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    Crítica | Burden | Movistar+

    Perros y ciervos

    Crítica ★★★☆☆ de «Burden» de Andrew Heckler.

    Estados Unidos, 2018. Título original: Burden. Dirección y guion: Andrew Heckler. Fotografía: Jeremy Rouse. Música: Dickon Hinchliffe. Producción: Stephen Bailey y Robbie Brenner. Productora: The Firm. Distribuidora: Studio 101. Diseño de producción: Stephanie Hamilton. Edición: Saar Klein y Julie Monroe. Intérpretes: Garrett Hedlund, Forest Whitaker, Andrea Riseborough, Tom Wilkinson, Usher, Tess Harper, Anna Colwell, Crystal R. Fox, Austin Hebert, Jason Davis, Dexter Darden, Robin Dyke, Tia Hendricks, Michael David Yuhl, Sydney Shea Barker, Jessejames Locorriere, Alex Van, Charles Green, Fiona Domenica, Daniel Guttenberg, Roman Spink. Duración: 128 minutos.

    Resulta sin duda curioso que Andrew Heckler y Tony Kaye, ambos llegados a la dirección cinematográfica desde otras vías artísticas, eligieran para su primer largometraje una obra de tesis sobre el racismo con muchísimos puntos en común, temática y argumentalmente hablando. A pesar, por supuesto, de sus notables diferencias de tono y de forma, lo cierto es que en las dos cintas los prejuicios de sus respectivos protagonistas no son apriorismos surgidos de una innata naturaleza inclinada hacia la ira o el fanatismo, mientras que su regeneración moral pasa en ambos casos por comprender que la verdadera fuerza no radica en la violencia, sino en la resiliencia y el perdón. No voy a entrar aquí a analizar los tortuosos avatares que sufrió American History X (1998), gran filme a pesar del combate entablado por Kaye contra el final cut de la productora, que propició el conocimiento público del pseudónimo Alan Smithee, como tampoco incidiré en lo que distingue dicha película de la que nos ocupa en este artículo. Baste con decir que el relato creado por Kaye, haciendo bueno el aforismo de que «la realidad supera a la ficción», halló en Laurens, un pueblo de Carolina del Sur, una suerte de réplica en la vida real. De ahí que el descenso a los infiernos del odio racista del brillante joven de clase media Derek (Edward Norton) tenga su contrapartida en Mike Burden (Garrett Hedlund), prototipo de white trash sureño —falto de estudios, apoyo familiar y posibles, y de no demasiadas luces―, quien, al haber logrado escapar del hoyo en el nació gracias a la ayuda de Tom Griffin (Tom Wilkinson), cacique del pueblo y jefecillo del Ku Klux Klan, se ve impelido a suscribir los ideales supremacistas de su benefactor. Y ello a pesar de ser Burden un tipo bastante empático e introvertido, por tanto no especialmente tendente a la violencia gratuita, a lo que se suma el hecho de que, en la infancia, antes de cobijarse bajo el ala de Griffin, hubiese mantenido una estrecha amistad con el afroamericano Clarence (Usher). La entrada de Judy (Andrea Riseborough) en su vida le hace probar por vez primera las mieles del amor y desencadena en Mike el cuestionamiento de una doctrina que, en realidad, nunca fue la suya.

    Con lucidez, tanto Heckler como Kaye insisten en la influencia del medio como elemento configurador de ciertas actitudes radicales, entroncando con el principio de «presión de los pares» formulado por Haun y Tomasello. Ello es explícitamente expresado en boca del reverendo Kennedy (Forest Whitaker), una figura que, como Sweeney (Avery Brooks) en American History X, ejerce el papel de salvador del enemigo... o, mejor dicho, de redentor de la víctima convertida en verdugo por mor de hombres poderosos que se aferran a sus prebendas aprovechándose de la falta de autoestima y la frustración de los desfavorecidos: la clásica maniobra de los líderes de la extrema derecha.

    Desde luego, la anécdota real de la que parte Burden cuenta con suficiente fuerza por sí misma para, al menos, despertar el interés del espectador, pero es que, además, su máximo responsable rueda con gran delicadeza la historia, al combinar un discurso hiperrealista —localización en exteriores, sonido directo, luz natural, cámara al hombro, etc.— con un sutil entramado simbólico que atañe al determinismo social que constriñe a Mike, y que culmina en su precioso desenlace, en el que la ruptura de la cuarta pared mediante un sostenido close up nos hace partícipes de lo que acontece. Las imágenes alegóricas del perro y del ciervo, el primero en tanto encarnación de la fidelidad al «amo» que nos da de comer, con independencia de su catadura moral, y el segundo en tanto emblema de empatía y sensibilidad, unas cualidades castradas desde la primera infancia en los varones que tienen la desgracia de nacer en ambientes retrógrados y patriarcales, insinúan la existencia de una realidad superior, capaz de trascender la triste cotidianidad de Laurens. Ello es confirmado por aquellos instantes en los que Heckler se sale, de manera un tanto forzada, de las convenciones del cinema vérité, al introducir música extradiegética o usar la cámara lenta, con el propósito de crear una atmósfera lírica, léase la reconciliación de Mike y Judy al son de «Without You» de Eddie Vedder o el bautismo del protagonista.

    Burden, Andrew Heckler.
    Presentada en la sección oficial del Festival de Sundance.


    «Habida cuenta de su alentador mensaje, de la fuerza de algunas de sus escenas, y considerando, en resumen, que se trata de una ópera prima, la película supera con nota las procelosas aguas de la crítica social, en parte gracias a las sinceras y esforzadas interpretaciones de su elenco principal, e invita a recibir con atención los próximos proyectos de su realizador y guionista».


    Mención aparte merece el juego de referencias que se establece entre los apellidos de Burden y Kennedy: el primero, además de dar título a la cinta, incide en la «carga» que supone el odio para llevar una vida plena, tanto más cuanto que se destina indiscriminadamente a un conjunto de individuos anónimos a quienes en el fondo no se conoce. Por lo que atañe al segundo, entronca con la idea de reconciliación racial y justicia social que encarnaron los Kennedy en los años 60. De hecho, incluso yendo más allá, no es difícil establecer un paralelismo, merced a su similitud fonética, entre el apellido del «padre adoptivo» de Mike y el del autor de esa oda al KKK que es El nacimiento de una nación (1915), para evidenciar más, si cabe, esa colectividad dividida por la anacrónica herencia confederada, que tan bien simboliza la grotesca tienda-museo del Clan, auténtico foco de tensión entre las dos etnias mayoritarias de la población. A tenor de lo dicho, Burden se encuentra lejos de ser una obra redonda, sobre todo por aquellos momentos en los que se busca conmover al espectador a toda costa, truncando la elegante y comedida modulación del conjunto. Sin embargo, habida cuenta de su alentador mensaje, de la fuerza de algunas de sus escenas (v. gr. el citado final o la forma en que Mike defiende a Clarance de sus agresores), y considerando, en resumen, que se trata de una ópera prima, la película supera con nota las procelosas aguas de la crítica social, en parte gracias a las sinceras y esforzadas interpretaciones de su elenco principal, e invita a recibir con atención los próximos proyectos de su realizador y guionista.


    Elisenda N. Frisach |
    © Revista EAM / Barcelona


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