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    Crítica en serie | Billions (T1)

    Billions

    Un thriller por entregas

    crítica de Billions / Primera temporada.

    Showtime / 1ª temporada: 12 capítulos | EE.UU, 2016. Creadores: Brian Koppelman & David Levien & Andrew Ross Sorkin. Directores: Neil Burger, James Foley, Scott Hornbacher, Neil LaBute, Stephen Gyllenhaal, John Dahl, Susanna White, Karyn Kusama, Anna Boden, Ryan Fleck, Michael Cuesta. Guionistas: Brian Koppelman, David Levien, Andrew Ross Sorkin, Willie Reale, Wes Jones, Heidi Schreck, Young Il Kim, Peter K. Blake. Reparto: Paul Giamatti, Damian Lewis, Maggie Siff, Malin Åkerman, Toby Leonard Moore, David Costabile, Condola Rashad, Daniel K. Isaac, Susan Misner, Frank Harts, Ilfenesh Hadera, Kelly AuCoin, Dan Soder, Terry Kinney, Glenn Fleshler, David Cromer, Ivan Martin, Nathan Darrow, Jacob Knoll, Jeffrey DeMunn, Christopher Paul Richards, Jack Gore, Stephen Kunken, Rob Morrow, Louisa Krause, Malachi Weir, Sam Gilroy, Ali Ahn, Kaliswa Brewster, Ruben Santiago-Hudson, Arthur J. Nascarella, Catherine A. Callahan, Franco Gonzalez, Kira Visser, Kate Arrington, Annapurna Sriram, Zachary Unger, Alexa Swinton. Fotografía: Jake Polonsky, Radium Cheung, Eric Steelberg. Música: Eskmo.

    ¿Qué quieren contar los creadores de Billions? Vista la primera temporada de esta serie que prometía tanto, no está muy claro. Es un ataque a los multimillonarios, es una crítica a un sistema de justicia demasiado lento. Es una cruel burla a los valores americanos, o quizá nada de esto. O todo a la vez. Y es que da bandazos tonales y de interés a lo largo de una docena de episodios capaces de ofrecer lo mejor y lo peor. Un tono de thriller con deudas a algunos grandes clásicos de los años 70, la era del entretenimiento para adultos, que no termina de casar bien con los aspectos más humorísticos de la propuesta, sobre todo en el día a día de las oficinas de Axe Capital. Lo que sucede es que el dúo Brian Koppelman & David Levien, unidos para la gestación de la serie con el economista y escritor Andrew Ross Sorkin, vienen del mundo del cine, y trasladan un poco de esa mentalidad al formato de larga duración. Esto son doce horas en lugar de dos, y parece que serán muchas más (ya hay segunda temporada firmada gracias a los espectaculares resultados de audiencia) mientras se pueda mantener el prestigio, o al menos su apariencia. Porque este drama tiene tanto de calidad como de apariencia de calidad, y está tan bien rodado como cuestionablemente planeado. El resultado final, de momento, es mucho mejor que peor, pero la amenaza del absurdo acecha. ¿Quizá sea inevitable tratando lo que trata?

    Billions cuenta la investigación del fiscal Chuck Rhoades sobre el multimillonario Bobby Axelrod, al enterarse de que ha sacado beneficio de manera ilegal, con tráfico de influencias. Complica la situación que esté casado con Wendy, psicóloga de Axel Capital y amiga de Bobby desde hace años. Así, la temporada desarrollará de forma paralela –con algunos cruces aquí y allá– la vida en ambos lugares de trabajo y en los hogares de algunos personajes concretos, los más cercanos al meollo de la cuestión: Chuck quiere humillar a Bobby porque está harto de que gente así se salga con la suya, pero también está exorcizando sus demonios internos, aquellos que hablan de celos y sentimientos de inferioridad. Que Wendy sea psicóloga no es una excusa argumental para darle un aura de inteligencia, sino uno de los puntos centrales del relato. Y ese es uno de esos puntos tan propensos al ridículo, la importancia que los personajes le dan a diseccionar sus emociones y sentimientos. De hecho, bordea en más de una ocasión el chiste involuntario, aunque el talento del elenco y algunas frases brillantes salvan la situación. Un reparto variado, mezcla de caras conocidas y desconocidas –muchas de la escena neoyorquina, ciudad donde se graba la serie–, y que tiene en Damian Lewis y Paul Giamatti dos conflictivas joyas, porque ambos tienen tanto talento como tendencia al exceso (véase la escena que despide la temporada). Los que mejor parados salen son los capaces de encontrar un punto intermedio entre la mesura y lo hiperbólico, con mención especial a Maggie Siff, David Costabile y Condola Rashad.

    Billions

    «Billions no puede ser un thriller de Pakula o Coppola, porque el mundo que reflejan sólo puede existir en pleno 2016: los egos del hombre moderno».


    En ese equilibrio tan propio de los dramas corales del mundo del cable es donde se mueve esta propuesta, con dos núcleos dramáticos claros (las dos parejas protagonistas) pero dedicando tiempo a los jugadores secundarios del asunto, con algunas caracterizaciones muy afortunadas como la del siniestro solucionador de problemas al que da vida Terry Kinney, y que rima con la evidente inspiración setentera que ya hemos apuntado. Pero, por mucho que quieran los creadores, Billions no puede ser un thriller de Pakula o Coppola, porque el mundo que reflejan sólo puede existir en pleno 2016. Los egos del hombre moderno –esta serie es netamente masculina, por muy interesantes que sean Ellas– en posiciones de poder, la frenética vida del mundo de las acciones y la infantilización generalizada del ser humano en un mundo donde las nuevas tecnologías son parte crucial de nuestra existencia. En el fondo, lo que está contando este drama es un duelo de machos, donde la parte más retorcida es que el criminal pierde por el camino mucho menos que el hombre de la ley, que acaba la temporada en crisis matrimonial y con posibles problemas profesionales.

    El núcleo familiar de los Axelrod recibe mucha más atención en pantalla y plantea cosas muy interesantes con el contraste niño rico/niño pobre de toda una generación de críos inútiles, acostumbrados a no trabajar para conseguir las cosas. Al matrimonio Rhoades le pasa lo mismo que a muchos dramas en televisión y cine, que los hijos son invisibles y casi que sólo existen en el plano teórico, para demostrar que la pareja tiene responsabilidades y un hogar. La idea es que su rivalidad se convierta cada vez en algo más personal, de ahí que haya muy pocos encuentros físicos entre los personajes, porque hay que reservárselos para cuando haya algo que contar. Hasta llegar a esos diferentes instantes climáticos, la temporada no pierde el tiempo a la hora de entrar de lleno en los conflictos que le van a dar sentido, y en apenas doce entregas plantea varias acusaciones contra Axe Capital, hace a los personajes partícipes de ese enfrentamiento, pone las cosas difíciles a ambas partes y poco a poco construye el escenario ideal para que al final se vuelva al principio, si acaso con Chuck y Bobby más tocados de lo que esperaban estarlo. Es un duelo de titanes, uno que no parece que ninguno pueda ganar sin aniquilar al otro por el camino. La batalla entre la influencia del dinero o el poder de la ley, más que pertinente en la actualidad y atractiva para el espectador que no suele tener acceso a estos procesos a puerta cerrada. Pero, y ahí está la cruz, mantener ese único punto de partida (uno contra el otro) durante doce horas requiere giros de guión, requiebros en las lealtades, desconfianzas y traiciones. Y ahí Billions no ofrece nada que no hayamos visto, y en más de una ocasión. Lo sugerente de su propuesta visual –que sorprende porque las series de Showtime no suelen invertir en parecerse a cine– y la cantidad de tramas y subtramas (no suele verse mucho a un matrimonio que practica el BDSM) que maneja hacen imposible aburrirse a la audiencia, pero sí tener más de un déjà vu con las idas y venidas de los personajes, con sus problemas internos y profesionales, y las soluciones que ofrecen a estos. Si además la narrativa está construida de manera que haya espacio para el discurso climático donde un personaje salva la situación y deja las cosas claras, el resultado no puede ser todo lo que grande que apuntaba desde su premisa. Que la segunda temporada sea una oportunidad para pulir esas aristas y hacer que el drama brille como tiene el potencial de hacerlo. | ★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla



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