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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Jurassic World: El renacer

    || Críticas | ★★★☆☆
    Jurassic World: El renacer
    Gareth Edwards
    Por fin una aventura, no una misión


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2025. Título original: Jurassic World: Rebirth. Director: Gareth Edwards. Guion: David Koepp. Productores: Steven Spielberg, Frank Marshall, Winston Azzopardi, Patrick Crowley, Janine Modder, Jim Spencer, Denis L. Stewart. Productoras: Universal Pictures, Amblin Entertainment, India Take One Productions, Latina Pictures, The Kennedy/Marshall Company. Fotografía: John Mathieson. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Jabez Olssen. Reparto: Scarlett Johansson, Jonathan Bailey, Rupert Friend, Mahershala Ali, Manuel García-Rulfo, Luna Blaise, David Iacono, Audrina Miranda, Ed Skrein.

    Entre las celebraciones del 50 aniversario de Tiburón (Jaws, 1975) se ha colado, y no de manera casual, la séptima entrega de Parque Jurásico –lo de Jurassic World sigue sin convencer y sin calar–, a las órdenes de un Gareth Edwards que en la primera hora de metraje se dedica a «rebootear» la obra maestra de Spielberg. Y no es casual porque la mano que mece la cuna de los dinos sigue siendo la de Spielberg, desde la producción ejecutiva, que tira del T-Rex y de los velociraptores cada vez que tiene que recuperarse del batacazo económico de sus propios filmes. El viejo zorro ha debido pensar que si Dominion (2022) fue la excusa para recordar el treinta aniversario del primer Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), reestreno en cines incluido, este Jurassic World: El renacer podría servirle para acompañar los fastos por el medio siglo de Tiburón. A lo mejor no es así y yo soy un malpensado, pero es que además el guion lleva la firma de David Koepp, autor de las dos primeras entregas de Parque Jurásico y colaborador habitual de Spielberg, lo que invita a sospechar que este «renacer» es un «recordar» marketiniano en toda regla. Está el producto que se quiere vender ahora, la película, y el valor añadido de marca, Spielberg y su escualo.

    Dicho esto, lo que vemos en pantalla no es el horror cósmico que podría esperarse de una película rodada y postproducida a marchas forzadas para coincidir con el evento que realmente importa, salpicada por un reparto con trampa (Mahershala Ali se come a Scarlett Johansson; bueno, y a todos los demás) y sometida a una historia que cuando deja de ser Tiburón se convierte en un remake de dos cintas del propio Edwards: Monsters (2010) y Godzilla (2014). Sorprendentemente, pese a tantos lastres y deudas, este Jurassic World es una aventura muy bien rodada, mejor fotografiada (John Mathieson se ha quitado la espina de Gladiator II) y, por fin, dotada del pulso y la tensión narrativa de la que carecía la saga desde la salida de Spielberg. Porque ni Joe Johnston (a quien le recortaron presupuesto hasta del catering), ni Colin Trevorrow (¡en dos ocasiones!), ni Bayona fueron capaces de armar no ya unas secuelas dignas, sino un cine de aventuras con las ideas claras. Y si habláramos de imágenes o de secuencias memorables, los tres nos arrojaron al abismo de Nietzsche.

    Una posible explicación de esta decadencia podría ser que desde 2001, cuando se estrenó Parque Jurásico III, la franquicia se ha limitado a proponer misiones de extracción, es decir, historias más o menos convencionales de acción en las que un grupo de individuos tenían que entrar y salir de un recinto científico o de una reserva de dinosaurios para rescatar a alguien o para evitar un desastre. A la fuerza, el fruto de esta decisión argumental ha sido una serie de películas clónicas que en ningún momento han superado el impacto y la sorpresa de la original, por no hablar, en cuanto a subtexto, de la temeridad que ha supuesto olvidar las tesis originales de las novelas de Michael Crichton, que vio en los saurios la oportunidad idónea para reflexionar sobre el peligro de convertir la ciencia en una nueva religión, en concreto, la experimentación genética, que fue, gracias a él, uno de los grandes temas del fantástico durante la década de los años noventa. Koepp ha hecho lo mismo, ojo, sin embargo su oficio o su sentido de la vergüenza han logrado un pequeño gran milagro. Su misión es una aventura, porque a los personajes les ocurren cosas que nos permiten conocer su pasado y sus traumas. Y si alguien quiere rascar temas, ahí están las ideas de Crichton actualizadas con una crítica diáfana contra las grandes farmacéuticas.

    Para algunos quizá esto no sea mucho, pero recordemos que la franquicia viene de vender nostalgia a granel con una trilogía de remakes encubiertos, análoga a la perpetrada por J.J. Abrams con Star Wars. Koepp evita este precipicio, si bien es cierto que la buscada sombra de Tiburón deriva la añoranza hacia otras aguas tan o más peligrosas, pero por otro motivo: ¿es que nadie sabe hacer un blockbuster sin repetir las fórmulas de los Lucas, Spielberg, Donner, Cameron y compañía? A la espera de tiempos más amables, Edwards y Koepp intentan ventilar la saga jurásica con secuencias, y hasta un cierto sentido de la maravilla, que beben de las fuentes literarias de Burroughs, Conrad, Lovelace y Conan-Doyle, en la línea de lo que propuso Peter Jackson en su maravillosa y reivindicable versión de King Kong (2005). Tras años, décadas de pobreza visual, Edwards ha pensado su película a partir de las dimensiones y el hábitat de sus criaturas (humanas y antediluvianas), lo que ha propiciado una entretenida aventura por tierra, mar y aire que no parece diseñada por un software o una IA. Además, se trata de un cineasta que no tiene miedo de matar personajes (salvo, ay, al final), que tiene sentido de la composición vertical y que planifica pensando en el fuera de campo, algo hoy inexistente en el cine comercial de Hollywood.

    Encajada entre F1. La película, el ¿nuevo? Superman de James Gunn y Los 4 Fantásticos de Disney-Marvel, es posible que Jurassic World: El renacer se estrelle en la taquilla, por lo que todas estas virtudes no tendrán la mínima importancia. Ojalá en el futuro se recuerde, al menos, que una película suele salir bien cuando se juntan profesionales que saben lo que hacen. O lo intentan. ♦


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