|| Críticas | Mostra de Valencia 2024 | ★★★☆☆
Algiers
Chakib Taleb‑Bendiab
La indignación en clave de noir
Luis Enrique Forero Varela
ficha técnica:
Argelia, Túnez, Francia, Canadá, 2024. Título original: «196 Mètres» (internacional: Algiers). Dirección y guion: Chakib Taleb‑Bendiab. Compañías: Temple Production, Clandestino Production, Dinosaures, Centre Algérien de Développement du Cinéma, Flirt Films, Institut Français d’Algérie, Praxis Films. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Rhode Island 2024. Distribución internacional: MAD Solutions; en Canadá: K‑Films Amérique. Fotografía: Ikbal Arafa. Montaje: Fouad Benhammou, Chakib Taleb‑Bendiab. Música: Chakib Taleb‑Bendiab. Reparto: Meriem Medjkane, Nabil Asli, Hichem Mesbah, Ali Namous, Chahrazad Kracheni, Slimane Benouari, entre otros. Duración: 93 minutos.
Argelia, Túnez, Francia, Canadá, 2024. Título original: «196 Mètres» (internacional: Algiers). Dirección y guion: Chakib Taleb‑Bendiab. Compañías: Temple Production, Clandestino Production, Dinosaures, Centre Algérien de Développement du Cinéma, Flirt Films, Institut Français d’Algérie, Praxis Films. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Rhode Island 2024. Distribución internacional: MAD Solutions; en Canadá: K‑Films Amérique. Fotografía: Ikbal Arafa. Montaje: Fouad Benhammou, Chakib Taleb‑Bendiab. Música: Chakib Taleb‑Bendiab. Reparto: Meriem Medjkane, Nabil Asli, Hichem Mesbah, Ali Namous, Chahrazad Kracheni, Slimane Benouari, entre otros. Duración: 93 minutos.
El cineasta argelino Chakib Taleb-Bendiab ejecuta con Algiers no solo un modesto aunque solvente ejercicio de thriller, sino, siguiendo el modelo con el que el propio género opera —véanse ejemplos firmados por Roman Polanski, David Fincher o Johnathan Demme—, retrata además una serie de temas metacinematográficos en distintas capas de profundidad. Porque, recordemos: en la literatura y el cine noir es tan importante el texto como el subtexto.
El título ya parece dejar claras las intenciones de prestar atención al subtexto. La capital del país norafricano se retrata aquí con prácticamente cero indulgencia, negándose la tentación de caer en lo condescendiente. El comisario de policía Sami Sadoudi (Nabil Asli) sufre un desgaste tremendo, a pesar de su aparente juventud. Tanto los (escasos) medios del cuerpo del orden como la casi total desmotivación profesional de sus miembros denotan una actitud pasiva y resignada frente al crimen, como si la presencia de este fuese más bien un ente abstracto de una fuerza inapelable. La secuencia de apertura, el rapto de una niña en la calle, a pleno aire libre y sin aparente dificultad, no hace más que incidir en esta especie de orfandad frente a unas instituciones de las que sus propios representantes son incapaces de desviar la mirada.
La aparición del delito —y su ejecutor, que, como en todo thriller, merece tanta atención como el acto en sí— atrae a la comisaría la presencia de una psiquiatra especializada en el comportamiento de los asesinos en serie. La doctora Dounia Assam (Meriem Medjkane) acude en un principio a ofrecer sus conocimientos en psicología criminal para aportar apoyo extra al caso, y se topa con el rechazo frontal de la decadente fuerza policial. Assam sufre la discriminación previsible en un rudo mundo machista y tóxico, por el hecho de ser mujer y, para más inri, de no estar casada ni tener a un hombre a su lado, un hermano, un padre que cuide de ella y mitigue su incansable impertinencia. Claro está, la mediocridad y cansancio de la policía se evidencian más aún en contraste con una profesional que, además, esconde una motivación personal muy fuerte.
Y es que, como decíamos un poco más arriba, el apartado narrativo es tan predecible como cualquier otro referente del género, y están muy presentes en el desarrollo de una trama modesta pero muy digna, que se toma a sí misma con la seriedad que debe y que no oculta su adhesión a los lugares comunes del género (ni lo pretende). Nos encontramos con las dos figuras protagonistas: por un lado el jefe de policía, cansado y decepcionado no solo de su trabajo sino del sistema en el que se ve obligado a vivir, pasando por alto las injusticias cotidianas y, sin embargo o precisamente por esto mismo, autoflagelándose día tras día; y, por otro, la psiquiatra atormentada bajo el yugo de un pasado traumático que ha modelado su existencia entera, abocándola únicamente a perseguir una vía de expiación, de redención, a través del esfuerzo infatigable, del empecinamiento como leitmotiv. Resulta natural esperar la colisión inicial entre estas dos fuerzas. Orbitando a su alrededor se encuentran además otras figuras arquetípicas como el policía corrupto y vago, asqueado y desinteresado en cualquier asunto que le implique tener que mover el culo del asiento y ponerse a trabajar, y cuyo único deseo es obtener un ascenso laboral; o el miembro más reciente del cuerpo, testarudo y desobediente pero de buen corazón y moral sólida. Asimismo, y quizás esto sí resulta decepcionante, nos encontramos con personajes menos interesantes, como el falso culpable o el falso inocente que resulta siendo un segundo falso culpable. Progresivamente, estas dos vías de investigación, estos dos modus operandi de los protagonistas encuentran un espacio común en la urgencia de la resolución del caso, comenzando una cooperación en la que uno aprende los trucos del otro hasta conseguir actuar de manera sincrónica.
El contenido social, o, más bien, sociopolítico, se prodiga de manera constante y deliberada, otorgándole a Algiers una profundidad discursiva muy enriquecedora que, sin lugar a dudas, dignifica en mayor medida el conjunto global. A pesar de hallarse estos elementos presentes sin demasiada obviedad —el intento de linchamiento al sospechoso por parte de una masa enfurecida, los racionamientos imprevisibles e inexplicables de agua—, quien desconozca, por ejemplo, las manifestaciones periódicas de la población civil contra la corrupción de las instituciones y la violencia represiva del gobierno contra cualquier proceso democrático —fenómeno conocido como Hirak, deudor de la reciente “primavera árabe”—, intuirá esta injusticia sistemática y el clima de protesta y tensión de los ciudadanos, cercanos casi al estallido de indignación. Si bien no sobresale un posicionamiento frontal en el fondo discursivo del guion del propio director, ya el simple hecho de mencionar esta problemática supone una forma de reivindicación destacable.
Quizás la película adolece de una cierta impaciencia en cerrar la resolución argumental, comprimiendo el acto final dentro de la ya ajustada duración. Aun así, los misterios sembrados se recogen y pliegan con suficiente corrección como para brindar un resultado satisfactorio, sin brillar particularmente. Y el esperado encuentro entre los protagonistas y su némesis goza del curioso efecto de convertir la carencia de medios o esta falta de paciencia en una virtud: el espacio cerrado, el entorno familiar en el que se da lugar esta confrontación, aporta una intensidad muy conveniente.
Algiers es un ejemplo que ilustra cómo es posible adherirse a una fórmula preestablecida para construir un producto competente; una obra previsible, sencilla y, como ocurre cuando los referentes son sólidos, correcta. Más convincente es la integración del componente discursivo, que retrata, en clave de ficción, una realidad actual con la suficiente buena mano como para alcanzar un equilibrio entre la denuncia y la contención. Taleb-Bendiab disecciona así un conjunto de cuestiones que abarca el estado de la política actual en Argelia y su atentado contra la democracia, así como la discriminación de género y el rol de la mujer como miembro de una sociedad dominada por el patriarcado.