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    Crítica | Blue Moon (Crai nou)

    Extractos sincopados

    Crítica ★★☆☆☆ ½ de «Blue Moon», de Alina Grigore.

    Rumanía, 2021. Título original: Crai Nou. Título internacional: Blue moon. Dirección y guion: Alina Grigore. Compañías de Producción: InLight Center, Atelier de Film. Productores: Robi Urs, Gabi Suciu. Fotografía: Adrian Paduretu. Montaje: Mircea Olteanu. Música: Subcarpati. Sonido: Ioan Filip. Intérpretes: Ioana Chitu, Mircea Postelnicu, Mircea Silaghi, Vlad Ivanov. Duración: 85 minutos.

    El plano secuencia como recurso visual no debería condicionar el relato hasta provocar su ruptura e inconexión. En la cuestionada decisión del jurado de la última edición del Festival de San Sebastián, la lectura de las razones por las que se destaca a esta película sobre el resto a competición no es cinematográfica. Haciendo un símil son el sonido diegético o extradiegético, los argumentos utilizados serían pura extradiégesis basada en el tema tratado, la juventud de las protagonistas, el dibujo masculino presentado como antítesis, la reivindicación feminista igualitaria y la presunta valentía de la joven directora en su primera película. No son razones desdeñables, por supuesto, cuando la inmensa mayor parte del público quiere visualizar una historia con principio y fin, incluso hasta con mensaje, y donde la imagen, mientras no desentone, pasa a un segundo plano. Algo así ha debido pensar el jurado de una obra que se fractura a sí misma desde su propia concepción visual, con el mentado plano secuencia, que atomiza la narración, la compartimenta en episodios internos, esquematiza a los personajes (demasiados) y limita la empatía con los sufrientes por indefinición.

    Alina Grigore, actriz experimentada con Adrian Sitaru y Cristi Puiu, utiliza, dentro de la reiteración del plano secuencia, el plano corto sobre sus personajes femeninos (con muy pocas excepciones que, en ocasiones, ni sirven para dejar respirar a la película porque siguen demostrando las relaciones de poder intrafamiliares subsistentes, como esa escena casi inicial donde un hombre es recriminado por adiestrar un caballo en el exterior de la finca), el ritmo nervioso de la cámara manejada sin estabilidad y el plano posterior al cuerpo de los actores para contar, o al menos esbozar, una historia de dominación y sumisión femenina a los caprichos del macho de turno. Lo más perturbador es que estas relaciones se sitúan en el ámbito familiar, funcionando como un ecosistema salvaje y piramidal en el que un hombre ejerce de macho alfa de la manada, el resto de hombres siguen sus directrices y descargan su frustración en las mujeres, sobre todo las jóvenes, y en la base éstas, sin capacidad de elección ni de decisión, esposadas y vinculadas a un negocio familiar de hostelería que más parece una cárcel en régimen abierto que un núcleo estable de convivencia armónica (hasta podría hacerse un símil entre los recuentos nocturnos carcelarios y el control de las habitaciones de las hermanas cuando cae la noche).

    Si la decisión del plano secuencia sirve para acercar la tensión del momento a los ojos del espectador, en cambio minimiza la profundidad del relato y el dibujo de los personajes al limitar los hechos a una sucesión de momentos muy concretos, muy fugaces; en ocasiones abrasivos, en otros irritantes, no pocos contradictorios. Apenas en sus escasos 85 minutos de duración la película avanza, las cartas quedan boca arriba tan pronto como que a partir de ese momento todo se convierte en un bucle de mayor o menor degradación familiar, pero sin que la catarsis final pueda considerarse definitiva o liberadora de nada, si acaso como un intento fugaz de cambio, de ruptura, pero destinado a permanecer en la nebulosa irrelevante del núcleo familiar con esa opción de desenfocar el objetivo. La directora ha querido señalar unos culpables y establecer una radiografía social que denuncie los arquetípicos comportamientos basados en el machismo. Con frecuencia se utiliza, ahora como moda recurrente, el concepto, médicamente existente, de «masculinidad tóxica» para referirse a cualquier comportamiento machista en pantalla. El abuso en el uso disminuye la eficacia de las diferencias. Estamos en una película de dominadores y dominados, no sólo las mujeres ven coartada su libertad, otros hombres del núcleo familiar son incapaces de sobreponerse al peso de una mirada glacial y paralizante como la que el hermano mayor lanza sobre el pequeño que, en compensación, intenta reproducir ese esquema vital con sus primas recogidas en la casa materna desde el divorcio de los padres y cuya edad les exige, y necesitan, libertad de decisión y necesidad de experimentar sexualmente.

    Crai Nou, Alina Grigore.
    Concha de Oro del Festival de San Sebastián.

    «Grigore lanza un grito sordo, y no sabemos si eficaz para reivindicar la libertad individual femenina frente a concepciones no igualitarias en las relaciones entre hombres y mujeres. Su crudeza ante la violencia física y verbal familiar enfrentada a ese episodio de agresión sexual extrafamiliar desmorona un tanto la eficacia del mensaje y hace dudar de la verdadera entidad del comportamiento de la protagonista».


    El empeño de la protagonista por estudiar en la universidad puede, incluso, no ser cierto, sino una metáfora de la única salida posible para abandonar ese monasterio familiar que invade sus decisiones personales hasta coartar su libertad sexual. La familia se convierte en un ogro de cuento infantil donde la voz de las mujeres es silenciada, asumida por las generaciones más maduras como algo consustancial a la vida, lo que provoca visibles trastornos emocionales y psíquicos en todas ellas, mientras las más jóvenes, pese al control constante y, a veces, efectivo del lado masculino de la familia con la ayuda psicológica de las mujeres que desaconsejan cualquier atisbo de independencia, se rebelan contra una realidad castradora. Grigore lanza un grito sordo, y no sabemos si eficaz (un manifiesto error de concepción feminista es el episodio del sexo inconsentido y la reacción ulterior de la víctima sirviéndose de ello para mantener relaciones sexuales de futuro) para reivindicar la libertad individual femenina frente a concepciones no igualitarias en las relaciones entre hombres y mujeres. Su crudeza ante la violencia física y verbal familiar enfrentada a ese episodio de agresión sexual extrafamiliar desmorona un tanto la eficacia del mensaje y hace dudar de la verdadera entidad del comportamiento de la protagonista. Una mejor escritura y una más trabajada concepción visual de la obra habrían beneficiado a una película que puede tildarse como correcta, pero sin entusiasmos, una de tantas, como tantas Conchas de oro de las que ya no es que ni se acuerde el espectador, sino que no llegan ni a estrenarse en las salas. No resulta creíble que pueda ser la mejor película de Donosti 2021 como no resulta convincente la metáfora (único argumento del filme) que se mantiene a lo largo de toda la trama de Blue Moon.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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