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    Crítica | A Hundred Flowers

    || Críticas | #SSIFF70 | ★★☆☆☆
    A Hundred Flowers
    Genki Kawamura
    Yonanuki menor


    Mariona Borrull Zapata
    San Sebastián|

    ficha técnica:
    Japón, 2022. Título original: «Hyakka». Dirección: Genki Kawamura. Guion: Kentaro Hirase, Genki Kawamura. Compañías productoras: AOI Pro, Toho. Fotografía: Keisuke Imamura. Música: Shohei Amimori. Reparto: Masaki Suda, Mieko Harada, Masami Nagasawa, Masatoshi Nagase. Presentación oficial: Selección Oficial Festival de San Sebastián. Duración: 104 minutos.

    En el debut de Genki Kawamura, productor detrás de Mamoru Hosoda (Belle) y Makoto Shinkai (El tiempo contigo), las cien flores del título se cuentan como palo de pajar para el melodrama, pero a la vez son motivo de esperanza. Hosoda y Shinkai, dos grandes artesanos de la emoción sin pretextos, funcionan mejor cuando mezclan su enervante romanticismo con los aparejos del género fantástico y de aventuras. Justo empezada la película de Kawamura, que reconocemos al instante como un duro retrato alrededor de la demencia, esperamos que las «cien flores» sean su anclaje al tiempo, que nos permitan asirnos a un viaje doloroso pero acotado. El hijo regalará a la madre cien flores, nada más (luego, vendrá la muerte). No obstante, ni el leitmotiv floral ni nada, nos prepara para la desmesura sentimental que Kawamura ya dispuso en la novela homónima que adapta y que hoy relee con alevosía.

    La película de Kawamura traza los últimos años de la relación entre Yuriko, una madre con demencia (Mieko Harada, la Lady Kaede de la Ran de Kurosawa) y su hijo Izumi (Masaki Suda, rostro muy popular entre el público joven). De corte expresivo digno de tema de enka, aquellas tonadas japonesas de versos y canto arrebatado por la emoción, la cinta se dividirá a priori entre dos frentes opuestos: por un lado, el retrato de la soledad de la madre, incapaz de conectar con un hijo compungido y hasta algo cruel en su descuido. Izumi apenas puede sostenerle la mirada a la mujer, mucho menos darle el afecto y el respeto que tanto necesita. El tipo, al mismo tiempo, se prepara para ser padre… (¿Cómo podría, si ni puede enfrentarse al cuidado de su madre?) Confluye con el naturalismo desgarrador el trabajo sobre las imágenes mentales de cada cual, que bajo forma de recuerdos bellos y alucinaciones inquietantes vuelven la narrativa una gran argamasa psicológica. A través de fogonazos al pasado, entenderemos que el malestar tuvo un principio y que, por lo tanto, se le podría poner fin. En una secuencia de corte rápido y alegría indiscutible, vemos a Izumi traerle una flor a su madre. Es la misma especie amarilla que descansa en el jarrón del comedor de ella, treinta años más tarde, mientras él evita todo contacto. A los pocos minutos de empezar la película, la música chillona del melodrama ya ha inundado el lugar.

    Igual que sus compañeros cineastas, Kawamura acierta al diversificar su apuesta. A Hundred Flowers parte del melodrama, pero rápidamente encuentra réplica en el thriller con corazón de whodunit: la madre, aprendemos, cometió una falta inicial hacia su hijo que, aún de joven, lo volvió a él en su contra. ¿Qué pasó? Izumi descubrirá un diario escrito por la mujer en 1999, el año del incidente, y a partir de ahí la trama avanzará, durante un rato, como viaje de pistas por entre su pasado. En un seguido de flashbacks, visitaremos la relación que ella (maquillada profusamente para parecer más joven) tuvo con un misterioso amante, en el Kobe de finales de siglo. No quedarán más que trazas ocasionales de la época en su memoria, degradada. He aquí otro titular para un Kawamura que apunta alto y no siempre acierta: La Memoria Perdida como Signo de Humanidad (así, en mayúsculas). En la empresa de Izumi, se está desarrollando una suerte de Hatsune Miku que crea música alimentada por los datos que les usuaries introducen en su base de datos. Pero KOE, de recuerdos eterna y personalidad completa, fracasa estrepitosamente. Kawamura, obcecado con los recovecos de la memoria cual Tema de su película-de-tema, inserta a la I.A. a modo de comentario social y filosófico (sobra).

    La propuesta falla adonde ya erraba también Your Name: a pesar de ser bonita (la fotografía corre a cargo de un portentoso Keisuke Imamura) se transforma pronto en una mezcolanza de tonos, registros e imágenes de géneros muy diferentes, cada cual con unas necesidades que no llegan a aterrizar del todo y, mucho menos, a cumplirse. Desnutridas de su propia esencia y a merced del sentimiento enarbolado, es fácil que las imágenes de A Hundred Flowers caigan en una emoción vacua y reiterada, que convencerá solo a ratos. Se salvan excepciones: en la escena estrella del filme, les protagonistas contemplan el espectáculo de fuegos artificiales «de media flor» que la madre lleva toda la vida deseando ver. Sin embargo, la mujer olvida lo que ha visto apenas pasados unos minutos… Harada y Suda, cuya interpretación es quizás lo más sólido de la película, comparten entonces un par de escenas duras pero emotivas. En ellas, serán les actores quienes llevan el peso emotivo del guion, no la mano subrayante y algo cansina de Kawamura. ⁜


    Hyakka, Genki Kawamura
    Competición 70ª edición del Festival de San Sebastián.

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