La tierra abierta en forma de trinchera
Una retrospectiva dedicada a Joseph Losey en el 65 Festival de Cine de San Sebastián.
Chapoteando entre el barro y el agua estancada de una trinchera de la Primera Guerra Mundial, una rata es ajusticiada por un grupo de soldados británicos. Duras acusaciones de deserción y falta de amor a la nación bajo cuya bandera luchan resbalan por su mojado y enmugrecido pelo. La situación resultaría casi ridícula si no se tratara de un remedo irónico y mordaz de un juicio real que está aconteciendo en ese mismo momento entre la tierra abierta en un surco infernal: recios militares de rango despachan un discurso similar a un joven soldado que en la confusión del combate tomó la decisión de volver a su casa andando desde el frente, partiendo del corazón del fragor de la batalla, del horrible e insoportable estruendo de las bombas, hacia su hogar. Un breve instante de enajenación mental que no sirve para justificar su acto de alta traición. Un juicio inmisericorde y brutal que refleja el horror de la guerra sin que a lo largo de todo el metraje de la película contemplemos un solo combate. Rey y patria (King & Country, 1964) fue rodada por Joseph Losey en Inglaterra, el destino al que él también se había encaminado más de una década atrás, en 1952, huyendo de la caza de brujas hollywoodense, comandada en ese momento por el senador Joe McCarthy y el Comité de Actividades Antiamericanas, que pretendía purgar de comunistas y simpatizantes de izquierdas la hasta entonces bien llamada meca del cine, ese lugar que en tiempos de la Segunda Guerra Mundial había acogido a tantos cineastas que escapaban del terror nazi. En este filme Losey dejaba constancia directa de su rechazo a la sinrazón de todas las guerras, pero también suponía una metáfora cruda y salvaje de todos los enjuiciamientos absurdos que buscan coartar la libertad del hombre, nublar sus sueños con una cortina de obligaciones sin sentido y forzar lealtad a unas banderas que no son sino trapos con los que limpiar la sangre de los soldados muertos por ellas. Somos ratas en un laberinto diseñado por un rey loco.
A lo largo de su carrera Joseph Losey siempre mantuvo una mirada crítica hacia el orden establecido. Las convenciones y estructuras sociales asfixiantes que constriñen al individuo eran su objetivo primordial. Esto le creó una reputación de autor con un mensaje que transmitir que tuvo su momento más brillante en la década de los 60, cuando fondo y forma estallaron en toda su creatividad realizando algunas de las películas más recordadas hoy de su filmografía: El sirviente (The Servant, 1963), considerada esta su gran obra maestra, la mentada Rey y patria o la siempre extraña e inquietante Accidente (Accident, 1967). Unos años en los que la cinematografía inglesa atraía muchas miradas gracias sobre todo a un movimiento rompedor, el free cinema, que exploraba en el realismo y el reflejo crudo de lo cotidiano nuevas formas de contar historias. Y también, aunque en este caso solo con el apoyo del público (el de la crítica llegaría muchos años después), por las películas de terror de la mítica productora británica Hammer, para la cual el mismo Losey trabajó dirigiendo Estos son los condenados (The Damned, 1961), una cinta tan atractiva como en su conjunto decepcionante, un claro ejemplo de cómo las imposiciones de género en ocasiones colisionaron con sus deseos autorales. Algo que en sus primeros años como cineasta, sin embargo, convivió no solo sin crear conflicto, sino potenciando su mirada personal sobre los temas tratados.
«La retrospectiva dedicada a Joseph Losey en el 65 Festival de Cine de San Sebastián nos ayudará a viajar una vez más por su obra, a disfrutar de sus mejores películas y a conocer en profundidad aquellas que tal vez pudieron serlo».
Los primeros amores de Joseph Losey fueron el periodismo, la radio y el teatro. Este último constituyó un universo artístico que jamás abandonó y gracias a los éxitos que obtuvo en él fue pronto reclamado por el mundo del cine. Tras unos primeros años en los que compartió su trabajo de director en montajes teatrales con la realización de cortometrajes, en 1948 se estrenó su primera película, la excelente El muchacho de los cabellos verdes (The Boy with the Green Hair), en la que ya mostraba con fuerza tanto su personalidad visual como su ideología izquierdista. Siempre trabajando dentro de los amplios márgenes del cine de género en la consensuada como la primera etapa creativa de su obra, aquella que coincide con los años anteriores a su auto exilio británico en 1952, y espoleado por la resurrección activa del Comité de Actividades Antiamericanas, que había permanecido en letargo durante la Segunda Guerra Mundial debido a que la Unión Soviética era entonces un país aliado, intenta no sin dificultades realizar más películas. De esta época destaca en especial la demoledora El merodeador (The Prowler, 1951), con guion de Hugo Butler y Dalton Trumbo, este también acosado por el siniestro Comité. O su versión en 1951 de la genial M, el vampiro de Düsseldorf (M, 1931) de Fritz Lang bajo el mismo título. Después vendrían sus años en Inglaterra marcados por el desarrollo de su potente personalidad cinematográfica, su amistad con el actor Dirk Bogarde, al que conocería al protagonizar El tigre dormido (The Sleeping Tiger, 1954), y el éxito y aclamación definitivos con El sirviente. Sus últimos años lo llevaron por un errático discurrir europeo que devino en un cierto declive de su genio creativo, pero no debemos precipitarnos en juicios preconcebidos. La retrospectiva dedicada a Joseph Losey en el 65 Festival de Cine de San Sebastián nos ayudará a viajar una vez más por su obra, a disfrutar de sus mejores películas y a conocer en profundidad aquellas que tal vez pudieron serlo. La retrospectiva clásica del Festival supone de nuevo una fantástica oportunidad de acercarnos a un director que nunca ha dejado de estar presente en nuestro corazón cinéfilo.
Programa oficial compuesto por 32 películas y 6 cortometrajes.