LOS PELIGROS DE LA RED
crítica de Disconnect | Henry Alex Rubin, 2012
1993 fue el año en que el desaparecido maestro Robert Altman nos entregó la que muchos consideramos su obra maestra, Vidas cruzadas, un monumental fresco sobre la vida cotidiana de un variopinto grupo de personas que residen en Los Ángeles y cuyas vidas se entrecruzan por caprichos del destino. El éxito de aquella excepcional película dio lugar a multitud de títulos que seguían el mismo esquema de las historias cruzadas para tocar diferentes temas. El sentimiento de culpa y el perdón –Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson–, los conflictos raciales –Crash (2004), de Paul Haggis, ganadora del Oscar a la mejor película– o la inmigración –Territorio prohibido (2009), de Wayne Kramer son algunos ejemplos destacables a los que vendría a unirse Disconnect (2012), el interesante debut de Henry Alex Rubin en el largometraje convencional tras la generosa cosecha de premios que se llevó con su documental Murderball (2005), dirigido al alimón con Dana Adam Shapiro y que mostraba una competición de rugby entre jugadores cuadrapléjicos. Presentada en el Festival de Venecia de 2012 en la Sección oficial de largometrajes fuera de concurso, Disconnect plantea interesantes debates sobre los peligros que se esconden tras las nuevas tecnologías. Vivimos en la era de Internet. La gente está constantemente comunicada a través de los chats, las redes sociales o la telefonía móvil, sin pensar en las amenazas que se esconden en este amplio mundo cibernético, especialmente para los adolescentes, menos conscientes de que tras un perfil social puede esconderse cualquier tipo de persona y que nuestros datos personales o cuentas bancarias pueden ser fácilmente sustraídos por algún experto informático. Rubin articula, sobre un poderoso guión de Andrew Stern, un intenso caleidoscopio formado por tres historias cruzadas, con el nexo común de que sus protagonistas padecen en sus propias carnes las consecuencias de los peligros de la red.
En primer lugar tenemos a un introvertido adolescente que se convierte en objeto de burla por parte de dos compañeros de instituto, que realizan una cruel broma a través de las redes sociales sin medir la repercusión y las nefastas consecuencias que pueda tener. También está una joven reportera de televisión que, en su búsqueda por un reportaje que le otorgue el empujón profesional definitivo en su carrera, contacta con un joven menor de edad que presta sus servicios en una sala de web chat. La intención de la muchacha de desenmascarar a esta red que se dedica a explotar a adolescentes para que se desnuden ante la cámara, cumpliendo las fantasías sexuales más sórdidas de los anónimos usuarios, le acabará trayendo más complicaciones de las que esperaba. Finalmente tenemos a un matrimonio sumido en la tristeza por la muerte de su bebé. Mientras el marido pasa las horas muertas apostando dinero en las salas de juego de internet, la esposa desahoga sus penas en un grupo de chat donde habla con personas que están en las mismas dolorosas circunstancias. El problema viene cuando, de la noche a la mañana, descubren que sus cuentas bancarias han sido vaciadas. Un detective privado al que contratan les alerta de que sus datos han sido tomados de la red por algún experto pirata informático y la policía difícilmente actuará con rapidez para encontrarle, por lo que deberán ser ellos mismos quienes intenten recuperar lo que es suyo. En este tipo de películas siempre se corre el riesgo de que algunas historias resulten más interesantes y terminen engullendo al resto pero Disconnect se muestra especialmente hábil en este aspecto y cada una de las tres tramas paralelas está dotada de la suficiente entidad para mantener al espectador enganchado durante todo el metraje. También contribuye eficazmente un reparto de actores totalmente entregados a sus atormentados personajes, destacando un espléndido Jason Bateman, alejado por una vez de los habituales papeles cómicos a los que parecía confinado en los últimos años, y el cada día más omnipresente Alexander Skarsgård, actor más interesante de lo que su apariencia hierática pueda hacer suponer.
Al igual que hiciera Paul Haggis en Crash, Rubin no escatima en golpes de efecto para que su mensaje llegue al espectador con la mayor contundencia posible, otorgándole a su obra un acertado aire de thriller psicológico cuya intensidad irá aumentando constantemente hasta su catártico final. Temas como el perdón, la culpa, el descuido de los adultos de sus responsabilidades como padres por el exceso de trabajo, la incomunicación en las parejas, el bullying escolar o la prostitución adolescente están elegantemente tratados a lo largo del filme, por lo que su complejidad y robustez argumental están fuera de toda duda. No solo estamos, por sus valores cinematográficos, ante uno de los títulos independientes más interesantes del año, sino que su arriesgada propuesta adquiere un valor didáctico aún mayor al tratar una problemática tan actual por la que cualquier ciudadano puede verse salpicado, ya que vivimos en unos tiempos donde es raro que no exista un ordenador personal en cada hogar. La tecnología, como cualquier otra herramienta, puede tener sus peligros si está enfocada para hacer daño y aquí está Disconnect para avisarnos de ello. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
Estados Unidos. 2012. Título original: Disconnect. Director: Henry Alex Rubin. Guión: Andrew Stern. Productora: LD Entertainment/ Wonderful Films. Recaudación en USA: 1.436.900 dólares. Localización principal: New York. Fotografía: Ken Seng. Música: Max Richter. Montaje: Lee Percy. Intérpretes: Jason Bateman, Hope Davis, Alexander Skarsgard, Paula Patton, Fran Grillo, Andrea Riseborough, Max Thieriot, Jonah Bobo, Michael Nyqvist, Colin Ford, Haley Ramm. Presentación oficial: Mostra de Venecia 2012 (Fuera de competición).