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    Crítica | Filth

    Filth

    Revolcarse en el charco

    crítica de Filth, | Jon S. Baird, 2013

    A veces, la evolución del cine nos deja llamativas repeticiones. En 1996, un entonces desconocido director llamado Danny Boyle consiguió crearse una reputación con su segundo largometraje, Trainspotting. Una adaptación de la primera novela del escocés Irvine Welsh. Dieciocho años después, tenemos a un desconocido director también escocés que, para su segundo largo, ha escogido la segunda novela de Welsh, Filth (en España traducida como Escoria). Con lo que los precedentes ya nos ponen unas expectativas bastante definidas de drogas, violencia, personajes desquiciados, escenarios marginales y un humor negro alérgico a cualquier brote de moralina. Expectativas que, al menos en la primera aproximación, no van muy desencaminadas. Porque Filth, película, hace honor a su título desde sus compases iniciales. Marcando el tono de fascinación por la mugre en un par de planos que nos muestran una boca de metro desde su suelo lleno de colillas, con las paredes churretosas manchadas de grafitis y un Papá Noel meando contra la barandilla. Para luego pasar a la escena, igual de obscena, que expone la excusa argumental: un grupo de hooligans apaleando a un asiático. Excusa argumental porque el filme tiende a marcar el ritmo mediante las andanzas dispersas de su también disperso protagonista, más que a través de una trama demasiado definida.

    El detective Bruce Robertson, al que da vida un volcado James McAvoy, se nos presenta como el policía más sucio de la ciudad de Edimburgo. Violento, misógino, racista, homófobo, desleal, engreído, y dispuesto a destrozarles la vida a sus compañeros con tal de obtener el ascenso que desea. Su presentación ante las cámaras tiene mucho de esa verborrea británica a lo Guy Ritchie que se expresa tanto en ráfagas de líneas de guión recitadas con un acento escocés perfectamente ininteligible, como en un montaje nervioso, de planos fugaces, fotografía efectista y una banda sonora que construye el ritmo a base de cortes de hits rockeros. Baird, al igual que esa generación de directores “post Danny Boyle” en la que parece encuadrarse, se preocupa por subrayar su rechazo a cualquier juicio de valor. Lo hace cargando contra todos y cada uno de los tabúes que impone la corrección política contemporánea. Hay sexo a lo animal, onanismo, y muchas rayas de coca. Chistes sobre nazis, homosexuales, racismo y mujeres. Sobre todo en el primer tramo de la película, que parece dejarse contagiar por los defectos de Bruce y lanzarse a revolcarse con ellos en el charco. La metáfora, por cierto, no es gratuita: uno de sus símbolos más recurrentes es la aparición de cerdos como trasunto del propio Bruce, que se desata en sus curiosos créditos finales.

    Filth

    No obstante, cuando Filth empieza a repetirse en su estructura de celebración del hijoputismo, aparecen los primeros trucos. Desdiciendo a las expectativas que genera la primera descripción del personaje, Baird lleva la pasión por la sordidez desde el exterior hacia el fuero interno de su protagonista. Y aparece el desconcierto. Lo que en un principio se nos presentaba como la sólida armadura de Bruce se va desmoronando poco a poco. El monstruo deja ver sus heridas abiertas, explicita su propia locura y deja al descubierto los engaños que él mismo se había construido. Aparece entonces uno de los aspectos más interesantes de la novela de Welsh: el flujo de conciencia de Bruce. Aunque en manos de Baird, este aspecto tiene mucho menos de psicologismo y mucho más de exploración alucinatoria de la locura. James McAvoy va explicitando en sus gestos un progresivo derrumbe personal, a la vez que la cámara va introduciendo elementos de onirismo enfermizo. Visiones con animales deformados, “malos viajes”, y sobre todo la presencia de Jim Broadbent encarnando a un extravagante doctor que representa el reconcome interno de Bruce. Un personaje que, unido a ciertos guiños a la animación infantil, añade al tono de humor negrísimo una inquietante atmósfera de cuento para niños degenerado en pesadilla. Así, Filth, con ritmo salvaje y nervio de cocainómano en pleno subidón, nos introduce en un continuo juego con nuestras expectativas. Encantada de su propia bipolaridad, la película es capaz de pasearnos a placer entre el desprecio y la compasión por su protagonista. Y en su empeño por resultar inclasificable, juega a confundir sus tonos. La comedia negra se adereza con amagos de sentimentalismo y algún toque de nihilismo más serio. Pero, tras un final en el que Baird vuelve a jugar con las expectativas y se permite romper la cuarta pared para interpelarnos como espectadores acostumbrados a ciertos tópicos, queda claro que, ante todo, Filth es una película concebida para tirarse un pedo en nuestra cara. Y que la broma nos haga gracia. | ★★ |

    Miguel Muñoz
    redacción Madrid

    Reino Unido, 2013. Director: Jon S. Baird. Guión: Jon S. Baird (basado en la novela de Irvine Welsh). Productora: Steel Mill Pictures / Logie Pictures / Altitude Film Entertainment. Fotografía: Matthew Jensen. Montaje: Mark Eckersley. Banda sonora: Clint Mansell. Intérpretes: James McAvoy, Imogen Poots, Jamie Bell, Joanne Froggatt, Eddie Marsan, Jim Broadbent, Emun Elliott, Kate Dickie, Shirley Henderson, Ron Donachie.

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