la experiencia libertadora. Ante una ciudad amurallada y llena de esclavos, ella lanza su mensaje a golpe de lengua y catapulta, introduciendo su particular e invisible caballo de Troya. De forma astuta y deliberada, y dirigiéndose a todos aquellos privados de libertad, repite una y otra vez que ella no es la enemiga, y lanza jabalinas verbales tan acertadas como: “Yo no les he traído órdenes. Les he traído una opción”. La lluvia de cadenas sobre la ciudad hará el resto. Tarde o temprano. Previo a la magistral intervención de Daenerys, asistimos al pobre y fallido intento de defensa por parte de la ciudad sitiada. Sacan a la planicie a su campeón y esperan derrotar en un duelo significante al campeón escogido por Daenerys. Será Daario Naharis quien, tras proponerse candidato, derrote con sencillez y destreza al representante de Meereen. La escena es de taquicardia, con imágenes geniales que nos muestran el beso que da el mercenario a la mujer desnuda de su cuchillo (mango característico donde los haya) antes de lanzarlo, su sonrisa pícara y su chulería tácita tras la victoria o el consiguiente ejercicio de contención que realiza una Daenerys embelesada, cuyo rostro intenta sujetar cualquier rictus o evidencia. Escena

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    El Perro y La Doncella (Cap.10)


    Las dos parejas en el camino se cruzan en este último episodio. Brienne por fin encuentra a Arya Stark y tiene más cerca que nunca la posibilidad de cumplir con su juramento. Pero la hija de la difunta Catelyn no quiere ser rescatada, no necesita ser rescatada. Demasiadas falsas promesas, demasiados falsos rescates; ya no es una niña. El Perro intercede por ella y habla con Brienne, haciendo gala de esa hosca sinceridad tan característica, soltando verdades a ladridos, pero siempre verdades. Y cuando la guerrera de Tarth le pregunta con algo de sorna si realmente está cuidando de Arya, el personaje que probablemente más y mejor haya cambiado a lo largo de esta temporada le confirma y nos confirma: “Sí, eso es lo que estoy haciendo“. A continuación tiene lugar la pelea, lo que se antojaba inevitable desde el principio. Una pelea cruda y muy sucia, como debe entenderse una pelea casi por definición (pelear “limpio” es hacer deporte). La lucha está en continuo movimiento, en un paisaje rocoso y escarpado, imprevisible; una lona acorde al combate. Los golpes son durísimos y los quejidos al encajarlos lo son aún más. La entrega es total por parte de ambos, pero en un último arrebato de furia, Brienne golpea con una piedra la cabeza de El Perro repetidas veces hasta que lo despeña, montaña abajo. Hay una ganadora, aunque su victoria se vuelva pírrica al no encontrar a posteriori a la hija de Catelyn, escondida entre las rocas. Hay un perdedor, que se arrastra con dificultad para recostarse en la pendiente del valle y morir ante los ojos inexpresivos de la hija de Catelyn, aparecida entre las rocas. La aventajada aprendiza observa acuclillada la escena desde cierta distancia. Sandor Clegane está completamente acabado y pide el golpe de gracia. “¿Recuerdas dónde está el corazón?”, pregunta el moribundo. Nosotros hemos acabado descubriendo dónde está el suyo gracias a este largo viaje junto a Arya, y ella recuerda dónde está el de sus enemigos, por supuesto, pero no el suyo propio. La continua pérdida le ha ido cavando el pecho a esa altura y ahí solamente queda una cueva vacía. Por ello no atenderá la súplica de El Perro. Se limitará a observarlo y escucharle de forma indolente, fría y despegada. Con toda la paz interior, le quitará el dinero y se alejará en solitario por el valle. Lo dejará suplicando esa muerte rápida y misericordiosa. Una muerte que él le enseñó a ejecutar. Es el final perfecto para una relación fantásticamente planteada y desarrollada, donde hemos visto cómo se han moldeado mutuamente dos personajes muy angulosos hasta alcanzar formas y deformidades opuestas. Escena

    Juego de tronos Temporada 4| Game of Thrones

    La Boda Púrpura (Cap.02)


    Joffrey Baratheon se casa con Margaery Tyrell y la boda real se va a convertir por méritos propios en todo un acontecimiento en Poniente, en todo un acontecimiento televisivo.

    El comienzo es idílico. Suenan campanas nupciales en la capital y la ceremonia discurre con la misma suavidad y el mismo encanto transmitido por el coro de voces que acompaña a los novios. Será Joffrey el que a posteriori lo eche todo a perder. El endiosado rey ya se ha comportado de forma mimada y reprochable durante la entrega de regalos, dirigiendo los mayores agravios a su tío Tyrion, pero no será nada comparado con lo que está por llegar, con lo que sucede en el banquete de bodas. Allí Joffrey menosprecia todo y a todos, entrando en la ofensa y aglutinando el desagrado y el odio de invitados y televidentes por igual, pero será el enano una vez más quien padezca el mayor ensañamiento por parte del rey. Tyrion sufre un ridículo que va in crecento en el trascurso de la secuencia. Se ve ridiculizado por el esperpéntico número de los enanos (a aquellos disconformes con los pequeños cambios y las diferencias establecidas con la novela en este punto, recordarles que el capítulo sale de la mismísima pluma del autor, George R.R. Martin), ridiculizado por la copa de vino que es derramada sobre su cabeza y por la orden que le obliga a permanecer en la fiesta y ejercer de copero real. Tyrion se contiene y trata de manejar la situación con mano izquierda. Al final, todo en balde o todo con un fin, según la teoría de cada cual, porque lo único incuestionable es que el rey bebe del cáliz, comienza a asfixiarse y acaba muriendo envenenado. El soberbio montaje de la secuencia ha sembrado la incógnita, salpicando la sospecha aquí y allá, sobre varios personajes. Los planos han sido elegidos meticulosamente, insertados en la escena con precisión quirúrgica para que al aparecer los créditos finales unos culpen a la astuta Lady Olenna, otros a Sansa y Ser Dontos, y los haya que compartan el grito de Cersei y sigan el dedo tembloroso y acusador de un Joffrey agónico hasta encontrar al enano sosteniendo el cuerpo del delito. Para algunos ni siquiera la propia madre de la víctima estaría libre de sospecha, una Cersei que durante el festín se ha mostrado posesiva, ha reflejado envidias múltiples y ha querido seguir ejerciendo de reina, a pesar de las circunstancias y por mucho que el príncipe Oberyn le recuerde su verdadera condición actual en un diálogo convertido en esgrima dialéctica, siendo las estocadas más certeras las del príncipe de Dorne. La secuencia entera de la celebración nupcial es un despliegue en todos los sentidos, a la altura de una superproducción cinematográfica pero con calado artístico. Es un despliegue creativo, interpretativo, técnico y sobre todo un despliegue en cada uno de los apartados de producción: vestuario, escenarios, armas, manjares sobre las mesas… El trabajo de semanas y meses a veces queda relegado a un vistazo fugaz, o escondido en un plano general, pero todo cuenta y el detalle siempre suma, lo percibamos de una manera directa o no. Como un óleo en movimiento compuesto de muchas capas de pintura superpuestas.

    En definitiva, igual que ocurriera con la Boda Roja, la boda real (denominada Boda Púrpura) también pide a su modo un pequeño hueco en la historia televisiva reciente. Se trata de una secuencia trabajadísima, magnífica, ya sea por la exhibición de recursos, por el baile de máscaras que presenciamos en todo momento y que acaba por convertir el banquete en una especie de escena de salón (como se las conoce en las típicas novelas de misterio detectivesco) o, cómo no, por contener una de las muertes en la ficción más deseadas y posteriormente vitoreadas de los últimos tiempos. Desde nuestro sillón, tras escuchar los estertores de un tirano y contemplar estupefactos en ese último plano la lividez de su rostro, el ramillete violáceo de sus venas envenenadas y los hilos de sangre que brotan del interior del muerto, solo podemos levantar nuestra copa y brindar por un mal trago. Escena

    Juego de tronos (4x10) | Game of Thrones

    Doble asesinato en las estancias de la Mano (Cap. 10)


    En mitad de la noche, la puerta de la celda se abre para el sentenciado. Tyrion maldice, pero por poco tiempo. Se trata de su hermano Jaime, que viene a liberarlo. Viene a ayudarle a escapar. Varys lo ha organizado y está detrás de todo. Al final, La Araña tiene más y mejor fondo del que deja entrever, y lo mismo ocurre con el Matarreyes. A lo largo de estos diez episodios le hemos visto más expuesto, en todos los sentidos. Más comprensivo, más humano. El vínculo con su hermano pequeño, tratado injustamente por el resto de la familia más disfuncional de Poniente, ha crecido mucho hasta acabar rubricado en ese abrazo fraternal de despedida. Jaime le besa cariñosamente la mejilla y el enano le agradece la vida, justo antes de alcanzar la escalera de la escapatoria. Pero Tyrion se petrifica delante del primer escalón. Piensa y mira hacia lo alto. Recuerda y contrae el gesto de su rostro. Esto último se nos muestra con un plano gemelo de aquel tan simbólico que surgía durante el juicio y que destacábamos entonces por aquí, un movimiento lento y lateral de cámara que comienza en una antorcha y acaba con un primer plano de la cara leonina de Tyrion. El infierno le reclama de nuevo. Vuelve sobre sus pasos y a través de una entrada secreta llega hasta las estancias de la Mano del Rey, en busca de su padre. Lo que encuentra en su lugar y en su cama es una mujer tendida bocabajo. No es una mujer cualquiera; es una que susurra “mi león” al desvelarse. Una que pregunta por Tywin delante de un Tyrion estupefacto, el hombre por quien antes ella misma preguntaba. Cuando Shae enfoca la vista adormilada y descubre a su ex amante rastreramente traicionado (la lente adopta su visión y nos trasmite el momento tal cual ella lo experimenta) queda paralizada un segundo por la sorpresa y rápidamente recurre a un cuchillo que hay sobre la mesa de noche. Tyrion se lanza sobre ella, la defensa se torna ataque y el enano termina estrangulándola mediante el collar de oro que adorna su cuello. El enano comparte el dolor. Mantiene los párpados cerrados y apretados como exclusas de submarino, reflejando con esa intensa mueca de desagrado el ansia de alcanzar el instante definitivo de un maldito y trágico desenlace, de un acto ya odiado conscientemente mientras se comete. El primer plano del rostro de Tyrion, algo aturdido al dejar de apretar finalmente el collar, se abre para mostrarnos justo a su lado la cara invertida y sin vida de Shae, que no había sido mostrado durante la asfixia (decisión genial de los responsables). La cabeza de la prostituta cuelga momia al borde de la cama y se encuadra junto a Tyrion, sentado en el suelo con la pose de un niño arrepentido, encontrando el castigo en el propio pecado. Sobre su hombro, el cadáver dibuja una especie de cruz inversa. Con la postura, las dos caras quedan en direcciones opuestas, ojos absortos en infinitos distintos. Una cara mirando hacia el techo y la otra mirando al suelo mientras pronuncia “Lo siento”, a falta de un mejor Réquiem por un sueño.

    Cuando Tyrion reúne cólera suficiente para levantar la mirada encuentra una ballesta en la pared. Armado, le seguimos los pasos por el pasillo de la torre y damos con Tywin. El patriarca Lannister está sentado en el retrete, dentro de un frío baño de piedra. Enseguida procura tomar el control, con su seguridad y su templanza habituales y con tretas que intentan no ser demasiado evidentes, a sabiendas de la astucia de su primogénito, del hombre que le apunta con determinación a pesar de la normalidad que él pretende darle al momento, por interés. A pesar de la escalofriante ausencia de sí mismo que emana Tyrion cuando le pregunta a su padre cuestiones atravesadas en el pecho toda una vida, en busca de las respuestas que nunca ha tenido o nunca ha comprendido. En parte, también trata de ganar valor y convencerse de lo que hace, y será una palabra especialmente hiriente en boca de su padre la que le haga apretar el gatillo. Tywin, que había probado la estrategia psicológica de repetir “Eres mi hijo” en varias ocasiones, ahora se desdice con asco y rabia. Herido, le niega de palabra el dudoso privilegio de serlo. Tyrion, con firmeza, le contradice al sentenciar: “Soy tu hijo. Siempre lo he sido”. Y como si materializase esa flecha verbal que lleva en vuelo arqueado desde la infancia, aprieta por segunda vez el gatillo de la ballesta. El poderoso Tywin Lannister muere en el retrete y con los pantalones bajados. Escena

    Juego de tronos Temporada 4| Game of Thrones

    El velatorio de Joffrey (Cap.03)


    En el septo principal de Desembarco del rey, asistimos a un velatorio íntimo. El cuerpo de Joffrey descansa en el túmulo, en una paz y un silencio impropios del personaje, abrazado a una espada con una ternura jamás alcanzada en vida y habiendo sido desentrañado para la ocasión como marcan los ritos fúnebres destinados a los dioses. Vasos canopos, guijarros sobre pestañas y la familia Lannister alrededor. Cersei se encuentra devastada por la pena, en esa media ausencia tan propia de un familiar en duelo cercano. La madre sufre la pérdida mientras el abuelo alecciona a su otro nieto y heredero real, sin consideración alguna por el fallecido de cuerpo presente. Lord Tywin procura que el joven y cándido Tommen llegue a discernir cuál es la mayor virtud de un rey. Ha empezado su moldeado; no puede permitirse otro Joffrey. Cersei llama tímidamente la atención a su padre, por lo inadecuado del momento y del lugar y en cierta medida por el desprecio latente hacia su hijo perdido, cuyo cadáver yace tibio junto a ellos. Tywin hará oídos sordos, pero su actitud resultará cuasi deferente en comparación con lo que está por ocurrir en la capilla ardiente. El abuelo pasa un brazo por encima de su nieto y abandona la sala en su compañía, mientras continúa hablándole con su imponente voz cavernosa acerca de las cosas de la vida que le interesa conocer de inmediato, dadas las circunstancias y la posición recién debilitada del león dorado. Cersei observa con impotencia cómo se alejan, en una escena de gran profundidad psicológica. Un instante antes, ella tenía un hijo a su vera; segundos después, un rey de arcilla se aleja camino del torno, acompasado el paso con el de su alfarero. No hay vuelta atrás. El corrosivo sentimiento maternal no se diluye del todo en el sentimiento de obediencia y deber real que asumió hace tiempo una mujer destinada a alumbrar príncipes y princesas. No en vano, de un modo u otro, Cersei ha perdido dos hijos de un plumazo, y su rostro apesadumbrado nos dice que es desgraciadamente consciente de ello. Poco más tarde, con Jaime a solas en la capilla, mostrará sus enquistadas emociones de forma más abierta. Escupirá un lamento rabioso y clamará venganza, pidiéndole a su hermano, amante y, a un tiempo, padre del hijo muerto que cometa fratricidio. Cuando él se niega, ella se desmorona en la súplica. Se besan, y Cersei acaba por separarse súbitamente de su lado, marcando las distancias. Son unas distancias que Jaime no comprende, no distingue dónde y cómo empezaron ni dónde y cómo acabarán. Toda esa incomprensión, toda esa inesperada repulsión que ella le ha brindado desde su regreso acaba por revolverle las tripas y desbordarse, llevando al Matarreyes a forzar un viejo y anhelado contacto físico. Aprieta el lazo de sangre que los une y la somete igual que el Buendía salido de una guerra solo para encontrar un amor en cenizas en una Macondo ya huérfana del genio. Ella se resiste a él y se resiste a resistirse, violentada especialmente por la solemnidad del escenario y cohibida por el hijo difunto (por respeto a aquel que nunca oyó hablar de semejante palabra). A Jaime no le importa en absoluto. Es más, si atendemos bien a la poderosa frase que suelta justo al agarrarla, el lugar podría llegar a verse como el idóneo: “¡¿Por qué los dioses me hicieron amar a una mujer llena de odio?!”. Culpa a lo divino, así que resulta hasta oportuno rebelarse ante sus ojos. Con la atención de los dioses o sin ella, quien seguro no verá nada de lo ocurrido es Joffrey. Su mirada lítica sigue la elevada alfombra de luz que despliega una claraboya del septo, ciego ante la realidad más allá de su final, aunque se restregué con ella. A sus pies, su madre sigue pidiéndole a su verdadero padre que se detenga, pero este no escuchará su rugido, por hacer referencia al lema de su Casa. Jaime también es un Lannister, y su rugido interior suena más alto que el de ella.

    Concluye así una secuencia… ¿controvertida? Sí, ha resultado serlo, si leemos algunas reacciones publicadas. Pero ¿extraordinaria? Eso sin duda. Ahí no debería haber discusión; por las líneas de diálogo, las interpretaciones, el profundo poso de sentimientos encontrados, inclusive por una luminaria majestuosa, casi geométrica (esos haces de luz solitarios que los responsables de iluminación cuelan en las estancias son fantásticos, ya casi una seña de identidad más de la obra). En lo que a mí respecta, el enfoque crítico que se le ha dado por ahí a la secuencia es un sinsentido, más aún visto lo visto en la serie y en un canal como HBO, donde nuestra sensibilidad se ha curtido a fuerza de latigazos de seda, siempre con estilo y elegancia, siempre en busca del arte en pantalla, y nosotros agradecidos. Incluso abstrayéndonos de este contexto, el punto final al debate es claro y conciso y vendría de boca de un premio nobel sudafricano: “En la ficción, los escritores no deben obedecer ninguna ley”. Los creadores piensan lo mismo, ya que la consideran su secuencia favorita del capítulo. Yo coincido con su opinión. Pero, en fin, ya se sabe, las opiniones son como las familias en Poniente: todas aspiran a ocupar el trono. Escena

    Juego de tronos (4x08)

    Ser Gregor Clegane frente a Oberyn Martell (Cap.08)


    Tañen las campanas y Tyrion y Jaime cortan su conversación, evocaciones de la infancia con múltiple interpretación pero con el retrato claro del personaje acusado de asesinato, alguien curioso y reflexivo desde pequeño, de una gran humanidad a pesar de la necesidad constante de mantener oculta dicha cualidad por pura supervivencia. Es la hora. La vida del enano depende del metal esgrimido por otros. Concretamente, depende del vencedor del combate entre el príncipe de Dorne y el hermano mayor de los Clegane. El enfrentamiento tiene lugar en una privilegiada localización croata, un espacio oval con unas vistas adriáticas que podrían disfrutar los asistentes en los graderíos del anfiteatro si pudiesen apartar los ojos del duelo. Pero no pueden, al igual que nosotros. Desde el sonido de viento que da comienzo a la justa permanecemos fascinados. Oberyn Martell, protegido tan solo por una ligera armadura de cuero que imita la piel escamosa de serpiente, despliega un asombroso repertorio de gráciles movimientos con la lanza. Giros y virguerías en el manejo del arma que le mueven en espiral hacia su imponente rival, lo que queda captado con frecuencia mediante encuadres cenitales que facilitan la percepción de desplazamientos laterales y movimientos de ataque – esquivo – retirada (este uso del plano picado, y en especial la inclusión al final de cierta prótesis destrozada, me retrajo fugazmente en algún momento la última película de Nicolas Winding Refn). Pedro Pascal exhibe una destreza con la lanza que ya sorprendió al maestro de armas de la serie, como ha reconocido en más de una ocasión el propio Tommy Dunne. El actor chileno se entrenó apenas un par de semanas en el Wushu, un arte marcial acrobático. Lo que pudo aprender del maestro Hu se vio mejorado por una práctica diaria en el interior de su apartamento, ya que Pedro Pascal ha admitido que debido a su timidez no practicaba demasiado en exteriores. Sea como fuera, el resultado es admirable. Solo hay que fijarse en el modo que proyecta esa lanza acabada en una hoja reptilesca de filo sinuoso, una extensión retráctil de su cuerpo, todo al son in crecento de una especie de mantra guerrero y vengador, un estribillo que acompaña a la genial coreografía de lucha: You raped her! You murdered her! You killed her children! Repetido una y otra vez, ganando ritmo e intensidad, acercándole en vueltas de sumidero hasta el desenlace. Hasta el horror. Hasta el grito de la amante que aruña la pantalla y mella las espadas. Hasta la condena proclamada en voz alta para oídos recién violados. Hasta el enfoque final del rostro de Tyrion, el cual refleja el desgarro de la desilusión y el shock de propio y extraños, de millones de espectadores.

    Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, y si pertenece a esta serie, seguramente vale más que un millón de ellas. No puedo gastar un millón de palabras en tratar de describir lo que se siente al ver morir de forma tan brutal a Oberyn Martell, un personaje carismático que se había ganado nuestra devoción y que recordaremos tal y como el actor que le encarnó le gustaría que hiciésemos: “A lover and a fighter”. Y es que de poder explayarme a mi antojo en este texto tampoco le haría justicia a la imagen, a la escena. Así que he optado por contar la historia de un modo diferente, yendo al extremo opuesto, teniendo las consideraciones que por suerte la HBO no tiene, escribiendo para aquellos sensibles a lo visual. Érase una vez un enano que se ve traicionado y juzgado por hombres y mujeres que le desprecian. Desesperado, recurre a los dioses, pero estos no escuchan su grito de socorro desde lo alto de su olimpo. El enano necesita su atención y la única forma de llegar hasta ellos y conseguir su bendición es derribando la enorme montaña sobre la que descansan. Sabe que no hay otro modo pero se trata de una proeza fuera de su alcance. De forma inesperada, una víbora roja se le aparece iluminada en la oscuridad de su celda. La serpiente tiene una cuenta pendiente con la montaña y por fin puede saldarla sin agraviar a los dioses ni a los hombres. Al enano le cuesta contener la alegría. Llegado el momento, la víbora escenifica un ritual, una clase de embrujo, mientras baila alrededor de la montaña y la muerde aquí y allá, en distintos puntos clave. La víbora cree haber logrado la gesta y, junto a la montaña agujereada, se detiene a saborear las mieles de la victoria, el plato frío de la venganza y a la espera de la ambrosía que los dioses le den en recompensa. Pero la vanidosa víbora olvida una cosa importante: una montaña vencida devuelve la derrota al derrumbarse. La victoria de la serpiente sellaba a un tiempo su perdición. Así, la montaña se derrumba y aplasta a la criatura en el último instante. La hace estallar y le coloca una aureola roja que ofende a los dioses, quienes solo ven a un horrible demonio travestido en falsa santería. Ellos mirarán hacia otro lado y ya nunca verán al enano en su lamento. Fin de la fábula. Escena

    Juego de tronos | Game of Thrones (4x06)

    Juicio a un enano (Cap.06)


    Justicia… Dentro de la Gran Pirámide de Meereen, con Daenerys como jueza y jurado, puede que se alcance algo cercano a la justicia, pero en la sala del trono de Desembarco del rey, con Tywin presidiendo en compañía de la fascinante Víbora Roja, la marioneta Mace Tyrell y la acusante Cersei Lannister… Ahí la dama ciega no tiene la osadía de hacer acto de presencia. Como era de esperar, el juicio de Tyrion se convierte en una farsa de principio a fin. Ya el cuchicheo ignoto de las antorchas que marcan el pasillo que ha de recorrer el acusado para llegar al estrado suena a melodía sentenciosa, premonitoria del castigo que ha de padecer el culpable a criterio del público asistente. El sonido del fuego se eleva alto y prende el silencio, con toda la intención. La sensación fantasma es que el enano encadenado se encuentra en un purgatorio y que el infierno le aguarda a su espalda. Este canto de llamas va a persistir durante todo el juicio e incluso, en un momento dado, un enfoque “perdido” va a mostrarnos sin un motivo aparente la hilera de antorchas, para luego encuadrar el rostro de Tyrion. En esta obra, especialmente en esta soberbia secuencia, todo está estudiado y nada queda al azar. Y lo mismo puede decirse de Cersei y de la acusación que ha armado contra su hermano. Todos aquellos que una vez se sintieron agraviados o perjudicados por Tyrion van a declarar como testigos: Ser Meryn Trant, Maestre Pycelle, Lord Varys, incluso la propia Cersei. En el caso particular de La Araña, el acusado le recuerda viejos cumplidos y viejas palabras de reconocimiento acerca de salvar la ciudad y lo ingrato de tal gesto. “¿Lo has olvidado?”, le pregunta el enano. “Tristemente, mi lord, nunca olvido nada”. Con esta fantástica respuesta el eunuco reconoce que su decisión le va a pesar sobre la conciencia pero que jamás valoró otra opción que no fuese la de prestar oportuna declaración, alejándose del que se ahoga para arrimarse al árbol que da más sombra, por empastar dos expresiones populares que definen el comportamiento del personaje. Como un buen sherpa moral, cargará el acostumbrado peso de la culpa y continuará su larga escalada. Sin arrepentimientos.

    En el juicio tiene lugar un receso. Durante ese tiempo, Jaime se reúne en privado con su padre y hace un trato por la absolución de su hermano, aunque eso le cueste dejar de ser quien es para convertirse en quien siempre se supone que debió ser. Se trata de un gesto bondadoso y solidario pero baldío, a la postre. Porque a la vuelta del receso y antes de que se dicte sentencia la corona llama a un último testigo. Tacones cercanos. Tyrion mira hacia atrás y se le desencaja el mundo. La sorpresa surca su rostro con la misma violencia que aquella espada en la Bahía de Aguas Negras, y su corazón se salta un par de sístoles que nunca recuperará. Shae aparece en pantalla, camino del púlpito. Una vez subida en él, prestará declaración en contra de su ex amante, quien no acaba de dar crédito a lo que ocurre y permanece petrificado. Solo cuando la acusación es directa y definitiva (y falsa, por supuesto), Tyrion se deja caer derrotado en su asiento de madera, casi desplomado. Tendrá que ver y escuchar cómo Shae se degrada y vuelca todo su despecho en un testimonio vergonzoso. Las intimidades que ambos compartieron se ven prostituidas en favor de una mentira rastrera y rencorosa. Las tripas del enano se estrangulan unas a otras y supuran lágrimas de Lys que le desfiguran aún más el rostro, una contracción facial que le arruga la cicatriz y precede a la súplica que le hace el acusado a su amada. Colmillos apretados, el alma entre las zarpas; inútil. La mujer no cederá de ninguna forma, seguirá mostrándose engañosamente débil, indefensa y llena de inocencia podrida. Entonces… Tyrion estalla, para nuestro deleite. Los presentes en la sala se encogen ante un coloso, encadenado de manos pero desatado de lengua. Dirigiéndose en especial a su hermana y a Shae, llega a decir: “Yo no maté a Joffrey pero ojalá lo hubiera hecho. Ver morir a tu vicioso bastardo me dio más alivio que mil putas mentirosas”. Su verdad es hiriente a oídos engañados, autoengañados o simplemente confusos. Un enano por encima de dioses y de hombres, eso es lo que vemos. Y es que no hay adjetivos suficientes en la rica poesía valyria para describir la actuación de Peter Dinklage. Sus rictus, su expresión corporal, sus cambios modulares de voz…: en todos los aspectos interpretativos el actor está sublime, sobrecogedoramente imperial, consiguiendo transmitir a la perfección la compleja y convulsa amalgama de emociones por la que pasa el personaje desde el comienzo del juicio hasta su volcánico final. Sus gestos y sus palabras van de la ligereza, la sorna o el perdón que parece otorgarle por dentro al iluso niño rey, al asco, el desprecio y la ira arrolladora de los minutos finales de la escena, y entre medias exhibe resignación, incrédula sorpresa y corrosiva vergüenza. Un auténtico y apabullante despliegue que eriza los pelos, nos vuelca el estómago y nos hace apretar los puños, además de haber puesto otra oscura nebulosa en espiral sobre la cabeza de Rust Cohle, provocando que McConaughey dude y suelte aunque sea por unos instantes su futuro y cantado Emmy.

    La secuencia es sobresaliente y está a la altura de la Boda Real, al menos en intensidad y dramatismo. Para el que escribe, lo mejor de lo que llevamos de temporada, y lo firma alguien que rehuye de los procesos judiciales en pantalla por aún no haber conseguido curarse en tedio (salvaría tan solo un puñado de ellos, el de La dama de Shanghái el primero, sin dudarlo). Los juicios corren el riesgo de estirarse en demasía y arrancar bostezos del espectador, pero el de los Lannister está muy lejos de ser el caso. Resulta fluido e interesante, psicológicamente profundo y emocionalmente intenso. El broche lo pone Tyrion, cómo no, con esa sonrisa casi inapreciable que se le escapa cuando mira a su padre y juez a los ojos, retador tras solicitar un juicio por combate. En pantalla vamos viendo las reacciones de los distintos personajes, y me quedo especialmente con una, la de Oberyn Martell. La Víbora Roja despega la espalda de la silla y agita un cascabel silencioso ante la palabra combate y las posibilidades que atisba en el giro de los acontecimientos. Parece sentir y disfrutar el cliffhanger tanto como nosotros, y quizás, intereses personales aparte, sencillamente esté pensando aquello que escribió una vez el poeta checo Rainer Maria Rilke: “Todo lo que es terrible necesita nuestro amor”. Puede que en el fondo sea esa la razón de que estemos enamorados de esta serie. Escena

    Juego de tronos (4x07) | Game of Thrones

    Un condenado y una víbora en una celda (Cap.07)


    Si la infancia de Sandor Clegane fue dura, la de Tyrion no debió serlo menos. El enano fue enjuiciado y culpado por monstruo y asesino desde su mismísimo nacimiento, un parto que iba a acabar con la vida de su madre. Este hecho iba a resultar imperdonable para su hermana Cersei, quien ya cultivaba su odio siendo una cría y le hacía sufrir vejaciones a Tyrion incluso en la cuna. Él se entera de ello por boca de la Víbora Roja, tercer y último visitante que pasa por su celda en el trascurso del episodio. El príncipe de Dorne le cuenta una historia anecdótica de su niñez que pone de manifiesto los terribles y tempranos sentimientos de Cersei hacia su hermano pequeño. A Tyrion se le humedecen los ojos con lágrimas caducas pero evita el desborde, retorciendo el gesto y anudando fuerte la voluntad. Y al final del encuentro no le será más fácil contener la emoción, en este caso el alivio y la alegría. Justo antes y justo después de que Oberyn Martell pronuncie con solemnidad y determinación las palabras “Yo seré tu campeón”, el enano descubre que no hay carga más pesada que el silencio, ni nada más liviano que un suspiro, y que igualmente debe aprender a soportar el peso de ambos. Se cierra así una secuencia de diálogo magistral, tanto por guión como por emociones e interpretaciones, puesto que Peter Dinklage y Pedro Pascal están magníficos y sobrecogedores en cada instante de la conversación. Para el que escribe, el mejor diálogo de lo que llevamos de temporada y puede que el segundo mejor de toda la serie, solo por detrás de aquellas crudas confesiones que intercambiaron el rey Robert Baratheon y la reina Cersei sentados a una mesa con vino. Escena

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