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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La vita accanto

    || Críticas | Mostra de Valencia 2024 | ★☆☆☆☆
    La vita accanto
    Marco Tullio Giordana
    La mancha y la inocencia


    Luis Enrique Forero Varela
    Valencia |

    ficha técnica:
    Italia, 2024. Título original: «La vita accanto». Dirección y guion: Marco Tullio Giordana, Gloria Malatesta y Marco Bellocchio. Compañías: Kavac, IBC Movie, Rai Cinema. Festival de presentación: 77.º Festival Internacional de Cine de Locarno. Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: Roberto Forza. Montaje: Francesca Calvelli y Claudio Misantoni. Música: Dario Marianelli. Reparto: Sonia Bergamasco, Valentina Bellè, Paolo Pierobon, Beatrice Barison, Sara Ciocca, Viola Basso, Michela Cescon, Angela Fontana, Edoardo Coen. Duración: 113 minutos. Idioma original: Italiano.


    El veterano Marco Tullio Giordana se encarga de adaptar al cine la novela de Mariapia Veladiano La vita accanto; una obra que aborda la transformación del pecado en estigma, así como la transmisión generacional de una culpa no comprendida. The life apart, título en inglés, narra por un lado la debacle emocional de Maria (Valentina Bellè), tras dar a luz a una hija con una inusual mancha carmesí en el rostro; por otro, cuenta la vida de esta niña, condenada no solamente a un desprecio materno basado en supersticiones y malas interpretaciones del catolicismo, sino a la propia sospecha de que su condición física, de algún modo, es producto de una culpa transmitida, de la cual es casi imposible huir. En el hogar familiar, una villa burguesa en una pequeña ciudad de la región de Véneto, conviven atípicamente la madre enferma y la hija repudiada, junto al padre, Osvaldo (Paolo Pierobon), un médico amable y complaciente con su esposa sufriente, y la hermana de este, Erminia (Sonia Bergamasco), una prestigiosa pianista de éxito internacional. Y es en este entorno enrarecido en el que la pequeña Rebecca ha de formarse una identidad propia, a pesar del estigma que la acompaña a todas horas, y conseguir abandonar este refugio y salir al mundo.

    Esta mancha que cubre el lateral del rostro de la joven Rebecca —de apellido “Macola”, por si acaso el tema no fuese suficientemente evidente— modela su interacción con un mundo cotidiano cuyas costuras desconoce. La dureza de Maria, quien parece querer aislarla del exterior no tanto por deseo protector sino vergüenza o, más bien, miedo, es absorbida por la hija desde la inocencia. Esta actitud desnaturalizada parece buscar una especie de rima, en la simetría de lo opuesto, con la virgen, referencia homónima de la fe católica y acaso paroxismo de la maternidad y los valores asociados a ella —cuidado, sacrificio, amor sin esquinas—; y se presenta como el principal conflicto de la película: la marca de Caín en un cuerpo puro, un pecado heredado como castigo irremediable.

    Debido a esta lejanía de la madre, Rebecca acaba hallando algún tipo de sosiego en la música, alentada sobre todo por la contemplación del piano frente al que su tía Erminia ensaya regularmente, y guareciéndose en la música como un entorno seguro. Otra cosa, claro está, es el mundo de afuera, con un elevado potencial para rechazarla por su ligera diferencia física. Tres actrices diferentes, cuyas interpretaciones son sin lugar a dudas lo mejor de la película (Viola Basso, Sara Ciocca y la concertista Beatrice Barison), encarnan a Rebecca en sus edades representativas del cambio físico. La joven va integrándose tímidamente en las cotidianidades que desconoce, además de por su estigma, debido a la jaula de oro que representa el palazzo en el que pasa sus días, ajena a la vida sencilla de la gente de la ciudad. Su dedicación al estudio del piano le supone un vínculo con la tía Erminia, quien progresivamente ganará cierta relevancia no solo en la narrativa misma, sino en los afectos de Rebecca, alzándose como una figura materna alternativa que le ofrece algo así como una promesa de futuro.

    El desarrollo de la historia de la formación sentimental de Rebecca se enriquece al vincularse con el del personaje de Lucilla (interpretada a edades diferentes por Sveva Bassan y Susanna Acchiardi), una compañera de clase con la que traba amistad, y quien procede de un contexto socioeconómico y familiar muy distinto al de la protagonista. El color rojo del cabello Lucilla sugiere en cierta medida un paralelismo con la mancha protagonista, y su valor como personaje se hace patente al presentarse no solo como punto de comparación, sino, a su vez, mutando y enriqueciéndose de manera análoga a Rebecca. La relación afectiva entre ambas, tan relevante para el conjunto de la trama como para el aparato discursivo, lamentablemente está tratada con menos atención de la que merece, y esta falta de equilibrio opaca o pone en cuestión la mera existencia del personaje.

    Las actuaciones afectadas de algunos miembros del elenco, especialmente de Valentina Bellè, no solidifican un conjunto ya frágil, y casi causan la impresión de ser nada más que una excusa para distraer a los espectadores del sorpresivo elemento revelador hacia el final de la trama, un giro que no tiene más valor que el intento por generar algún pálido shock. El film no se sonroja en absoluto al exhibir algunas de estas secuencias dramáticas con un planteamiento totalmente vacío de inspiración, dando lugar a momentos frívolos de manera accidental, con sus personajes secundarios estereotipados y unos conflictos tan predecibles que rayan prácticamente un ridículo del que nadie parece darse cuenta. Y es que, a pesar de que esta cuestión de la culpa transmitida, del pecado que la madre intuye y cuyas consecuencias la hija únicamente sufre desde la incomprensión, vertebra la narrativa del film, su desarrollo dramático carece de gravitas y, además, de honestidad, si se quiere; por lo tanto, cada línea de diálogo acaba resultando tan artificial que cae en una mediocridad francamente muy difícil de ignorar.

    La prometedora secuencia prólogo del film y antecedente disparador del conflicto —esto es, el descubrimiento del embarazo de Maria— pareciera haber absorbido toda la creatividad que no se vislumbra en el resto de The life apart, pues está construida con una sencillez y una efectividad visual merecedoras de mención, un plano secuencia que funciona como instrumento perfecto de presentación de cada uno de los personajes. Tal virtud se diluye a lo largo del metraje, que incurrirá en todo tipo de tropos comunes, evidenciando esta falta de ideas en los aspectos más relacionados con la arquitectura de la obra —la cámara de Roberto Forza, con caprichos innecesarios, como planos holandeses para acentuar aspectos ya redundantes, o la previsible música de Dario Marianelli—, dando como resultado un trabajo de dirección, aunque correcto, muy pobre o, en cualquier caso, sin inspiración alguna. Esta actitud difícilmente imaginable en las manos de un cineasta profesional como Giordana —y, menos aún, de Marco Bellocchio, cuya mano firma parcialmente el guion, junto al propio director y Gloria Malatesta— refleja puro cansancio o desinterés.

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