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    Cine Alemán Siglo XXI

    CINE CLUB | EL CIGARRO DE LA LOCURA (1936)

    El cigarro de la locura (1936), de Louis Gasnier
         Podríamos afirmar que el fenómeno de las explotation movies (películas de explotación) es casi tan antiguo como el mismo cine. Con el objetivo prioritario de hacer dinero a costa de un tema tabú para las grandes productoras mostrándolo de la forma más escandalosa y exagerada posible, estas películas a menudo eran presentadas con fines educativos para evadir cualquier ataque de la censura. Pero de educativas nada: lo que de verdad mostraban era todo aquello que el espectador quería ver y no era accesible en los circuitos comerciales hollywoodenses. Películas que plasmaban la violencia de forma cruda, el sexo de una manera desbocada y que planteaban cuestiones bajo la dudosa moralidad de estar educando a su público potencial. Los temas eran todos aquellos que dieran pie a convertir una historia tabú para las grandes productoras de Hollywood en algo plagado de violencia, sexo y conductas desviadas: matrimonios con niñas, trata de blancas, prostitución, el consumo de drogas, la homosexualidad, las enfermedades venéreas, películas de partos y educación sexual (léase desnudos)… Ya sabéis, lo que nunca debéis hacer y todo aquello sobre lo que debéis prevenir y educar a vuestros hijos. Estrenadas en cines marginales de las ciudades o en los pueblos, la gente acudía en masa a verlas, tanto por el morbo como porque de verdad había quien esperaba aprender algo en ellas. Así, las películas de educación sexual atraían mayoritariamente al público femenino en una época donde acceder a estos conocimientos era difícil. Eran un negocio boyante y seguro, y solo a partir de finales de los sesenta la cosa comenzaría a ponerse seria de verdad buscando cada vez más traspasar el límite que Hollywood no se atrevía a cruzar. Era una huida hacia adelante sin salida: cuanto más permisivo era Hollywood con sus películas, más líneas rojas debían atravesar las explotation movies en busca de su público.

    El cigarro de la locura (Reefer Madness/Tell Your Children), dirigida por Louis Gasnier en 1936, es un ejemplo perfecto de este tipo de cine. Una auténtica explotation movie que se vale del mensaje anti-marihuana para mostrarnos un montón de escenas fuertes, hoy simpáticas e inocentes por lo exageradas. La película comienza con un texto previniendo sobre lo que se va a ver, más buscando llamar la atención del espectador en plan barraca de feria que de verdad poniéndolo en antecedentes. A continuación, un discurso que se extiende durante sus buenos ocho minutos pronunciado por un supuesto doctor, director de un colegio, a una se pretende que atenta audiencia de padres. El discurso resulta algo siniestro, la verdad, no solo por sus contenidos sino porque el nombre del actor me resulta particularmente aterrador: Joseph Forte. El tipo desgrana impertérrito casos reales: un joven de 16 años que asesina a su familia con un hacha por haberse fumado un porro, una joven de 17 rescatada de las garras de cinco chicos que se la estaban trajinando (ella encantada gracias a haberse fumado un porro). Explica que su consumo es más peligroso que el de la heroína y la cocaína y que incita a matar y violar. Y cuidado con el encantador mensaje final: esto LE PUEDE ESTAR PASANDO A TU HIJO. No olvidemos que el objetivo de estas pelis era mostrar conductas cuanto más desviadas mejor, por lo que todas sus exageraciones acerca de la marihuana no deben tenerse en cuenta ya que lo único para lo que está ahí la planta de marras es para ofrecernos lo ya comentado: asesinatos, peleas, sexo desbocado, un intento de violación y gente bailando enloquecida esa música del infierno llamada jazz.

    Hoy considerada un clásico del cine barato tras su recuperación en los años 70, ha devenido película de culto debido a lo ridículo de su guion (y lo delirante de algunas de sus escenas) repleto de reacciones tontas, exageradas, personajes que actúan no según su carácter sino como lo demanda el libreto (así Ralph, interpretado por el actor, escritor y director para la televisión Dave O’Brien, que de malvado sin entrañas de repente se transforma en alguien con sentido de culpa y remordimientos, aunque claro, igual también es este otro efecto de la droga)… En fin, un cúmulo de despropósitos con un guion que avanza a golpe de causalidades imposibles y carambolas de sacar la pandereta. Lo curioso es que aún hoy esta película, junto a las risas, provoca enérgicas y en verdad airadas protestas. ¡Pero si ya sabemos que es una exageración! Pues no, basta buscar un poco por internet para leer cómo los alucinados de turno rellenan folios y folios explicando en serio que la marihuana no provoca esos efectos. De verdad que no distingo quién hace más el ridículo, si una película de 1936 hecha sin dinero y propagandísticamente infame o quienes en pleno siglo XXI se la siguen tomando en serio. O peor, se ríen de ella mientras al tiempo se van encorajinando por su mensaje. En fin, no lo niego, la atacan tan despiadadamente que ya uno le empieza a tomar cariño. Y más cuando uno imagina a su director, Louis J. Gasnier, metido en semejante embolado, hundido en las catacumbas del cine de explotación.

    Reefer Madness
    Fotograma de 'El cigarro de la locura', de Louis Gasnier
          
         Forjado en la mítica productora francesa Pathé, la carrera de Gasnier pronto se dispara hacia el éxito dirigiendo en la primera década del siglo XX cortometrajes protagonizados por uno de los grandes actores del cine cómico mudo: Max Linder. Linder está hoy día considerado el verdadero creador de la comedia enloquecida que después heredarían genios tan grandes como él pero no olvidados como sí lo está el gigantesco Linder. Llegó a dirigir sus propios cortos y su fama devino internacional, pero la Primera Guerra Mundial cortó en seco su carrera. Gaseado en el frente, enfermó y ya nunca pudo recuperarse. Un intento de rehacer su carrera en los Estados Unidos fracasó, y la ayuda que en Francia le prestó un director amigo como era el gran Abel Gance aceptando rodar para él el magnífico cortometraje, tan divertido como experimental, El castillo de los fantasmas (Au secours!, 1924), no fructificó. Max Linder se suicidaría un año después.

    En el año 1914 pocos directores como Gasnier pudieron disfrutar del éxito popular que él obtuvo con el rodaje del serial Los peligros de Paulina (The Perils of Pauline, codirigido por Donald MacKenzie), el exitoso intento de la Pathé de trasladar a los Estados Unidos el formato cinematográfico con el que Louis Feuillade había revolucionado al mundo. Su protagonista, Pearl White, se convirtió en la heroína en peligro constante más amada por todos, la reina de los seriales. En el año 1947 una película dirigida por George Marshall con el mismo título, Los peligros de Paulina (The Perils of Pauline), con Betty Hutton interpretando a Pearl White, rememoraba al estilo hollywoodense más edulcorado la vida de la actriz. Una película con muy poco interés, la verdad, salvo los breves momentos en que se detiene en mostrarnos cómo se suponen que eran los locos rodajes en la época del mudo, una imagen bastante alejada de la realidad pero aun así entrañable de imaginar así.

    Louis Gasnier pasa al sonoro y no se adapta a la nueva manera de hacer películas. Dirigirá entre 1933 y 1934 cuatro películas protagonizadas por Carlos Gardel rodadas en español para el público latino en los estudios de la Paramount en Francia. No es que sean grandes películas, pero quedan como el recuerdo de ese intento de hacer de Gardel una estrella cinematográfica. Como curiosidad, añadir que una de estas películas, Melodía de arrabal (1933), cuenta con el coprotagonismo de Imperio Argentina. A pesar de esto, Gasnier fue uno de tantos de los que se ahogaron en el proceso del paso del cine mudo al sonoro. 

    Me he perdido como a cientos de años luz. Ya va siendo hora de volver a El cigarro de la locura, que al fin y al cabo se supone que es la película sobre la que iba a escribir… En fin, podemos ver en ella, herencia del trabajo de Gasnier en el mudo, cómo la mayoría de los planos están rodados en plano general, con los actores como si estuvieran en el escenario de un teatro, tan propio de las películas del inicio del cine. Cuando al fin llega el primer plano medio uno respira casi aliviado, así lo mismo con los poquitos travellings que puntualmente dan un aire de dinamismo a las mortecinas escenas. Aquí los que de verdad parecían estar bajo los secundarios efectos amodorrantes de la marihuana eran los miembros del equipo. El guion es infame, sí, pero Gasnier parece sacar fuerzas de donde no hay y pese a todo consigue algún que otro buen plano, aunque igual es que lo quiero ver todo con cariño y me ciego. Así, en una de las secuencias finales, cuando en un juicio se reúnen los miembros del jurado para deliberar si el triste protagonista es autor o no de un crimen, vemos como una pequeña anilla cuelga del techo y forma una sombra sobre la pared. El veredicto apunta a que lo van a condenar, y de pronto la sombra de la argolla que pende de un hilo se transforma en la soga de un cadalso. Es en esta reunión del jurado para deliberar cuando también se apunta lo que hubiera sido un giro de guion muy interesante: uno de sus miembros plantea la posibilidad de que el acusado sea inocente, como si un antecedente de esos míticos Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1957) se tratara, pero la subtrama es abandonada apenas el actor acaba de decir su frase. Lo que interesa no es tratar un tema a fondo y con todas las consecuencias: lo que interesa es ver cómo el protagonista se hunde en un foso de miseria y horror debido a la marihuana. Igual podría haber sido por haberse bebido una botella de vino, pero lo que estaba prohibido era el consumo de la planta.

    Como complemento a esta película, recomiendo encarecidamente ver el documental American Grindhouse (Elijah Drenner, 2010), que pese a su coyuntural título lo que nos cuenta en realidad, aunque le dedique unos minutillos a lo que explicita su título para cumplir con el pago debido, es la apasionante historia del cine de explotación, o la historia de las explotation movies de manera apasionante, como queráis. Diversos estudiosos y directores de cine nos van desgranando tanto esta historia como su experiencia en un relato absorbente y maravilloso. Y no solo por el alucinante plantel de directores entrevistados, que ya solo por eso merece la pena. Decir que destaca de entre todos un brillante, divertido e inspirado John Landis, al que solo le puede seguir, y de lejos, un Herschell Gordon Lewis fantástico en su manera de tomarse en serio de puro cachondeo.

    Y como apéndice obligado, a continuación podéis ver un cortometraje dirigido por Louis J. Gasnier en 1908 protagonizado por el gran Max Linder: Le premier cigare d’un collégien. Pareciera que los males del fumeteo obsesionaran al director desde los inicios de su carrera. En fin, cinco minutos que tienen más vida y emoción que los casi setenta de Reefer Madness. Y hasta, si me apuráis, más cambios de plano. Si alguien duda sobre la influencia que Linder tuvo sobre los grandes del cine cómico mudo, observad sus reacciones cuando comienza a aspirar ese cigarro primerizo que le sienta tan mal. Y ponedle a ese rostro el de Charles Chaplin en cualquier escena semejante, que tiene más de una. Lo dicen las imágenes, no solo los libros de historia.

    José Luis Forte.
    escritor.



    USA, 1936. Título original: Reefer Madness/TellYour Chidren. Director: Louis Gasnier (Louis J. Gasnier). Guion: Arthur Hoerl, según un argumento de Lawrence Meade; diálogos adicionales de Paul Franklin. Productora: George A. Hirliman Productions. Productores: George A. Hirliman y Dwain Esper. Fotografía: Jack Greenhalgh. Intérpretes: Dorothy Short, Kenneth Craig, Lilian Miles, Dave O’Brien, Thelma White, Carleton Young, Warren McCollum, Patricia Royale, Joseph Forte.

    Reefer Madness poster

    Reefer Madness poster
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