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    Crítica | Mona Lisa and the Blood Moon

    No pretty woman

    Crítica ★★★★☆ de «Mona Lisa and the Blood Moon», de Ana Lily Amirpour.

    Estados Unidos, 2021. Dirección: Ana Lily Amirpour. Guion: Ana Lily Amirpour. Compañías productoras: 141 Entertainment, Le Grisbi Productions. Productores: John Lesher, Adam Mirels, Robert Mirels, Dylan Weathered. Presentación oficial: Mostra de Venecia (Competición). Música: Daniele Luppi. Fotografía: Pawel Pogorzelski. Montaje: Taylor Levy. Reparto: Kate Hudson, Jun Jong-seo, Ed Skrein, Craig Robinson, Tiffany Black, Evan Whitten, Kent Shocknek, Donna Duplantier, Armando Leduc, Odessa Sykes, Sylvia Grace Crim, Charlie Talbert, Ritchie Montgomery, Rae Gray, Billy Slaughter, Jibrail Nantambu, Jim Gleason, Colby Boothman, GiGi Erneta, Kenneth Kynt Bryan, Altonio Jackson, Anthony Reynolds, Renell Gibbs, Katia Gomez, Robert Larriviere, Michael Carollo, Jason Edwards, Kyler Porche, Samantha Beaulieu. Duración: 106 minutos.

    La zona de máxima seguridad de un hospital psiquiátrico, a altas horas de la noche. Dentro de una celda de aislamiento, una enfermera se burla cruelmente de una joven interna, que ha sido maniatada a conciencia a pesar de su mirada perdida. Con el estómago vacío y la cabeza llena de ideas jugosas, nos asomamos a la primera secuencia de la nueva película de Ana Lily Amirpour: el camino hacia el desastre está bien marcado y nuestras papilas se excitan ya ante el sabor de la sangre. Restará solamente trazar el arco y dibujar el ejemplo, ilustrar la fábula mil veces contada del despertar del monstruo, el auge de les Otres. En el menú de hoy, la joven posee una suerte de telequinesis o control de la voluntad ajena. A su salida del hospital, la «enferma» (a quien da vida Jeon Jong-seo, recién descubierta en Burning) deambulará por las carreteras contiguas a la ciudad de Nueva Orleans. Tras de sí, un reguero de cuerpos heridos, traicionados por sus propias extremidades.

    La fuga de Mona –así la apodan por lo enigmático de su semblante– va a ser una road-trip destartalada, coartada de base por lo aturdido de sus movimientos (casi de zombi). También su recorrido será fortuito, azaroso: sin una meta definida, los meandros que dé llevarán a sospechar que delante suyo no hay siquiera camino, que sus pasos pueden devolverla en cualquier momento al lugar del que escapa. De mientras, a su lado encontrará prostitutas, pandillas de moteros, gente decrépita en diners de otro tiempo… Conocerá un paisaje humano tan marginal y limítrofe como las vías que ocupan, un puñado de vidas en bucle: policías obesos, pandas de heavies, el mundo de las gasolineras y los clubs nocturnos. Si esta fuera una novela picaresca clásica, la historia de la fugitiva encontraría su final en el descubrimiento de la intrascendencia de su propio intento de huida. No es gratuito que lo único que la separa del resto de personajes extraños que viven en la periferia sea una habilidad sin uso, un poder sin guía moral. Al fin y al cabo, la chica busca lo que cualquier otra persona un sábado por la noche: comer ganchitos y beber birra.

    Sin embargo, la de Mona no es un arco de caída en desgracia. La chica no avanza sola: al llegar a Nueva Orleans, un chaval de primaria, Charlie (Evan Whitten), la adopta en su hogar y se asegura de que sus pies no se tuerzan. Charlie va a ser el único rostro humano reconocible dentro de una gran mascarada, un baile urbano que acaba por engullir incluso a la madre de él, una simpática bailarina de pole dance interpretada por Kate Hudson. Ella se llama Bonnie, por Bonnie Bell, y su nombre es sonoro, típico de un telele en un espectáculo infantil (en un aparte, toca destacar también el apelativo del abusón de la clase de Charlie, Paulie Paulson, genialidad estúpida y divertidísima). Bonnie es una auténtica pícara: de naturaleza interesada, jugará todas las cartas a su alcance para sobrevivir en un mundo que no ha sido diseñada para la gente de su estofa. Cuando Mona se instale en su casa, esta va a convertirla en engranaje indispensable para la estafa sobrenatural de viandantes desafortunades. Bonnie miente, Bonnie engaña. Bonnie está perfectamente insertada dentro de un sistema que algún día acabará con ella.

    Mona Lisa and the Blood Moon, Ana Lily Amirpour.
    Con una brillante Jeon Jong-seo | Venezia 78.

    «Deberá la película de Amirpour forzar la impresión de que para las nuevas generaciones hay efectivamente un futuro posible, que la realidad puede torcerse a la necesidad de cada benefactor y que sí hay camino, más allá del deambular, del ganchito y de la birra».


    Charlie, puro y optimista, no puede correr el mismo destino que su madre. El niño pertenece a otro tipo de narrativas, apela al universo del inmigrante benevolente, de la mano desconocida que ayuda al prójimo, llámese Jesús o E.T. Existe para desencajar el deambular del monstruo, para proyectarlo en futuro y así dar continuidad a su narrativa y abrirla a otros registros, más humanos. Charlie debería enseñar a Mona a mirar el mundo con otros ojos. ¿Quién osaría augurar un futuro oscuro para él? No obstante, esto es Nueva Orleans, no Manhattan, ni tampoco ningún amable barrio suburbano. Por ello, deberá la película de Amirpour forzar la impresión de que para las nuevas generaciones hay efectivamente un futuro posible, que la realidad puede torcerse a la necesidad de cada benefactor y que sí hay camino, más allá del deambular, del ganchito y de la birra. El camino prometido sonará, cómo no, al ritmo de una banda sonora machacona, que convierte una de cada dos secuencias en verdadero videoclip, cámaras lentas y efectos de montaje inclusive. A todes nos gusta la radiofórmula: pila instantánea, fantástica transmisora de afectos… Pero, ¿qué solidez tiene una promesa con cuerpo de hilo musical?


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 78ª edición de la Mostra de Venecia


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