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    Crítica | Morir

    La resistencia al epitafio

    Crítica ★★★★ de Morir (Fernando Franco, España, 2017).

    El mar es un signo escurridizo. Según la estación, su imagen puede mutar sus significados de forma extrema. El mar veraniego invita más bien a la contemplación de sus orillas, con sus castillos de arena, su marea multicolor de bañadores y sombrillas: es un símbolo de la continuidad vital, de los rituales consensuados para vivir el paso del tiempo como esperanzadora repetición de ciclos. Para que el goce del verano presente sea completo, es fundamental la convicción de que habrá un verano que viene. La observación del mar invernal, por el contrario, empuja a extender la mirada hacia sus aguas, opacas e infinitas: da un sentido instantáneo a su popularidad como simbología mortuoria manriqueña. Así lo parece entender Fernando Franco en la introducción de Morir, situada durante las vacaciones de un septiembre lluvioso en la inconfundible costa cantábrica. El plano de apertura es el de su protagonista, Marta (Marian Álvarez), emergiendo de entre las aguas profundas en una playa solitaria. Al silenciar el ruido vacacional, este escenario queda liberado de su ilusión de continuidad, disponiendo así al espíritu para la gran pregunta desde la que arranca la cinta: ¿y si no hay verano que viene? La enfermedad de Luis (Andrés Gertrudix), el novio de Marta, anunciada en esta introducción destapa al momento la implacabilidad de la pregunta. Cuando todo lo que nos rodea deja de ser percibido como repetible, a efectos prácticos el mundo ya es otra cosa. La playa es otra cosa, el bingo (al que más avanzado el metraje acude Marta en sus escasos momentos de descanso) es otra cosa. Espacios diseñados para un ocio al que el aliento de la muerte anunciada convierte en imitación yerma de vitalidad.

    Luis y Marta llevan a cabo un juego que consiste en reconocer covers extrañas de canciones famosas. Y de eso se trata. Morir de forma anunciada no es solo un instante, sino un proceso en el que enfrentarse a nuevas versiones de lo ya conocido. No solo de la playa o del bingo, sino de quienes nos rodean. Este reversionamiento incluye al propio Luis. A nuestros ojos, que son también los de Marta, su muerte se adelanta en cada lapso en el que la rendición precede a la entrega. Esos momentos en los que las ficciones vitales que se enuncian en verbos futuros se convierten, para Luis, en engaños de esperanza que derribar con furia. Sin contar posibles víctimas. Lo que plantea Franco es que, de hecho, este derrumbe tiene una víctima inmediata en Marta. El relato se centra no tanto en la muerte anunciada de Luis como la muerte no tan evidente de ella, desde quien se filtra toda nuestra percepción. La pareja que forman ambos personajes se adivina desde un principio como un mundo vedado y angosto. La pulsión controladora de Luis es intuible como norma previa, y su enfermedad no hace más que darle cancha para cargar a Marta ya no solo con la responsabilidad de su dependencia emocional, sino física: morir es el acto definitivo de egoísmo. El cambio de clave por el cual la nueva versión de Luis, consumida por esta egolatría impiadosa, queda liberada. Como si la nueva cover de la vieja canción, sin cambiar las palabras, rehiciera sus significados. Cuando la pareja escucha una versión de «Heroes» de David Bowie, las archiconocidas palabras suenan: «We can beat them, just for one day; We can be heroes, just for one day». Pero es otro mensaje con otra voz: el «podríamos ser héroes» se siente más como un «podríamos haber sido héroes».

    «La fascinación que nos despierta Marian Álvarez realizando acciones mínimas, lo que llegamos a sentir en sus miradas y rutinas lánguidas, compone un intento de resistencia a ser sepultada bajo ese epitafio. Esta resistencia es, más que manifestación de su interior, un deseo que se nos impulsa a proyectar sobre su personaje». 


    Hay una breve escena que pone de manifiesto en qué consiste esa muerte, arrastrada por la muerte ajena, de Marta: en primer plano observamos su rostro, que mira de perfil a la izquierda del encuadre. Ante ella brota el sonido de la televisión, a su espalda el de la música alta que Luis escucha encerrado en su cuarto. Dos sonidos que para ella conforman barreras. La una al mundo exterior, que le es negado y al que puede acceder solo por un simulacro representacional; la otra al mundo amoroso, demolido por la enfermedad. La música que escucha Luis es la evasión individual de quien se lame sus heridas de muerte, puesta al máximo volumen casi diríamos que para herir a quien la escucha al otro lado del muro. Mientras que ésta es la frontera de un aislamiento buscado, el aislamiento de Marta es impuesto por el secretismo total que él dicta respecto a su estado: nadie más fuera de ese mundo restrictivo que es su pareja sabe de su enfermedad. Y morir, al fin y al cabo, es perder el contacto con los vivos. Una condición de la que Marta se vuelve consciente por algo tan insignificante como el cambio de una cubertería. El detalle es una condensación perfecta del estilo que Franco, tras la excelente La herida, va consolidando como autor. Su cine compuesto de mínimos. La mínima acción, la mínima gestualidad, la mínima extraordinariedad. Sus imágenes se alimentan de situaciones y objetos banales que son llenados de implicaciones a partir de un concepto igualmente mínimo. Un sustantivo antes, un infinitivo ahora. Morir en unos cubiertos, en un exprimidor de zumo, en unos platos en el fregadero. Cada objeto tan anodino añade palabras a esa escritura continua de un epitafio que existe en las imágenes de Morir. La fascinación que nos despierta Marian Álvarez realizando acciones mínimas, lo que llegamos a sentir en sus miradas y rutinas lánguidas, compone un intento de resistencia a ser sepultada bajo ese epitafio. Esta resistencia es, más que manifestación de su interior, un deseo que se nos impulsa a proyectar sobre su personaje. Aunque ella también deje emerger dicha resistencia de la única forma posible: en arrebatos entre lo violento y lo ridículo. Lo fascinante es que el rostro de la actriz, la vulnerabilidad áspera que connota, parece convertirlo en el único posible para cargar con tal submundo expresivo. En manos de Franco, Álvarez se convierte en un rasgo de estilo tan determinante que nos cuesta pensar en una tercera cinta sin este tándem | ★★★★


    Miguel Muñoz Garnica
    © Revista EAM / 65 Festival de San Sebastián


    Ficha técnica
    España, 2017. Morir. Director: Fernando Franco. Guión: Fernando Franco, Coral Cruz. Compañías productoras: Kowalski Films, Ferdydurke Films. Presentación oficial: Festival de San Sebastián 2017. Productores: Guadalupe Balaguer Trelles, Fernando Franco, Koldo Zuazua. Fotografía: Santiago Racaj. Montaje: Miguel Doblado.. Dirección artística: Miguel Ángel Rebollo. Vestuario: Laura Cuesta. Reparto: Marian Álvarez, Andrés Gertrudix, Iñigo Aranburu, Eduardo Rejón, Francesco Carril. Duración: 104 minutos.


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