|| Críticas | SSIFF 2025 | ★★★★★
Historias del buen valle
José Luis Guerín
Historias para no olvidar
Miguel Martín Maestro
Valladolid |
ficha técnica:
España, Francia, 2025. Título original: «Historias del buen valle». Dirección y guion: José Luis Guerín. Compañías: Los Ilusos Films, Perspective Films, Orfeo Iluso AIE, 3CAT. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2025. Distribución en España: Wanda Visión. Fotografía: Alicia Almiñana. Montaje: José Luis Guerín. Música: Anahit Simonian. Sonido: Maximiliano Martínez, Pablo Rivas Leyva. Reparto: (no aplica, documental). Duración: 122 minutos.
España, Francia, 2025. Título original: «Historias del buen valle». Dirección y guion: José Luis Guerín. Compañías: Los Ilusos Films, Perspective Films, Orfeo Iluso AIE, 3CAT. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2025. Distribución en España: Wanda Visión. Fotografía: Alicia Almiñana. Montaje: José Luis Guerín. Música: Anahit Simonian. Sonido: Maximiliano Martínez, Pablo Rivas Leyva. Reparto: (no aplica, documental). Duración: 122 minutos.
El cine documental puede tener mucho de aleatorio y azaroso, pero también es intervención y guion, un «work in progress» como se dice ahora, pero siguiendo algún tipo de rumbo, aunque la ruta se cambie conforme los azares se presentan. Si se quiere construir un retrato ciudadano sobre un barrio resulta básico, y funcional, escoger, por unas u otras razones, a las personas que van a mostrar ese entramado de experiencias. De esta forma, y como tanto le gusta a Guerín, su cámara enfoca los rostros y las primeras palabras de muchos de los seleccionados para participar en la experiencia. Niños y ancianos, payeses y profesionales liberales, mujeres y hombres, personas del sur de España y personas de Sudamérica, africanos y europeos, vecinos de siempre y recién llegados, una radiografía perfecta de la composición social de un barrio que no deja de ser reflejo multicultural de un país que ha cambiado profundamente a lo largo del siglo XXI sobre todo. No estamos ante un simple catálogo de rostros y experiencias, puede haber anécdotas sentimentales o divertidas, apariciones más estelares que otras pero hay armonía en el conjunto y sobre todo hay un propósito decidido de mostrar pasado, presente y futuro del barrio. La película, sin alarmar, habla de una amenaza y de un mundo que, casi, ha acabado.
Hay tanto respeto en las imágenes del director que su película fluctúa entre el optimismo humanista de Renoir y la rebelión de los nadie de la Varda de Los espigadores y la espigadora, del baño veraniego al trasplante de un huerto que, abandonado por una familia india, es aprovechado por una familia portuguesa como improvisado recuerdo de un ausente. El poso nostálgico de la gente mayor, quienes pasean por las ruinas de lo que fueron aquellas primeras construcciones alegales conteniendo apenas su emoción, levantadas al amparo de la noche y en colaboración entre los vecinos, se contrapone a la vitalidad de la gente joven, que ya no tienen ese sentimiento de pertenencia y padecen más las carencias del barrio que su situación en medio de una naturaleza que subsiste amenazada por el ladrillo y la especulación. El dardo lo lanza uno de los más jóvenes protagonistas, apenas un niño que, asomado al cristal de su ventana (esos bellos planos finales donde el cristal refleja interior y exterior de lo que se mira y de lo que vemos, colocando al espectador dentro del paisaje y en el interior de las viviendas) le dice a su hermana que no le gusta que el barrio cambie tanto. Es el grito de alerta de un niño muy espabilado que, a su manera, dice lo mismo que el grupo de payeses que se reúne alrededor de una mesa; "que nadie se enamore de lo tuyo", y es que Vallbona ha sobrevivido, con todas esas carencias evidentes, porque a nadie le ha interesado como lugar de exclusividad residencial. Ahora que las viejas construcciones se demuelen, que la infraestructura ferroviaria levanta cultivos y viejas construcciones abandonadas, que las casas unifamiliares modestas se sustituyen por bloques sociales donde se mezclan inmigrantes, habitantes del barrio de siempre y desplazados urbanitas que no pueden pagar los alquileres de los barrios del centro, la esencia del lugar empieza a resentirse, a perderse; la modernidad y el hacinamiento en bloques acaba con el sentido de comunidad y con el conocimiento personal.
Sin estridencias, sin proclamas, sin manipulaciones, sin héroes individuales y sí mucho superviviente con dignidad, Guerín retrata un barrio, es innegable, desde muchos puntos de vista, incluso dispares y contradictorios (todos tienen razón, no la razón, sino su razón) pero también hace cine político, con o sin el propósito de conseguirlo, porque cualquiera comprende lo que es la lucha de clases, las desigualdades generadas por el origen, la lengua, la raza; la inexistencia de ascensor social donde si apenas se cuenta con servicios públicos básicos. Hay una conciencia ciudadana arraigada en la defensa de lo propio y una oposición a lo que viene de lo institucional para acabar con lo que el barrio era; una lucha verbal y poco efectiva para preservar lo que distinguía a Vallbona, el buen valle del título. Que Guerín se permita cerrar con una broma ficcionada no resta nada a la belleza del conjunto ni al poder del cine documental, al revés, refuerza la idea de paraíso de ese lugar, amenazado siempre por fuerzas exteriores, ya sea una excavadora o los Mossos d’esquadra. El canal del Rec aparece como un lujo, un residuo feudal que llevaba agua hacia Ciutat Vella ahora es un parque acuático para los vecinos. Tras la idealización visual del espacio uno sospecha que esa agua ni es tan limpia ni tan buena como los vecinos recuerdan, pero es el espacio de relación, de roce, de juego, de experiencias comunes, que también sufre cambios consecuencia de la nueva población, las rumbas se sustituyen por nuevos ritmos, el guitarrista flamenco es silenciado por los altavoces con las cumbias. Son los nuevos tiempos y las nuevas personas, desplazados por la pobreza, las guerras; los andaluces, extremeños y murcianos de entonces ahora son colombianos, marroquíes, portugueses, ucranios, rusos; pero la cámara de Guerín los retrata con la misma empatía, el mismo cariño, la misma distancia sin invasión. Una cámara que sabe escuchar y mostrar la excelencia de lo cotidiano, un ejemplo de cine sobresaliente que pertenece a otra categoría, que de echarse tanto en falta se agradece aún más cuando aparece y emociona de esta manera. ♦
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