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    Crítica en Serie | Con C mayúscula

    The Big C

    EL VIAJE DE CATHY JAMISON, COMO EL DE TANTAS MUJERES

    crítica de Con C mayúscula | The Big C, 2010-2013

    Showtime / 4 temporadas: 40 capítulos. | EEUU, 2010, 2011, 2012, 2013. Creadora: Darlene Hunt. Directores: Michael Engler, Craig Zisk, Jennifer Getzinger, Jann Turner, otros. Guionistas: Darlene Hunt, Jenny Bicks, Melanie Marnich, Cara DiPaolo, Mark Kunerth, Hilly Hicks, Jr., otros. Reparto: Laura Linney, Oliver Platt, John Benjamin Hickey, Gabriel Basso, Gabourey Sidibe, Phyllis Somerville. Fotografía: John Thomas, Michael Caracciolo. Música: Marcelo Zarvos.

    Bravo, Showtime. No tanto Darlene Hunt, creadora de la serie o la gran Laura Linney por protagonizarla, que también, sino la cadena por dejar que terminara. Y es que la conclusión de Con C mayúscula, en forma de miniserie de 4 capítulos de 55 minutos de duración es una respuesta original y comprometida a contar la historia de Cathy hasta el final. Una comedia de 28 minutos cambia su formato y adquiere hasta un subtítulo -”El Más Allá”- para remarcar su carácter excepcional y no dar una imagen terrible como cadena. Hay series canceladas constantemente, y las audiencias de ésta no le auguraban un recorrido mucho más largo, pero cuando el leimotiv de la serie es un tema tan poderoso y presente, merece una conclusión. La serie ha tenido el tiempo justo para narrar el cáncer de Cathy Jamison -melanoma, no cáncer de mama, una gran elección para universalizar el tema- y cómo afecta a su universo. Desde el primer momento sabemos que no se va a curar, que tarde o temprano morirá, y nuestro tiempo con ella es limitado. Cada temporada trata de acompasar las fases de la enfermedad.

    Con un piloto con pedigrí -dirigido por el oscarizado Bill Condon y con el enésimo salto de una estrella de cine a protagonizar y producir su propia serie, Linney-, la serie comienza in media res, una opción inteligente. Cathy ya tiene cáncer, ya está discutiendo con su doctor las opciones y ya está determinada a hacer cambios en su vida, sin decirle a nadie que está enferma. Deja a su marido, cambia su actitud respecto a la enseñanza y disfruta de la vida. La primera temporada es sin duda alguna la mejor de las cuatro, donde la frescura y la vitalidad de la reconvertida protagonista era contagiosa. Aunque nunca dejó de serlo del todo, y ese es el gran problema y el gran defecto de Con C mayúscula. Una protagonista todoterreno que arrasa con todo, incluido el interés sobre el resto de personajes. Aunque todos tienen tramas, lo cual es de agradecer al equipo de guionistas, Cathy tiene las más interesantes -su aventura, el equipo de natación, las visitar al bar con nueva identidad, la pareja embarazada...-, casi nunca el resto (excepto Paul y la cocaína, tema tratado con una bienvenida falta de dramatismo, y Adam con Poppy, un buen juego de fantasmas futuros), que suelen ser convencionales y poco profundas, aunque se intente lo contrario. La temporada se benefició de la dinámica de Cathy luchando contra lo inevitable y culmina con un capítulo que se cierra con sorpresa y deja para el recuerdo una preciosa escena en un almacén de alquiler. Con la progresión de la serie, se tocaron muchos de los temas que vienen con una enfermedad así. Lo que hace en la familia, lo que significa socialmente, lo que repercute económicamente y cómo los pacientes establecen dependencias casi religiosas de la medicina. Pero el retrato de Cathy no es el de cualquier persona que pase por un cáncer. Hunt y sus guionistas lo dejan claro al darle una personalidad tan marcada al personaje y no usar sus vivencias como metáforas generalistas. Oliver Platt como Paul, marido de Cathy y Gabourey Sibide como Andrea, alumna en la que toma un especial interés y que se queda en el mundo de los Jamison con una excusa algo forzada, completan el reparto, en el que destaca especialmente John Benjamin Hickey con un personaje bombón: el hermano bipolar y extremo ecologista de Cathy. Su actitud desvergonzada proporciona algunos de los momentos más divertidos de la serie, aunque la moralina le infecte y sea domesticado con medicación. También hemos sido testigos de la evolución del joven Gabriel Basso como Adam, el hijo y la perspectiva más incorrecta pero realista en cuanto al asunto. Adam se enfrenta mucho a Cathy, confuso en sus propios sentimientos. Es valiente por parte de Hunt el mantener la disputa durante la mayor parte de la serie, aún cuando ambos personajes puedan resultar antipáticos al espectador.

    The Big C

    Con C mayúscula fue algo pionera también, junto a Nurse Jackie (2009-), en poner en marcha una técnica “autoral/anticrisis” para las series por cable. Durante su segunda y tercera temporada, un/a director/a rodaba 2 capítulos seguidos. Una manera curiosa de ahorrar dinero a la que muchas sitcom recurren y que también garantiza que los directores invitados puedan desarrollar un poco de discurso propio en una hora. Otro signo de serie de renombre es su desfile de estrellas invitadas. La serie puede presumir de algunos nombres de altura: un divertido Liam Neeson, la siempre eficaz Cynthia Nixon en un interesante arco de 15 episodios, Hugh Dancy como un enfermo que lleva 12 años batallando la enfermedad o Parker Posey en un papel con sorpresa. Esos son los que mejor parados salen, porque también participan Alan Alda, Kathy Najimi, Allison Janney, Brian Cox, el diseñador Isaac Mizrahi haciendo de sí mismo o Susan Sarandon con personajes peor trazados, puramente instrumentales y a los que estos buenos actores les cuesta dar tridimensionalidad. Aunque merece ser destacada una conversación entre Linney y Sarandon, que termina con un beso, donde el talento de ambas conmueve y sobrepasa la pantalla con su fuerza. En su búsqueda de profundidad, la serie trató con temas serios, el más evidente cómo prepararnos ante la muerte, pero también la religión. La tercera temporada, la más floja de todas, incluye una trama donde Adam se acerca a la iglesia para tratar de entender su situación familiar y quizá encontrar consuelo. El problema es que está mal tratada, no pasa del tópico, de unas proclamas mil veces oídas. El tema se toma en serio, sin hacer mofa y tratando de convidar las dudas del joven, pero la espiritualidad no se acerca a manifestar en ningún momento. Así como la vuelta a sus raíces africanas por parte de Andrea, que cambia de nombre y reclama respeto por su linaje. Una trama interesante que no provoca sino indiferencia.

    La conclusión del viaje de Cathy, aprovechando ese nuevo formato de 4 horas, despertaba la curiosidad. El cambio de duración está integrado perfectamente, no da la impresión de alargado ni de estar escribiendo dos episodios en uno. Darlene Hunt plantea un salto de varios meses entre cada capítulo, con la intención de acompasar los últimos meses de Cathy con las estaciones. Esta opción ataca la credibilidad de la historia, sobre todo en el último salto, donde no es factible que la protagonista sobreviva viendo su estado en Calidad de muerte (4.3). El desenlace es algo precipitado, con unas cuantas sorpresas y un sabio uso del off. Y se cierra como pocas series pueden o saben hacer, formando un círculo perfecto con el piloto que nos despide con una sonrisa agridulce. ★★★★★

    Adrián González Viña.
    crítico de cine & series de televisión.

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