|| Críticas | Berlinale 2024 | ★★★★★
Arquitecton
Viktor Kossakovsky
La piedra que respira
Luis Enrique Forero Varela
ficha técnica:
Alemania, Francia, Estados Unidos, 2024. Título original: «Architecton». Dirección: Viktor Kossakovsky. Guion: Viktor Kossakovsky. Compañía productoras: Majade filmproduktion, Les Films du Balibari, A24, Point du Jour. Fotografía: Ben Berhard. Música: Evgueni Galperine. Duración: 98 minutos.
anexo| Cobertura de la Berlinale 2024
Alemania, Francia, Estados Unidos, 2024. Título original: «Architecton». Dirección: Viktor Kossakovsky. Guion: Viktor Kossakovsky. Compañía productoras: Majade filmproduktion, Les Films du Balibari, A24, Point du Jour. Fotografía: Ben Berhard. Música: Evgueni Galperine. Duración: 98 minutos.
anexo| Cobertura de la Berlinale 2024
Un prólogo de tomas aéreas con drones fija su atención en el paisaje urbano de una ciudad ucraniana devastada por la guerra reciente. Los edificios revelan sus entrañas metálicas bajo cicatrices de pólvora. Tras sus fachadas ahora fragmentadas, se acumulan los escombros de lo que alguna vez fue la vida: mobiliario astillado, ropa quemada, cuadros ennegrecidos, pedazos de hogar ahora arremolinados en agujeros sucios ahora irreconocibles. No hace falta expresar más que con el poder de la imagen, pues su exhibición frontal y detallada resuena intensamente en la retina de los ojos espectadores, mientras la soberbia música de Evgueni Galperine, entre lo clásico operístico y lo electrónico, acompaña. Esta contemplación genera una observación quizás inocente en su simpleza, pero no por ello menos clarividente: nuestro comportamiento como civilización consiste en levantar torres inmensas para luego reducirlas a cenizas.
A partir de aquí, comienza una experiencia meditativa de la colisión entre lo telúrico y lo tecnológico —esto último, entendido como “creación humana”—. La cámara de Ben Bernhard filma con una belleza arrolladora el movimiento de la roca milenaria, el material más básico de la naturaleza, y prodiga su atención en ella, reverenciándola como si se tratase de una suerte de deidad primigenia en pleno Génesis, así como la inevitable convergencia con la mano tecnológica, que ha tomado este elemento y ha aprendido a modelarlo, a retorcerlo y manipularlo inaugurando la era de las estructuras artificiales.
Esta mano es también la del arquitecto y diseñador italiano Michele de Lucchi. Recorre a paso lento el interior de las ruinas de un templo bizantino en la ciudad de Balbeek, en el Líbano. Acaricia con sus dedos un enorme pilar, alrededor del cual crecen las amapolas —la inevitabilidad de la naturaleza—, y nos hace meditar acerca de la permanencia, de cuántos siglos ha visto transcurrir esta estructura monolítica, con sus apogeos artísticos, sus guerras y reyes delirantes. Tantos años, y la roca continúa allí impertérrita, a pesar de estar en el presente flanqueada por avenidas asfaltadas, autobuses, edificios de viviendas y centros comerciales.
La roca respira, se mueve, se derrumba. Es empleada para generar un nuevo paisaje, adaptado a las intenciones y necesidades de nuestra especie. La perspectiva de Kossakovsky se desliza entre los pilares y los arcos que quedan aún indemnes de lo que fue la antigüedad clásica, y pensamos que el deseo de inmortalidad no les fue concedido a sus gobernantes megalómanos y caprichosos, sino a las estructuras mismas. Es la obra y no su creador la depositaria de la grandeza. De Lucchi parece ser consciente de esto, pues dedica sus días a un proyecto personal, simple en apariencia, que, sin embargo, encierra una poderosa cosmovisión. Se propone formar en el jardín de su casa una rosa de los vientos en forma de modesto círculo, con piedras del tamaño aproximado de un balón de fútbol. Dos trabajadores de la construcción traen la roca en una carretilla, la golpean y la hacen trozos, mientras el arquitecto elige los más adecuados. El lento transcurrir de esta empresa se articula como una suerte de hilo narrativo que induce al pensamiento. Esta es también una obra arquitectónica destinada a la pervivencia.
Mediante una mirada lírica sobre el paisaje y una profunda reflexión que fluye entre el Arte y la filosofía, el cineasta ruso Victor Kossakovsky se aproxima con Architecton, su nuevo documental, a la exploración de la tierra misma y cómo esta ha sido transfigurada por nuestras manos, como manifestación de la más rabiosa humanidad.
Paralelamente, las imágenes del proceso transformador naturaleza-material se van tornando hipnóticas casi hasta rozar la abstracción, con una plástica que evoca por momentos la fotografía del brasileño Sebastião Salgado. La montaña pronto se va vaciando de su pureza, se excava, se explota, y de su interior mana, como el agua de un río, la piedra que será procesada, fragmentada y engullida por el fuego del progreso para utilizarse en la fabricación del hormigón. Y entonces este hormigón se alza como la némesis de la naturaleza, un producto puramente humano que trastorna el estado de las cosas, así como determina el rumbo de la civilización moderna —no en vano, una cita advierte que este elemento es, después del agua, el más utilizado en el mundo—.
En los muros de una cementera abandonada, un cartel exhibe la cita del Manifesto dello Stile Incompiuto, del colectivo artístico Alterazione Video “L’Incompiuto ha nel cemento armato il proprio materiale costitutivo” (“Lo inacabado tiene como material constitutivo el hormigón armado”), evidenciando cómo el entorno italiano ha sido transformado por la presencia de edificaciones —inacabadas— de hormigón (que es lo mismo que construcciones artificiales modernas), e incitando al debate acerca de lo que el francés Gilles Clément denomina “el tercer paisaje”. Y esta es precisamente la intencionalidad metafísica que De Lucchi defiende con la construcción de su círculo mágico. El arquitecto desea que esta obra sobreviva al paso del tiempo, su propia muerte y la de sus descendientes, como un minúsculo templo, fecundado por plantas y flores silvestres, que solamente los animales tengan derecho a transitar.
La posterior observación de los efectos del terremoto en Turquía a principios del 2023 aviva el debate. Las excavadoras recogen estos escombros, que anegan lo que poco antes de la tragedia era un perfecto plano urbanístico, y los van a depositar en el vertedero al pie de una cantera, de la misma montaña de la que surgió el material constitutivo; pero ahora todos estos restos no son más que basura inutilizable. La clarividencia y la humildad de De Lucchi se hacen presentes al cuestionarse este su propia responsabilidad como creador. Consciente de que, en calidad de arquitecto, su trabajo es diseñar no solamente el espacio urbano sino el mismísimo comportamiento de la gente que lo habita y lo emplea, afirma que los proyectos más recientes en su haber, como un rascacielos en Milán, le provocan casi vergüenza. Estas son estructuras destinadas a durar cuarenta, cincuenta años. Así que ¿cómo es posible, éticamente, convivir así, habiendo visitado las ruinas milenarias de Balbeek? ¿Cómo, sabiendo que la arquitectura actual destruye el planeta? El hormigón armado es árido y no da ningún espacio para la reutilización, para la fertilidad. Esta reflexión dialoga con la responsabilidad humana en el deterioro del medio ambiente y el cambio climático. Y, muy a pesar de tal desasosiego, De Lucchi guarda un discreto reducto de esperanza, de que quizás exista aún la posibilidad de hallar un nuevo paradigma, menos destructivo, más en consonancia con la armonía de la belleza clásica. Así Victor Kossakovsky levanta con Architecton una obra monumental, contemplativa y crítica a la vez, tan inmensa en su exploración de lo telúrico como valiente en su invitación al análisis y el debate.