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Breve historia de una familia
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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Seeds

    || Críticas | Las Palmas 2025 | ★★★★★
    Seeds
    Brittany Shyne
    Cuerpo y memoria


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2025. Título original: Seeds. Dirección y guion: Brittany Shyne. Producción: Danielle Varga, Brittany Shyne y Sabrina Schmidt Gordon; producción ejecutiva: Leslie Fields-Cruz. Compañía: Walking Productions. Fotografía: Brittany Shyne. Montaje: Malika Zouhali-Worrall. Música: Robert Aiki Aubrey Lowe. Diseño de sonido: Daniel Timmons y Ben Kruse. Duración: 123 minutos.

    En Seeds, el cuerpo de los protagonistas (una familia de agricultores negros) funciona como el principal elemento sostenedor de las imágenes. Brittany Shyne busca capturar los matices gestuales más sutiles que expresan el agarrotamiento muscular, el cansancio físico y mental, y el dolor que sienten sus personajes debido a la perpetuación de una injusticia histórica, y, por ello, convierte la película en un largo travelling que acompañamiento que traslada el conflicto dramático más inmediato y directo a un segundo término de la imagen para focalizar toda la empática curiosidad de la mirada de su cámara en los movimientos cotidianos, en esos gestos automáticos que guardan entre los pliegues de su banal repetición unas heridas abiertas cuya lacerante imposibilidad cicatrizante relata una historia de abusos sistémicos escondidos tras un laberinto burocrático de silencios culpables, respuestas que no llegan y promesas gubernamentales que nunca fueron más que papel mojado en la sangre de quienes verdaderamente construyeron Estados Unidos —país donde sucede la acción de la película—: los esclavos. Y es que resulta imposible contemplar un traslúcido plano general de un campo de algodón sin pensar en los cuerpos agotados de los esclavos que los cultivaron en los siglos pasados; en el sudor, el hambre, las interminables horas de trabajo bajo un sol convertido en rutinario y omnipresente castigo, en las torturas y asesinatos; en la capitalización de la explotación y la violencia a través de la que un puñado de familias blancas levantaron sus fortunas y, con ellas, un relato mítico que borraba los cadáveres de los libros de Historia.

    La imagen, al igual que la palabra, es un signo vivo con memoria, un baúl que guarda las marcas de los abusos cometidos en el pasado —que no dejan de tener resonancias en el presente—, un destello en cuyo interior se aglutinan las ruinas de la historia y sus ecos; y Brittany Shyne lo sabe. Por eso, porque es consciente de que resulta imposible observar un campo de algodón sin tomar conciencia de que su aparente claridad oculta el sufrimiento de millones de personas, retuerce el realismo extremo que rige la puesta en escena de Seeds para someter cada uno de los planos en los que retrata el cultivo del mencionado material a un intrincado proceso de extrañamiento que le permite sacar a la superficie del relato el recuerdo de ese horror oculto. A través de una operación de abstracción construida a partir de violentos primeros planos, tanto de la plantación como de las máquinas utilizadas para recoger el algodón, y del uso de una telúrica pieza musical extradiegética —único momento de la cinta en el que utiliza dicho recurso—, Shyne codifica ese eco del pasado que produce evidentes reverberaciones en el presente, para enfrentarlo a la idílica emoción que la contemplación del bucólico paisaje puede provocar en los espectadores que hagan uso de una mirada culpablemente superficial o esteticista. La estrategia es similar a la que Jonathan Glazer seguía en La zona de interés, con la diferencia de que, mientras el cineasta británico resignificaba el sentido de la imagen recogiendo el horror de un presente narrativo que permanecía fuera de campo para convertirlo en un zumbido permanente que expresaba de forma visual la banalidad del mal, la cineasta estadounidense escribe el sentido de cada uno de sus planos con la ceniza de un pasado borrado que le ayuda a explicar una actualidad convulsa y desigual.

    Todo lo contrario sucede cuando coloca la cámara frente a los cuerpos de sus protagonistas: es en la más inmediata, directa y literal fisicidad donde la directora encuentra las marcas del relato familiar con las que reconstruye el sufrimiento histórico de sus personajes. El cuerpo como centro ineludible del relato, como conjunción orgánica de sufrimientos y silencios que desnuda con sus movimientos el carácter racista de las lógicas que rigen su tiempo y su país, como expresión vital que rechaza la resignación ante el abuso y se mueve con desesperación y rabia intentado que su voz se escuche. Escuchar, y observar, es precisamente lo que hace la directora: el uso de largos planos cuyo movimiento está estrictamente subordinado al de los personajes convierte Seeds en una polifonía de voces que intentan sacar adelante sus vidas pese a los múltiples problemas que su propio gobierno —que no les concede ninguna subvención agraria porque se las reparten en su totalidad los empresarios y terratenientes blancos— se niega a solucionar. En los brazos llenos de tierra y polvo, en las camisetas sudadas y viejas, en el silencio en el que muere la expresión de tristeza de un anciano que apenas puede pagarse unas gafas nuevas, en el encuentro entre la delicadeza de las manos de una niña y la aspereza —consecuencia de las interminables jornadas de trabajo— de las de su abuelo, en los tics gestuales que expresan un dolor de espalda, se encuentra la íntima narración histórica, vital y emocional de los protagonistas. En el interior de esa cámara que descubre en el lenguaje verbal y corporal de los personajes una genealogía del sufrimiento de los oprimidos, y que rechaza cualquier pirueta técnica en favor de una puesta en escena construida a partir de las ausencias y pérdidas que los cuerpos evidencian, se gesta la brillantez de este magnífico documental. ♦


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