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    Crítica | Worth

    Traumas y amnesias

    Crítica ★★☆☆☆ de «Worth», de Sara Colangelo.

    Estados Unidos, 2020. Título original: Worth. Directora: Sara Colangelo. GuionMax Borenstein. Productora: Anonymous Content, Higher Ground Production, MadRiver Pictures, Paradise City Films, Riverstone Pictures, Royal Viking Entertainment, West Madison Entertainment, Wiffle Films. Fotografía: Pepe Avila del Pino. Música: Nico Muhly. Montaje: Julia Bloch. Reparto: Michael Keaton, Stanley Tucci, Amy Ryan, Tate Donovan, Laura Benanti, Talia Balsam, Chris Tardio, E.R. Ruiz, Victor Slezak, Zuzanna Szadkowski, Wass Stevens, Steve Vinovich, Anthoula Katsimatides.

    Hay una escena en Worth (2020) en la que la cineasta Sara Colangelo graba toda su intención ética a través del dispositivo expresivo de su película. En ella, el abogado Kenneth Feinberg debate con el periodista Charles Wolf los problemas de la fórmula matemática que dirime el importe de la indemnización que recibirán las personas allegadas a las víctimas de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Se trata de un choque de dos personajes con motivaciones muy distintas y recorridos dramáticos diferenciados: Feinberg es un abogado de prestigio que cree que el sistema puede hallar una fórmula injusta pero equitativa para soliviantar el peso de la mal llamada memoria histórica; Wolf es un periodista que lamenta la muerte de su mujer y ejemplifica el arquetipo de individuo estadounidense capaz de demostrar que el sistema es solo una suma de conciencias. De este choque Colangelo pretende extraer una lección básica y, aún así, bastante perversa sobre la forma en la que la política y la cultura estadounidenses han decidido afrontar el trauma terrorista. Esta lección consiste en sincronizar un presente descoyuntado —llámenlo Nuevo Capitalismo, presente perpetuo, hipermodernidad y verán que las etiquetas es una cuestión de neologismos ideológicos— a través de la idea de crisis y no del progreso. Para Colangelo y para la mayoría de creadores del presente, la historia y el recuerdo son narrativas que se sincronizan a través de la idea de crisis dado que todo relato sobre el progreso quedó ensombrecido en el momento en el que el panóptico audiovisual del siglo XXI domesticó la imagen de la muerte en directo.

    Esta escena sincroniza a ambos personajes —el abogado anclado en el progreso y el periodista subsumido en la crisis— y cercena cualquier posible reflexión sobre el presente. Worth es un film sintomático de los tiempos actuales, ni mucho menos representativo del presente que se esfuerza por diagnosticar a partir del discurso y no de la idea. No hay ni una sola idea en las imágenes de esta escena. Quien lee esto seguramente hará el esfuerzo de intentar hallarlas, como ha hecho quien les escribe. Podrán reparar en la precisión de las composiciones de Colangelo aislando a sus personajes en áreas del encuadre separadas y evitando todo eje de miradas. También observarán una cierta tendencia a los encuadres especulares: líneas que dividen el plano creando un efecto espejo en el que nunca hay un reflejo porque en esa ausencia deberían estar todas las víctimas que ya no están. Incluso, si gustan de la fotografía directa, podrán intuir el reduccionismo geométrico con el que la cineasta narra un thriller burocrático y humanista sepultando a abogados que buscan una indemnización justa bajo el peso de la plutocracia que prostituye la democracia.

    Esto es lo que esperarán leer en una crítica de estas características junto a determinas disquisiciones sobre el dilema ético condensado en el tag line de la película —«¿cuál es el valor de una vida humana?»—. Sin embargo, bórrenlo de su mente. Netflix exige a todas las producciones destinadas a estar alojadas en su servicio una serie de condiciones que limitan las posibilidades de cualquier cineasta. La escena citada, lejos de erigirse en un choque entre dos personajes y sus respectivos universos personales, es un ejemplo de conciliación dramática a través de una puesta en escena del presentismo más transitivo: una forma de mirar el pasado como quien pretende justificar un futuro que se mide en las crisis que habrá que afrontar. Entre los requisitos exigidos por la plataforma de streaming se incluye la obligatoriedad de grabar en 4K nativos, relaciones de aspecto predeterminadas y un listado cerrado de cámaras y juegos de lentes. Pueden encontrar series grabadas con una relación de 18:9 y lentes anamórficas que les impedirán discernir dónde empieza y acaba el feísmo visual. Curiosamente, si Netflix mantiene una relación estética con el presente audiovisual basado en la estandarización de la imagen, lo hace a costa de mantener una relación moral perversa con el legado artístico del cine que intenta aglutinar. Claro ejemplo es cómo los 18:9 que se estandarizaron para el consumo en teléfonos inteligentes fueron reciclados a partir del trabajo de Vittorio Storaro —director de fotografía de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) o El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) —.

    Worth, Sara Colangelo.
    Una de las apuestas de Netflix de 2021 de cara a la temporada de premios.

    «La película de Colangelo engrosa una lista de obras que abrazan una determinada estética del presentismo —obsesión manifiesta por entender el presente como un tiempo de transición y no absoluto que intenta arreglar el pasado— a partir de la trampa de su propia estandarización visual, ética y expresiva».


    Por qué esto es relevante para una película como Worth, se preguntarán. La respuesta es que el discurso sobre la reconciliación de la memoria de Colangelo apunta en muchas direcciones, solo para ser aplastada por el plomizo peso de imágenes que no recuerdan el trauma, sino que se limitan a delimitarlo como un monumento estético inaccesible. La película de Colangelo engrosa una lista de obras que abrazan una determinada estética del presentismo —obsesión manifiesta por entender el presente como un tiempo de transición y no absoluto que intenta arreglar el pasado— a partir de la trampa de su propia estandarización visual, ética y expresiva. A nadie se le escapa que el presente es politemporal, es decir, la humanidad habita una temporalidad cruzada por la problemática de pasados que se reinterpretan sin negociarse, el miedo a significar un presente amnésico y la incapacidad de imaginar el futuro como espacio de posibilidades. Filtrar esta politemporalidad a través de un discurso que trata el trauma con una solemnidad política —no busquen atisbo alguno de autocrítica o reflexión sobre la caída de esa pax americana que recientemente cerró su dominio con la evacuación de Afganistán— es tan irrelevante como agotador.

    Decía San Agustín que «tres son los tiempos, presente de las cosas pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras». Habitar el presente sin diagnosticar el punto de vista de quien observa y crea es el mayor rasgo negativo de Worth. Una película que conoce sus resortes dramáticos, hilada por un montaje que mide los tiempos del alma estadounidense obliterada en esa visualidad del trauma que Colangelo se niega a (re)mirar y, sobre todo, absorta en su actitud de miedo disfrazado de respeto a la hora de usar el presente y la estética presentista para reevaluar las cosas pasadas y proponer un futuro de las cosas. El presentismo audiovisual impide que Worth se erija en un drama ¿judicial?, ¿biográfico?, ¿político? que pueda espolear imaginarios políticos comprometidos alternativos a la actual res publica secuestrada por aparatajes discursivos y éticos especializados en traficar con recuerdos, memorias y traumas.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / Salamanca


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