|| Críticas | ★★★★☆
Una casa llena de dinamita
Kathryn Bigelow
La curva se aplana
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE. UU., 2025. Título original: «A House of Dynamite». Dirección: Kathryn Bigelow. Guion: Noah Oppenheim. Compañías: Netflix. Festival de presentación: 82.º Festival Internacional de Cine de Venecia. Distribución en España: Netflix. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: Volker Bertelmann. Reparto: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso, Jared Harris, Tracy Letts, Anthony Ramos, Moses Ingram, Jonah Hauer-King, Greta Lee, Jason Clarke. Duración: 112 minutos.
EE. UU., 2025. Título original: «A House of Dynamite». Dirección: Kathryn Bigelow. Guion: Noah Oppenheim. Compañías: Netflix. Festival de presentación: 82.º Festival Internacional de Cine de Venecia. Distribución en España: Netflix. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: Volker Bertelmann. Reparto: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso, Jared Harris, Tracy Letts, Anthony Ramos, Moses Ingram, Jonah Hauer-King, Greta Lee, Jason Clarke. Duración: 112 minutos.
A partir de una pregunta inquietante –¿qué ocurriría si un misil nuclear impactara sobre suelo continental estadounidense, devastando una ciudad como Chicago y causando la muerte de casi diez millones de personas?–, Bigelow ha armado una película-manifiesto que es tanto una contundente declaración política como una perfecta pieza de relojería cinematográfica. La cineasta vuelve a mostrarse crítica con las instituciones y la salud democrática de su país, sin burladeros ni escondites ideológicos. Y al mismo tiempo, sabedora de que esas ideas necesitan un medio adecuado para llegar al público, no se olvida de que su objetivo principal es hacer una película, la mejor posible, y vaya si lo ha conseguido.
Una casa llena de dinamita es un film sensacional en todos los aspectos, desde el guion de Noah Oppenheim hasta la elección del último extra. Bigelow y su equipo no solo han eludido hábilmente los lugares comunes y los discursos facilones sobre la guerra nuclear, sino que han encontrado nuevas perspectivas para abordarla y nuevas formas expresivas para llevarla a la pantalla. Siguiendo quizá el ejemplo de la también extraordinaria Septiembre 5 (September 5, Tim Fehlbaum, 2024), la historia se centra en el factor humano (la ética) que caracteriza cualquier toma de decisiones. Si en aquélla se dirimía una batalla entre lo verdad y la especulación como formas de hacer periodismo, en ésta el choque se produce entre los hechos y las conjeturas como formas de hacer política. En otras palabras, lo preventivo frente a lo reactivo.
La película de Bigelow se mueve de manera ejemplar en esa zona gris a cuenta de una situación límite. ¿Qué debería hacer el presidente de los Estados Unidos ante un ataque nuclear de origen desconocido? ¿Responder de inmediato con firmeza o esperar al esclarecimiento del origen de dicho ataque? El guion da voz a todas las posturas posibles situando al espectador en medio de la cadena de mando que debe tomar una decisión durante los 19 minutos críticos que median entre la detección del misil y el momento de su impacto, toda vez que fracasan los intentos de derribarlo. Para dramatizar este tiempo, Oppenheim se acuerda de Rashomon (Rashômon, Akira Kurosawa, 1950) y fragmenta la acción en tres puntos de vista diferentes, cada uno de los cuales se corresponde con un personaje clave: la capitana Olivia Walker (Rebeca Ferguson), al mando de la Sala de Crisis de la Casa Blanca, quien ordena el lanzamiento de los misiles defensivos; el general Brady (Tracey Letts), desde el Centro de Mando Estratégico, partidario de atacar a todos los enemigos del país; y el presidente (Idris Elba) de los Estados Unidos, a quien se muestra como un político mediocre superado por las circunstancias, ansioso, vulnerable, frágil e incapaz de tomar una decisión.
Es brillante la edición de ese triple tiempo cinematográfico por parte de Kirk Baxter, el montador habitual de David Fincher, que aquí vuelve a dar una lección magistral de montaje por corte. Como brillante es la exposición formal de cada uno de los tres puntos de vista. Bigelow alterna la cámara en mano y la dolly para seguir a sus personajes, que se mueven como animales enjaulados. Y cuando quiere retratarlos moralmente, pero sin juzgarlos, planta la cámara y elige el encuadre y el ángulo más convenientes. Corto y lateral para Walker, impotente en medio de la catástrofe; medio y frontal para Brady, un hombre de acción; y largo y contrapicado para el presidente, la viva imagen de la duda. En estos tiempos de pobreza visual se agradece que un cineasta hable y tome partido a través de la imagen. La única pieza en este sentido que falla es la fotografía, a cargo de Barry Ackroyd, el hombre de confianza de Paul Greengrass, que no termina de sentirse a gusto con el estándar digital en 4K de Netflix. Acierta de pleno, eso sí, al retratar la crisis en una día radiante, a pleno sol, mientras la vida se recrea en sus rutinas.
A sus 74 años, Bigelow ha firmado la que probablemente sea su (pen)última película –cada vez le cuesta más encontrar financiación–, y algo de esa atmósfera crepuscular y desencantada se contagia en sus imágenes y en su discurso, que no buscan culpables sino que señalan las deficiencias de un sistema tan falible como las personas que lo han diseñado. Lo dice el Secretario de Defensa Reid Baker (Jared Harris) con una claridad hiriente: «Cincuenta mil millones de gasto, y resulta que nos la jugamos a cara o cruz». Exactamente eso es Una casa llena de dinamita, la puesta en imágenes de una partida de ajedrez entre psicópatas. Lo milagroso es que todos sigamos vivos. ♦
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