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    Crítica | Emperador

    Emperor

    La salvación del emperador

    crítica de Emperador | Emperor, Peter Webber, 2012

    Hacía unos meses que la guerra en Europa había terminado. La Alemania de Hitler se había rendido ante los Aliados justo cuando las tropas soviéticas limpiaban casa por casa las calles de Berlín. Casi en la otra punta del mundo, en el frente del Pacífico, se estaban librando pírricas batallas, isla por isla, que posicionaban a Estados Unidos cada vez más cerca de las puertas de Japón. El tremendo desgaste ante el fanatismo de un enemigo dispuesto a inmolarse en nombre del Emperador, hacía que la sangría en las playas y selvas del Pacífico fuera especialmente cruenta. Okinawa fue la gota que colmó el vaso. Mientras, en el nuevo continente, el ejército norteamericano ultimaba un arma con una capacidad de destrucción jamás conocida por la humanidad. Se vendió como último recurso, obligado por las circunstancias, algo que haría hincar de rodillas a Japón sin condiciones y detener el vertido de sangre en las islas del Pacífico. Pero dentro de aquel mortífero artefacto, acumuladas durante todos esos años, había también toneladas de rencor, odio y un sentimiento de venganza por aquel 7 de diciembre de 1941 y las miles de muertes de soldados estadounidenses que vendrían en los meses y años posteriores a aquel raid japonés sobre la base naval de Pearl Harbor, que iba a subir el listón, una vez más, del nivel de crueldad contra el prójimo al que puede llegar el hombre. Un listón que se superó demasiadas veces en una contienda mundial cuyo nivel de barbarie pocas veces se ha repetido de manera tan concentrada. Eran las 08:15 del 6 de agosto de 1945 cuando el Enola Gay, el primero de los B-29 que despegaban de Tinian con la primera de las bombas atómicas que se lanzarían sobre Japón, arrojaba toda esa furia de fuego y destrucción sobre la cabeza de miles de civiles japoneses que en ese momento trajinaban sus rutinas diarias en el centro de Hiroshima. No sería la última. A día de hoy todavía se debate sobre la vendida necesidad de demostrar al mundo aquella exhibición de aniquilación y, aunque Emperador (Emperor), la nueva película de Peter Webber, no va a entrar en ese terreno, el tono y el discurso del film parece resultar irremediablemente condicionado por las supurantes imágenes de archivo sobre aquel primer horror atómico con las que abre la película.

    Emperor

    Emperador arranca justo después del lanzamiento de la segunda (y definitiva) bomba atómica sobre la ciudad industrial de Nagasaki, después también de la capitulación formal de Japón ante el Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico, Douglas MacArthur. A una Tokio arrasada y ocupada por las fuerzas aliadas aterrizan el propio MacArthur (Tommy Lee Jones) y su plana mayor, encabezada por el General Bonner Fellers (Mathew Fox), con la intención de iniciar la reconstrucción de Japón con el debate sobre la mesa en torno a qué papel va a jugar en ella la intocable figura del Emperador Hirohito. ¿Se debe incluir al Emperador en la lista de criminales de guerra que las fuerzas de ocupación van a empezar a perseguir o su figura debe excluirse de responsabilidad alguna sobre el papel de Japón en la guerra bajo pretextos estratégicos? Un dilema sobre el cual se va a construir todo el armazón narrativo de un film que, como mayor virtud, pretende arrojar algo de luz a un hecho tan interesante como prácticamente desconocido. Porque, a ojos de la opinión pública, la decisión final de exonerar a Hirohito de cualquier tipo de responsabilidad cuando desde Washington se quería ver su cabeza clavada en una estaca fue, cuanto menos, atrevido. Sin embargo, la finalidad última del filme es la de no plantear tanto si el Emperador fuera o no culpable de arrastrar a su nación a la guerra como revelar que la decisión de eximirlo de culpas se manifestara finalmente como acto estratégico redondo para los Estados Unidos: habían conseguido mantener una figura capital en el seno de una sociedad japonesa desnortada que facilitase la recuperación de un país devastado, disminuyendo con ello el trauma de la transición a la vez que lo moldeaban para contribuir al nuevo orden mundial que permitiera frenar un avance comunista en esa parte del mundo. Lo que dice el Emperador va a misa. Así lo dice la Historia. Sin embargo, el reflejo fílmico que proyecta la película de Webber sobre estas cuestiones y los actos por los que se mueven los personajes adquieren tintes más humanitarios y paternalistas que de fría y calculada estrategia política, su verdadera naturaleza.

    Emperor

    Las imágenes de la bomba atómica con las que, de manera poco casual, arranca Emperador aparecen en el subconsciente de un largometraje que las arrastra como si de una enorme losa se tratase. Porque si bien Webber ofrece una película que se ve desde el punto de vista de los vencedores, no es menos palpable cierto sentimiento de culpabilidad y algo de vergüenza ante la aceleración de los actos que promovieron la rendición final de Japón. De todo ello parece desprenderse la decisión de humanizar unos actos en un contexto histórico poco dado a gestos bondadosos, tal y como parece ejemplificar el dibujo que se hace del general Fellers, punto de vista del relato, y esa historia de amor interracial, narrada en flashback, paralela a la investigación sobre la verdadera responsabilidad de Hirohito en la guerra (y la búsqueda secreta del paradero de ese antiguo amor bajo los cascotes de una ciudad destruida). Una licencia que refuerza la relación amor-odio de Fellers con el país nipón, la ira contenida y el debate entre la culpabilidad o no del Emperador, planteada casi como si de una cuestión personal se tratase pero que, en la práctica, acaba por resultar artificiosa e indigesta, ya sea tanto por la incapacidad de Mathew Fox por transmitir el tormento interior de su personaje como por el anhelo de hacer agradable al espectador esa oscura travesía ante una estupenda (eso sí) recreación de Tokio devastada por las bombas aliadas y los negros secretos que, aunque se expliciten, parecen querer sepultar bajo toneladas de paternalismo en un final vendido, prácticamente, como acto de amor. A pesar de su más que probable implicación, jamás se pudo (o quiso) esclarecer el alcance real de Hirohito en el devenir de la guerra. Emperador, en su esfuerzo por rescatar este desconocido pasaje de la Historia ofrece esas mismas incertidumbres que marcaron el futuro de la reconstrucción nacional japonesa, emborronadas esta vez por un deseo reconciliador y poco incómodo. La imagen de ese edificio de estilo occidental desde donde las fuerzas aliadas coordinan la ocupación, en pie entre la destrucción que le rodea, sirve como elocuente metáfora visual en una película tan interesante y elegante por momentos como desequilibrada, manipuladora y afectada por un impostado melodrama que ensombrece la gran película que Emperador esconde en su interior y que, alguna vez que otra, logra salir a flote. | ★★★★★ |

    Daniel Jiménez Pulido
    Redacción Barcelona.

    Estados Unidos. 2012, Emperor. Director: Peter Webber. Guión: David Klass y Vera Blasi (basada en la obra “A Emperor’s Salvation”, de Shiro Okamoto). Productora: Krasnoff Foster Productions / Fellers Film. Fotografía: Stuart Dryburgh . Música: Alex Heffes. Montaje: Chris Plummer. Intérpretes: Tommy Lee Jones, Matthew Fox, Kaori Momoi, Eriko Hatsune, Aaron Jackson, Toshiyuki Nishida, Takatarô Kataoka, Masatô Ibu, William Wallace, Nic Sampson, Isao Natsuyagi, Gareth Ruck, Masatoshi Nakamura, Shôhei Hino. Presentación oficial: Toronto 2012.

    Emperor poster
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