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    Crítica | Morfina

    Morfina, de Aleksey Balabanov

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    crítica de Morfina | Morfiy, Aleksey Balabanov, 2008

    Una carroza conduce a un viajero en medio de un páramo nevado, cuyas pocas casas enseguida sirven de escenario a esta metáfora sobre las causas y consecuencias de la revolución bolchevique. Cuando se realiza una película de época, es una maniobra hábil la de circunscribir la narración a tal espacio circunscrito, evitando un crecimiento exponencial del presupuesto derivado de la construcción de decorados y de la dirección artística propias del género. Además, el juego simbólico que se puede extraer de estos personajes aislados en medio del frío siberiano es considerable teniendo en cuenta la premisa de la trama. Sin embargo, en el último acto de la misma, su protagonista se sitúa en una pequeña ciudad, la cual debe ser consecuentemente adaptada a la época con a priori mucho mayor esfuerzo, aunque también da la sensación de que las cosas no han cambiado tanto, de que las casas, los muebles e incluso las personas siguen arrastrando gran parte de la herencia de los años 20. Por eso la episódica novela de Mikhail A. Bulgakov, que el recientemente fallecido cineasta ruso Aleksey Balabanov adapta para dar forma a su antepenúltima película, Morfina (Rusia, 2008), nos habla de un viaje de ida y vuelta de casi cien años que resulta extrañamente idóneo para resumir la trayectoria de un director de cine.

    Así pues, en la presente película se asiste a un afortunado aprovechamiento de lo que podríamos llamar recursos naturales por un lado, y de un cuidado trabajo de ambientación por otro, conjunción que dota a la historia de gran verosimilitud. La misma sigue las andaduras de un joven médico destinado al ya apuntado poblado siberiano, en el que reinan la soledad y el sufrimiento. Para hacerles frente, aquel desarrolla una peligrosa adicción a la morfina, que eventualmente comparte con la que empieza siendo una de las enfermeras y acaba siendo una de sus amantes. Entretanto debe lidiar con operaciones que nunca ha practicado, para lo cual consulta justo antes de cada una de ellas el manual en cuestión y lleva a cabo el parto, la amputación o la traqueotomía que corresponda sin apenas inmutarse. De ambos quehaceres deducimos una rápida y eficaz adaptación a las circunstancias en principio hostiles de su nuevo hábitat, un comportamiento que también puede traer causa del pasado político y familiar de este doctor, aunque esta información contextual se nos da con cuentagotas. En efecto, a Balabanov le interesa más crear una atmósfera que entremezcle la libertad y la opresión, siguiendo una estructura narrativa un tanto irregular, fragmentada en breves capítulos debidamente rotulados. Pero esta técnica le sirve igualmente para transmitir una ligereza y un humor que le quitan peso al citado contexto histórico.

    Morfina, de Aleksey Balabanov

    Más precisamente, es la juguetona banda sonora, basada en desenfrenados acordes de piano, la que nos da la pista definitiva del propósito o directamente género de este filme: más que una biografía, un drama histórico o una tragicomedia, se trata de un thriller surrealista sobre la interacción entre un morfinómano y la sociedad que lo rodea. Las reflexiones quedan en un segundo plano, surgiendo antes la carcajada y el disfrute ante una sucesión de escenas progresivamente estrafalarias, desde la primera consulta del protagonista hasta el guiño cinéfilo de cierre, pasando por una persecución de aquel y otros dos hombres en un trineo por unos lobos hambrientos en medio de una tempestad blanca. Ante ello, los vaivenes informativos y dramáticos pierden bastante importancia, aunque inevitablemente sigan siendo un defecto. De hecho, puede ser criticable que nos riamos ante las desgracias de este morfinómano antes que lamentarlas, y ello se debe a que no sabemos lo suficiente de él. Como hemos dicho, hay trozos aquí y allá: una fotografía, un diálogo, un gesto, pero parece claro que al director y al guionista les interesa más el ambiente y menos el detalle, como también hemos adelantado. Por otro lado, y ello también conduce a ese limitado desarrollo de los personajes, su intención es sobre todo la de crear un fresco lo más poblado y cáustico posible. En otras palabras, aunque el escenario parece inicialmente casi desierto y el foco está puesto continuamente en el personaje del médico, se acaban introduciendo otras muchas caracterizaciones y tramas que pretenden sumar sobre aquellos elementos principales pero que acaban resultando bastante inconexas.

    Morfina es por tanto una película en cierto modo contradictoria, partiendo del engañoso espacio con el que iniciábamos esta reseña y llegando al imperfecto diseño de sus personajes. Pero también extrae su poderío de esas y otras múltiples confrontaciones. De hecho estamos ante un filme que casi tiene demasiados conflictos, por emplear el imprescindible término académico: de un personaje consigo mismo o entre él y otro; entre clases o entre el campo y la ciudad, los cuales configuran dos de los tradicionales cleavages de la ciencia política; e incluso entre épocas desafiadas o entre distintas formas de entender el mundo. Todo ello está presente en la película, y lógicamente es más de lo que puede abarcar. Por ello al final tendemos a olvidar o a enfrentarnos a esa aparente profundidad y a quedarnos con un vicio más simple y terrenal: la morfina para el protagonista, el entretenimiento para el espectador. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    crítico cinematográfico.

    Rusia, 2008. Director: Aleksey Balabanov. Guión: Sergey Bodrov Jr.. Productor: Sergey Selyanov. Fotografía: Aleksandr Simonov. Montaje: Tatyana Kuzmichyova. Intérpretes: Leonid Bichevin, Ingeborga Dapkunaite, Andrey Panin, Svetlana Pismichenko, Katarina Radivojevic.

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