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    La ciudad es nuestra (David Simon & George Pelecanos, HBO Max)

    || Series
    La ciudad es nuestra
    David Simon & George Pelecanos
    La cuadratura del círculo


    Alicia Rambla
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU., 2022. Título original: We Own This City, Duración: 360 minutos, Dirección: David Simon (creador), George Pelecanos (creador), Reinaldo Marcus Green, Guion: David Simon, George Pelecanos, Ed Burns, William F. Zorzi, D. Watkins. Libro: Justin Fenton, Música: Kris Bowers, Fotografía: Yaron Orbach, Reparto: Jon Bernthal, Treat Williams, Josh Charles, Jamie Hector, Domenick Lombardozzi, Don Harvey, Delaney Williams, Rob Brown, Tray Chaney, Wunmi Mosaku, Darrell Britt-Gibson, Dagmara Dominczyk, David Corenswet, McKinley Belcher III, Gabrielle Carteris, Ian Duff, Jermaine Crawford, Thaddeus Street, Anita Moore, Leah Pressman, Productora: Crime Story Media, HBO, Distribuidora: HBO Max.

    En 1981 Ronald Reagan gana las elecciones de Estados Unidos. Tras su ascenso a la presidencia coge el testigo de Richard Nixon y se apropia del discurso articulado alrededor de la war on drugs. Si bien Nixon había estructurado un sistema que cambiaría la dirección del país, Reagan lo establecería para darle forma con todas sus consecuencias. Varias décadas más tarde, la realidad de la nación norteamericana supura las contradicciones de lo fallido. La ciudad es nuestra desentraña los efectos de la corrupta anatomía institucional y el poco espacio que deja la militarizada y burocratizada EE.UU. para el cambio y el progreso en su arquitectura sistémica, ya sea por parte de sus individuos como por parte de las estructuras que las conforman.

    Desde un entramado de individuos, David Simon vuelve a mostrar el tapiz y las líneas perpendiculares que se cruzan, para mostrar en sus confluencias de qué material están hechos los métodos punitivos, la justicia y la política en su a veces amada, otras odiada, Baltimore. Como es de esperar de él, la miniserie extrae de lo particular una visión comunitaria para representar el círculo vicioso en el que están sumidas las instituciones, atadas de pies y manos, siendo ellas mismas infractoras de lo que juraron defender. Ya desde el primer episodio vemos la detención de Wayne Jenkins (Jon Bernthal), un policía que empezó de paisano y fue escalando en la cadena de mando hasta llegar a sargento de la brigada de rastreo de armas del departamento de policía de Baltimore. La ciudad es nuestra se asoma a la corrupción a partir de un grupo de policías que roba el dinero y la droga que incautan en sus redadas. Los agentes se aprovechan de la criminalidad de la ciudad, que no ha hecho más que ir en ascenso, fruto de la misma violencia que ellos mismos ejecutan, subiéndola a la noria de la brutalidad sin fin.

    Aunque Simon sea también el creador de The Wire (HBO, EEUU, 2002-2008), con la que comparte contexto La ciudad es nuestra, no sería justo comparar una obra de seis capítulos con otra de sesenta. Además, si en The Wire se examinaban a través de una cronología lineal las distintas instituciones del sistema y se las representaba teñidas por la corrupción (desde las bandas organizadas para el tráfico de drogas, pasando por la policía que los vigila y encarcela, a los colegios o la política, desembocando en el periodismo: todas y cada una de ellas abocadas al desastre), la miniserie se centra sobre todo en tres subtramas que saltan a través del tiempo (2003, 2015 y 2017), ligadas a diversos puntos de vista: Nicole Steele (Wunmi Mosaku), procuradora del Departamento de Justicia de la División de Derechos Civiles; Sean Suiter (Jamie Hector), quien empezó en la misma brigada que Jenkins pero acabó en el departamento de homicidios; Erika Jensen (Dagmara Dominczyk) junto con John Sieracki (Don Harvey), investigadores del FBI siguiendo el rastro de las ilegalidades provocadas por la anteriormente descrita brigada de la policía de Baltimore, los mismos que interrogan a los diferentes policías que serán juzgados por la justicia, como son Daniel Hersl (Josh Charles), Mamodu Gondo (McKinley Belcher III), Jemel Rayam (Darrell Britt-Gibson) y el propio Wayne Jenkins. Todos ellos personajes reales.

    We Own This City, David Simon & George Pelecanos
    Disponible en el catálogo de HBO Max.
    La trama, ubicada en 2015, muestra el rechazo de la ciudadanía a las fuerzas del orden espoleado por la muerte de Freddie Gray, un joven afroamericano que, tras pasar semanas en coma a causa de una lesión fatal en la espina dorsal originada en un furgón de la policía de Baltimore después de ser detenido, no volvió a despertar. El caso recuerda al viral asesinato de George Floyd, como muchos más que ocurren día tras día en el país de «la libertad».

    A través de estas líneas argumentales —ubicadas a partir de los informes que se redactan en las oficinas de la policía y a veces introducidas por intertítulos—, se presenta, de forma desordenada en el tiempo, el panóptico que Simon trabaja. Como en The Wire, el entramado es circular y la gran mayoría de personajes son guardias, criminales y ejecutores. Una rueda que se materializa en la propia conclusión visual de la miniserie, un travelling de 360 grados en el que Jenkins observa la prisión a la que está entrando, estando este plano situado en el presente, después de todos los saltos que hemos dado en el tiempo.

    Pero en La ciudad es nuestra hay una cierta separación moralista entre los que ejercen el mal y los que, aún con las trabas que el sistema impone, intentan hacer del mundo un lugar mejor. Y es quizás ahí donde cabe considerar que los seis episodios de David Simon —dirigidos por Reinaldo Marcus Green (El método williams), quien, a pesar de sus anteriores trabajos, sabe establecer un lenguaje audiovisual bastante coherente con la historia que cuenta— se distancian del relato de la corrupción como círculo vicioso al establecer las ideas binarias del bien y el mal contar a sus personajes con acciones que los dignifiquen o los escarnien. La investigadora del FBI, Erika Jensen, mientras pincha las llamadas de los agentes de la brigada, ensaya tocando la flauta; mientras que el sargento Wayne Jenkins, en sus ratos libres, se dedica a ir a locales de striptease y robar dinero a prostitutas. Las aficiones de ambos los definen como personajes, pero también crean una barrera entre ellos posicionándolos en un bando o en el contrario, acabando por ennoblecer, de alguna manera, al FBI frente al departamento de policía de Baltimore; y bien se sabe que no todos los policías federales son como Erika. Algo a destacar en una serie que de cariz realista.

    «La ciudad es nuestra representa la parte por el todo. Baltimore es Estados Unidos, de la misma manera que Estados Unidos podría ser Occidente. No es posible cuadrar el círculo en un área de un cuadrado, de la misma manera que no es posible encajar la justicia pura en un sistema insalubre».


    La existencia estos dos bandos no desentona con la historia de un sistema que tenía las estructuras llenas de termitas, pero sí sesga ideas que inciden en cierta polarización moral, cuando el mundo no es simple acción-reacción, sino hechos transversales que se deducen en casos cruzados. Pero es la guerra y se precisa de dos contrincantes antagónicos para que suceda.

    Michel Foucault, en Vigilar y Castigar, reinvierte el famosos aforismo de Clausewitz, «La política es la guerra continuada por otros medios», concluyendo: «Es posible que la guerra como estrategia sea la continuación de la política. Pero no hay que olvidar que la ‘política’ ha sido concebida como la continuación, si no exacta y directamente de la guerra, al menos del modelo militar en tanto medio fundamental para prevenir la alteración civil». Es necesaria la guerra para que la política establezca lo que en el enfrentamiento violento se consiguió. Así pues, y volviendo a Reagan, la guerra contra las drogas creó desde la política un nuevo enemigo a vencer: la droga, dijeron; los adictos, se entendió. «Just say no» dijo Nancy Reagan en su polémica campaña antidrogas.

    Y no es de extrañar que, ante el relato de la adicción, quienes salen más perjudicados sean las comunidades más precarias, ligadas al sesgo racial que existe en occidente por motivos que merecerían un artículo más amplio. En la fábrica del capitalismo los ricos (blancos) se enriquecen cada vez más a causa de que los pobres se precarizan a gran velocidad. Con la excusa de los prejuicios infundados generación tras generación, los agentes de la brigada de rastreo que retrata Simon roban a quien trafica con drogas o a quien las consume, todos afroamericanos: para los primeros, el único espacio que el sistema les ha dejado para crecer su capital; para los segundos, el consumo es la única forma que han aprendido de lidiar con su contexto. Porque ¿de qué otra manera podrían esos policías beneficiarse pasando inadvertidos, si no fuera a través de la vulnerabilidad de quienes no tienen ni voz ni voto y, a la par, alimentar con ello la falta de privilegios de esas comunidades? La ciudad es nuestra representa la parte por el todo. Baltimore es Estados Unidos, de la misma manera que Estados Unidos podría ser Occidente. No es posible cuadrar el círculo en un área de un cuadrado, de la misma manera que no es posible encajar la justicia pura en un sistema insalubre. La rueda gira, pero el cuadrado se tropieza con sus propias aristas. ⁜

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