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    Crítica | Pinocho (Matteo Garrone, 2019)


    La eterna decadencia europea

    Crítica ★★★☆☆ de «Pinocho», de Matteo Garrone.

    Italia, 2019. Título original: Pinocchio. Director: Matteo Garrone. Guion: Carlo Collodi (Novela), Matteo Garrone, Massimo Ceccherini. Productores: Jeremy Thomas, Matteo Garrone, Paolo Del Brocco, Peter Watson. Productoras: Rai Cinema, Le Pacte, Archimede, Leone Film Group. Distribuida por Warner Bros Spain. Fotografía: Nicolai BrÜel. Música: Dario Marianelli. Montaje: Marco Spoletini. Dirección arte: Francesco Sereni. Diseño de Vestuario: Massimo Cantini Parrini. Reparto: Roberto Benigni, Federico Ielapi, Roco Papaleo, Massimo Ceccherini, Marine Vacht, Gigi Proietti, Paolo Graziosi.


    Una de las características mas notorias del cine de Matteo Garrone es que, aun manejándose ocasionalmente en la fantasía, conduce por territorios del neorrealismo italiano. Lo hace en primer lugar desarrollando una tendencia que de un tiempo a esta parte globaliza el cine europeo y, por ende, gran parte de la cinematografía contemporánea con denominación de autor. Esa tendencia indaga en los valores y pasiones que hace décadas instauraron los maestros de la llamada era de la modernidad en el cine. Pero lo significativo de estos apuntes, o en este caso del propio Garrone, es como los retoma con devota tristeza sabedor de que lo que filma no tiene posibilidad de trascender. De una forma telúrica su discurso se ciñe a lo meramente depositario. El cineasta constata un viaje a los lugares recónditos de la Italia profunda, y reflexiona, con parsimonia, con elegancia, sobre los lazos que unen el cine del pasado con el nuestro. Garrone se hace cargo de esa antigua modernidad y por desgracia asume no poder superarla o derogarla. Sus ultimas películas, desde Reality (2012) a Dogman (2018), pasando por este Pinocho (2019) que nos ocupa, pretenden excavar en las ruinas de la pobreza contaminadas por la herencia de sus antepasados, como si la de Europa fuera la historia de una crisis perpetua. Con otras palabras, muestra enorme desconfianza ante lo que narra oteando horizontes milenarios, paradigma del agotamiento y muerte. Todos aquellos realismos tienen cabida en su obra por mera alusión, en una imagen que confunde y ostenta mirarse en los espejos del tiempo. Para ello, allí donde los grandes maestros del cine italiano buscaban deformar la realidad, Garrone busca insistentemente en continuarla sin atisbo alguno de inventar o descubrir nada nuevo. En resumen opta por la melancolía, y en esta repetida cualidad sus filmes abordan relatos folclóricos de vapores archivísticos. El pictorialismo de sus texturas visuales arremete contra la modernidad. Cuanto más oscura y terrorífica se vuelve su mirada más cerca se encuentra del valor paleográfico fruto de una vocación que estudia las escrituras antiguas de sus antecesores.

    Italo Calvino decía que Fellini era un director fundamentalmente realista, una realidad que no se revela, de manera automática, a la simple observación directa y de la que es necesario producir una imagen distorsionada para producir ese sabor de verdad. Por eso lo felliniano negaba la antigüedad porque su realidad estaba decodificada, lejos de las formulas estereotipadas de sus coetáneos, y su cine proyectaba ideas verdaderas comprimidas en las mentiras más inverosímiles. Las aventuras de Pinocho, celebre novela de Carlo Collodi, ya había pasado por la mente del director de La Dolce Vita, y plasmada con descaro benigniano en la esperpéntica Pinocchio (2002). La pesadillesca imagen de un Benigni en pololos y gorrito de picarote, debería haber alejado a futuros directores de readaptar el cuento, sin embargo Garrone se atreve, no solo a depositar una nueva versión del clásico, sino a teledirigir una versión apócrifa del mismo Benigni aquí intercambiando papeles y dando vida a Geppetto, padre de la criatura. Doble moral la del cineasta. Lo acertado es cómo sobrelleva esa figura de un Geppetto austero, comedido, que ejemplifica la metáfora perfecta del decadentismo europeo. Los primeros y brillantes minutos de Pinocho ahondan a fondo en el carácter de un hombre entristecido, en la soledad de un mundo gris, miserable. Imágenes temblorosas filmadas como simulacros de la supervivencia. La presentación del personaje entronca directamente con la versión de la miniserie dirigida por Luigi Comencini y en la que Nino Manfredi encarnaba a un Geppetto similar. Garrone utiliza los elementos decorativos y los escenarios para ceñirse a la neorrealidad de aquellas producciones de los setenta, la diferencia salta a la vista en la mala praxis de lo digital y el excesivo uso del CGI, en un compendio de diseños virtuales de extraño feísmo. No es casual que la propia obra de Collodi navegase en terrenos pantanosos y una crueldad manifiesta en los símbolos del subtexto. En los primeros borradores del cuento Pinocho moría colgado de un árbol. El sentido de las marionetas, vistas en versiones cinematográficas como recursos de la posguerra o del holocausto judío, en su periplo iniciático alejado del padre o de la tierra, reaparecen en esta interpretación como testigos de los tiempos de guerra y hambre. Un dialogo muy característico en la película, que sirve de ejemplo a estas teorías, es cuando el personaje de Mangiafuoco pregunta a Pinocho: ¿Cuál es el oficio de tu padre?, a lo que este responde: Pobre. Una sencilla pero elocuente parábola sobre los marginados del mundo.



    «Estamos ante un Pinocho extraño, que en una mirada superficial y rápida puede incluso hasta resultar molesto, atonal, oscuro, pero que sortea su épica algo ortopédica con un compromiso singular, calmado y hermoso. Un Pinocho eterno y decadente».


    Garrone liga las acciones de su historia con la realidad sin limites mostrada por los microcosmos y universos tanto de Fellini como de Pasolini. La amplia libertad formal con la que cuestionaban y reescribían los clásicos inmortales sin abandonar un punto de vista tradicionalista. En El Decamerón (Pasolini, 1971), las andanzas de Andreuccio de Perugia guardan similitudes con Pinocho, siendo engañado dada su juventud e inocencia. Pero, qué duda cabe, es el Pinocho de Garrone la versión más fiel de las posibles porque su fragmentariedad ejerce la visión de un cuento de horror, que rehúye de la fantasía para articularse en lo cotidiano. Se trata de un ejercicio alambicado, deslizándose siempre en la cuerda floja, una especie de tejido a medio coser cuyos hilos se deshilachan a cada cambio de acto. La abstracción por tanto está asentada en un tratamiento histórico y real, dado el carácter netamente italiano de sus criaturas. Una revisión política del cuento, ordenada bajo arquetipos del presente aunque sus signos pertenezcan a épocas anteriores.

    Pinocho, sin duda, resulta también una película difícil de reubicar. Más incomoda que encantadora le costará hallar un publico objetivo. Alejada por completo de los patrones Disney, tampoco tendrá fácil llegar al publico infantil. Adolece de un ritmo desigual, cuyos pasajes más interesantes se alternan con otros más tediosos. Muchos han subrayado los aspectos artísticos del filme, pero apenas han meditado acerca del valor sonoro y musical llevado a cabo por el compositor Dario Marianelli, una gestión brillante de la narración que lo fía todo a la musicalidad sin ser mera descripción de paisajes o estampas bonitas. Es importante destacar la función de la banda sonora habida cuenta de lo alejada que se encuentra de los estándares habituales del cine hollywoodense, o incluso de otros trabajos de encargo del propio Marianelli (Everest, Bumblebee, etc.…), ajustados a los intereses técnicos y corporativos de la industria. No es un simple estudio puesto a favorecer o acompasar a la “imagen bella” su instrumentación escribe el sentimiento de la obra de Collodi a la misma vez que se adapta a lo que pretende encontrar Garrone en su mirada. Reduciríamos de manera sustancial la música si nos limitásemos al simple aderezo, el compositor recurre a un sonido de trovadores, o comedia del arte, que tiene mucho de esa naturaleza ambulante. El tema principal es toda una declaración de intenciones con el uso de la guitarra española. Por lo demás un score con predominio de los instrumentos de viento madera, sutil, bellísimo, con notables contratemas y melodías orquestales ricas en variedad temática. Con ello, estamos ante un Pinocho extraño, que en una mirada superficial y rápida puede incluso hasta resultar molesto, atonal, oscuro, pero que sortea su épica algo ortopédica con un compromiso singular, calmado y hermoso. Un Pinocho eterno y decadente | ★★★☆☆


    David Tejero Nogales |
    © Revista EAM / Badajoz


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