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    La chica que sanaba
    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de San Sebastián 2017 (VII) | Críticas: «The Disaster Artist», «El león duerme esta noche», «Soldiers. Story from Ferentari» & «A fish out of water»

    Alimentar la mente

    Crónica número VII de la 65ª edición del Festival de San Sebastián.

    Hay quien piensa que ver muchas películas en un solo día, una detrás de otra, impide el adecuado disfrute de cada una de ellas, o incluso que no se logrará una proporcionada comprensión de las mismas tal que si se tratara de una tarea titánica, algo así como leerse la obra completa de Kant de una sola sentada. Y ya que traemos a colación la lectura, también se opina que sucede de igual manera con los libros: no hay que atiborrarse, hay que mantener un lapso de tiempo prudencial entre uno y otro para que puedan dejar poso en nuestro cerebro. Lewis Carroll, en su conferencia impartida en el año 1884 titulada Alimentar la mente (Feeding the Mind), publicada póstumamente en 1907, afirmaba que era menester dar alimento a nuestra mente tal que si se tratase de nuestro cuerpo. Esto es, con cuidado de no pillar una indigestión, dando espacio a las comidas para que estas no se confundieran en nuestro estómago y que pudiéramos saborearlas en todo su esplendor. Y aunque admiramos a Carroll, aquí le llevamos con el más grande amor posible la contraria. Porque todo no es sino una cuestión de costumbre, de adecuación y apetencia del gusto. Si hay quien puede pasar semanas y semanas frente al televisor deglutiendo cualquier cosa que le echen por el gaznate, ¿por qué no puede uno estar el mismo número de horas ante una pantalla pero seleccionando qué quiere ver? Pueden ser películas o puede tratarse de libros, pero los amantes del cine y de la lectura jamás hallarán empacho en hacer aquello que más les seduce sin cansarse. Ya llegará el momento de dormir y descansar. Pero mientras tanto, hagamos lo que más deseemos cuanto más podamos, porque la vida es corta y pocas posibilidades nos ofrece de disfrutar sin fin. Todo lo bueno se acaba, nos dicen. Por eso, hagámoslo durar como si el mañana no existiera.

    THE DISASTER ARTIST

    James Franco, Estados Unidos | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    Si ya conocen The Room (2003), no es difícil imaginar lo jugoso del material con el que James Franco contaba para esta película: recrear el rodaje de la cinta de Tommy Wiseau (nada menos que director, guionista, protagonista y productor), uno de los casos más desconcertantes de la historia del cine en el que lo malo, de ser llevado hasta límites insospechados, se vuelve gozoso. The Room es una concatenación tan perfecta de malas decisiones y ausencia de talento que resulta inevitable preguntarse cómo se llegó hasta ahí. Lo que hace Franco es tan simple como regalarnos la respuesta, adaptando para ello el libro sobre el rodaje que escribió Greg Sestero, amigo de Wiseau y coprotagonista de la película. La jugada, como no podía ser de otro modo, consiste en convertir una coda a un texto fílmico en un ejercicio de comedia brillante. Franco, que se reserva el papel de Wiseau, lo borda en lo fácil. La sucesión de gags que posibilita un personaje tan estrambótico funciona como un reloj: su acento inidentificable, su oscurantismo sobre su vida anterior, su querencia por la sobreactuación patética, su notorio empanamiento… Pero, y he aquí lo importante, Franco resuelve lo más difícil: sortear la humillación y el simple chiste para saber transmitir el magnetismo de Wiseau, para desvelar cómo en sus actuaciones ridículas hay un movimiento de espontaneidad genuina e inocente.

    La relación de amistad que traba con Greg (Dave Franco) le da su dimensión narrativa a este rasgo tan atrayente que no solo explica a Wiseau, sino a la propia The Room. El culto fiel que la cinta ha generado (ha estado proyectándose de forma continua en varios cines desde su estreno) tiene mucho que ver con que, bajo su desastrosa factura, está el entusiasmo de una mente privada del mínimo talento, un triunfo de quien no tiene nada con lo que triunfar. Un leitmotiv del personaje de Wiseau en The Room, “todo el mundo me traiciona”, es puesto en relación con la propia experiencia durante el rodaje, cuando el “artista desastroso” cae en los celos por la nueva relación amorosa de su best buddy Greg. De nuevo, que la reacción de Wiseau sea disparatada es lo de menos. No se trata de la existencia de auténtica traición, sino de la intensidad de un personaje capaz de interiorizar hasta el sentimiento la idea de traición a base gritos. De este modo, aunque Franco acabe su película subrayando la similitud de sus recreaciones de The Room con las escenas de la auténtica cinta, y con ello el prodigio de mímesis que cuaja como actor, The Disaster Artist rezuma una comprensión más auténtica del fenómeno que hizo posible una de las más bajas cumbres (des)alcanzadas por un arte centenario. | 70/100 | Miguel Muñoz Garnica.

    EL LEÓN DUERME ESTA NOCHE

    Le lion est mort ce soir, Nobuhiro Suwa, Francia | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    El de Nobuhiro Suwa es un cine que se alimenta de cine. Especialmente desde que concibiera uno de los laberintos metarreferenciales más hermosos que uno pueda encontrarse con H Story, ficción sobre un supuesto intento real de rodar un remake de Hiroshima mon amour, esa ficción en torno a un suceso (dolorosamente) real. Baste el enrevesamiento de esta frase para constatar hasta qué punto los reflejos múltiples, los juegos de espejos, son relevantes en su filmografía. Ya sean reflejos en torno a imágenes preconcebidas de la realidad, como el concepto de pareja que deconstruía en M/Other, 2/Dúo o Un couple parfait, o el bellísimo diálogo con algunas herencias de la Nouvelle Vague, con ecos que van de las puestas en abismo de Resnais a la espontaneidad vivaz de un Truffaut. Pero Suwa también sabe alimentarse de su propio cine, del camino que su filmografía (por desgracia demasiado intermitente) va explorando. Así, si Yuki & Nina era el viraje del nipón hacia los universos infantiles y un sutil movimiento de avance mágico, el personaje de Nina reaparece en Le lion est mort ce soir para encontrarse con Jean (el protagonista encarnado por Jean-Pierre Léaud) en su viaje de reencuentro interior: con lo infantil y con los fantasmas más dulces. Al verse interrumpido el rodaje de Jean en algún lugar indeterminado de la costa francesa, éste decide regresar a la casa ahora abandonada de un antiguo amor. Allí, se cruza con un grupo de niños que quieren rodar una historia de fantasmas, a la vez que con el propio fantasma de su amada que se manifiesta, cómo no, a través de un espejo.

    Suwa juega a combinar lo fantástico, lo grave y lo desenfadado con esta mezcla de elementos. La gestualidad solemne y las reflexiones sobre el final de la vida lanzadas por Jean son mitigadas por el grupito de niños que quieren que protagonice su historia disparatada de fantasmas. Frente a la película “real” que rueda, en la que debe representar su propia muerte, nuestro protagonista redescubre en el rodaje “de mentira” entre las ruinas de sus recuerdos el mero placer de jugar a las películas, de concebir historias en las que la vivencia no es tanto representacional como una cuestión de fe en el acto de ir creándolas. A Jean le preocupa ser incapaz de representar su propia muerte, y es una supuesta muerta (el fantasma de su amada, Jeanette) quien le recuerda que los actores pueden fallecer tantas veces como quieran. Hacer películas es jugar a morir para negar la muerte: los niños crean una ficción en la que los fantasmas malvados son neutralizados mediante su reconversión a humanos; el parón en el rodaje de Jean no solo le libra de la obligación de morir para la cámara, sino que permite volver a vivir a través del espejo, de la realidad invertida, a una memoria preciada. Y la ficción que crea el propio Suwa no hace otra cosa que negar muertes. De Jean, personaje, o de Léaud, mito andante, o del propio cine. Nada mejor para expresar el inmenso regalo que supone la nueva película del japonés que un último plano en el que Jean desobedece la orden de cerrar los ojos y fenecer ante la cámara. | 90/100 | Miguel Muñoz Garnica.

    SOLDIERS. STORY FROM FERENTARI

    Soldatii. Poveste din Ferentari, Ivana Mladenovic, Rumanía | SECCIÓN OFICIAL: COMPETICIÓN.

    Aunque Soldiers. Story From Ferentari es el primer largometraje de ficción de Ivana Mladenovic, la joven cineasta posee amplia experiencia en el campo del documental, lo que explica el alto grado de naturalidad desprendido por su último trabajo. De hecho, este filme sirve de acercamiento a la realidad de los barrios marginales de Rumanía por partida doble: como cuidado documento del día a día en ambientes pobres pero llenos de vida y, sobre todo, como ventana al interior de uno de sus hogares, donde se fragua una historia que sería imposible de contemplar aun tomando un avión hasta allí. Porque hablamos de uno de los primeros romances homosexuales retratados por la cinematografía rumana, curiosa situación impulsada por el hecho de que este tenga lugar entre dos hombres ya maduros que, como dirían algunos, “no parecen maricones”. Todo comienza con el altivo Adi (Adrian Schop) instalándose en el barrio de Ferentari con el objetivo de estudiar la música pop de la comunidad gitana; pronto, entabla relación con Alberto (Vasile Pavel-Digudai, actor debutante que fue descubierto “por accidente” mientras trabajaba de guarda de seguridad), un expresidiario tan garrulo como inocente que, pese a vivir en la indigencia (o precisamente por eso), resulta ser el ayudante idóneo. Lo que comienza como una estricta relación profesional se torna, entre sugerencia y tonteo (con constantes referencias al “descenso a la homosexualidad” que parecen promover las cárceles, aunque sea como mero freno a la lujuria), en un romance ante el que todos levantarían las cejas de no estar relegado a tan íntimos interiores. Así, entre las paredes del piso de Adi —humilde, sí, pero un palacio en comparación a los tugurios frecuentados por Alberto— se fragua una bellísima relación que Mladenovic filma sin inmiscuirse, dando alas a los naturales intérpretes hasta el punto de que nos sintamos unos auténticos voyeurs mientras observamos los típicos jueguecitos de toda pareja primeriza, con el aliciente de que la mayoría nunca habría imaginado esa clase de seducción entre dos hombres “hechos y derechos” de la Rumanía profunda.

    Es imposible hablar de Soldiers. Story From Ferentari sin recordar que Rumanía es un país que no legalizó la homosexualidad hasta 1996, un país donde el concepto “matrimonio igualitario” carece de sentido y hasta los turistas homosexuales tienen miedo a revelarse como tales en público. Pues bien, a la naturalidad desprendida por la realización cuasidocumental se suma una base harto sincera: la memoria del propio protagonista, Adrian Schop, quien, además de encarnar a Adi, firma el autobiográfico guion en compañía de la directora, lo que supone todo un acto de valentía. Y es que hay coraje a raudales; y no sólo en la representación de la homosexualidad («sí: hay gais en tu país, y probablemente conozcas a más de uno», parece susurrar al pueblo rumano); también en la plasmación de un crudo ambiente de pobreza, drogadicción, mafia y prostitución que pone de manifiesto cuánto queda todavía al país para cumplir los estándares económicos y sociales supuestamente exigidos por la Unión Europea (de la que forma parte desde 2007). Vamos, que el estreno en Rumanía, previsto para el 2 de febrero de 2018, será complicado, algo que la productora (sí, otra mujer), Ada Solomon, ya afirmó haber previsto a su paso hace sólo unos días por el Festival de Toronto. Por supuesto, la cinta es consciente de tener una inclemente realidad entre manos y, aunque en apariencia presenta los hechos con plena sencillez, mantiene presente la sensación de estar llevando a cabo algo prohibido, bastando un silencio o una mirada para recordarnos que la felicidad que estamos contemplando pende de un hilo. Cierto es que por momentos la excesiva duración y la imprecisa trama se antojan frustrantes, no siendo descabellado afirmar que un buen tijeretazo hubiera beneficiado al resultado sin dejar nada clave por el camino, pero tal es la honestidad desbordada por las pequeñas instantáneas de intimidad de tan insólito amor que, pese al desconcertante final, es difícil dejar la sala sin una sonrisa en el rostro… y una melodía gitana en la cabeza. | 72/100 | Juan Roures Rego.

    A FISH OUT OF WATER

    Shang an de yu, Lai Kuo-An, Taiwán | NUEVOS DIRECTORES.

    Un joven matrimonio taiwanés ve destrozada su unidad familiar primero cuando su hijo, Yian, se muestra incapaz de interactuar con sus compañeros de guardería y cae en un profundo aislamiento. No deja de hablar de sus padres anteriores, los que tuvo en otra vida: un padre fallecido, una joven madre de negro cabello largo y una hermana mayor. Llama la atención de su profesora cuando realiza un dibujo de los mismos y ante sus compañeros relata cómo era su existencia con ellos. Sus padres de verdad deben enfrentar el hecho de que su hijo tiene que visitar a un médico que estudie el extraño caso. Y segundo, el abuelo de Yian cae enfermo y debe ser asistido en casa, con lo que la presión por salir adelante con unos medios económicos modestos se torna imposible para la pareja. Yaji, la madre, cambia de casa para cuidar del pequeño Yian, y Haoteng, el padre, se queda en el que hasta entonces era su hogar común con el impedido anciano.

    A Fish Out of Water, escrita y dirigida por el taiwanés Lai Kuo-An, nos lleva por el viaje cotidiano de esta familia que se rompe y los problemas de Yian en la búsqueda y rememoración de sus ancestros fantasmales, aunque lejos de cualquier connotación fantástica. Con un tono cotidiano, usando planos medios y cortos de los personajes en interiores para hacerlos sentir cercanos, y unos diálogos realistas y veraces, la película de Kuo-An logra por momentos implicarnos en la trama, si bien cierta morosidad en la exposición nos aleja de una más honda capa de emoción en el devenir de sus protagonistas. El relato discurre así siempre pleno de interés pero algo falto de fuerza, tocando con la punta de los dedos la ensoñación de la historia de Yian pero sin terminar de culminar su relato con intensidad. Sin embargo, la nota esperanzadora de que los problemas no tienen por qué siempre derribarnos y dejarnos abandonados como pecios arrojados por las olas, y una hermosa secuencia final donde quizá se nos anuncia un nuevo comienzo, logran dejar un poso poético que no por sencillo resulta menos profundo. | 65/100 | José Luis Forte.


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