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    Crítica | Eagles of the Republic [Cannes 2025]

    || Críticas | Cannes 2025 | ★★☆☆☆
    Eagles of the Republic
    Tarik Saleh
    Contradicción


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes (Francia) |

    ficha técnica:
    Suecia, Francia, Dinamarca, Finlandia, 2025. Título original: «Eagles of the Republic». Dirección y guion: Tarik Saleh. Compañías: Unlimited Stories, Apparaten, Memento Production. Festival de presentación: Festival de Cannes. Distribución: Memento Films Distribution (Francia), SF Studios (Suecia, Dinamarca y Finlandia). Fotografía: Pierre Aïm. Montaje: Theis Schmidt. Música: Alexandre Desplat. Reparto: Fares Fares, Lyna Khoudri, Amr Waked, Zineb Triki, Cherien Dabis, Sherwan Haji, Husam Chadat, Ahmed Khairy, Donia Massoud, Suhaib Nashwan, Tamer Singer, Ahmad Diab. Duración: 127 minutos.

    Un ejemplo más de los destrozos en los que queda convertida una película cuando se impone a sí misma el corsé del cine comercial de Hollywood al mismo tiempo que realiza contorsiones imposibles con tal de no desechar una vocación artística cuyas raíces se hunden en la idea precocida, congelada y estereotípica del cine de autor, Eagles of the Republic enlaza un cliché —las formas del cine estadounidense más insustancial y populista— con otro –-ese pomposo envoltorio con el que los cineastas más elitistas y menos dotados pretenden conferir a sus obras un aura de prestigio—, una imagen sin vida ni sustancia con otra, y el resultado es el esperado. De inicio, la nueva cinta de Tarik Saleh abraza los códigos del thriller político que en los años setenta autores como Alan. J Pakula popularizaron y cuyos códigos, después de años de olvido y ostracismo, volvieron a entrar en escena la década pasada, alumbrando infames panfletos proyanquis que encontraron en Argo, de Ben Affleck, su sublimación. Aquí también está ese protagonista errático, egoísta, a la deriva, que oculta bajo su hermética carcasa un gran corazón y una nobleza que le llevan a realizar las acciones más generosas en silencio y de forma casi anónima. Tampoco faltan su hijo, al que apenas ve; su exmujer, con la que mantiene una relación tensa; y su joven amante, de quien se irá distanciando poco a poco a medida que avance el metraje debido, en parte, a la incompatibilidad de sus respectivos horizontes vitales.

    Que el protagonista sea un reconocido actor egipcio, el rostro visible de algunos de los títulos nacionales más taquilleros de los últimos años, le permite a Saleh encadenar un par de clichés más y convertirlo en un galán decadente con gusto por las fiestas y el alcohol —la presentación de cualquier elemento o actividad lúdica como algo negativo es de un moralismo insoportable—. Eagles of the Republic, muy en la línea de las obras gestadas en la fábrica de los sueños estadounidense, construye su conservadora visión de la vida atendiendo a una oposición de los conceptos éxito-fracaso, trabajo-matrimonio: un divorcio es dentro de ese reaccionario esquema un error que marca la intimidad de los personajes, y la pérdida del empleo es el motivo que justifica el ostracismo. La tarea de poner en escena un guion tan plagado de lugares comunes se antoja complicada. ¿Cómo puede un cineasta capturar una imagen viva si la idea del mundo de la que parte está tan trillada? ¿Cómo puede acercarse a la realidad si su concepción de la misma está plagada de rígidos prejuicios?

    La solución por la que se decanta Saleh es la de ocultar el carácter osificado del guion invistiendo la película de una —supuesta— elegancia, de una sofisticación formal que debería alejar sus imágenes del estereotipo y que no hace sino acercarlo aún más a él. Hay en el uso que el director hace los silencios durante la primera parte de la cinta, en su forma de retratar a los personajes en sus momentos de soledad, en esos pequeños lapsos temporales en apariencia banales, un esfuerzo por demostrar su condición de autor alejado de las formas comerciales: su incapacidad para escrutar esos hiatos mudos, para expresar una idea a través de ellos, dan buena cuenta de la superficialidad y literalidad que predominan en la propuesta. Saleh no utiliza el silencio como medio expresivo, sino como herramienta con la que alcanzar el prestigio estético que desea y que, desde el circuito de festivales, le exigen a cierto tipo de cine de autor. Sin capacidad para crear la tensión que el argumento requiere ni para expandir el discurso político de sus imágenes, el autor de El Cairo confidencial se echa en brazos de un efectista giro de guion a partir del cual la cinta abandona las pretensiones que habían marcado su caótico rumbo para abrazar un cine de acción tipo Objetivo: Washington D.C.

    No deja de resultar curioso que en el retrato que Saleh traza de El Cairo, los hoteles de lujo, las fiestas privadas en las que se juntan los rostros más conocidos del mundo del cine egipcio, las alfombras rojas, los pisos de diseño y los salones diplomáticos sean los escenarios principales en los que sucede la acción; y que sólo haya tres secuencias en las que el protagonista baja de su torre de marfil para visitar a unos vecinos a los que ayuda con tan buenas intenciones como condescendencia. El director quiere filmar la dictadura desde su mismo núcleo, pero en su paseo por el banquete del poder se deja deleitar por el brillo de la ostentación y termina olvidándose de lo importante: los ciudadanos de a pie que sufren en su día a día los abusos de quienes se mueven por esos espacios que él filma con delectación. Hacia el ecuador de la película, el protagonista acude a la apertura de un festival de cine. Saleh, lejos de escrutar con la cámara la incomodidad que le produce el estar posando en las fotos con los mismos políticos a los que dice detestar, le encuadra de espaldas, buscando capturar los destellos brillantes de los flashes de las cámaras que estallan frente a él, frente a un actor contradictorio que dice rechazar el poder al tiempo que disfruta de sus privilegios. Eagles of the Republic sufre esa misma contradicción. ♦


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