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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Desayuna conmigo (Esmorza amb mi)

    || Críticas | Streaming | ★★★☆☆
    Desayuna conmigo
    Iván Morales
    Raval íntimo


    Carles M. Agenjo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    España, 2025. Título original: Esmorza amb mi. Dirección: Iván Morales. Guion: Iván Morales. Compañías productoras: Distinto Films, Dos Soles, WKND. Fotografía: Agnès Piqué Corbera. Música: Nora Haddad, Lia Kali, Nara Is Neus. Producción: Roger Torras, Miriam Porté, Àngels Masclans. Reparto: Anna Alarcón, Álvaro Cervantes, Ivan Massagué, Marina Salas, Oriol Pla. Duración: 100 minutos.

    En una escena de Encuesta sobre el amor (1964), un exigente Pasolini le planteaba al escritor Alberto Moravia el posible fracaso de su ambicioso documental. Micrófono en ristre, había recorrido Italia de norte a sur con preguntas a pie de calle sobre la transparencia en el matrimonio, el estigma del divorcio, la prostitución en tiempos de la Ley Merlín y el sexo como cuestión de éxito, honor o deber. Básicamente, Pasolini cuestionaba si había reflejado el sentir del pueblo o sólo una imagen parcial. ¿Cuál es la Italia verdadera? ¿La que contesta sus preguntas o la que permanece en fuera de campo? Con las manos en el rostro, Moravia ofrecía un argumento esclarecedor. Existen dos Italias. La que se explica delante de la cámara y la que prefiere el silencio fuera del encuadre. El autor de Los indiferentes (1929) decía que ambas conforman un mismo retrato. Se integran y se explican mutuamente. Salvando las distancias, el debut de Iván Morales se podría leer en cierto modo como réplica y reverso de la propuesta de Pasolini. Así lo confiesa Natàlia, una joven camarera del Bar Jasmine del Raval barcelonés que no consigue cerrar su documental porque le falta la declaración más importante. Una entrevista sobre el desamor. Natàlia –interpretada por una magnífica Anna Alarcón– bien podría ser el nexo entre dos formas de mirar al pueblo. Por un lado, la de su alabado Pasolini, que atrapó un tiempo político, histórico y cultural con su afilada dialéctica. Por otro, la de Morales, un dramaturgo avezado que aprovecha su primer largo para acercarse al barrio donde vive y abrir un estimulante diálogo mediante dos registros: un Raval de historias cruzadas en forma de ficción propia y otro fragmentario, cercano a lo real, con declaraciones de personas que forman parte de su vida.

    No obstante, Esmorza amb mi plantea un problema interesante. Morales condensa mayor fuerza en el montaje cuando salta del drama al documental, alternando escenas de reparto profesional con imágenes de actores naturales filmadas con cámara ligera; y pierde un poco cuando se obstina con su guionista Almudena Monzú en conectar los cuatro personajes de la función en un mismo relato. La propuesta –que vio la luz en 2018 como obra de teatro en la sala Beckett y en Youtube como webserie en formato 360– surge de un texto escrito hace más de 20 años que el director se conoce al dedillo. Tanto es así que Morales parece más pendiente de sacar a relucir a su magnífico reparto e hilvanar sus historias mediante una compleja arquitectura de saltos temporales que de componer un trabajo que, tal vez, reclamaba mayor depuración narrativa. Las situaciones se verbalizan con generosa literalidad en este drama de amistades paralelas como si Morales no consiguiera despegarse de las palabras de su propia obra, prefiriendo antes lo explícito que lo sugerente. Aun así, la película se siente como un abrazo. Es un trabajo de empatía pura. Por un lado, Natàlia –que Alarcón ya interpretó sobre las tablas– es una madre soltera que acaba de sufrir un accidente de tráfico. En su proceso de recuperación conoce a Omar, un melancólico Álvaro Cervantes en la piel de un cantante de trap en plena crisis creativa que quiere iniciar una relación con ella. Por otro, Natàlia se reencuentra con Salva, un colega –entrañable Ivan Massagué– que ha dejado atrás su pasado como dealer y ahora quiere apostar fuerte por su relación con Carlota, una joven exadicta –que Marina Salas defiende en una poderosa escena de monólogo a cámara– obsesionada con un recuerdo nocturno de Omar.

    Las cuatro historias se entrelazan en una trama dividida en capítulos. No todos están al mismo nivel. Los de Natàlia, Salva y Carlota flirtean con los códigos de cierto drama romántico. Caso distinto es el de Omar –una versión crepuscular de Matthew Herbert en la época acelerada de Cecilio G– que sorprende por su mirada refrescante sobre calles y plazas del Raval –¡en una de ellas, Oriol Pla se marca un vibrante freestyle de hip hop!– como un territorio de inspiración musical. Ahora bien, más allá de lo estrictamente ficcional, Esmorza amb mi posee algo que otro cine de colegas con estructura capitular parecida no tiene. Morales ha construido un retrato genuino de su propio entorno urbano. Su debut está impregnado de su mirada como padre, artista y vecino. A veces, la ficción adopta tintes biográficos que no son evidentes –como el hecho de que Omar luzca en el cuello la misma luna tatuada que el trapero Rojuu, hijo de Morales– y otras, simplemente, asistimos a un cóctel de impresiones a flor de piel a medio camino entre el desencanto, la ansiedad y la euforia. El resultado es una carta honesta a favor de la amistad en plural no exenta de discurso de clase. Una oda al cariño y los cuidados, a sanar la herida en compañía y al reencuentro reparador entre bayas de goji y nibs de cacao. Esto podría resultar escaso a según qué espectadores, como si al relato le faltara consistencia para cuajar. No es el caso de Morales, que ha logrado acercarse con ternura y humor al sentir de la mirada que expresa en un clima de confianza. Y esto, lejos de escarbar en la miseria y en la condescendencia, configura un gesto profundamente humanista. En el fondo, no estamos tan lejos de Pasolini. ♦


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