CRUCIFIJOS DE NEÓN
crítica de The Lords of Salem | Rob Zombie, 2012Rob Zombie es un tipo peculiar. Polifacético donde los haya, en 1985 comenzó su carrera como cantante y compositor de heavy metal alternativo con su banda White Zombie, cuyas letras se caracterizaban por un pronunciado toque tenebrista. A partir de 1998 inicia su etapa como solista y en 2003 da el salto a la dirección de cine con la irregular La casa de los 1000 cadáveres, donde dejaba constancia de su gusto por la atmósfera insana y las grandes cantidades de sangre, sí, pero también de un extraño humor negro. En 2005, Zombie rueda la que para muchos es su mejor obra, Los renegados del diablo, que viene a ser una secuela de su ópera prima, pero con un estilo más setentero –deudor del Tobe Hooper de La matanza de Texas (1974) o el Wes Craven de Las colinas tienen ojos (1977)– y un bienvenido aire de western que le generó multitud de defensores. Su mayor éxito comercial lo logra, no obstante, en 2007 con Halloween, su excelente reinterpretación de la clásica La noche de Halloween (1978) de John Carpenter. Dos años después, la obligada continuación de ésta, Halloween II, se saldó con un inesperado fracaso de taquilla que provocaría que no llegara a estrenarse en las salas comerciales de España. Pese a todo, se trataba de una estupenda secuela, mucho mejor que cualquiera de las que conoció la cinta de Carpenter durante los 80. El 10 de septiembre de 2012, el Festival Internacional de Cine de Toronto tuvo el honor de estrenar la cinta que nos ocupa, The Lords of Salem, que generó una absoluta división de opiniones por parte de la crítica y los medios especializados.
Para bien y para mal, la película es la obra más personal de Zombie desde los tiempos de Los renegados del diablo, aunque en esta ocasión, se inscribe en el subgénero de sectas satánicas, con la mítica La semilla del diablo (1968) como principal referente argumental. Como viene siendo habitual en la filmografía de este director, volvemos a tener a la rubia Shari Moon Zombie –su esposa en la vida real– como principal protagonista, soportando sobre sus hombros un rol muy similar al que bordara la delicada Mia Farrow en el clásico de Roman Polanski. Ciertamente, las comparaciones son odiosas y, por mucho que la cámara se recree frecuentemente –con o sin justificación de guión– en el cuerpo desnudo de una Shari Moon con trencitas a lo Bo Derek en 10, la mujer perfecta (1979), sus dotes interpretativas dejan aún mucho que desear. En The Lords of Salem, ella es Heidi, una de las conductoras de El gran equipo de Radio H, un programa radiofónico sobre rock duro, que vive en la ciudad de Salem (Massachusetts), famosa por sus oscuras leyendas sobre aquelarres de brujas en el pasado. Se cuenta que en 1692, el reverendo Jonathan Hawthorne quemó en la hoguera a un grupo de estas mujeres, encabezado por la malvada Margaret Morgan, que se dedicaba a crear una extraña música para atraer a Satanás y así éste plantara su semilla en una humana. Vamos, lo de siempre: la llegada del Anticristo. Cuando un día llegue a la radio un misterioso disco de vinilo, con una inquietante grabación de un grupo que se hace llamar Los señores de Salem, la vida de Heidi comenzará a sufrir serios trastornos. Constantes pesadillas y alucinaciones la acosarán y algunas personas de su entorno más cercano, desvelarán sus verdaderas intenciones.
En The Lords of Salem se vuelve a detectar la influencia de muchos de los grandes clásicos del género, no sólo de la mencionada La semilla del diablo. La forma en que está estructurada la historia, dividida en los diferentes días de la semana, y el peligro que acecha invisible tras la puerta del apartamento 5 del piso de Heidi, nos recuerda demasiado a El resplandor (1980), de Stanley Kubrick. Al igual que el Jack Torrance interpretado por Jack Nicholson comenzaba a sufrir un cambio radical de carácter tras traspasar el umbral de la puerta de la misteriosa habitación 237 del hotel Overlook, Heidi no volverá a ser la misma tras presenciar el secreto que esconde aquel apartamento presuntamente inhabitado. La estética de videoclip de muchos de sus momentos, unida a la personalidad moderna de la protagonista, tiene ecos de aquella Stigmata (1999), de Rupert Wainwright, en la que Patricia Arquette también comenzaba a sufrir una progresiva posesión demoniaca. Para rematar, Zombie se la juega con un par de pasajes excesivamente bizarros y psicodélicos, que corren el riesgo de ser recibidos como una absoluta muestra de genialidad o como uno de los ridículos más grandes del reciente cine de terror. En uno de ellos, con la solemne música de Johann Sebastian Bach de fondo, una Heidi maquillada como un cadáver, entra en el apartamento 5, reconvertido en una majestuosa catedral satánica, donde tendrá un tórrido encuentro con el Diablo. Tampoco dejará indiferente la violenta orgía pagana del tramo final, donde el director parece estar poseído por el espíritu del Lars von Trier más excesivo, el de Antichrist (2009). A lo largo de su filme, Zombie no escatima en escenas que buscan escandalizar por el camino de la herejía, como aquella alucinación en la que un sacerdote obliga a la protagonista a practicarle una felación en una iglesia. Otras, eso sí, destacan por su potente fuerza visual, como la imagen de Heidi rindiendo pleitesía ante un enorme crucifijo de neón rojo. Está claro que el director no destaca por su sutileza, precisamente, pero es innegable su talento para ofrecer imágenes que se quedan grabadas en la retina del espectador.
Uno de los atractivos extras de este extravagante pasatiempo de terror es la presencia en su reparto de muchos de los rostros míticos del cine de terror de los 70 y 80. Viejas glorias rescatadas para la ocasión, en papeles de mayor o menor enjundia. Dee Wallace –inolvidable protagonista de clásicos como Aullidos (1981) de Joe Dante o Critters (1986), de Stephen Herek–, Patricia Quinn –la Magenta de The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman– o Michael Berryman –el Pluto de las dos entregas de Las colinas tienen ojos de Wes Craven–, son algunas de las estimulantes presencias que los seguidores del género podemos disfrutar en The Lords of Salem. Pero si destaca alguna sobre todas las demás, esa es la de Meg Foster, enigmática actriz de mirada casi transparente a la que recordamos en títulos como Muertos y enterrados (1981), de Gary Sherman o Masters del Universo (1987), de Gary Goddard –donde era la malvada Evil-Lyn–. Foster está magnífica en la decrépita piel de la líder de las brujas Margaret Morgan, adueñándose de cada una de las escenas en que hace acto de presencia.
En definitiva, The Lords of Salem parece una película de otra época, al igual que lo fue en 2008 aquella estupenda –y poco reconocida– La casa del diablo, de Ti West, que también tocaba el tema de las sectas satánicas con una estética setentera. Estamos ante una obra tremendamente irregular, que busca inquietar con escenas efectistas que a veces no vienen a cuento, pero que encuentra su mejor aliado en el amor infinito que siente su realizador por el género, algo que acaba contagiando a su público. No es una gran película –de hecho, me parece la más floja de Zombie desde su debut–, pero está repleta de hallazgos visuales y esos delirios alucinógenos, marca de la casa, que la hacen una rara avis dentro de un subgénero que tiene en la cansina saga de Paranormal Activity su exponente más rentable de cara a la taquilla. Solo por apartarse de cualquier concesión comercial y por ser, guste más o menos, un filme “de autor”, The Lords of Salem ya merece ser considerada una de las citas obligadas del año para todos los amantes del cine de terror. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
Estados Unidos. 2012. Título original: The Lords of Salem. Director: Rob Zombie. Guión: Rob Zombie. Productora: Haunted Films/Alliance Films. Presupuesto: 1.500.000 dólares. Localizaciones principales: Massachusetts, California. Fotografía: Brandon Trost. Música: John 5. Montaje: Glenn Garland. Intérpretes: Sheri Moon Zombie, Jeff Daniel Phillips, Ken Foree, Bruce Davison, Judy Geeson, Dee Wallace, Patricia Quinn, Meg Foster, Maria Conchita Alonso, Richard Fancy, Sid Haig, Barbara Crampton, Lisa Marie, Andrew Prine, Michael Berryman.