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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Karlovy Vary 2016 | Días 7 & 8. Críticas: We're still together / It's not the time of my life / All these sleepless nights / Swiss army man

    Los hermanos Klein en el KVIFF

    El fin del mundo

    Crónica de la séptima y octava jornada de la 51ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    Con el dulce regusto que deja el final de la excelente Solo el fin del mundo, la nueva confirmación de Xavier Dolan como uno de los grandes directores del momento, y el elegante romanticismo de The happiest day in the life of Olli Mäki, la 51ª edición del Festival de Karlovy Vary se acerca a su fin. Solo queda el epílogo: una jornada de reflexión y recuperación, el palmarés, los últimos flashes y vuelta a España. Concluyó la sección oficial con la proyección de This is not the time of my life y We’re still together. Como anunciábamos en crónicas anteriores, los adjetivos grandilocuentes no casan con una competición que, al igual que East of the West, se mueve en la más absoluta indiferencia debido a su homogeneidad narrativa y su carácter pedestre. Pocos filmes saldrán de la lucha por el Globo de Cristal con la suficiente fuerza como para abordar retos mayores. La propera pell y Le confessioni tendrán un recorrido amplio en Europa. El resto, buscarán un pequeño hueco en alguna cartelera limítrofe. El nivel global del KVIFF asciende, pero ninguna propuesta porta la magia necesaria para avistar, desde la lejanía, algo de emoción. Por otra parte, salvo contadas (y narradas) excepciones, a esta entrega le ha faltado La Película. Park Chan-wook, Jim Jarmusch, Xavier Dolan o Cristian Mungiu han dejado su impronta. Esperada, eso sí. La sorpresa ha tenido acento castellano. El de Miguel Ángel, ese nómada de la noche que transporta la ilusión por los lados más recónditos del centro peninsular en El último verano. También en la categoría de documental, los neoadultos de Michał Marczak nos trasladan a un periodo que sigue inalterable en nuestras mentes. Al igual que nuestro deseo que ver brotar una 52ª edición. Mañana les hablaremos del palmarés y de nuestras películas favoritas. Un poco antes, seguirá el cine. Cerramos con Maren Ade y Woody Allen. Qué mejor forma de decir adiós.

    We're still together

    WE'RE STILL TOGETHER

    Jesse Klein, Canadá, 2016 / COMPETICIÓN.

    Todo en We’re Still Together nos parece familiar. El aura independiente, la música, la dirección de fotografía, y la definición de seres marginales que se han encontrado en el peor momento de sus vidas. La estela de Sundance revolotea en este proyecto de un primerizo, el canadiense Jesse Klein, proveniente de la crítica cinematográfica y profesor en la Universidad de Middle Georgia. Klein le regala a su hermano, Joey, un caramelo en forma de personaje. Un rol bisagra que expandirá toda la narración y que funciona de salvoconducto para el resto de caracteres. La cinta comienza con Chris volviendo a casa tras un día en el Instituto. Chris es tímido, feucho y obeso. El objetivo perfecto para los matones del barrio, que lo vejan y maltratan por doquier. La única motivación para Chris es ir todas las tardes a una gasolinera para comprar sus dulces. Allí trabaja una joven muy atractiva que le devuelve la sonrisa a un alma desesperada. Un día cualquiera, durante el enésimo asalto a Chris, un adulto sale de un coche y le da una lección a los acosadores. Este será el inicio de una amistad y la excusa de Klein para bucear en las inseguridades de sus criaturas. A la postre, Chris es un MacGuffin. Un elemento aleatorio que va perdiendo interés porque su cuento ya lo conocemos. Bigger than life, incluso. El centro de nuestro interés reside en Bobby, interpretado por el mentado Joey Klein. Bobby es un perdedor autoconsciente. Ha dinamitado su vida, anhela recuperarla pero sin recurso alguno para lograrlo. Bobby añora a su hija, a la que se le ha negado la custodia y que recoge clandestinamente una vez por semana para dar una vuelta en el coche. Justo en este, es donde el mensaje del director se amplifica. Tanto el conductor como sus ocupantes buscan un camino que perdieron o que nunca conocieron. We’re still together se mueve entre márgenes, entre sombras, demandando luz. Y la encuentran. Quizá por el camino más sencillo. Aun con sus estereotipos y cierto eco, la propuesta de Klein desprende honestidad. Igual que sus desafortunados habitantes. (70 de 100).

    It's not the time of my life

    IT'S NOT THE TIME OF MY LIFE

    Ernelláék Farkaséknál, Szabolcs Hajdu, Hungría, 2016 / COMPETICIÓN.

    En los diálogos de esta cinta húngara resuena el cine de Cassavetes, representado por las sensacionales Faces (1968), Maridos (1970) y Así habla el amor (1971). It’s not the time of my life ahonda en las inseguridades del ser humano centrándose en las interrelaciones de una familia y los miembros de una inesperada visita, unos antiguos amigos procedentes de Escocia que han tenido un problema contractual y piden asilo en su apartamento unos días. Todo parece trivial en el largometraje, pero con mucha destreza Szabolcs Hajdu, en su sexto largometraje, va añadiendo una serie de capas que no solo desnudan el estatus conectivo de sendos linajes, también el de los propios miembros. El cineasta magiar se decanta por una puesta en escena teatral, donde los individuos van virando y mutando hasta que deciden quitarse una careta que nunca debieron ponerse. La frescura de sus conversaciones, que profundizan en temas como el egocentrismo, la ambición o incluso los roles de pareja, junto a las excelentes interpretaciones de Erika Tankó, Orsolya Török-Illyés, Szabolcs Hajdu y Domokos Szabó, nos retrotraen a otra época de cinematografía menos estridente y más basada en la composición de personajes. Hajdu se vale de hasta trece directores de fotografía para recrear un apartamento inhóspito e incómodo, al que la cámara va engullendo el espacio hasta convertirlo en una ratonera sin aparente salida salvo la ventana, un vano siempre abierto a una ambigüedad que subraya la importancia de un guion que se desvía de la obviedad. Estamos, pues, ante una grata sorpresa que podría ser protagonista mañana en el anuncio del cuadro de honor. (70 de 100).

    All these sleepless nights

    ALL THESE SLEEPLESS NIGHTS

    Michał Marczak, Polonia, 2016 / DOCUMENTARY COMPETITION.

    Si la adolescencia es un cuento de terror, la preadultez es un sendero a contracorriente, una exploración libérrima de los nuevos códigos que irán estructurando la madurez. Es un periodo que nos traslada de nuevo al Estudio de las Montañas de Piaget, a ese egocentrismo cándido que, con hormonas de por medio, se convierte en una introspección hedonista del yo. El cineasta polaco Michał Marczak indaga sobre las sensaciones del último estadio de la juventud en una ficción en formato documental sobre la amistad entre Krzysztof y Michal; un relato episódico con claras trazas autobiográficas que define las contradicciones de una etapa de ensayo y error. Ambos habitan en la noche, como depredadores de su propia vida. De fiesta en fiesta, consumen y bailan hasta que llega el frenesí sexual. Es una conducta psicopática y reiterativa; que retrata un inconformismo perenne, y que tiene como cuota una erosión emocional y personal que se fundirá con la desilusión propia que acompaña al futuro. Sabemos, desde el comienzo, que Krzysztof ha sufrido un desengaño amoroso. No sabemos, en cambio, si es coyuntura o espoleta del transbordo a la vanidad que veremos a continuación. Entre música techno, los amaneceres se suceden hasta que llega el ocaso. Ese impasse para los dos protagonistas que acentúa el individualismo del nuevo ciclo. Marczak demuestra talento en la construcción del mundo de ambos. Un universo idealizado, desarrollado en el lado cool de la Varsovia vanguardista. La cámara no solo ama a sus protagonistas, también a su entorno. All these sleepless nights es un relato sobre esas estrellas que creímos que siempre estuvieron al alcance, de todos esos sueños que supusimos viables, y, ante todo, de todas esas noches en las nos sentimos invencibles. La obra de Marczak es un prodigio que rompe los moldes del formato y que dibuja con pasión un ciclo al que le dijimos o diremos adiós. (80 de 100).

    Swiss army man

    SWISS ARMY MAN

    Daniel Scheinert, Daniel Kwan, Estados Unidos, 2016 / FUERA DE COMPETICIÓN.

    ¿Puede tener algo más una película sobre flatulencias y masturbación? Swiss Army Man, desde luego. Guardadas las expectativas en un cajón profundo de nuestro cerebro, el filme de los Daniels funciona, eso sí, hasta cierto punto. El público checo se ha reído con el sinfín de ocurrencias escatológicas que discurren durante su hora y media de metraje, anunciadas por un prólogo que remarca que el asunto tiene cuerpo gaseoso. Y no solo por la trama, también por su desarrollo. Lo que comienza en un delírium trémens, con un náufrago al borde del suicidio que encuentra un cadáver cuya descomposición emite una serie de sonidos, pasa a un interesante estudio sobre el amor y las relaciones que, finalmente, deviene, de nuevo, en otra ingesta de opiáceos, esta vez, con mucho menos encanto que el primer tercio. Manny, el cadáver de marras que se convierte en una navaja multiusos, se revela como el álter ego de Hank, un joven del que apenas conocemos background. Tan solo el fondo de pantalla de su móvil, que nos desplaza a un sueño o elucubración con una mujer (Mary Elizabeth Winstead) como epicentro. Manny es un apéndice de Hank, de sus vacíos y sentimientos. La relación entre ambos, un deus ex machina en toda regla, logra que los humores y ventosidades pasen a un simple mecanismo cómico. Llega el momento de reflexión y el existencialismo, sobre todo por la visión que ofrecen los directores sobre el romance y las relaciones contemporáneas. De cómo el poder de sugestión de los cánones sociales actuales nos alejan de una realidad invariable. Swiss Army Man habla de la soledad, pero también esos huecos del alma que jamás podrán ser completados. Desde un bromance con trazas homoeróticas, Dan Kwan y Daniel Scheinert logran instantes mágicos de una profundidad inesperada. Desgraciadamente, justo cuando llega la hora de los valientes, retoma los senderos iniciales que convergen en un final incongruente y poco satisfactorio. Incluso con todos estos defectos, el filme contiene una serie de detalles (esa visión antropólogica del romance norteamericano), que unido a su clara aspiración para satisfacer al gran público, por los que merecen una visita al cine. Aunque solo sea para contagiarse de su humor malsano. (50 de 100).


    Emilio M. Luna
    © Revista EAM / 51º Festival de Karlovy Vary



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